APÉNDICE III: Fuentes para la enfermedad y muerte del Conde-Duque

Las podemos dividir en tres grupos: los papeles anónimos; los relatos de cronistas de la época que no presenciaron el final del ministro; y los informes de los médicos que le asistieron y de otros testigos, no médicos.

I. De los papeles anónimos hay uno titulado Muerte del Conde-Duque de Olivares (422), que es más conocido. En él, después de asegurar que la enfermedad comenzó el día 13 por la lectura de la carta que recibió del Rey, diciendo que sus vasallos pedían que le degollase, cuenta que se echó en la cama diciendo que era cierta su muerte, que se le fue el juicio, que no quiso comer, que estuvo así, sin conciencia, cuatro días, hasta el 17, en que, merced a una imagen de la Virgen de la Soledad y a una casulla de San Ildefonso, se logró cierta mejoría; pidió de comer y comió más de lo necesario y recibió los Sacramentos. Perdió otra vez la cabeza, y el día 22, fiesta de la Magdalena, murió. Esta versión añade que «los criados del Conde publicaron que la carta tenía algo del veneno con que le mató».

Otra relación anónima, fechada en 1 de agosto de 1645 (454), dice que Don Gaspar se sintió malo, que se iba hinchando, que le acometió gran melancolía y dolor de costillas. Confesó y comulgó entonces y «luego le dio el mal como de repente; dicen que fue erisipela y tabardillo y apoplejía». Volvió en sí con los remedios de un médico que vino de Valladolid, estando «en su cabal sentido diez horas; confesó, comulgó, le olearon y estuvo encerrada su mujer con él».

En las adiciones de Gayangos a las Cartas de jesuitas hay una en que copia un relato impuro de la muerte de Olivares, impreso en Lima, en 1646, por José Contreras [(491), XIX-435]. Según él, deliró desde el 15 al 19 de julio; en esta fecha recobró el sentido, que aprovecharon para sacramentarle y para testar, no lográndolo por la gravedad del mal, por lo que dio poderes a la Condesa; cayendo de nuevo en la inconsciencia hasta su muerte.

II. Los relatos de cronistas más importantes son los de Novoa y los del Padre González. Novoa, tan prolijo en los sucesos de la vida de Olivares, dedica muy pocas líneas a su muerte. Ya se copió su versión de que se originó el accidente final en el «arrebato de melancolía» que le causaron las noticias de la persecución inquisitorial contra Don Jerónimo Villanueva. Tuvo «un rapto de tabardillo que le tiró a la cabeza y un dolor en un lado en siete días; con tres intervalos que tuvo, dispuso sus cosas y su testamento». «Otros dicen procedió de hidropesía, natural enfermedad de poderoso y caído» [(201), IV-182].

Las relaciones del Padre Sebastián González son dos, una del 25 de julio, en la que diagnostica un tabardillo. Se levantó sin permiso, confesó, comulgó; y empeoró, perdiendo el juicio por la calentura. Tuvo después gran modorra, mas con «beneficios que le hicieron, volvió en sí y dio poder para testar a su mujer». Pero advierte el Padre Pereyra, a quien la carta va dirigida, que volverá a escribir cuando sepa noticias ciertas por el Padre Martínez Ripalda [(491), XVIII-125]. En 8 de agosto vuelve a escribir y admite la sospecha de que la causa del mal fue una carta que recibió de Zaragoza, del Rey; leyéndola perdió el juicio y empezó a disparatar. Le llevaron a la cama, donde duró cinco o siete días, según las versiones. El día antes de morir, «aplicándole una reliquia de la Santa Madre Teresa de Jesús y con beneficios que se le hicieron, volvió en sí, confesóse, recibió los Sacramentos, dio poder a la Condesa para que testase por él y murió; según unos —dice— tuvo hinchazón y tabardillo; según otros, delirio por una mala noticia» [(491), XVIII-127].

III. Los relatos de los médicos y testigos del trance final son los más importantes y anulan a los anteriores. Las declaraciones de unos y otros están profusamente repetidas en los folios del pleito (459 a 476). Pero, sobre todo, es esencial la lectura del informe que el Doctor Maroja publicó separadamente, pieza rarísima (474). Con las salvedades de un cierto alejamiento entre la fecha de la muerte y la de las declaraciones, y de posible desviación interesada de la verdad en algunos detalles, salvedades accesorias para la historia clínica, el relato del profesor de Valladolid permite rehacer los últimos días del proceso físico y psíquico de Don Gaspar y contribuye poderosamente a su diagnóstico retrospectivo.