APÉNDICE II: Fuentes para la caída del Conde-Duque

Las fuentes principales de la caída son la Relación, de Guidi; la Relación política, la Relación de lo sucedido, etc., y los relatos de Novoa y de los jesuitas.

a) La primera, la de Guidi (437), ha figurado con distintas atribuciones o como anónima hasta que Morel-Fatio identificó a su verdadero autor. El gran hispanista francés demuestra con certeza que el famoso relato de la caída, que tanto ha influido, por desdicha para la verdad, en la leyenda que el Conde-Duque se forjó en el siglo XVIII, se difundió por novelistas e historiadores en el XIX y ha llegado hasta nosotros, es del P. Guidi, de la Orden de Predicadores, que estuvo en España como enviado diplomático de Módena y escribió esta noticia, publicada en Ivrea en 1644.

No admiten discusión los argumentos a favor de esta paternidad del famoso documento. Ahora bien; ha de consignarse el hecho extraño de que en las numerosísimas versiones que, a raíz de la caída de Olivares y en los decenios posteriores circularon de él, no se mencione ni una sola vez el nombre del autor verdadero. Figuran siempre o como anónimas o como debidas a la pluma de «un embajador italiano», o bien con falsas atribuciones a autores diferentes, por ejemplo, a Pallavicino (207). Entre las anónimas, citaremos la versión italiana del Archivo Gonzaga, con el título: Relatione della caduta del Conte-Duca d’Olivares dalla gratia del Re Cattolico, casi análoga a la edición princeps, según las notas que de ella me envía mi ilustre amigo el Prof. Farinelli; e idéntica al ejemplar que con el mismo título se conserva en la B. N. (Madrid). Mss. 980. Hay una traducción francesa con el título: Relation de ce qui s’est possé en Espagne a la disgrace du Comt-Duc d’Olivares. París, 1658. Biblioteca Nacional (Madrid). Raros, 8693.

Las traducciones españolas son numerosísimas, debidas, sin duda, como dice Morel-Fatio, a manos de distintos traductores y muy alteradas por refundidores diferentes. Estas versiones españolas, de las que hemos leído y cotejado muchos ejemplares, se pueden dividir en dos grupos. El primero, el más alterado, es el atribuido a Quevedo. La «versión Quevedo» (438) (la llamaremos así para entendernos rápidamente) la publicó Valladares. La de este autor, con razones largas, como seguramente debida a la pluma del gran satírico español. Morel-Fatio, que era muy mal pensado, sospecha que fuera tal vez el mismo Valladares el autor de la atribución. No es exacto, pues varias de las copias manuscritas, entre ellas una de las mías, son, seguramente, de fecha muy anterior a la publicación del Semanario Erudito (1787), y en ella figura ya la nota que precede a la versión de éste: «Supónese que Don Francisco de Quevedo, en esta caída del Conde-Duque, etc.» En la «versión Guidi-Quevedo» hay varias omisiones del original italiano y, en cambio, se incluyen muchas adiciones, como las cartas de la Reina Isabel al Conde-Duque cuando vendió aquélla sus joyas, las cartas del Almirante de Castilla y el Duque de Alba contra el Conde-Duque y otras; sin contar con las frases, hábilmente embutidas en el texto, que tienden a cerciorar al lector de que fue su autor Don Francisco. Domina en esta «versión Guidi-Quevedo» una terrible animadversión contra Olivares, que centuplica la que ya de por sí puso Guidi en el relato; y esto hace más verosímil que la reconstrucción del papel sea de fecha muy próxima a la caída, cuando el odio al Valido estaba aún enconadísimo. Por esto y por los documentos que contiene, más o menos verídicos, merece ser citada aparte de la versión original.

