APÉNDICE X: Sobre otro hijo bastardo del Conde-Duque

La primera noticia de este hijo la encontramos en una hoja suelta, manuscrita, de la época, existente en el Archivo del Duque de Alba, que dice así: «De Madrid, enero, 1642. Tiénese por cierto que el Sr. Conde-Duque tuvo un hijo muchos años ha y le dio a criar a un fulano Ledesma, criado suyo, el cual tenía otro hijo de la misma edad, y para mejorarlo de fortuna le puso en lugar de el del Sr. Conde-Duque; el cual lo tuvo por suyo hasta que el niño murió, con lo que el Conde creyó que estaba fuera de aquel cuidado; hasta ahora que, habiéndose descubierto el engaño, ha reconocido por hijo al que se tenía por hijo de aquel Ledesma; y, verdaderamente, parece invención de comedia y pudiera ser que lo fuese» (445). Como se ve, el mismo autor de la noticia la da con toda precaución, y por ficción la tuve al copiar el papel; si bien anoté la circunstancia de que éste había sido, sin duda, arrancado de uno de los Noticiarios o Avisos que corrían por entonces. Y anotaba también el hecho de que en la Biblioteca Nacional hay un tomo de manuscritos de la época (D. K. CC, 33), en cuyo índice se anuncia un Papel reservado al Conde-Duque de Olivares, estando en Loeches, sobre la educación de cierto hijo bastardo, en el folio 77, cuyo folio ha sido arrancando desde que hay memoria de tal manuscrito. Cuando Olivares estaba en Loeches, el hijo bastardo a que se refiere este documento perdido no podía ser Julián Valcárcel, el que fue después Don Enrique de Guzmán, pues estaba, desde hacía tiempo, reconocido. Todo ello dejaba una sombra de duda de que pudiera haber existido este nuevo bastardo y que su rastro se hubiera hecho desaparecer. Mas he aquí que en la Correspondencia de Chumacero, embajador de Roma, aparece una carta del Conde-Duque relatando al embajador la misma historia del papel copiado, con idéntica intriga y algunos detalles más. En las copiosas epístolas que el ministro dirigió a Chumacero no le habla nunca de asuntos familiares, por lo que esta carta tiene un significado difícil de colegir. Tal vez pretendiera poner el hecho en conocimiento de la Curia romana. Está fechada la carta en enero de 1651, y dice así:

«Habiendo tenido conocimiento con una mujer soltera en la Corte, más ha de treinta años [es decir, antes de 1611], aunque hija de padres nobles y limpios, y que después casó principalmente y murió, quiso Nuestro Señor que hubiese un hijo, el cual se entregó en casa de Don Andrés de Ledesma, criado de mi Casa antiguo y de quien yo fiara entonces enteramente cuanto tenía. Sucedió el casarse este criado mío, no sabiéndolo yo de ninguna manera, con una mujer de la obligación de las Casas de los Marqueses de Malagón, Duques de Nájera, Condestable y Duque de Sesa, hidalgos bien nacidos; y sin saber cómo, quedó este criado mío brevemente en estado que parecía a todos otro del que era; y a poco me respondió que el niño era muerto, cosa que enteramente me persuadió como creíble y natural, y tanto más cuanto que no era visible, aun entonces, el defecto con que se hallaba este criado mío. Al cabo de veintiséis años volvió a decir que era vivo, que estaba en la Corte y que en diversas veces me había hablado. Dúdelo cuanto pude, hasta que me satisfice enteramente, y entonces me dijeron y supe que tenían aquellas personas parientes de la mujer con quien casó Ledesma un hijo, el cual murió aquellos días con que fue opinión de muchos, y no parece que con mal discurso, que quisieron, mientras le vivió, introducirle en lugar de mi hijo, o matando al verdadero o desterrándole a las Filipinas, donde se trataba de llevarle, porque sucedieron entonces, como se dijo, la muerte de aquel mozo, se trató luego y con aprieto, de resucitar a mi hijo, declarando en esta parte la verdad con suma publicidad y haciendo grandes diligencias para que llegase a mí [la noticia], con que se calificó la presunción, pues ya no les quedaba lugar para poder hacer la suposición. Hame parecido obligación mía por todas consideraciones, algunas muy relevantes, hacer esta declaración verdadera de lo substancial y en lo presuntivo de la consecuencia de que ella muestre, porque en la variedad de opiniones que han corrido se sepa para todos los tiempos lo cierto de este suceso tan extraordinario que, por ventura, con sus circunstancias, tendrá pocos semejantes en éstos ni en otros siglos. Tal ha sido la estolidez y la malicia de los que han concurrido en el manejo de esta prenda con tantos años continuados, con daño irreparable de su crianza y de mi conveniencia.— Madrid, 30 de enero de 1641» (371).

