SIR GAWAIN
Y EL CABALLERO VERDE

[94]

Es un gran honor ser invitado a pronunciar una conferencia en esta antigua universidad, y bajo el ilustre nombre de W. P. Ker. Una vez se me permitió utilizar por un tiempo su copia de Sir Gawain y el Caballero Verde. Quedaba demostrado en ella, de modo patente, que había leído esta obra con minuciosa atención, como era habitual en él, a pesar de la enorme gama de sus lecturas y su experiencia literaria.

Es en efecto un poema que merece una atención minuciosa y detallada, y después de eso (no antes, de acuerdo con una costumbre demasiado común entre la crítica) una consideración cuidadosa, y una re-consideración. Se trata de una de las obras maestras del arte del siglo XIV en Inglaterra, así como de la literatura inglesa en conjunto. Es una de esas obras excelsas que no sólo tienen que soportar el vaivén de las aulas y convertirse en una lectura obligatoria (la prueba más severa), sino que además debe ceder más y más bajo esa presión. Porque pertenece a esa especie literaria que tiende sus profundas raíces hacia el pasado, más profundas incluso de lo que su autor llegó a prever. Está hecha de cuentos recitados frecuentemente antes y en otras partes, y de elementos que derivan de tiempos remotos, más allá de la visión o la conciencia del autor, como Beowulf, o algunas de las más importantes obras de Shakespeare, tales como El Rey Lear o Hamlet.

Se trata de una cuestión interesante: cuál es este sabor, esta atmósfera, esta virtud que poseen obras tan enraizadas, y que compensa por los inevitables fallos e imperfectos ajustes que aparecen invariablemente cuando las tramas, los motivos o los símbolos son retomados y forzados al servicio de las mentes cambiadas de una época posterior, y empleados para la expresión de ideas bastante diferentes de aquéllas que las produjeron. Pero aunque Sir Gawain sería un texto muy adecuado para una discusión acerca de esta cuestión, no es ésa la clase de asunto [95] sobre el que quiero hablar hoy. No estoy interesado en este momento en la investigación sobre los orígenes del cuento o sus detalles, o en la cuestión de cómo le llegaron exactamente al autor de este poema, antes de que se pusiera a trabajar sobre él. Quiero hablar sobre su modo de abordar la materia; o más concretamente, del proceso mental que siguió mientras escribía y (no lo dudo) reescribía la historia, hasta que ésta alcanzó la forma que ha llegado hasta nosotros. Pero la otra cuestión no debe quedar en el olvido. La antigüedad, como un decorado lleno de figuras, está siempre presente, en un segundo plano. Detrás de nuestro poema acechan las figuras del antiguo mito, y entre los versos se dejan oír los ecos de cultos arcaicos, creencias y símbolos remotos desde la conciencia de un educado moralista (pero también poeta) de finales del siglo XIV. Su historia no trata de esas cosas antiguas, pero sí recibe parte de su vitalidad, su carácter vivido y su tensión de ellas. Así es como ocurre con los más grandes cuentos de hadas —de los que éste es uno—. En efecto, no hay mejor medio para la enseñanza moral que un buen cuento de hadas (término con el que me refiero a una verdadera historia de profundas raíces, contada como cuento, y no a una alegoría moral pobremente disfrazada). Cosa que, según parece, el autor de Sir Gawain supo comprender; o sintió de modo instintivo, más que de manera consciente: porque siendo un hombre del siglo XIV, centuria seria, didacta, de saber enciclopédico, por no decir un siglo pedante, más que volver a la fantasía, la heredó.

Así que, dejando aparte las numerosas novedades sobre las que uno podría confiar decir algo nuevo —incluso ahora, cuando este poema se ha convertido en el tema de diversas ediciones, traducciones, discusiones y numerosos artículos, tales como el Juego de la Decapitación, el Peligroso Anfitrión, el Hombre Verde, la mítica figura del Sol que se perfila detrás del cortés Gawain, sobrino del rey Arturo, de la misma manera, si bien más remota, que el Niño-oso acecha tras el heroico Beowulf, sobrino del rey Hygelac; o tales como la influencia irlandesa en Britania, y la influencia de ambas sobre Francia, así como la respuesta francesa; o descendiendo a la época de nuestro autor, la «revitalización del verso aliterado» y el debate contemporáneo sobre su empleo en la narrativa, casi perdido ahora, [96] salvo por los breves ecos que hay en Sir Gawain y en Chaucer (que, creo, conocía Sir Gawain y probablemente también al autor)—; aparte de todas éstas y otras cuestiones que el título Sir Gawain y el Caballero Verde podría sugerir, deseo volverme a una, más descuidada y, con todo, pienso, más esencialmente importante: el meollo, la mismísima clave del poema tal y como fue finalmente compuesto; su gran tercera parte, y dentro de ella, la tentación de sir Gawain y su confesión.

Al hablar de este asunto, la tentación y confesión de Gawain, doy por supuesto, desde luego, un conocimiento del poema completo, bien en original o traducido. Donde se hace esencial la cita, emplearé una traducción que acabo de completar, ya que la he confeccionado con dos objetivos (hasta cierto punto, espero, conseguidos): conservar la métrica original y la aliteración, sin la que la traducción sirve de poco, excepto como un plagio; y para conservar, mostrar en un idioma moderno inteligible, la nobleza y cortesía de este poema, escrito por un poeta para quien la «cortesía» significaba tanto.

Dado que no estoy hablando del poema como un todo, o de su admirable construcción, tan sólo debo apuntar aquí un aspecto, que resulta significativo para mi propósito. El poema está dividido en cuatro partes o cantos, pero el tercero es con mucho el más extenso; ocupa bastante más de una cuarta parte de la totalidad (872 versos de un total de 2530): un indicador numérico, como si dijéramos, del auténtico interés del poeta. Y, sin embargo, de hecho él ha intentado ocultar la evidencia numérica por medio de la unión, hábil aunque artificial, de parte de lo que en realidad pertenece a la situación de la tercera parte a la segunda. La tentación de sir Gawain comienza en realidad en la estrofa 39 (verso 928) —si no antes— y se prolonga durante más de mil versos. Todo lo demás es, por comparación —aun cuando alcanza dimensiones altamente pictóricas—, superficial. La tentación era para este poeta la raison d’être de su poema; todo lo demás era para él escenario, fondo o maquinaria añadida: un artificio para introducir a sir Gawain en la situación que él deseaba estudiar.

De lo que se expone antes, por lo tanto, sólo debo hacerles memoria brevemente. Tenemos el escenario, con un breve esbozo de la magnificencia de la corte artúrica en medio de [97] la más gloriosa fiesta del año (para los ingleses), la fiesta de Navidad. En la cena de la víspera de Año Nuevo irrumpe en la estancia un enorme Caballero Verde sobre un caballo verde, con un hacha verde, y lanza su desafío: cualquier hombre en la corte que tenga coraje puede tomar el hacha y descargar sobre el Caballero Verde un único golpe sin encontrar oposición, a condición de que prometa después de un año y un día permitir al Caballero Verde que devuelva el golpe sin oposición.

En la escena es sir Gawain quien recoge el desafío. Pero de todo esto quiero solamente destacar un importante aspecto. Desde el mismísimo principio podemos ya damos cuenta del propósito moral del poeta, o en una segunda lectura, después de ponderarlo. Es necesario para la tentación que las acciones de Gawain sean susceptibles de aprobación moral; y en medio de toda la «fantasía», el poeta hace lo imposible por mostrar que lo son. Gawain acepta el desafío para rescatar al rey de la falsa posición en la que su ímpetu le ha colocado. El motivo de Gawain no es el orgullo, no es la jactancia, no es siquiera la despreocupada frivolidad de unos caballeros lanzando absurdos juramentos y votos en medio de las francachelas de Navidad. Su motivo es humilde: proteger a Arturo —su pariente mayor, su rey, cabeza de la Tabla Redonda— del ultraje y el peligro; y a cambio corre el riesgo él mismo, el menor de los caballeros (como declara), y aquél cuya pérdida podría ser soportada más fácilmente. Por lo tanto se implica en el asunto, al menos en la medida en que un cuento de hadas podía permitirlo, por una cuestión de honor, deber y sacrificio. Y dado que el carácter absurdo del desafío no podía ser del todo eliminado —absurdo, sí, es decir, si la historia ha de ser conducida sobre un plano moral serio, en el que cada acción del héroe, Gawain, tiene que ser analizada y juzgada moralmente—, el propio rey es criticado, tanto por el autor, en su posición de narrador, como por los señores de la corte.

Un aspecto más, sobre el que volveremos después. Desde el principio Gawain es engañado, o al menos se le tiende una trampa. Acepta el desafío, asestar el golpe quat-so bifallez after («sean cuales fueren las consecuencias») y en el lapso de un año presentarse, sin sustituto o ayudante, para recibir un golpe [98] a cambio, con cualquier arma que el Caballero Verde elija. Apenas ha aceptado el reto, se le dice que deberá buscar al Caballero Verde para recibir su pago en la región sin nombre en que éste habita. Acepta esta onerosa adición. Pero una vez ha descargado el golpe y decapitado al Caballero, la trampa se revela; porque el desafiante no está muerto; recoge su cabeza, vuelve a subir a lomos de su caballo y parte al galope, después de que la horrible y severa cabeza, sostenida en alto en su mano, haya prevenido a Gawain que debe ser fiel a su palabra.

