APÉNDICE VI: Sobre la casa del Conde-Duque en Madrid

Hasta 1936, en que se publicó la primera edición de este libro, se venía diciendo que Don Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares, habitó, durante los años de su largo valimiento, un palacio espléndido situado en la calle que todavía se llama del Conde-Duque. Esta creencia se fundaba en la afirmación de Don Ramón Mesonero Romanos, que escribió[815]: «La calle de Conde-Duque y el Portillo en que termina, nos trae a la memoria al poderoso Valido de Felipe IV, Don Gaspar de Guzmán, Conde de Olivares, cuyo suntuoso palacio y jardines se alzaban en aquel sitio y están representados en el plano antiguo hacia donde ahora el cuartel de Guardias.» Esta versión la repiten los demás autores y Guías de Madrid. Capmani, en plena enajenación de la fantasía, nos dice que el Conde-Duque «labró su palacio próximo al sitio que hoy ocupa el del Duque de Berwik y de Alba», y añade que «este gran Privado lo embelleció con jardines y mandó abrir un portillo por donde salía en su arrogante caballo a pasear con el traje elegante que usaba y su chambergo de plumas. Su palacio tenía cuatro torres con los escudos de su esclarecido linaje, doradas las veletas y caladas las cruces, magnífico el balconaje, con la misma magnificencia de un Alcázar; y la muralla ocupaba la parte de esta calle por detrás del Colegio de los Irlandeses, que fue Convento de Afligidos; y dentro de la muralla estaban los jardines y por ellos se salía al portillo, dando la vuelta la cerca por la Puebla de los Mártires, a unirse con el palacio. Allí acudía la gente más principal de la Corte a visitar al ministro Conde-Duque para no perder su gracia; aquella era la oficina de los negocios públicos y allí donde para todo se acudía. La circunstancia de estar aquí el portillo del Conde-Duque dio el mismo nombre a la calle»[816]; Peñasco se limita a decir, cuando describe la calle del Conde-Duque, que «en esta calle tuvo su palacio el Conde-Duque de Olivares»[817].

No creo equivocarme al achacar toda esta novela a Mesonero Romanos. Por lo menos yo no he encontrado antecedentes anteriores. La equivocación originóse, sin duda, en el título de «calle del Conde-Duque» que esta vía tenía ya cuando el gran cronista madrileño vivió y escribió, en los comienzos del XIX; y a este título se añadía la existencia, en la misma calle, del cuartel con su hermosa fachada de Ribera. Pero lo cierto es que la calle del Conde-Duque se llamó «de San Juan Bautista» durante casi todo el siglo XVII, y como tal figura en el plano de Texeira que sirvió de guía a Mesonero Romanos para sus paseos eruditos. No se sabe exactamente cuándo empezó a llamarse «del Conde-Duque», pero debió ser entre 1761 y 1769, pues en el plano de Chalmandrier (1761) figura con el nombre de «calle real del Cuartel» y en el de Espinosa (1769) aparece ya como del Conde-Duque. Pero ¿de qué Conde-Duque? Era poco probable que en esta época de máxima depresión de la fama del ministro de Felipe IV se diese su odiado nombre a una calle de Madrid. ¿De dónde vino entonces tal denominación? La versión de la Casa de Alba es que «el título de Conde-Duque con que se conocen la calle, ronda y cuartel, no deben de proceder, como se cree, del Conde-Duque de Olivares, sino del Conde de Miranda, Duque de Peñaranda, pues a su Casa, por el mayorazgo de Chaves, pertenecieron siempre los terrenos de la antigua población de San Joaquín, que comprendía una dilatada extensión en las afueras de Madrid, dentro de la cual se encontraba el actual palacio de Liria y lo que es hoy cuartel de Caballería, entonces de Guardias de Corps.» (Comunicación personal de Don Julián Paz, Bibliotecario de la Casa de Alba, 21 diciembre 1934).