No cabe, pues, duda que este hijo existió. Pero surge al instante el problema de si no será el propio Don Enrique. Induciría a pensarlo así el que ambos hijos surgen a la luz pública por la misma época, pues es sabido que el reconocimiento de Don Enrique se hizo en enero de 1642, y desde algún tiempo antes vivía ya, en la Corte, pasando oficialmente por hijo del Valido. Otro dato a favor de que sean uno solo es que Novoa, al dar cuenta de los antecedentes de Don Enrique, refiere esta misma historia del trueque de los dos niños a la muerte de uno de ellos. Por todo ello, sin duda, una mano distinta de la del copista de la Correspondencia de Chumacero ha escrito al margen de esta carta: «Declara [el Conde-Duque] a su hijo Don Julián.»

Sin embargo, hoy no podemos admitirlo así, y hemos, por el contrario, de suponer que el bastardo educado por Ledesma y Don Enrique son personajes distintos. Como se verá en el capítulo 20, se ha podido averiguar bastante acerca del nacimiento y mocedad de Don Enrique, deduciéndose de estas averiguaciones: que Don Enrique nació en 1613, en tanto que este otro hijo, el pupilo de Ledesma, nació «más de treinta años» antes de 1641, es decir, antes de 1611; que Don Enrique vivió de pequeño con Don Gonzalo de Guzmán y su mujer y no con Ledesma; que Don Enrique pasó su niñez y mocedad con esta familia, haciendo vida de estudiante y frecuentando la casa de Don Gaspar, al que trataba como padre y por el que como hijo era tratado también. Las dos historias difieren, pues, por completo, y no es posible confundirlas. La impresión que da el asunto es que la familia de Ledesma, al susurrarse la noticia de que Don Gaspar trataba de legitimar a un bastardo, tuvo la idea muy propia de aquellos tiempos en que toda la vida nacional era una inmensa comedia de capa, espada y truhanería, de presentar al hijo del propio Ledesma como hijo del ministro, inventando la explicación del cambio y todo lo demás. Explicación absurda, porque a nada conducía el decir al poderoso señor que su hijo había muerto, apropiándose como hijo al pequeño Guzmán, para devolverlo a su verdadera filiación tardíamente, cuando el interés material era harto visible y cuando no había pruebas aceptables para la rehabilitación. Lo natural hubiera sido todo lo contrario: que los tutores hubieran hecho creer a Olivares que el hijo de ellos era el de él, caso de haber muerto éste. Tan burda es la fábula y tan clara la tentativa de estafa, que de no recogerla el propio Olivares, no se la daría tanta beligerancia que a otro cualquiera de los cuentos inverosímiles en que fue pródiga esta época. Y aun en boca de Olivares se acoge con prevención y se piensa en la credulidad disparatada a que le impelían a veces sus anormalidades de carácter, que por estos años rondaban ya los límites de la insensatez.

Es evidente que sobre este asunto se echó tierra, y por ello, entre el caudal de noticias —verdaderas, falsas o monstruosas— que corrieron en aquellos años de la caída del primer ministro, no aparece alusión alguna a este hijo. En cambio, en la leyenda de Don Julián aparecen claros elementos incorporados de la historia de este otro hijo, como el trueque de los dos pequeños, que, como se ha dicho, se acepta en la versión de Novoa; y como el viaje a Ultramar: a México, en Don Enrique, y a Filipinas, en el otro. Y basta ya de este nuevo fruto ilegítimo de los años dionisíacos de Don Gaspar.