El catálogo de la biblioteca lleva este título: «Biblioteca selecta del Conde-Duque de San Lúcar, Gran Chanciller. De materias hebreas, griegas, arábigas, latinas, castellanas, francesas, tudescas, italianas, lemosinas, portuguesas, etc.» El ejemplar que hemos consultado es el de la Academia de la Historia (386), copia «fiel y puntualmente hecha del original que se conserva en la biblioteca del Excmo. Sr. Duque de Huescar», por Don Manuel Ángulo.
Está dividido en dos partes. La primera parte dice: «En este primer tomo están lo primero todos los autores, por alfabeto, así latinos como de lenguas vulgares, impresos y manuscritos, por este orden: En primer lugar los latinos impresos. En segundo, los españoles. En tercero, los toscanos. En cuarto, los franceses. En los latinos, se comprenden los griegos y hebreo. En los españoles, los castellanos, portugueses, valencianos, catalanes. En los franceses, los alemanes, flamencos; y por el mismo orden, los toscanos. En esto se emplea el primer alfabeto de los impresos, verbigracia; A latina, A española, A toscana, A francesa. Por el mismo orden van los libros manuscritos que están en el segundo alfabeto. Hanse de buscar los autores en sus nombres propios. Después se sigue el catálogo de las materias que hay en todos los autores impresos y manuscritos, por alfabeto.
El orden de hallarlos es que los caxones de los impresos tiene, cada uno, una letra del alfabeto latino. Y los caxones de los manuscritos, otra del mismo alfabeto, con un puntillo en medio o al lado. Los caxones del entresuelo tienen duplicado el alfabeto. Los dos estantes grandes del camarín estas señas: Z, etc. Y los caxones nuevos de las redecillas, tienen por señales los números guarismos. En estos caxones se hallarán los libros por sus números, y si alguno estuviera con el número castellano, es por ser de a cuarto o octavo, por no confundirlos con los de a folio.»
El autor del catálogo fue el Padre Alaejos. De éste dice su erudito compañero de Convento, de tres siglos después, el Padre Zarco, que «después de este trabajo del catálogo fue nombrado prior del Monasterio y siéndolo murió el 7 de septiembre de 1631. Fue superior de otras Casas primero y bibliotecario de El Escorial; y acaso haya sido el monje más erudito que haya habido en San Lorenzo el Real» (comunicación oral). De mano del Padre Alaejos existe en la biblioteca escurialense un «Catálogo» importante de los papeles de Olivares (385).
Según el mismo Padre Zarco Cuevas, en la biblioteca del Monasterio hay manuscritos y libros que no menciona este catálogo, por lo que presume que Ángulo, al hacer la copia de la Academia de la Historia y titularla Biblioteca Selecta, incluyó sólo parte de los volúmenes y papeles, los que a él le parecieron más interesantes. En contra de esta hipótesis está el que dice, como puede verse más arriba: «en este primer tomo están todos los autores», etc. Parece más probable que la biblioteca se enriqueciera después de hecho el catálogo.
La importancia, hiperbólica, que tuvo la biblioteca para el Conde-Duque y queda consignada en el texto (cap. 12), se revela por las cláusulas 27 a 30 de su testamento, que dicen así:
«Y es mi voluntad que la librería que yo he juntado quede vinculada, y yo desde luego la vinculo, en virtud de las facultades que para ello tengo, y la uno, incorporo y agrego al mayorazgo de mi casa de San Lúcar y a los demás que yo dejo fundados, para que no se pueda vender, donar ni enajenar toda ni parte de ella y se ponga en el lugar que yo dejo señalado para mi entierro. Y para que conste la estima que tengo de ella y lo que deseo que ese vínculo y unión en ningún tiempo se disuelva, mando que el señor que fuere heredero de la dicha Casa, a el tiempo de tomar posesión de la dicha librería, que se la dará jurídicamente el asistente de Sevilla o el Corregidor de la parte donde quedare o un Caballero del Hábito a quien Su Majestad lo cometiere, en presencia de las personas a quien yo cometiere el nombramiento de bibliotecarios, haga pleito homenaje de no enajenar, como se ha dicho, toda ni parte de ella, antes añadirla y enriquecerla. Y todo el tiempo que faltare sucesor de la Casa de San Lúcar, por no haber llegado ni sucedido los casos que yo dispongo en su fundación, esta entrega se hará a el prior que fuese del convento de San Gerónimo que yo mando fundar en mi villa de San Juan de Al-farache, para que él la tenga; y habiendo sucesor, se la entregue en la forma y con las solemnidades dichas; y en el entretanto que se funda el convento, se pondrá toda la dicha librería en los Alcázares de la ciudad de Sevilla, donde yo soy alcaide, y la tendrán a su cargo los protectores de ella que dejo señalados por las constituciones en la ciudad de Sevilla. Pero declaro que ni el patrón, ni el prior, ni los protectores han de ser más que unos nudos administradores para guardarla y conservarla, sin facultad de disponer de ella, ni parte de ella, por mínima que sea, sin aprobación de los administradores generales, que han de residir en esta Corte. Para el gobierno, uso y conservación de esta librería dejo hechas ordenanzas y constituciones en escrituras aparte; mando que aquéllas se guarden con las ampliaciones o limitaciones o cosas que yo añadiere.» La cláusula 159 dice: «La renta que fuere necesaria para la conservación de mi librería, salario de bibliotecario, amanuense, portero y demás personas que han de tenerla a su cargo, conforme a las constituciones que ya hago, se ha de comprar y situar del cuerpo de mi hacienda antes que se separe.»