Ahora bien, es posible que ni nosotros ni, sin duda, gran parte de la audiencia de nuestro poeta nos sorprendamos por esto. Si nos presentan a un hombre verde, de cara y cabellos verdes, a lomos de un caballo verde, en la corte del rey Arturo, lo que esperamos es magia, y pensamos que Arturo y Gawain deberían haber esperado eso también. Como parece haber hecho la mayoría de los presentes: «un fantasma surgido del reino de las hadas» (11. 240). Pero el poeta estaba, por así decirlo, determinado a dar por supuestos los elementos y la maquinaria del relato y dedicarse más bien a examinar los problemas de conducta, especialmente en lo que respecta a sir Gawain, que fue quien se levantó. Una de las cosas que más ocupan su atención es la lewté, «conservar la fe». Es por tanto muy importante considerar desde el principio y de modo preciso la relación entre el Caballero Verde y Gawain, y la naturaleza exacta del acuerdo entre ellos, igual que si estuviéramos tratando con un posible y normal acuerdo entre dos caballeros. De ese modo el poeta está intentando indicar que la magia, aunque podría temerse como una posibilidad por el desafiado, es ocultada por el desafiante en los términos del trato. El rey acepta el desafío en su valor aparente, como una señal de locura: es decir, está pidiendo que se le mate allí mismo; y después, cuando Gawain está preparando su golpe:

—Procura, sobrino —dijo el rey—, asestar el golpe de una vez; que si das con acierto, tengo por seguro que no te vendrá peligro alguno del golpe que él te devuelva.(17. 372-374)

Y así, aunque la buena fe de Gawain queda maniatada —por sus propias palabras: quat-so bifallez after—, su oponente de hecho [99] ha ocultado que no podía resultar muerto de ese modo, pues está protegido por la magia. Y entonces Gawain queda comprometido en una peligrosa búsqueda y en un viaje cuyo fin será probablemente su muerte. Porque él no tiene (aún) magia alguna; y cuando llegue el momento deberá afrontarla como libertador de su rey y pariente, y defensor del honor de su orden, con valor resuelto y lewté, solo y desprotegido.

Llega por fin el momento, y sir Gawain se prepara para partir en busca del Caballero Verde y la Verde Capilla donde se ha establecido la cita. Y entonces, el poeta al menos no deja lugar a dudas, sea cual sea la opinión que a ustedes les merezca mi introducción acerca de las consideraciones éticas sobre la primera parte, y la escena de cuento de hadas de la Decapitación. Describe la armadura de sir Gawain, y aunque ahora pueda sorprendemos más bien por el contraste de su escarlata brillante y su reluciente oro con el verde del desafiante, y su posible significado, el interés del poeta no está ahí. De hecho, respecto a los arreos, lo deja todo dicho en tan sólo unos pocos versos, y el color rojo (red y goulez) es nombrado sólo en dos ocasiones. Es el escudo lo que le obsesiona. El escudo de Gawain lo emplea, en efecto, para pregonar bien a las claras su propia idea y propósito, y por eso le dedica tres estrofas completas. Sobre el escudo impone —y podemos emplear deliberadamente esta palabra, puesto que aquí tenemos, más allá de toda duda, un añadido de su invención—, en vez de los blasones heráldicos que se encuentran en otros romances —el león, el águila o el grifo—, el símbolo del pentáculo. Ahora no importa demasiado qué significado o significados se adscriben en otros lugares o en tiempos anteriores a este símbolo.[68] Del mismo modo que importa poco qué otros o más antiguos significados iban unidos al verde o al rojo, al acebo o a las hachas. Porque la significación que el pentáculo ha de tener en este poema es evidente —en sentido general, claro—:[69] ha de presagiar, en efecto, la «perfección», pero la perfección en la religión (la fe cristiana), en la piedad y en la vida moral, y en la cortesía que fluye a partir de ahí en las relaciones humanas; perfección y un vínculo perfecto e inquebrantable entre los planos más elevados y los inferiores. Es con este signo sobre su escudo (y según nos enteramos después, también bordado sobre la cota de malla de su armadura), impuesto allí por [100] nuestro poeta (ya que las razones que da para su uso son en sí mismas y en el estilo de su enumeración tales, que el propio sir Gawain posiblemente no podría haberlas tenido, menos aún manifestado abiertamente), es con este signo que sir Gawain parte de Camelot.

Su largo y peligroso viaje en busca de la Capilla Verde es descrito brevemente, y en general de manera correcta. Es decir, aun cuando en algunos lugares sea superficial y en otros oscura para los comentaristas, la descripción es correcta para el propósito del poeta. Está ansioso ahora por alcanzar el castillo de la tentación. No tenemos que preocuparnos en esta ocasión por aspectos ulteriores hasta que el castillo aparezca a la vista. Y cuando lo haga, deberemos estar atentos a lo que el autor ve en él, no a los materiales con los que pueda parecemos que lo ha construido.

¿Cómo encuentra Gawain el castillo? Como respuesta a la oración. Ha estado virando desde la fiesta de Todos los Santos. Estamos en la víspera del día de Navidad, y él se encuentra perdido en un país salvaje y extraño de enmarañados bosques; pero su máxima preocupación es no faltar a la misa de la mañana de Navidad. Se encontraba

cruzando solitario pantanos y lodazales, temeroso de no poder asistir, por mala fortuna, al oficio del Señor, que esa misma noche había nacido de virgen para redimimos de nuestras aflicciones. Y suspirando decía: —Te suplico, Señor, y a ti, María, la más dulce y querida de las madres, que encuentre un refugio donde pueda oír misa con el debido recogimiento, y maitines por la mañana: humildemente lo pido, y rezo el Padrenuestro y el Avemaría y el Credo.(32. 750-758)

Es después que ha rezado así, y hecho un acto de contrición, habiéndose santiguado tres veces, cuando repentinamente divisa a través de los árboles el hermoso castillo blanco, y pica espuelas aventurándose hacia una cortés bienvenida, y la respuesta a su plegaria.

Aparte cualesquiera otras antiguas piedras que puedan haberse utilizado en la construcción de la resplandeciente aunque sólida magnificencia de este castillo, sea cual sea el giro que [101] pueda tomar el relato, sean cuales fueren los detalles que pueda descubrirse que el autor heredó y pasó por alto o no acertó a encajar en su nuevo propósito, una cosa está dara: nuestro poeta no conduce a Gawain a una guarida de demonios, enemigos de la humanidad, sino a una estancia cortés y cristiana. Allí se venera la Corte de Arturo y la Tabla Redonda; y allí también repican las campanas de la iglesia tocando a vísperas, y sopla el amable aire de la cristiandad.

Por la mañana, cuando los hombres conmemoran la hora en que, para morir por nosotros, nació Nuestro Señor, la alegría por El despierta en todos los hogares del mundo. Y así aconteció allí en aquel día de fiesta.(41. 995-998)

Allí, aunque durante poco tiempo, había de sentirse Gawain como «en casa», encontrarse de modo inesperado en medio de la vida y la sociedad que más le agradaban, y donde su especial habilidad y placer en la conversación cortés podían asegurarle el más alto honor.

Sin embargo su tentación ha comenzado. No nos daremos cuenta, quizás, en una primera lectura, pero cualquier reconsideración revelará que tan extraño cuento, este mayn meruayle (creamos en él o no), ha sido cuidadosamente reelaborado por una mano diestra dirigida por un ingenio sabio y prudente. Es en el mismo escenario al que Gawain está acostumbrado, y en el que hasta ahora se ha granjeado la más elevada reputación, donde va a ser probado, dentro de la cristiandad y por lo tanto como cristiano. Él mismo y todo aquello por lo que lucha va a ser aquilatado.

Y si el pentáculo, con su toque de pedantería ilustrada, al parecer en pugna con el instinto artístico de un poeta narrativo,[70] y pudo por un momento habernos hecho temer que íbamos a perder el Reino de Fantasía a cambio sólo de una alegoría formal, quedamos ahora rápidamente reafirmados. La perfección puede habérsele otorgado a Gawain como una medida por la que luchar (ya que sólo con un ideal no menor podría alcanzar una perfección semejante), pero él no es presentado como una alegoría matemática, sino como un hombre, un ser humano individual. Su misma cortesía procede no solamente de los ideales, [102] o de las modas de su tiempo imaginario, sino de su propio carácter. Disfruta intensamente de la dulce compañía de damas gentiles, y le conmueve profundamente la belleza. Así es descrito su primer encuentro con la hermosa Señora del Castillo. Gawain ha asistido a las vísperas en la capilla, y cuando han terminado la dama se adelanta desde su sitial privado.

Y salió de su pequeño retiro acompañada de preciosas doncellas. Su rostro, la carne y el color de su piel, la proporción de su cuerpo y el encanto de sus ademanes la hacían la más hermosa de las mujeres, aventajando a la propia Ginebra a juicio de Gawain. Cruzó éste el presbiterio y fue a presentar sus respetos a la bellísima dama (…)(39. 942-946)

Sigue una breve descripción de su belleza en contraste con la vieja, arrugada y desagradable dama que la acompaña:

Pues si la una era joven, la otra en cambio tenía la tez amarilla. Un intenso matiz sonrosado encendía el rostro de una; profundas arrugas surcaban las mejillas de la otra. El tocado de la una estaba adornado con múltiples perlas, y su cuello blanco y desnudo y su pecho brillaban como la nieve caída sobre las montañas; la otra, al contrario, envolvía su cuello con un griñón y ocultaba su barbilla oscura con velos blancos (…)(39-95I-958)

Cuando vio Gawain su gracia y donosura, pidió licencia al señor para acompañar a las damas; saludó a la de más edad con una profunda reverencia, y abrazó con gentileza a la más hermosa, la besó cortésmente, y le habló como cumplido caballero.(40. 970-974)

Y al día siguiente, en la cena de Navidad es colocado en el estrado junto a ella, y de toda la alegría y esplendor de la fiesta, el autor (como él mismo dice) sólo está interesado en dibujamos su felicidad.

