«Señor: Aunque la liberalidad y magnificencia, son propias virtudes de un ánimo real, y las que parecen si no más necesarias, más naturales a la grandeza de los Reyes, para que con beneficios hagan en amor y obediencia los corazones de los vasallos, deben, no obstante, ejercitarse con cierto arreglo, a fin de que no puedan llegar a ser viciosas y culpables, no sólo por exceder el medio que la prudencia señala a las virtudes morales, sino también por atender a las obligaciones y circunstancias del tiempo en que se ejercitan; de que viene a resultar que, en un siglo, edad o gobierno, puedan los Reyes igualar la mano a la generosidad de su corazón y llegar a los últimos límites de generosidad con justificación y alabanza, y en otros deban contenerse, y aun estrecharse, por no faltar a fines superiores: y no es esto menos loable que la mayor largueza; antes a los que lo miran cuerdamente y midieron con la consideración la calidad de las acciones y las fuerzas del ánimo que las obra, parecerá que hace más el Rey que sabe estrechar su reino y vencerle cuando las ocasiones y mercedes se desvían de la razón y conveniencia política, que en dejarle correr derramando beneficios, porque en esto obra el mismo Rey con propia inclinación al celo de gloria y de aplauso humano; y en aquello resplandece el valor del entendimiento, y su excelencia, y el ejercicio de la prudencia real más loablemente cuanto más se mortifica en los efectos naturales.
V. M., señor, es el mayor Rey del mundo en reinos y señoríos; comienza a gozarlos en edad floreciente; hereda a un padre de natural tan suave y generoso, y tan fácil en derramar beneficios que sin ofensa de la veneración debida a su inmortal memoria, podemos decir que tuvo rotas las manos. Bien me atreveré yo a afirmar que, de parte de su ánimo, nada fue culpable; pero el estado que dio al reino con el grande empeño de las rentas reales, obliga necesariamente a V. M. a que limite su ánimo. Conózcole grande y generoso, y las esperanzas que da de sí no son inferiores a las de su glorioso progenitor. Véome a mí más obligado al servicio de V. M. que otro ningún vasallo, y me juzgo deudor de proponer a V. M. lo que pudiere acreditar su gobierno. Y si bien deseo a V. M. amado de sus vasallos, y a todos ellos desearé beneficiados de su liberalidad y grandeza, sería grave culpa en mí, si no suplicase a V. M. que la detenga en las mercedes que hubieren de salir de su real erario, que con la noticia que tengo del estado de él, no sólo parece justa esta limitación, pero digna de todo gobierno prudente. Mortificación podrá ser para V. M. lo que proponga, si bien no ajeno de la materia del Estado propia, que deben seguir los que ocupan mi lugar; pero deseo, señor, que V. M. tenga por bien de ceñirse voluntariamente a no hacer merced de lo que puede, por no faltar a lo que debe. Casi todos los Reyes y Príncipes de Europa son émulos de la grandeza de V. M. Es el principal apoyo y defensa de la Religión Católica; y por esto ha roto la guerra con los holandeses y con los demás enemigos de la Iglesia que los asisten; y la principal obligación de V. M. es defenderse y ofenderlos. El fundamento para todo, es la hacienda; la del patrimonio de V. M. está vendida o empeñada. Vive hoy V. M. de lo que contribuyen sus vasallos, desangrándose para esto con verdadero amor y fidelidad. Mire V. M. si puede disiparse o si lo que suplico a V. M. tiene dureza para que no se rinda a tanta obligación. Considérese V. M. señor de tantos y tan extendidos reinos como abraza su Corona; repare en que todos o los más, cada uno de por sí sustentaron Rey propio con majestad y grandeza; y ofendían en la ocasión a sus enemigos; y V. M., siendo señor de todos juntos, los halla tan empeñados desde el mayor al menor, que se puede decir que sólo ha heredado las obligaciones de cada uno sin sustancia y fuerza que los conserven. La causa principal de este daño ha sido la poca preservación de la hacienda, pues en algunos de los reinados antecedentes llegan a 96 millones las mercedes voluntarias que se hicieron de ella. El reparar este daño dudo que sea posible en edades enteras; pero que se solicite con eficacia su remedio es lo que aconsejo a V. M. Bien quisiera ver a V. M. en estado que pudiera imitar a los Reyes que más han venerado los siglos por acciones grandes y acertado gobierno; pero como las obras heroicas en los Reyes, aunque tienen principio del ánimo y virtud propia, no pueden ejecutarse sin hacienda, porque consiste la majestad en el poder, mal podemos los que amamos a V. M. aconsejarle imitaciones grandes si primero no se ajusta V. M. a las disposiciones necesarias para conseguirlas dichosamente. Ninguna es más precisa que excusar gastos y mercedes voluntarias e inoficiosas; que la grandeza se acredita en el orden y se deshace la generosidad en el desperdicio, como todas las virtudes en los extremos. Y porque el real ánimo de V. M., que naturalmente ha de obrar como suyo, no se acongoje con representaciones de tristeza ni llegue a sentir que el estado de las cosas ata las manos a V. M. para premiar a los que le sirven, es bien que V. M. considere que, como le ha hecho Dios el mayor Rey del mundo, le ha dado también más de que poder hacer mayores mercedes que a otro ninguno. Dos géneros de personas ha de premiar V. M. y hacerlas honras y mercedes. El uno es de los que sirven bien en la guerra y en la paz; y el otro de hombres doctos y virtuosos que, con su doctrina y ejemplo, sirven a la Iglesia y autorizan los reinos de V. M. En todos ellos Prelacias, Dignidades, Prebendas, Cátedras, Beneficios, Pensiones y Oficios Eclesiásticos; y atendiendo a los más beneméritos, todos quedarán contentos y se aplicarán a merecer, y V. M. gozoso de tener este brazo eclesiástico en su debida estimación y autoridad.