No fue, pues, esta calle «del Conde-Duque» hasta muy tarde, y lo fue por otro Conde-Duque que no era Olivares. El cuartel de Guardias de Corps, edificado bajo Felipe V, por el arquitecto Pedro Ribera, sólo posteriormente fue también «del Conde-Duque de Miranda y Peñaranda». Y en cuanto al portillo o puerta del Conde-Duque, se llamó durante el siglo XVII «del Conde de Niebla», según consta en el plano de Madrid de 1620-1630. Es, pues, inexacta la afirmación de Capmani de que este portillo diera nombre a la calle; por el contrario, lo tomó de ella, transformándose de puerta del Conde de Niebla en puerta del Conde-Duque cuando ya la calle se llamaba así.

Queda por rebatir la afirmación de Mesonero Romanos de que en el plano «antiguo de Madrid» aparece representado el palacio suntuoso del Conde-Duque. El error se deshace con sólo mirar al plano. Ni en él —el de Texeira— ni en el más antiguo de 1620-1630, se ve palacio alguno, ni le señalan los índices de dichos planos. Las casas que figuran «hacia donde está hoy el cuartel», son casas humildes. Un poco más atrás, hacia donde está hoy el palacio de Liria, se ve un gran edificio con jardín, que es el convento de San Joaquín (núm. XXIV del plano de Texeira), que dio nombre a los terrenos vecinos. El ilustre escritor madrileño padeció, por lo tanto, una sugestión que le hizo trastocar la realidad; y no fue la única vez en su vida. No hay para qué comentar las fantasías de los que, como Capmani, describen, como si lo hubieran visto, un palacio que nunca existió y ven salir al propio Conde-Duque, a caballo, lleno de plumas, como una máscara, por una puerta que daba al despoblado.

Habría otra razón previa para desechar definitivamente este error de la historia madrileña; y es que aquellos hogares, hacia el reinado de Felipe IV, eran suburbios de la villa; y los grandes señores buscaban los barrios próximos al Alcázar, los casi imbricados de Santa María y de San Juan para construir sus mansiones. Finalmente, en toda la literatura libelesca de la época, que investigó tan al por menor la hacienda del Conde-Duque, inventándole lo que no tenía, porque todo les parecía poco para justificar su leyenda de malversador, para nada se nombra el palacio fastuoso de las doradas veletas y los jardines lujosísimos. Si dijeron que era una mansión principal el casi pobre apeadero de Loeches, ¡qué no hubieran escrito e hiperbolizado de este hipotético alcázar de las mil y una noches! Tampoco se alude a él en su testamento ni en ninguno de los inventarios de sus bienes.

Desechada la leyenda del gran palacio, era de interés buscar la casa en que habitó el Conde-Duque antes de su entrada en el Alcázar como primer ministro. Durante el cuarto de siglo que lo fue, hasta su caída, tuvo, en efecto, sus habitaciones en el Palacio Real; pero conservando siempre la casa suya, que estaba incorporada a su mayorazgo, donde tenía parte de su servidumbre y de sus cocheras y caballerizas y donde se reunía con sus familiares o con las gentes a quienes prefería tratar fuera del ambiente del Alcázar, sin contar con que la casa tenía el censo «de aposento de Corte», es decir, la obligación con la Corona de alojar huéspedes cuando conviniera al servicio del Rey, censo del que pronto se sacudió en cuanto tuvo influencia para ello. La casa estaba, pues, abierta y en ella dispuesta siempre la cocina, la cual, según nos dice el Conde de la Roca, «la conservaba en su casa, en la Villa, para ciertos huéspedes y deudos de vida asentada»[818]. El mismo Conde de la Roca sería, sin duda, uno de los frecuentes comensales.