Pero sé que Gawain y la hermosa dama gozaron en discreta compañía, entregados a dulces y limpias confidencias, [103] con cuyas delicias ninguna principesca diversión se puede comparar. Tocaron trompas y tambores, y ejecutaron las flautas muchos aires; cada uno procuró su propio gozo, mientras ellos dos se abandonaban a aquél que compartían.(41. 1010-1019)

Ésta es la puesta en escena, pero la situación no está aún preparada del todo. Aunque Gawain se toma un respiro por un tiempo, no olvida su búsqueda. Durante cuatro días disfruta de la diversión, pero al caer la tarde del cuarto día, cuando tan sólo quedan tres para que termine el viejo año antes del citado Día de Año Nuevo, solicita permiso para partir al despuntar el día. No dice sobre su misión más que está obligado a tratar de encontrar un lugar llamado la Capilla Verde y alcanzarlo en la mañana del Año Nuevo. Entonces recibe aviso del señor de que puede descansar y divertirse tres días más y completar la cura de todos los trabajos de su viaje, porque la Capilla Verde no dista más de dos millas. Se buscará un guía que le conduzca allá la mañana señalada.

En este punto el autor realiza una de sus muchas y hábiles combinaciones entre elementos del antiguo cuento de hadas y el personaje de Gawain tal y como lo está describiendo a fin de suministrar la maquinaria de su propia versión. En lo que viene a continuación atisbamos al Peligroso Anfitrión que debe ser obedecido en cada mandato, por absurdo o injurioso que pueda parecer, pero vemos también ese ardor de cortesía —casi podríamos decir impetuoso en exceso— que caracteriza a Gawain. De igual manera que cuando consideraba el pacto con el Caballero Verde dijo generosamente «sean cuales fueren las consecuencias», comprometiéndose así a mucho más de lo que había esperado, del mismo modo exclama ahora con gozo y gratitud:

—Os doy las gracias sinceramente, más que por ninguna otra cosa. Ahora que veo cumplida mi demanda, me quedaré, como es vuestro deseo, y haré todo aquello que gustéis. (44. 1080-1082)

Inmediatamente, el señor se acoge a esto, y le toma la palabra: Gawain ha de quedarse en la cama hasta tarde, y luego [104] pasar los días con la dama, mientras el señor sale de cacería. Y entonces se propone un pacto igualmente absurdo.

—Sin embargo —dijo el señor—, acordaremos una cosa más: aquello que yo consiga en el bosque será para vos; a cambio, me daréis lo que vos obtengáis aquí. Juremos hacerlo así, mi buen amigo, sea la suerte flaca para el uno y mejor para el otro.

—¡Por Dios —exclamó el buen Gawain— que accedo en todo, y me agrada el juego que proponéis!

—¡Hecho, pues! ¡Así será el trato! ¿Quién nos trae de beber? —dijo el señor de aquella tierra.

Y todos rieron. Y bebieron, bromearon y disfrutaron cuanto quisieron, dichos señores y las damas. Luego, siguiendo la costumbre de Francia, y con muy corteses y refinadas palabras, se levantaron hablando en voz baja, y se despidieron con un beso.

Con fíeles criados y antorchas encendidas, fueron escoltados finalmente hasta sus aposentos. Sin embargo, antes de dormirse, Gawain meditó largamente sobre los términos de aquel extraño trato: sin duda el viejo señor de aquellas gentes sabía jugar a aquel juego.(45. 1105-1125)

Así concluye la segunda parte y comienza la gran tercera parte, sobre la que deseo hablar de modo especial. Poco diré sobre su admirable construcción, pues ya ha sido comentada con profusión más arriba. En efecto, aparte del interés circunstancial que podamos sentir por los detalles del deporte de la caza, su excelencia es bastante obvia para cualquier lector atento: el modo en que las cacerías son intercaladas entre las tentaciones; el significativo declive desde las manadas de ciervos (de auténtico valor económico en invierno) muertos en la primera cacería a la «sucia piel de zorro» del último día, en contraste con el creciente peligro de las tentaciones; el propósito dramático de las partidas de caza, no sólo para marcar el tiempo y conservar una doble perspectiva sobre los tres actores principales, que permanecen siempre en un primer plano, sino también por cuanto que alargan y dan mayor consistencia a esos tres días vitales del año en que transcurre la acción general: todo esto no necesita [105] elaboración.[71] Pero las cacerías poseen también otra función, esencial de cara al tratamiento del cuento en esta versión, que se adecúa más a mi propósito. Como ya he indicado, cualquier consideración sobre análogos, especialmente los menos elegantes, o aun más, cualquier examen atento de nuestro texto sin remitirse a otros, dará la impresión de que nuestro poeta ha hecho cuanto ha podido por transformar el lugar de la tentación en un castillo caballeresco real donde rigen las leyes de la cortesía, la hospitalidad y la moralidad, no un espejismo fruto de un encantamiento o una morada de hadas. Las cacerías ocupan un importante lugar en este cambio de atmósfera. El señor se comporta como cabría esperar de un auténtico señor opulento en esta época del año. Debe quitarse de en medio, pero no permanece misteriosamente distante, o se desvanece como por arte de magia. Su ausencia y la ocasión para la dama quedan así explicadas de modo natural; y esto ayuda a hacer de las tentaciones algo también más natural, y por tanto a colocarlas en un plano moral normal.

No habría —y creo que ésa era la intención del autor— mayor sospecha en la mente de los que fueron su público original y sus lectores[72] de la que había en la de sir Gawain (como queda claramente demostrado); y, sin embargo, las tentaciones no eran sino un ardid, uno más de tantos peligros y pruebas por los que había tenido que pasar desde que saliera (engañado) de la Corte, y cuyo fin era destruirle o causarle una gran desgracia. De hecho es posible preguntarse si el autor no ha ido demasiado lejos. ¿No presenta su plan un evidente punto flaco? Todo —aparte quizá de la desacostumbrada aunque no increíble magnificencia—, todo es tan normal en el castillo que, al reflexionar, la pregunta debe surgir rauda: «¿Qué habría pasado si Gawain no hubiera superado la prueba?» Porque nos enteramos al final de que el señor y la dama estaban conchabados; no obstante la prueba tenía la intención de ser real, de procurar, a ser posible, la caída de Gawain y la desgracia de su orden. La dama era de hecho su vehemente enemigo. ¿Con qué protección contaba ella entonces, si su señor estaba lejos, gritando y cazando en el bosque? No cabe responder a esta pregunta señalando a arcaicas y bárbaras costumbres, o a historias en las que aparecen reminiscencias de ellas. Porque nosotros no estamos en ese mundo, y si en efecto el autor conocía [106] algo de aquello, lo ha rechazado del todo. Pero lo que no ha rechazado es la magia. Por tanto, podríamos decir que el cuento de hadas, aunque encubierto o tomado como parte de la maquinaria de los acontecimientos, está tan integrado en esta parte de la narración como en aquéllas en las que resulta más obvio e inalterado, como la incursión del Caballero Verde. Sólo fayryze (240) bastará para hacer inteligible la trama del señor y la dama, susceptible de un tratamiento en el mundo imaginado que el autor ha inventado. Debemos suponer que del mismo modo que sir Bertilak podría tomarse de nuevo verde y cambiar de apariencia para la cita en la Capilla, así la dama podía protegerse a sí misma por medio de algún cambio súbito, o de un poder destructor, al que sir Gawain habría quedado expuesto al caer en la tentación, aunque sólo fuera en su fuero interno.[73] Si tenemos esto en mente, entonces quizá la «debilidad» se trueque en fuerza. La tentación es real y peligrosa en extremo en el plano moral (ya que es la forma en que Gawain ve las circunstancias lo único que importa en ese plano);[74] de todos modos, en un segundo plano, los que son capaces de percibir el aire de la fantasía en un romance perciben una terrible amenaza de desastre y destrucción. La lucha se intensifica hasta un grado que ninguna historia realista sobre cómo un piadoso caballero resistió a la tentación del adulterio (siendo un invitado) difícilmente podría alcanzar.[75] Es una de las propiedades del cuento de hadas engrandecer así la escena y a los actores; o más bien se trata de una de las cualidades que son destiladas por la alquimia literaria cuando las antiguas historias de profunda raigambre son retomadas por un auténtico poeta dotado de una imaginación propia.

En mi opinión, por tanto, las tentaciones de sir Gawain, su comportamiento bajo su influjo, así como la crítica de su código, eran para nuestro autor la esencia del relato, a la que todo lo demás estaba subordinado. No argumentaré esta opinión. El peso, la longitud y la detallada elaboración de la tercera parte (y del final de la segunda parte, donde se plantea la situación) son, como ya he dicho, evidencia suficiente para demostrar dónde se centraba principalmente la atención del poeta.