Este testamento no llegó a tener validez. En el que otorgó con fecha de noviembre de 1645 la Condesa-Duquesa viuda, por poder que le dio su marido al morir en Toro, no se nombra a la famosa biblioteca. Pero sí en el testamento de la Condesa-Duquesa misma, otorgado unos meses antes, en septiembre del mismo año, en el que dice: «ítem mando que tasen los libros de la librería que está en Loeches y se repartan entre los religiosos de Santo Domingo de esta Provincia de Castilla, y en particular al colegio de nuestra fundación de Santo Tomás de Atocha y la del Carmen Descalzo de esta misma Provincia y en particular a la Casa de nuestra fundación de Santa Teresa de Ávila; y que las dichas Provincias y Casas se obliguen, con sus superiores, a decirnos las misas que correspondan a la tasa de los libros que les entregaren, a razón de dos reales por cada misa, por el alma del Conde mi señor y la mía.» Es decir, que después de ir los libros a Loeches —donde, por cierto, no debieron tener sitio holgado y conveniente— se los dispersó y fraccionó, contrariando una de las más caras voluntades de Don Gaspar. La Condesa es segurísimo que oiría mil veces hablar al Conde-Duque con entusiasmo de sus libros y exponer sus deseos acerca de su futuro destino. Sin embargo —achaque muy frecuente en mujeres de aquella época y también de las posteriores— los libros no tenían para ella —y eso que fue señora de grandísimos méritos— el valor profundo y simbólico que les daba su marido al vincularlos, con la solemnidad que hemos visto, al Mayorazgo. Pero es más: en su último codicilo, otorgado el 9 de septiembre de 1647, en Madrid, poco antes de morir, después de declarar que ha encontrado el testamento del Conde-Duque, de 1642, y que quiere «que se cumpla y ejecute la voluntad del Conde, mi señor, en todo», no sólo no revoca la orden de dispersión de los libros, sino que añade que al Padre Ripalda se le den 500 volúmenes, escogidos por él, para que los usufructúe mientras viva, y después se entreguen al prior del convento de Santo Tomás de Atocha, «a condición de que el dicho convento se obligue a decir las misas que cupieren en la tasación de los dichos libros»; estas misas se tasarían a tres reales y no a dos como las del otorgamiento antes copiado. Para Doña Inés de Zúñiga los libros eran sólo dinero para misas.
Gallardo dice que los libros de Olivares fueron a parar al convento del Ángel de Carmelitas descalzos, de Sevilla (99-IV-1479). El Padre Zarco arguye, con razón, que sólo debieron ir una parte; sin duda, añado yo, los que según el testamento de Doña Inés fueron al convento del Carmen descalzo de Madrid, de donde pasarían a su compañero sevillano[824]. Los demás se distribuyeron por bibliotecas diferentes, de conventos o de bibliófilos.