En la primera edición de mi libro pude localizar la situación de esta casa; y el punto de partida de la rectificación le hallé precisamente en el mismo libro de Mesonero Romanos, y en las Memorias de Novoa. Mesonero, en efecto, al describir el barrio de San Juan alude a la manzana 428, que estaba formada, entonces, por dos grandes edificios contiguos, uno el que fue casa de los Lodeñas y rehizo, a principios del siglo XVII, el Marqués de la Laguna, pero siguió llamándose siempre «Casa de Lodeñas», con entrada por la plaza de Santiago y fachadas a las calles de la Cruzada y de Santiago, en cuya casa estuvo muchos años la Diputación Provincial, ya en nuestros tiempos, habiendo sido recientemente derribada y sustituida por una casa de vecinos; y otro inmueble con entrada por la calle de la Cruzada y fachadas a la plaza de San Juan (hoy plaza de Ramales) y a la calle de Santiago, que perteneció, según Mesonero, y no se equivocaba, «a la familia de los Guzmanes». Mesonero no se fijó en este dato porque estaba obsesionado por su creación del gran palacio en la calle del Conde-Duque; si hubiera valorado el apellido de los Guzmanes, se hubiera acercado a la solución. Porque estos Guzmanes que vivían en dicha casa, que aún hoy existe más o menos retocada, eran los parientes inmediatos de Don Gaspar, el Valido; y seguramente, en sus años juveniles, la habitó él también, durante sus estancias en la villa y corte, hasta que adquirió la suya.

Sobre la pista de ésta me puso una frase de Novoa, el cual escribe, al relatar las intrigas de los últimos días de Felipe III: El Conde de Olivares (es decir, Don Gaspar), «alentado con esta musa, caminó para su casa, que era junto a San Juan, fabricada hoy de mejores ladrillos que arrojó a la Cruzada, y juntó a consejo a la parentela, entre los cuales eran el mayor injerto Don Baltasar de Zúñiga y el Conde de Monterrey»[819]. A pesar de la oscuridad de este párrafo —la acostumbrada en Novoa— era indudable que al hablar de los ladrillos de la Cruzada aludía a la Casa de la Cruzada, que estaba detrás de la de los Guzmanes, con una calle por medio que se llama de la Cruzada desde hace mucho tiempo, pero no todavía en los días del Conde-Duque, pues en los documentos de la época no se le da nunca nombre, designándola como «una vía que corre de San Salvador a Palacio».

Lo más sorprendente es que Mesonero había leído esta asignación en algún documento que no cita y lo había escrito en su Manual de Madrid[820], donde se lee, al describir la manzana 427 del barrio de San Juan, que su principal edificio era la Casa de la Santa Cruzada, que pasó después a la propiedad de la familia Herrera y luego a la del «Conde de Olivares, que reedificó la [casa] del Consejo de la Santa Cruzada para establecerse en ella». No se dio cuenta el cronista de Madrid que este Conde de Olivares era el Conde-Duque; y yo mismo, en la primera edición de mi libro, supuse que este Conde de Olivares era el padre de Don Gaspar.

Los documentos del Archivo de Protocolos[821] confirman esta asignación, que ya daba yo por segura, dando exactamente sus límites, que coinciden con los de la Casa de la Cruzada[822], y nos enteramos de los pormenores de la adquisición del edificio. Éste, como asiento del Tribunal de la Santa Cruzada, había pertenecido al Cabildo toledano, del cual pasó a la familia Herrera; y cuando Don Pedro de Herrera Ossorio y del Águila la vendió al futuro Conde-Duque se anotó, como una adición al larguísimo capítulo de enajenación, que dicho Cabildo ya nada tenía que ver con la propiedad. Los Herreras no debían andar sobrados de pecunia, pues cuando pidieron a Felipe III, en 1617, licencia para vender la casa, alegaban que cuando fue incorporada al mayorazgo de los Herreras, por Don Pedro de Herrera, abuelo del dueño actual, era «muy vieja y se está cayendo, por lo cual está por alquilar lo más del año y en sus reparos se consume la mayor parte de los alquileres». Concedió el Monarca la autorización y la casa salió, como ordenaba la ley, a pública subasta el día 27 de enero de 1620, pregonándola «Juan Martín, pregonero público, en alta voz, en la Platería y plaza de San Salvador de esta villa», «diciéndose habíanse de rematar en quien más diese por ella y que acudiese ante el escribano público a hacer la postura y pujas».