Así pues, volveré ahora a las escenas de las tentaciones, en especial a aquellos puntos que resultan en ellas más significativos, como creo, acerca de la visión y el propósito del autor: [107] las claves a la pregunta «¿de qué trata realmente este poema?» tal y como nos lo presenta. Para este propósito se hace necesario tener frescas en la memoria las conversaciones de Gawain y la Señora del Castillo.

(En este punto fueron leídas en voz alta las escenas de las tentaciones, traducidas.)[76]

De estas escenas seleccionaré algunos puntos para comentar. El 29 de diciembre la dama va a la habitación de Gawain antes de que esté del todo despierto, se sienta en el borde de la cama, y cuando él se incorpora le rodea con sus brazos (49. 1224-1225). Ella le dice que todo va bien, y lanza su acérrimo asalto. Creo que es importante decir aquí que aunque algunos críticos han sostenido que esto es un error por parte de ella (lo cual en realidad significa tan sólo un error por parte del poeta), ciertamente son ellos los equivocados. La dama es bellísima, Gawain se sintió profundamente atraído por ella desde el principio —como hemos visto— y no sólo es severamente tentado en esta ocasión, sino por la declaración de la dama (49. 1235-1240) de que la tentación persiste con fuerza a lo largo de todos sus tratos con ella. De ahí en adelante, toda su conversación y charla se deslizan continuamente hacia el adulterio.

Tras la primera tentación, no se narra ninguna conversación privada entre Gawain y la dama (excepto en la habitación de él) —él aparece, bien con ambas damas, o bien, cuando el señor regresa, en compañía—, a excepción tan sólo de la tarde que sigue a la segunda tentación. Y bien podemos considerar el cambio que se ha operado, al contrastar el episodio tras la cena del 30 de diciembre con la distendida atmósfera en la cena del día de Navidad (que ya he recitado en la p. 102):

Entonces empezó gran alboroto de voces y alegría en torno al fuego encendido en el suelo, y durante la cena, y después, se cantaron muchas y nobles canciones, cánticos de Navidad y bailes nuevos, en medio de toda la alegría que el hombre es capaz de expresar cortésmente. Y durante todo el tiempo estuvo nuestro noble caballero junto a la dama. Y mostró ella una actitud tan cautivadora hada el caballero, con furtivas y halagadoras miradas, que le hizo sentirse asombrado, y descontento en el fondo. Sin embargo, por buena crianza, [109] no quiso corresponder con frialdad a sus insinuaciones; así que la trató con cortesía, aunque la situación era contraría a la virtud.(66. 1652-1663)

Creo que ésta es una traducción justa de un pasaje que contiene ciertas dificultades verbales, y posiblemente textuales; pero ni esta versión ni la original deben ser mal interpretadas. El talante de Gawain no es el de quien ha sido desdeñado o disgustado, sino el de un hombre que no sabe qué hacer. Se mueve entre las angustias de la tentación. Toda su educación le empuja a continuar con el juego, pero la dama ya ha dejado al descubierto lo vano y endeble de su «educación», que es un arma peligrosa en tal situación, tan peligrosa como un puñado de hermosos cohetes cerca de un arsenal de pólvora. Inmediatamente después, el miedo o la prudencia aconsejan la huida, y Gawain intenta escapar a la promesa de cumplir el ruego del señor y quedarse tres noches más. Pero queda atrapado una vez más por su cortesía. No tiene excusa mejor que ofrecer que la cercanía del momento de su cita, y decir que mejor haría en partir por la mañana. Esto es fácilmente rebatido por el señor, pues insinúa que está poniendo en duda su buena fe, y reitera su palabra a sir Gawain de que llegará a la Capilla Verde a tiempo. Lo que viene a continuación deja claro que este intento de huida por parte de Gawain se debe a una sabiduría moral (es decir, al temor de sí mismo) y no al disgusto.

Aparte de este indicio, sin embargo, en las dos primeras escenas el autor se ha contentado con narrar acontecimientos y dichos sin revelar los sentimientos de Gawain (o sus propios puntos de vista). Pero tan pronto como llegamos a la tercera escena, el tono cambia. Hasta entonces Gawain se ha visto envuelto principalmente en un problema de cortesía, y le vemos utilizando las agudezas y buenas maneras por las que es reconocido como hombre hábil en extremo, e incluso (hasta la tarde del 30 de diciembre) con una segura confianza. Pero con las estrofas 70 y 71 (versos 1750 y ss.) llegamos al «meollo» del asunto. Gawain está ahora en grave peligro. La sabia huida se ha demostrado imposible, a no ser que rompa su palabra y las reglas de cortesía ante su anfitrión.[77] Su sueño ha sido oscuro y se ha visto turbado por el miedo a la muerte. Y cuando aparece la dama [109] de nuevo, la saluda con absoluto placer, deleitándose en su belleza. La última mañana del año viejo ella se presentó una vez más en su habitación:

vestida con un rico manto largo hasta el suelo, forrado con finas pieles primorosamente ordenadas, sin otro adorno en la cabeza que las piedras preciosas que se distribuían por docenas en su redecilla. Con su dulce rostro, su cuello desnudo, y al aire la espalda y el pecho, traspuso la puerta de la cámara cerrando tras ella; abrió la ventana y llamó al caballero, saludándole con graciosas palabras para animarle.

—¡Ah, señor!, ¿cómo podéis dormir con una mañana tan clara?

Él, aunque profundamente dormido, oyó que le llamaban.

Sumido en inquieto sueño, como el hombre que es asaltado por lúgubres pensamientos, el noble caballero murmuró algo acerca de qué le depararía el destino el día en que se enfrentase con el hombre de la Capilla Verde y recibiese el golpe que justamente le correspondía sin que mediase combate. Pero al entrar la encantadora dama, recobró su conciencia, desechó aquellos malos sueños, y contestó apresuradamente. Se acercó ella sonriendo dulcemente; e inclinándose sobre su rostro hermoso, lo besó hábilmente.

El caballero la acogió con alegre saludo; y al verla tan espléndidamente vestida, tan perfecta en su semblante y tan graciosa en sus facciones, al punto se le inflamó el corazón. Con dulces y tiernas sonrisas, intercambiando amables palabras henchidas de felicidad, no tardó en reinar la alegría entre ellos, y el contento en animar sus corazones. Sobre los dos se cernía un grave peligro, de no ser porque María medió en favor de su caballero.(69-70. 1736-1769)

Y de ese modo reaparece, por vez primera desde el pentáculo y el escudo de Gawain (al que en efecto se alude aquí), la religión, algo más elevado y que está más allá de un código de maneras educadas o refinadas que han demostrado —y volverán a mostrarlo de un modo definitivo— ser no sólo un arma ineficaz en última instancia, sino un peligro fácdco al servicio del enemigo. [110]

Inmediatamente después es introducida la palabra synne, por / primera y última vez en este poema de elevado tono moral, y por ello con tanto más énfasis; y lo que es más, se traza una distinción —el propio Gawain es forzado a hacerlo—, una distinción entre «pecado» (la ley moral) y «cortesía»:

Pues le apremió de tal modo aquella excelente princesa, y le llevó tan cerca de los límites, que finalmente se vio en la necesidad de rechazar sus favores con ofensas, o tomarlos. Le preocupaba su cortesía, ya que no quería ser tenido por miserable [caitiff];[78] pero aún le preocupaba más el agravio que infligiría si cometía pecado y traicionaba al señor del castillo, su anfitrión. «¡Que Dios me libre», exclamó, «de una traición así!»(71. 1770-1776)

El final de la última escena de las tentaciones, con el completo cambio de escenario tras la postrera derrota de la dama en el asunto más importante (o más elevado, o tan sólo real), es, desde luego, una complejidad añadida en este ya de por sí complejo poema, que debe ser considerado en su contexto. Pero debemos trasladamos desde este punto en seguida a la escena que sigue a la tentación: la confesión de Gawain (75. 1874-1884).

Gollancz merece al menos cierto crédito por destacar la confesión,[79] que anteriormente había recibido escasa o nula atención. Pero no acertó en absoluto con la clave, o las claves, que se encerraban ahí. Deseo considerar éstas ahora de manera especial. No es muy aventurado decir que la completa interpretación y valoración de Sir Gawain y el Caballero Verde depende de lo que uno piense sobre la trigésima estrofa de la tercera parte [estrofa 75]. O bien el poeta sabía lo que estaba haciendo, quería decir lo que dijo, y colocó esta estrofa donde quería que estuviese —en cuyo caso debemos pensar en ello seriamente y considerar sus intenciones—, o bien no lo sabía, y era sólo un liante que se dedicaba a unir escenas convencionales unas con otras, y su obra no es en absoluto digna de mayor consideración, excepto, quizá, como un trastero de historias y motivos viejos y medio olvidados, y menos de a medias entendidos, tan sólo un cuento de hadas para adultos, y no muy bueno. [111]

Es evidente que Gollancz pensaba esto último; porque en sus notas hace la asombrosa puntualización de que aunque el poeta no se da cuenta de ello (!), Gawain hace una confesión sacrílega. Porque oculta el hecho de que ha aceptado el ceñidor con la intención de retenerlo. Esto es un soberano absurdo. Ni siquiera resistirá la referencia al texto, como veremos. Pero, antes que nada, resulta bastante increíble que un poeta de elevada seriedad,[80] que ya ha intercalado con una intención moral explícita una larga digresión sobre el Pentáculo y el escudo de sir Gawain, colocara en un pasaje sobre la confesión y la absolución (materias a las que hacía referencia con la mayor solemnidad, sea cual sea el sentir de los críticos actuales), de manera casual y sin «darse cuenta», un punto del calibre nada menos que del «sacrilegio». Si fuera tan loco cabría preguntarse por qué los editores siguen molestándose en editarlo.