Así dispersada la famosa librería del Conde-Duque, una buena parte de los volúmenes, incluso, probablemente, los destinados a los conventos, que éstos, en momentos de apuro económicos, enajenarían, pasaron por diversas manos y hoy aparecen aquí y allá, en bibliotecas oficiales y particulares. Astrana Marín (222-1494) dice que muchos de los manuscritos «fueron llevados a Dinamarca por Cornelius Pederson Lerche, que parece había residido en España en 1642-1645 y que posteriormente fue embajador en la Corte de Madrid en 1650-1653 y en 1653-1662». Otro grupo de manuscritos fue adquirido por el diplomático sueco Sparwenfeld, que estuvo en España en 1689 a estudiar las influencias góticas en la cultura hispánica: véase Hochberg (389). Eran parte de los que tomó Don Gaspar de la Cartuja Aula-Celi. Según Vindel (283), otro gran sector de los libros se conservaron, con los de la biblioteca de Caracena y Moya, ya citadas, vinculados a la Casa de Frías, hasta 1898, en que los compró Don Pedro Vindel. Éste, a su vez, vendió 1.000 de los mejores a la biblioteca de Zabalburu, cuyo poseedor actual, el Conde de Heredia-Spínola, no me ha permitido examinarlos. Otros, fácilmente identificables por la encuadernación y las indicaciones para su colocación en las librerías, se encuentran en la Biblioteca Nacional de Madrid y en algunas casas como las de Alba, Medinaceli, Lázaro Galdiano, etc. Pero la parte más importante está en El Escorial, en cantidad, como se ha dicho, que excede a los indicados en el Catálogo de Ángulo[825].
Finalmente, me parece interesante copiar en este Apéndice la Primera Cédula de Felipe IV permitiendo al Conde-Duque vincular a su biblioteca los papeles de los archivos oficiales (387):
«El Rey.—Por cuanto vos Don Gaspar de Guzmán, Duque de San Lúcar la Mayor, del mi Consejo de Estado y mi sumiller de Corps y caballerizo mayor, Gran Canciller de las Indias, habéis recogido y vais recogiendo por mi orden muchos libros y papeles que andaban esparcidos en diferentes partes, de que se seguían y podrían seguir adelante algunos inconvenientes, porque los más dellos son tocantes a materias graves y de importancia que se trataron en tiempo del Emperador Carlos quinto, mi bisabuelo, y de los reyes mis señores, abuelo y padre que santa gloria hayan, que algunos de ellos son originales y también por mi mandado se os han entregado algunos libros tocantes a la Casa de Austria y otras materias, que trajo el Archiduque Carlos, mi tío. Y porque os ha costado mucho cuidado y trabajo el descubrirlos, recogerlos y componerlos por tiempos y materias, movido con el celo de mi servicio, y porque papeles de tal calidad no anden en diferentes manos y en todos tiempos se puedan hallar juntos y en tales como las vuestras y las de vuestros sucesores; teniendo consideración a esto y a los muchos buenos y agradables servicios que me habéis hecho y continuamente hacéis con entera satisfacción mía, y a los que vuestros antecesores han hecho siempre a esta Corona en la fidelidad y buenos efectos que es notorio; y porque los dichos libros y papeles en ninguna parte pueden estar con más seguridad ni más bien dispuestos que en vuestro poder y en los Archivos de vuestra casa, tengo por bien, que así los que ahora tenéis recogidos, como los que adelante fuéredes recogiendo de ministros míos y de otras cualesquier personas y los que por mi orden se os entregaren los tengáis en vuestro poder y los dejéis vinculados en vuestra casa, estado y mayorazgo para que anden en ella y estén guardados en sus archivos, o donde vos lo dejaredes dispuesto, con las condiciones que en la forma y manera que lo ordenáredes en vuestro testamento o en papel aparte sin que os puedan pedir o mandar por causa o razón alguna que sea o ser pueda. Y mando a los de mi Consejo, Presidentes y Oidores de mis Audiencias y Cnancillerías y a otros cualesquier jefes y justicias de estos nuestros reinos y señoríos que guarden y cumplan y hagan guardar y cumplir (a vos y a los dichos vuestros sucesores) esta mi cédula y lo que en ella contenido y contra su tenor y forma no vayan y pasen, ni consientan ir ni pasar en manera alguna. Fecha en Madrid a treinta de Octubre de mil y seiscientos y veinte y cinco años.—Yo el Rey.—Por mandato del Rey nuestro Señor, D. Sebastián de Contreras.—V. Md. lo mandó.»
De la importancia que sus contemporáneos daban a la librería del Conde-Duque da idea la frase con que la nombra Chacón (500). «El monumento estudioso y eterno de su biblioteca», dice.