Sólo se presentó a la subasta Don Gaspar de Guzmán. Queda al espectador de hoy la duda de que el intrigante joven influyera con sobornos o con amenazas a la falta de otros postores; pero esto es mera suposición, y, además, es muy probable que a nadie conviniera más que a él la compra, pues la casa, ruinosa, requería mucho dinero para ser rehabilitada, tenía la molesta carga de huéspedes de Corte; y, además, por el precio de 9.000 ducados en que fue concedida, no era, en aquellos tiempos, una ganga. El hecho es que el 9 de marzo de 1620, «Don Gaspar de Guzmán, Conde de Olivares, gentilhombre de la Cámara del Serenísimo Príncipe nuestro señor, residente en su Corte, dijo que cumpliendo con lo que tiene tratado con Pedro de Herrera Ossorio, vecino de esta Corte, de muchos días atrás, hace postura en las casas principales de su mayorazgo [de Herrera], para las comprar en precio de 9.000 ducados, con la carga de huésped de aposento de Corte que tienen». La situación del edificio, cerca del Alcázar, al lado de sus familiares, los Guzmanes, justificaba su elección. Pronto se rehizo la vivienda. En el plano de Texeira aparece el edificio, ya recompuesto, con sus dos grandes torres, tal como, con arreglos ajustados a sus necesidades, la hemos conocido todavía, como Cuartel de Inválidos, hasta que fue derribada en 1933 para erigir en su solar una nueva casa de vecinos.

En diciembre de 1625, Don Gaspar, ya Conde-Duque de Olivares, recabó ante el notario Santiago Fernández, nueva copia de la escritura de venta de la Casa de la Cruzada. Corresponde a la fecha en que se confirmó el embarazo de su hija María. Es, pues, probable que preparara sus papeles para disponer la herencia de su presunto nieto, que no llegó a vivir.

Al caer el Conde-Duque en enero de 1643, la casa se deshizo. Cuando su viuda regresó de Loeches, se instaló en otras casas más modestas. Su hacienda estaba quebrantada y tal vez la vendió. Sobre el destino ulterior del inmueble hasta los tiempos modernos, he aquí algunos datos más: en el manuscrito[823] que se conserva en el archivo de los Condes de Revilla de la Cañada, que gracias a su amabilidad he consultado, constan los sucesivos poseedores de la finca: en 1554 lo fue Don Francisco Dueñas de Aragón, cobrador de las bulas de la Cruzada, que quedó a deber y fue embargado por Don Jerónimo Candiano, que la vendió a la familia de Herrera, regidor de Madrid, que fue también dueño de la casa de enfrente, la «de la Cruzada». El jefe de la familia Herrera, Don íñigo de Herrera y Velasco, Marqués de Auñón, la vendió, en 1603, a Don Pedro Ossorio de Guzmán, señor de la villa de Valdunquillo, hermano del futuro Conde-Duque, en 5.500 ducados. Pasó más adelante a la Casa de Alba, a la que pertenecía el mayorazgo que fundó Don Pedro, hasta que, por pleito que ganó, en 1729, la Condesa de Froman, pasó a la posesión de ésta. La adquirió después el Conde de Tres Palacios, que la permutó a Don José Collado por varias dehesas en Trujillo. Este Don José Collado era padre de la primera Condesa de Revilla de la Cañada, título que hoy posee la finca. Vivió y murió en ella el poeta Núñez de Arce. Tenía un arco que comunicaba con la iglesia de San Juan, en la que tenían tribuna los dueños: se ve en el plano de Texeira. Todos estos datos aparecen confirmados en la Planimetría de Madrid [(513), fol. 32 v. y 33 v.]. Véase también Martínez de la Torre (506) y Juan Francisco González [(109), f. 11]. Boix (43 y 44) y Castellanos (492).