Miremos pues en el texto. En primer lugar, puesto que el autor no especifica lo que confesó Gawain, no podemos decir lo que omitió, y es por tanto una estupidez gratuita aseverar que ocultara algo. Sin embargo, se nos dice que schewed his mysdedez, of þe more and þe mynne, es decir, que confesó todos sus pecados (técnicamente, todo aquello que era necesario confesar), tanto grandes como pequeños. Si esto no es bastante definitorio, se nos da aún una mayor evidencia de que la confesión de Gawain fue buena, y no sacrílega, y válida por tanto la absolución,[81] por medio de la afirmación de que así fue:

Luego se confesó y declaró sus faltas, las grandes y las pequeñas, y pidió clemencia y la absolución de todas ellas al hombre santo; le absolvió éste, y le dejó tan limpio y a salvo como para el Día del Juicio, si hubiese sido esa mañana.(75. 1880-1884)

Y por si esto no fuese aún suficiente, el poeta continúa, describiendo la consiguiente ligereza del corazón de Gawain.

Después disfrutó en compañía de las nobles damas, cantando villancicos y entregándose a toda clase de diversiones como no lo había hecho en su vida, hasta que cayó la noche. E hizo tanto honor a todos los presentes, que dijeron: [112]

—¡Verdaderamente, jamás se le había visto tan alegre como hoy desde que llegó!(75. 1885-1892)

¿Es necesario que diga que un corazón aligerado no es ciertamente el talante al que conduce una mala confesión y el voluntario ocultamiento del pecado?

La confesión de Gawain es representada de este modo como algo bueno. No obstante, el ceñidor queda retenido. Este hecho no puede ser accidental o fruto de la negligencia. Por lo tanto, nos vemos obligados a enfrentamos a una situación deliberadamente planteada por el autor; se nos induce a considerar la relación de todas estas pautas de comportamiento, estos juegos y cortesías, con el pecado, la moral, la salvación de las almas; con lo que el autor habría tenido por valores eternos y universales. Y ésa, seguramente, es la razón por la que se introduce la confesión en este momento. Gawain fue obligado, en un último momento de máximo peligro, a rasgar su código en dos, y distinguir sus componentes entre buenas maneras y buena moral. Ahora se nos anima a considerar estas materias en mayor profundidad.

La primera implicación de la confesión parece ser por tanto que la retención del ceñidor no fue una mala acción o un pecado en el plano moral según la visión del autor. Porque se presentan tan sólo dos alternativas: o bien, a) Gawain no hizo mención del ceñidor, siendo lo bastante instruido como para distinguir entre tales pasatiempos y los asuntos serios; o bien, b) si lo mencionó, su confesor lerned hym better. Lo primero es quizá lo menos probable, ya que podría decirse que en ese aspecto su educación apenas se había iniciado; mientras que se nos dice que antes de acudir a la confesión, Gawain solicitó el consejo del sacerdote.[82]

De hecho hemos alcanzado el punto de intersección entre dos planos diferentes: entre uno real y permanente, y otro de valores irreales y pasajeros: la moral por un lado, por el otro, un código de honor, o un juego con reglas. El código personal de la mayoría se componía —y lo hace todavía para muchos—, como el de sir Gawain, de una mezcla de ambos; y las brechas en cualquier punto de ese código personal tienen un sabor emocional muy semejante. Tan sólo una crisis, o bien la meditación seria [113] sin una crisis (lo cual es raro) servirá para separar esos elementos; y el proceso puede resultar doloroso, como descubrió Gawain.

En un juego en el que tengan que seguirse unas reglas, la persona puede tener que enfrentarse tanto a asuntos triviales como a cuestiones serias. Cuanto más se inmiscuya el juego en asuntos y obligaciones reales, tantas más cargas morales tendrá; las cosas «hechas» o «no hechas» tendrán dos caras: el ritual o las reglas del juego, y las reglas eternas; y por tanto tantas más ocasiones habrá para que se plantee un dilema, un conflicto de reglas. Y cuanto más seriamente se tomen los propios juegos, más severo y doloroso se tomará el dilema. Sir Gawain pertenecía (tal y como es descrito) por clase, tradición y preparación al grupo de los que toman sus juegos con gran seriedad. Su sufrimiento fue intenso. Fue, se podría decir, seleccionado por esa razón, por un autor que pertenecía a la misma clase y tradición, y que conocía ese sentimiento, pero que estaba interesado también en los problemas de conducta, a los que había dedicado cierto tiempo de meditación.

Podría parecer una pregunta adecuada para intercalar en este momento: «¿No es un fallo del arte, un yerro poético, permitir que se introduzca en este punto un asunto tan serio como una auténtica confesión, y la absolución; forzar lo discutible, y constreñir la atención de un lector a esta divergencia de valores (en la que no puede estar demasiado interesado); y aún más, permitir que se introduzcan en un cuento de hadas tales cuestiones, someter tamaños absurdos, como un venado a cambio de un beso, a un examen serio?»

En este momento no estoy especialmente interesado en responder a tal pregunta; porque lo que realmente estoy ansioso por hacer es afirmar, demostrar, espero, que eso es precisamente lo que el autor de Sir Gawain y el Caballero Verde ha hecho, y que sus maniobras con su material serían ininteligibles o mal interpretadas si no se reconociera esto. Pero si la pregunta fuera formulada, yo replicaría: hay una fuerza y una vida en este poema que es reconocida casi universalmente. Parece que esto se debe más a la gran seriedad del autor que al hecho de haber sobrevivido a pesar de ello. Pero mucho depende de lo que uno quiera, o crea que quiere. ¿Considera usted que el autor [114] debería tener los objetivos que usted esperaría que tuviera, o los puntos de vista que usted preferiría que sostuviese?; ¿que debería ser, por ejemplo, un anticuario antropológico?; ¿o que simplemente debería dedicarse a contar un excitante cuento de hadas con la suficiente credibilidad literaria como para entretener? ¿Y cómo lo hará, en términos de su propia época y mentalidad? Seguramente, si ése fuera su objetivo (cosa bastante improbable en el complejo y didáctico siglo XIV), en el proceso de dar vida a antiguas leyendas, ¿se deslizaría inevitablemente a la consideración de problemas de conducta contemporáneos o permanentes? Es por medio de esta consideración por la que ha dado vida a sus personajes, y por medio de ella ha otorgado una nueva vitalidad a las viejas historias, con un significado totalmente diferente al original (acerca del cual probablemente sabía mucho menos que algunos hombres de esta época). Es como echar vino nuevo en odres viejos, sin duda; y aparecen ciertas grietas y filtraciones inevitables. En todo caso, encuentro el problema de la ética a la vez más acuciante por su planteamiento curioso y audaz, y en sí mismo más interesante que todas las conjeturas acerca de tiempos más primitivos. Claro que, también es cierto que considero el siglo XIV superior al barbarismo, y la teología y la ética por encima del folklore.

Desde luego, no pretendo decir que el autor tuviera conscientemente el propósito de profundizar en la relación entre las reglas de conducta auténticas y las artificiales cuando comenzó a articular este relato. Imagino que le llevó cierto tiempo escribir la historia, y que fue haciendo retoques aquí y allá, añadiendo texto o recortándolo allí donde lo consideraba necesario. Pero las cuestiones morales están ahí, son inherentes al relato, y se alzarán y aparecerán a nuestros ojos como dignas de atención en la medida en que la historia reciba un tratamiento realista, en la medida en que el autor sea un hombre concienzudo e inteligente, algo más que un buhonero cuentista. En cualquier caso queda claro que antes de alcanzar su versión definitiva, el autor era plenamente consciente de lo que estaba haciendo: escribiendo un poema moral, así como un estudio sobre la virtud y las maneras caballerescas puestas a prueba; porque dedica dos estrofas enteras («aunque pueda demorar mi historia», y aunque puede que ahora no nos agrade) a la descripción [115] del Pentáculo, cuando se disponía a enviar a su caballero a enfrentar su prueba. Y antes de colocar el pasaje sobre la confesión al final de la tentación más fuerte, ya ha desviado nuestra atención hacia la divergencia de valores, por medio de la clara distinción expresada en los versos 1773-1774; versos en los que coloca la ley moral por encima de las leyes de la cortesía, y rechaza explícitamente, y hace que Gawain lo rechace también, el adulterio como parte de la cortesía posible para un caballero perfecto. ¡Un punto de vista muy contemporáneo e inglés![83]

Es a través de la abierta invitación al adulterio que aparece en los versos 49. 1237-1240 —y ésa es sin duda una de las razones por las que está colocada al principio— que somos capaces de ver la vacuidad de toda la habilidad cortés que viene a continuación. Porque Gawain a partir de ese momento no tiene ya duda alguna de cuál es el objetivo de la dama: to haf wonnen hym to woze («le probó con el fin de seducirle», 61. 1550). Es atacado en dos frentes, y en realidad ha abandonado desde el principio el «servicio», la sumisión absoluta del «verdadero servidor» a la voluntad y los deseos de la dama; aunque se esfuerza todo el tiempo por mantener la ficción en el plano verbal, la gentileza del discurso y los modales educados.