Para los seglares tiene V. M. virreinatos, embajadas, cargos, gobiernos, oficios de paz y guerra, hábitos, encomiendas, hidalguías, pensiones, plazas, audiencias, consejos, asientos de su real casa, títulos, grandezas y otras honras innumerables, en que el ánimo y grandeza real pueda usar de su generosa magnificencia con gran consuelo de V. M., y particular reconocimiento a Dios, que tanto ha puesto en sus manos; procurando serle agradecido en la justa y cabal distribución de tantos bienes, y dando su lugar y proporción a los aumentos y servicios de cada uno; que la igualdad de esta balanza conserva Reyes y reinos y los hace pacíficos y bienaventurados.
Sirvo a V. M. con amor; y Dios sabe que mi amor e interés miran a lo cierto y que cuando en esto llegase a haber logrado la merced que V. M. me hace, tendré temporalmente el premio que más deseo de cuanto trabajare. En esta verdad puedo fundar que desearé a todos favorecidos y acrecentados de la real mano de V. M., pero quisiera persuadir a muchos de los que pretenden con ansia y forman quejas de servicios no premiados, que cuando V. M. los saca de su rincón a un oficio o cargo que le sustenta y autoriza y acaso se les adelanta mucho en hacienda, comodidad y reputación con que hacen su casa, y aun su fortuna, y dan su memoria a la posteridad con sus intereses por servicios grandes; así como V. M. por su clemencia y ánimo generoso siempre se ha de juzgar deudor a los que le sirven bien y desea premiarlos más y más, porque el ejemplo fiel y provechoso del talento y partes naturales, siempre obran merecimientos en el corazón real; así también los que sirven a V. M. con la inclinación y reconocimiento debido, es justo que piensen que el servirle y emplear cuanto son en la mayor honra, agrado y satisfacción de V. M., es el premio a que más debemos anhelar todos. He tocado esto, no sólo para insinuar a V. M. que honra y premia en lo mismo de que se obliga y da por servido, sino para que piense que los que más saben ostentar servicios no remunerados y quejas de ello, no deben congojar mucho a V. M., ni desobligarle tampoco; porque el pedir a los Reyes es veneración y confianza de su grandeza; y la importunación no muy justificada, puede ser ejercicio de la constancia y magnanimidad real. Muchos Reyes sabemos que han hecho desperdicio de sus riquezas pródigamente, y con tenerlas sobradas no fue sin arrepentimiento suyo y nota de su gobierno; pero generalmente los que han querido acreditarse de prudentes y advertidos a su conservación y a la reputación de su grandeza con sus vasallos, y con Reyes y naciones extranjeras, han sido liberales de lo gracioso y detenidos en dar sus propias haciendas, porque el patrimonio real y los tributos con que sirven los vasallos, se deben a la causa pública y a las obligaciones generales de los reinos, que en V. M. son más estrechas, no sólo por lo mucho a que debe atender, sino por haberle dado Dios tanto gracioso con que pueda ejecutar su liberalidad y dar justa remuneración a sus vasallos. Suplico humildemente a V. M. oiga esta proposición como de criado que le ama y reverencia y desea la conservación de sus reinos, grandeza y nombre, con toda fidelidad; y que sirva V. M. de mandar inviolablemente a todos sus Consejos, Tribunales y Ministros que, de aquí en adelante, por ninguna causa, ni con pretexto alguno, aunque sea de remuneraciones de servicios, no consulten a V. M. mercedes perpetuas, ni temporales, que hayan de salir de la real Hacienda; y que en las mercedes, cargos, honras y oficios que V. M. puede dar graciosamente, tengan su debido lugar y proporción los servicios de los consultados, por que así corra todo con el orden, igualdad y justificación que V. M. desea. Y porque esta proposición, aunque dictada de mi celo, no la fío de la cortedad de mi caudal y experiencia y podría, mirada a otra luz, no ser la que a mí me parece: Suplico a V. M. la mande remitir a los Ministros que V. M. fuere servido y a algunos Teólogos, para que confiriéndola como punto de conciencia y autoridad de la persona y grandeza de V. M. digan a V. M. lo que se les ofrece, y pueda V. M. tomar la que más convenga al servicio de Dios y el suyo. Madrid, 28 noviembre 1621.»