El segundo grupo de versiones es también distinto de la versión príncipe, pero menos agresivo y con menos adiciones que en la «versión Quevedo». En este grupo la atribución unánime es a Don Eugenio Carreto, Marqués de Grana, embajador del Emperador de Alemania en Madrid, que, como es sabido, tomó parte muy activa en los sucesos políticos que precedieron a la caída del ministro. Adquirió, con este motivo, gran popularidad y la tendencia que entonces había a atribuir los relatos históricos a embajadores extranjeros hizo, sin duda y sin otra razón, bautizar este papel con el nombre de Grana. El interés de esta versión, que llamaremos «versión Carreto» (439), está en las notas marginales que ostentan la mayoría de los ejemplares; notas, como dice Morel-Fatio, «escritas por alguien bastante versado en la Historia de España» y, seguramente, no muy lejano de la época de la caída. El crítico francés reproduce estas notas en su estudio sobre Guidi (194), y nosotros hemos hecho también varias alusiones a ellas. Esta «versión Guidi-Carreto» es la más copiosa. He examinado tres ejemplares míos: uno en el volumen (310), con las notas; otro, muy incorrecto, letra del XVIII inicial; y el tercero, tampoco correcto, en un volumen de Papeles varios, de fecha de copia posterior. Conozco otros dos de la B. N. de Madrid. Mss. 10774 y 11052 (este último atribuido, con dudas, por Sánchez Alonso [(250), 515], a un Eugenio de Carreño (sic): es típicamente del grupo «Guidi-Carreto»); otro, bueno, del Instituto Jovellanos de Gijón (cuya esmerada copia debo al Sr. Moreno Villa); otro del volumen (292) de la B. del Duque de San Pedro. Y hay, seguramente, muchísimos más. Morel-Fatio cita y comenta el de la B. N. de París (Mss. 302). Al mismo grupo «Carreto» pertenecen la versión publicada por Arco (18) como inédita, que se conserva en el Archivo de la iglesia de Sieso (Huesca) y que, equivocadamente, atribuye a Don Juan F. Andrés de Ustarroz; y las comentadas por Werner (288), de los Archivos de München, Dresden y Stuttgart y la de Upsala, que estudió Hógberg (123). No hay que decir que la atribución a Carreto carece de todo fundamento. Hubiera bastado para darla por sospechosa el hecho de que en el texto se habla del propio Carreto despectivamente, diciendo que le llamaban «Sócrates borracho», aludiendo a las aficiones vinícolas que, al parecer, tenía el embajador tudesco. No obstante, aceptaron como indudable la paternidad de Carreto historiadores y eruditos tan eminentes como Silvela (256) y, modernamente, Astrana Marín (266).

Aparte ya del problema del autor y de las diferentes versiones, que queda definitivamente examinado, el relato de Guidi es interesante porque da idea de la pasión que alucinaba entonces a las gentes, incluso a los investidos, como este Guidi, de la autoridad de un hábito y de un cargo de embajador. Ahora, como documento verídico, es recusable, y el valor que le dio Morel-Fatio es incomprensible. Es curioso que Morel-Fatio, tan puritano para juzgar las fuentes de los demás investigadores, da como argumento de la veracidad de Guidi el que Justi lo cita mucho: como si Justi —admirable crítico— fuera infalible. En Guidi hay no solamente muchas mentiras, sino que su pasión malintencionada ha sido una de las fuentes importantes de la falsificación de este pasaje de la Historia de España.

b) La Relación política (450) parece, en efecto, como su título reza, escrita por un italiano, fuere o no embajador. Contiene detalles interesantes, en muchos pasajes análogos a los de Guidi o Roca (455). Es, desde luego, antiolivarista, aunque no tan apasionada como el relato de Guidi.

c) La Relación de lo sucedido, etc. (452), está escrita por un autor anónimo, antiolivarista, pero no muy destemplado. Da la impresión de que era, realmente, un vecino de Madrid, y aporta datos curiosos y, sobre todo, la impresión de haber vivido la verdad y la pasión, deformadora de la verdad; pero verdad ella también. La utiliza bien Lafuente (138).

d) El relato de Novoa (201) es lo menos verídico de sus Memorias, siempre propensas a las deformaciones pasionales, cuando hablaba de sus enemigos (y lo era casi todo el género humano). Además, en esta ocasión no estaba en Palacio y habla por referencias.

e) Las Cartas de los jesuitas (491) contienen detalles muy interesantes de la caída; son, sin duda, el documento más aprovechable. La información procedía, probablemente, de los jesuitas confesores del propio Ministro.