Por Dios que sería un honor, si mis palabras o servicios lograsen complaceros como merecéis: sería para mí una pura dicha.(50. 1245-1247)

Pero me siento orgulloso de la gloría que ponéis en mí, y como fiel servidor, os tendré por mi soberana(51. 1277-1278)

Bien quisiera dar cumplimiento a todos vuestros deseos si pudiese, pues os estoy inmensamente agradecido, y más que nunca quiero ser vuestro servidor; ¡pido al Señor que me asista en ello!(61. 1546-1548)

Todas estas expresiones se han convertido en meras presunciones, reducidas a un nivel escasamente superior al de los juegos de Navidad, cuando el wylnyng (1546) de la dama ha sido y es persistentemente rechazado. [116]

La pura practica cortés en el juego de los modales y la habilidad del discurso permitieron que Gawain evitase mostrarse abiertamente craþayn, rehuir la «villanía» en las palabras, que sus expresiones resultaran bruscas o rudas (tuviera razón o no).[84] Pero aun cuando lo haga con gracia y picardía, la ley del servicio a los deseos de la dama queda de hecho rota. Y el motivo de la ruptura, de toda su hábil defensa, tan sólo puede ser desde el principio algo de índole moral, si bien esto no queda claro hasta 71. 1773-1774. De no haber existido otro modo de salir, Gawain habría tenido que abandonar incluso su cortesía fingida y lodly refuse (1772). Pero una sola vez estuvo al límite, cuando dijo: «¡Por san Juan que no! Ni tengo amante en este instante, ni la deseo tener» (71. 1790-1791), lo cual, a pesar de su «abierta sonrisa» resulta bastante evidente, y a worde þat worst is of alle (72. 1792) [Esas palabras son las peores de todas]. Pero la dama no le lleva más allá, ya que sin duda alguna el autor no quería que la gentileza de Gawain fuese quebrada. Aprobaba las maneras caballerosas y la ausencia de vileinye cuando iban unidas o se basaban en la virtud, la esencia de la cortesía en el amor cortés sin adulterio.[85]

Debemos por tanto reconocer que la intrusión de la confesión de sir Gawain y su colocación precisa en el poema fue deliberada; y que es una indicación de la opinión del autor de que juegos y modales no eran importantes, en última instancia (para la salvación, 75. 1879), y que estaban en cualquier caso en un plano inferior respecto a la auténtica virtud, a la que debían ceder el paso en caso de conflicto. Incluso el Caballero Verde reconoce la distinción, y declara que Gawain es «el caballero más intachable que haya puesto el pie sobre la tierra» (95. 2363) con respecto al elemento moral, de mayor importancia.

Pero no hemos visto los interesantes elementos menores. El Caballero Verde prosigue: Bot here yow lakked a lyttel, sir, and lewté yow wonted (95. 2366) [Pero aquí fallasteis un poco, señor, y os faltó lealtad]. ¿Qué era esta lewté? La palabra no equivale a «lealtad», a pesar del parentesco de las palabras; porque «lealtad» se aplica ahora sobre todo a la honestidad y la firmeza en cierto tipo de relación u obligación importante, personal o pública (como al rey o a la patria, a la familia o los amigos de verdad). «Legalidad» estaría igualmente emparentada, y sería más adecuada; [117] porque es posible que Lewté no signifique más que «amoldarse a las reglas» de cualquier grado o sanción. De esa manera nuestro autor puede introducir las aliteraciones que aparecen en los lugares adecuados dentro de un verso, de acuerdo con reglas estrictamente métricas, lel lettres «letra segura» (2. 35).

Así que, ¿de la ruptura de qué reglas es acusado Gawain al aceptar, guardar y ocultar el ceñidor? Podrían ser tres: aceptar un regalo sin devolver otro a cambio; no entregarlo como parte de la «ganancia» del tercer día (según un pacto jocoso, llamado claramente layke, o juego); emplearlo como protección en la cita. Está claro, creo, que el Caballero Verde está pensando tan sólo en la segunda de éstas. Dice:

Al leal se le paga con lealtad; así que ningún peligro has de temer. Pero fue en el tercero donde fallaste, y por ello has sufrido ese otro golpe…(94. 2354-2356)

Porque es mío el cinto que lleváis ceñido…(95. 2358)

Es de hombre a hombre, como oponentes en un juego, como desafía a Gawain. Y pienso que es evidente que en este punto expresa la opinión del autor.

Porque el autor no era un hombre simple. Aquéllos que toman un punto de vista moral en última instancia riguroso y no comprometido, no necesariamente han de ser personas de mente simple. Es probable que viera el elemento más importante claro en la teoría, pero nada en su tratamiento de este cuento hace pensar que considerase que la conducta moral fuera un asunto simple y sencillo en la práctica. Y en cualquier caso era, como podríamos decir, un caballero y un deportista, y estaba intrigado por el asunto menos importante. Es más, la moralitas de su poema, si bien complicada, está no obstante enriquecida también por esta exhibición de un choque entre reglas en un plano inferior. Ha ideado o ha sacado a la luz un problema muy bonito.

Gawain es inducido a aceptar un regalo de despedida de la dama. De la falta técnica de «codicia» (tomar y no devolver) ha sido absuelto de manera explícita: no tenía nada que pudiera dar a cambio que no resultase insultante por la disparidad de su [118] valor (72. 1798 y ss.); no tenía idea de la belleza o del valor monetario del ceñidor (81. 2037-2040). Pero fue llevado a una posición de la que no podía retirarse por el pensamiento de que posiblemente podría salvar su vida cuando llegara el momento de su cita. Ahora bien, el autor no examina en ningún lugar el valor ético del Juego de la Decapitación; pero si lo hacemos nosotros, descubriremos que Gawain no había roto ningún artículo de su pacto al llevar el ceñidor con tal propósito. Todo lo que había prometido hacer era acudir en persona, no enviar un sustituto (el sentido probable del verso 17. 384: wyth no wyz ellez on lyue, «y que no te enfrentarás con nadie en el mundo más que conmigo»), acudir en la fecha acordada, y entonces recibir un golpe sin ofrecer resistencia. Por lo tanto, en ese aspecto no necesita defensa alguna. Alguien bien podría señalar que Gawain había sido engañado para que aceptase el pacto, antes que el Caballero Verde revelase que estaba protegido por algún hechizo; y su promesa bien podría ser tenida como éticamente nula, e incluso al nivel de un mero «juego», de ahí que la utilización de un poco de magia por su parte pudiera ser vista como algo perfectamente justo. Pero el autor no estaba considerando este caso; aunque no era ajeno a este aspecto, como vemos en la protesta de Gawain:

Aunque, si cae mi cabeza entre las piedras, no la podré recuperar.(91. 2282-2283)

Así que estamos considerando simplemente los acontecimientos en el castillo, y el pacto deportivo con el señor. Gawain había aceptado el ceñidor como un regalo a causa de su temor a la decapitación. Pero una vez más había sido atrapado. El momento que la dama eligió fue sagaz. Le ciñó el cinto, y en el momento en que él mostró debilidad, ella se lo regaló, y cerró así la trampa. Le rogó que no se lo contase a su marido. Él estuvo de acuerdo. Poco más podía hacer, pero con su típica generosidad, ciertamente impetuosa en exceso —cosa que ya hemos señalado—, prometió no decirlo nunca a nadie en este mundo.[86] Por supuesto que él deseaba el cinturón, con la esperanza (no parece haber valorado el asunto más allá) de que pudiera salvarle de la muerte; pero aun cuando no lo hubiera hecho, [119] se habría visto envuelto en un dilema de cortesía. Haber rechazado el cinto, una vez aceptado, o haber rehusado la petición tampoco habría sido cortés. No era de su incumbencia inquirir por qué debía mantener el cinto en secreto; posiblemente era para evitarle a la dama el apuro, pues no había razón para suponer que no pudiera regalarlo. De todos modos, tenía tanto derecho a regalarlo como sus besos, y en ese aspecto ya le había evitado un apuro, al negarse a decir de quién los había obtenido.[87] No se dice en este momento de aceptación y promesa que Gawain recordase en absoluto su trato con el señor. Pero finalmente no puede eludir la cuestión. Cuando el señor llegó a casa por la noche, estaba obligado a recordar. Y lo hizo. No se dice de este modo; pero lo vemos claramente en la estrofa 77: en las prisas de Gawain por terminar con todo el asunto. «Esta vez cumpliré yo primero», proclama (como de costumbre, yendo más allá de lo necesario, tanto al hacer como al romper una promesa), mientras marcha al encuentro del señor (versos 1932-1934).

Es por tanto en este punto, y sólo en éste, donde podemos hallar a Gawain en falta. «Yo cumpliré primero el pacto que acordamos», dice; pero no lo hace, no respeta el compromiso aceptado con el pacto. No dice nada del ceñidor. Y está inquieto. «¡Es suficiente!», exclama, cuando el señor (con un sentido que él todavía no es capaz de percibir, ni nosotros hasta que hemos leído la historia completa) dice que una piel de zorro es pobre pago por tres cosas tan preciosas como estos besos.

Bien, ahí queda eso. Þrid tyme þrowe best, pero at þe þrid þou fayled þore. No es mi propósito discutir por qué Gawain no «fracasó», ya que ni siquiera era ésa la tesis del autor sino considerar en qué medida y a qué escala fracasó, desde la perspectiva del autor, porque estaba profundamente interesado en tales madces. Para él existían —me parece evidente, a partir del planteamiento de esta historia— tres planos: los meros pasatiempos de chanza, como el jugado entre Gawain y el señor del castillo; la cortesía,[88] como un código de gentileza o modales educados, que incluía un modo de especial deferencia hacia las mujeres, y que se podía considerar incluía, como la misma dama reconoce, el más serio y por tanto el más peligroso juego del arte del amor cortés, que debía competir con las leyes morales; y finalmente [120] la auténtica moral, las virtudes y pecados. Cabía la posibilidad de que entrasen en conflicto unas con otras. De ser así, la ley más elevada es la que debe ser obedecida. Desde la llegada de sir Gawain al castillo, se están preparando situaciones en las que tendrán lugar tales enfrentamientos, con dilemas de conducta. El autor está interesado principalmente en la pugna entre la cortesía y la virtud (pureza y lealtad); nos muestra su creciente divergencia, y a un Gawain que, enfrentado a la crisis de la tentación, se pone del lado de la virtud, no de la cortesía, no obstante conservar una gracia en los modales y una gentileza en el discurso que pertenecen al verdadero espíritu de la cortesía. Creo que fue su intención mostrar también por medio de la confesión que el grado más bajo, el «pasatiempo», no era en última instancia un asunto importante; pero sólo después de haberse entretenido, como quien dice, exponiendo un dilema que la cortesía artificial podía producir incluso a escala inferior. En este caso, ya que las cuestiones del pecado y la virtud no se planteaban, Gawain colocó las reglas de la cortesía en sitio más elevado, y obedeció a la dama, aun cuando eso desembocó en que rompiese su palabra (si bien sólo en un juego carente de seriedad). Pero ¡ay!, como creo que habría dicho nuestro autor, las reglas de la cortesía artificial no podían realmente disculparle, por no ser de absoluta validez universal, como lo son las de la moralidad, ni siquiera si la cortesía sola hubiera sido su razón para aceptar el ceñidor. No lo era. Gawain nunca se hubiera permitido ponerse en una posición semejante, contraria a las normas del juego, si no hubiera querido quedarse con el ceñidor por su posible poder, quiso salvar su vida, un motivo simple y honesto, y por medios que no estaban en absoluto en contra de su pacto inicial con el Caballero Verde, y que entraban en conflicto sólo con el pacto igualmente absurdo y puramente jocoso con el señor del castillo. Ésa fue su única falta.

Podemos observar que cada uno de estos «planos» tiene su propia corte de justicia. La ley moral remite a la Iglesia. La lewté, «jugar el juego» cuando se trata de un simple juego, de hombre a hombre, nos remite al Caballero Verde, que en efecto habla del procedimiento en términos seudo-religiosos, aunque (se puede observar) los aplica sólo al juego: los asuntos más altos ya han sido juzgados: la confesión y una penitencia. La cortesía remite [121] a la corte suprema en tales asuntos, la Corte del rey Arturo, de kydde cortaysye; y el caso contra el demandado es tomado a broma.

Pero aún existe otra corte: el mismo sir Gawain y su propio juicio. Pero, dicho sea de paso, él no está capacitado para juzgar este caso de modo imparcial, y su juicio no puede tenerse por válido. No es de extrañar el estado emocional en el que lo encontramos al principio: está enormemente confundido, pues no sólo ha visto su código reducido a pavesas, sino que su orgullo ha recibido un fuerte golpe. Resulta difícilmente aceptable que su primer grito contra sí mismo esté más justificado que su amarga generalización contra las mujeres.[89] Pero no por eso es menos interesante considerar lo que tiene que decir; porque es un personaje redondo, y no un simple vehículo de opiniones y análisis. Este poeta poseía una gran destreza a la hora de dibujar a sus personajes. Aunque la dama, cuando dispone de una parte de discurso directo, muestre un carácter unidireccional (inexplicablemente hostil), todo lo que dice posee un toque inequívocamente personal. Mejor aún es el caso de sir Bertilak, y mayor la habilidad con que se hace que se comporte y hable de modo creíble, tanto como Caballero Verde, como en su papel de Anfitrión; de manera que, si no hubieran sido la misma persona, cada uno habría aparecido perfectamente definido como individuo; y sin embargo, al final podemos creer que se trataba de la misma persona: es esto más que ninguna otra cosa lo que hace que el lector acepte tan incuestionablemente como Gawain la identidad de ambos sin que haya de romperse (en este poema) ningún hechizo o cambio de apariencia. Pero estos dos actores son secundarios, y su principal función es facilitar la situación para la prueba de Gawain. Gawain está lleno de realidad literaria.

Su «perfección» se hace más humana y creíble, y de ese modo más apreciable como auténtica nobleza, a causa de su pequeña falta.[90] Pero, en mi opinión, nada le da tanta «vida» como la descripción de su reacción ante la revelación: aquí, esa palabra de la que tanto se abusa, «reacción», se puede emplear con cierta justicia, ya que las palabras y el comportamiento de Gawain son sobre todo fruto del instinto y la emoción. Bien podemos considerar el contraste entre las estrofas en las que se [122] exhiben éstas, y los versos en los que se describen sus peligrosas correrías, versos a la vez pintorescos y superficiales. Pero el poeta no estaba realmente interesado en el cuento de hadas o en el romance en cuanto tales. Creo también que es un toque final del arte dentro de un poema que está tan concentrado en la virtud y los problemas de conducta, que concluya con un destello de las reacciones de un hombre verdaderamente «gentil» (si bien no muy reflexivo) ante una falta de su código personal, una falta que un juicio parcial no podría en modo alguno considerar importante. Que termine con un destello de esa escala doble con la que toda la gente razonablemente caritativa mide: cuanto más estrictas consigo mismas, más indulgentes con los demás.[91] Þe kyng comfortez þe knyzt, and alle þe court als lazen loude þerat.

¿Qué siente y dice Gawain? Se acusa a sí mismo de couardise y couetyse. Se quedó «perplejo» largo rato,

tan agobiado por la ira que temblaba en su interior. Se le agolpó en la cara toda la sangre del pecho, y se encogió de vergüenza al oír aquellos reproches. Y con las primeras palabras que le vinieron a la boca, exclamó:

—¡Malditas sean tu cobardía y codicia! En ti medra la infamia y el vicio que destruye la virtud. —Echó entonces mano al lazo del ceñidor, lo desató, y se lo arrojó al caballero—. ¡Ahí va la falsa prenda en hora mala!, pues la ansiedad por tu golpe me ha hecho caer en cobardía, de modo que, cediendo a la codicia, renuncié a mi condición,[92] que es la liberalidad y la lealtad, tal como cumple a los caballeros. Yo, que siempre he hecho esfuerzos por huir de la perfidia y la traición, soy ahora falso e imperfecto. ¡Malditos sean este cuidado y esta ansiedad!(95. 2370-2384)

Más tarde, al volver a la Corte, narra sus aventuras en este orden:[93] sus penalidades; el modo en que fueron las cosas en la cita, y la conducta del Caballero Verde; los amoríos de la dama; y (lo último de todo) el asunto del Ceñidor. Entonces muestra la cicatriz en el cuello que recibió como reproche por su vnleuté: [123]

Y sufrió terriblemente cuando tuvo que contar la verdad: gimió de pesar y de vergüenza, y el rubor se le agolpó en la cara al enseñarla.

—¡Mirad, mi señor! —exclamó el caballero, mostrándole la prenda—, ésta es la afrenta y el menoscabo que allí he recibido por la cobardía y la codicia; ésta es la prueba de la deslealtad en que he sido hallado, y es preciso que la lleve mientras viva.(100-101. 2501-2510)

Siguen dos versos, de los que el primero es poco claro, pero que juntos (a pesar de las interpretaciones o las enmiendas) expresan sin duda el sentir de Gawain de que nada podrá nunca borrar esta mancha. Eso encaja perfectamente con su excesiva impetuosidad al conmoverse; pero es aplicable para las emociones de muchos otros. Porque uno puede creer en el perdón de los pecados (como él lo hacía); e incluso perdonarse a sí mismo, y seguramente olvidar, ¡pero el aguijón de la vergüenza en niveles menos importantes o significativos moralmente morderá todavía tras largos años, tan agudo como si fuera nuevo!

La emoción de sir Gawain es, así, la de una ardiente vergüenza; y el fardo de su autorreproche es la cobardía y la codicia. La cobardía es la principal, porque a través de ella cayó en la codicia. Esto sin duda significa que como caballero de la Tabla Redonda, Gawain no hace proclama contra el Caballero Verde por la injusticia del pacto de la decapitación (aunque ha aludido a él en los versos 2282-2283), se atiene a sus palabras quat-so bifallez after (382), y decide seguir con el pacto sobre el simple argumento de que es una prueba del coraje de un caballero de su Orden: había dado su palabra y estaba obligado a mantenerla aun a costa de la muerte, y a afrontarla, si llegaba el caso, con valentía y firmeza. Era por las circunstancias el representante de la Tabla Redonda, y debía mantener su honor así, sin ayuda.

A ese simple, pero muy elevado nivel, queda avergonzado, y como consecuencia se siente emocionalmente confundido. Y de ese modo, llama «cobardía» a su resistencia a entregar la vida sin asestar un mandoble, o a rendir un talismán que posiblemente le podría haber salvado. Llama «codicia» al hecho de aceptar de una dama un don que no podía devolver al momento, aunque lo hizo presionado, tras haber dado dos negativas, [124] y sin pensar en el valor del regalo. En efecto fue «codicia», pero sólo dentro de los términos del juego con el señor del castillo: quedarse cualquier parte del waith porque lo quería para sí (por la razón que fuera). ¡Llama «traición»[94] a una falta contra las reglas de un simple pasatiempo, que podía haber considerado como una mera extravagancia (independientemente de lo que escondía el que proponía el juego), ya que obviamente no podría haber cambio real entre las ganancias de un cazador y las de un hombre ocioso!

Y así acabamos. Más allá no nos lleva nuestro autor. Hemos visto a un gentil caballero cortés aprender por la amarga experiencia los peligros de la Cortesía, y de la irrealidad de las protestas de «servicio» exclusivo a una dama, que es «soberana» y cuya voluntad es ley;[95] y en esta coyuntura, le hemos visto preferir una ley más alta. Pero aunque según los términos de esa ley más alta demostrase estar «sin falta», la exposición a la «cortesía» va demasiado lejos, y tiene que sufrir la mortificación final de descubrir que la voluntad de la dama era de hecho su propia desgracia, y que todas sus lisonjeras protestas de amor eran falsas. En un momento de amargura rechaza toda su cortaysye y grita acusando a las mujeres de embaucadoras:

será gran ganancia amarlas y no creerlas, si es posible.(97. 2420-2421)

Pero no terminan ahí sus sufrimientos: ha sido inducido con engaño a «no jugar el juego» y romper su palabra en un deporte; y le hemos visto pasar por una vergüenza y una agonía que serían más propias de un fracaso en un plano más elevado. Todo ello me parece vividamente real y creíble, y no lo estoy tomando a broma si digo que como espectáculo final vemos a Gawain arrojando la Corbata del Colegio (tan indigno de llevarla se considera) y cabalgando de vuelta a casa con una pluma blanca colocada en su gorra, tan sólo para ver que ésta es adoptada como los colores de los Primeros Once, mientras el asunto termina con la risa de la Corte de Honor.

Pero, finalmente, qué coherente resulta en el carácter de Gawain este exceso de vergüenza, este ir más allá de lo que es necesario, al adoptar una insignia de desgracia de una vez para [125] siempre, in tokenyng he watz tane in tech of a faute (100. 2488) [la prueba de que una vez fue hallado en falta]. Y qué coherente también con el tono y la atmósfera del poema en conjunto, tan preocupado por el tema de la confesión y la penitencia.

Grace innogh þe mon may haue
þat synnez þenne new, zif him repente,
Bot wyth sorz and syt he mot it craue,
And byde þe payne þerto is bent

dice el poeta en su Pearl (661-664).[96] Tras la vergüenza, el arrepentimiento; y después, la confesión confiada con dolor y penitencia, y al final no sólo el perdón, sino la redención, de modo que el «daño» que no se oculta y el reproche con el que se carga voluntariamente se convierten en motivo de orgullo, euermore after. Y con eso toda la escena, por un momento tan vivida, tan presente, incluso tópica, comienza a desvanecerse en las nieblas del Pasado. Gawayn with his olde curteisye vuelve a Fairye[97]

tal como cuenta el mejor de los libros de romances. Ésta es la ventura que aconteció en tiempos de Arturo, después de que diesen los libros testimonio de Bruto; después de llegar este esforzado varón a Britania; después de terminado el asedio y asalto de Troya. Y son muchas las aventuras como ésta que acontecieron en tiempos pasados.

¡El que ciñe la corona de espinas nos conceda su alegría! Amén.(101. 2521-2530)

Postscripto: versos 1885-1892.[98]

En la discusión precedente se dijo (pág. 112) que la ligereza del corazón de Gawain era evidencia suficiente de que había hecho una «buena confesión». Con esa expresión yo quería dar a entender que la alegría que procede de la «ligereza de corazón» puede ser —y con frecuencia es— resultado de la saludable recepción de un sacramento hecha por un fiel, y eso de modo bastante independiente de otras penas o cuidados, tales como, en el caso de Gawain, el miedo al golpe o el miedo a la muerte. [126] Pero esto puede ser, y ha sido, puesto en duda. Se ha formulado la pregunta: ¿No se debe su alegría más bien al hecho de tener el ceñidor y a que, por eso mismo, no tiene necesidad de preocuparse más por la cita? O bien se ha sugerido que el estado de ánimo de Gawain se debe más bien a la desesperación: dejadme comer y beber, ¡qué mañana moriré!

No estamos tratando con un autor simplón, ni con un período igualmente simplón, y no es necesario convencerse de que sólo es posible una explicación para el humor de Gawain (es decir, que pudiera estar en la mente del autor). Gawain está siendo descrito con discernimiento, y se le hace sentir, hablar y comportarse tal y como un hombre normal lo haría en su situación: el consuelo de la religión, el cinturón mágico (o al menos la creencia en que tal cosa era posible), y la proximidad de un peligro mortal, y todo lo demás. Pero creo, sin embargo, que la ubicación de los versos que describen su humor inmediatamente después de la absolución (And syþen, 1885) así como el uso de las palabras ioye y blys, son suficientes para demostrar que el autor pretendía que la confesión fuera la razón principal de la creciente alegría de Gawain; y no estaba pensando en absoluto en una desaforada alegría causada por la desesperación.

Pero el cinto requiere más atención. Pienso que es significativo que Gawain no muestre nunca y en ningún lugar confianza alguna en la eficacia del ceñidor, ¡ciertamente ni la esperanza suficiente para tomarse el asunto a broma! De hecho su esperanza en él parece haber ido disminuyendo desde el momento de su confesión. Es cierto que, en el momento de la aceptación y antes de su visita al sacerdote, agradeció repetidas veces y de corazón a la dama su don (¡no era de esperar que alguien tan galante hiciera menos!), pero incluso en el momento en que la idea de una ayuda para escapar a la muerte se alza por vez primera en su mente (versos 1855 y ss.) y es más fuerte, antes de que haya tenido tiempo para reflexionar, todo lo que el poeta recoge estrictamente como pensamiento es: «Sería de inmenso valor en la peligrosa prueba que me está reservada. Si lograse escapar sin daño por medio de algún artificio, la estratagema sería en buena lid». No suena lo bastante convencido como para explicar que ese día estuviera mucho más contento que los días precedentes. En cualquier caso esa noche duerme muy mal, [127] y oye cada canto del gallo, temiendo la hora de la cita. En los versos 83. 2075-2076 leemos sobre þat tene place þer þe ruful race he schulde resayue («aquel peligroso lugar donde habrá de recibir el doloroso golpe»), que pretende ser, evidentemente, la reflexión de Gawain mientras él y su guía parten. En los versos 85. 2138-2139 declara abiertamente a su guía que su confianza está en Dios, cuyo siervo es.[99] De modo semejante, en los versos 86. 2158-2159, y en una clara alusión a su confesión y preparación cara a la muerte, dice: to Goddez wylle I am ful bayn, and to hym I haf me tone. De nuevo en los versos 88. 2208-2211 se sobrepone al miedo, pero no por la mención o el consuelo de pensar en la «joya contra el peligro», sino por la sumisión a la voluntad de Dios. En los versos 90. 2255 y ss. se muestra aterrado ante la inminente muerte, y se esfuerza por disimularlo, pero apenas puede hacerlo. En los versos 91. 2265-2267 espera que el golpe lo mate. Y por fin en los versos 92. 2307-2308 leemos: no meruayle þaz hym myslyke þat hoped of no rescowe [no es extraño que el que va a recibir el golpe no espere salvación].

Pues bien, todo este miedo y acopio de valor para salir al encuentro de la muerte están en perfecta consonancia con el consuelo de la religión y la satisfacción de haber sido absuelto, pero no concuerda en absoluto con la posesión de un talismán en el que se cree como una protección contra el daño corporal, de acuerdo con las palabras de la tentadora:

Pues no habrá hombre alguno bajo el cielo capaz de hacer pedazos al caballero que se ciña este cinto verde, ni podrán matar al que lo lleve por ninguno de los medios terrenales.(74. 1851-1854)

Con justicia podemos decir, así pues, que desde el momento de su aceptación, ciertamente desde el de su absolución, el Ceñidor parece haber sido fuente de sinsabores para Gawain.[100] De no ser por los versos 81. 2030-2040, donde Gawain se coloca el Ceñidor for gode of hymseluen, bien podríamos haber supuesto que, tras la confesión, había resuelto no utilizarlo, aunque ahora por cortesía no podía devolverlo ni romper su promesa de silencio. Desde el momento en que Gawain expone su vergüenza, el poeta ha ignorado en cualquier caso el Ceñidor, [128] o ha presentado a Gawain ignorándolo. Un solaz y una fortaleza tales como los que él posee, más allá de su valentía natural, sólo pueden derivar de la religión. Sin duda es posible que desagrade esta postura moral y religiosa, pero el poeta la tiene; y si uno (con desagrado o sin él) no lo reconoce, el propósito y la clave del poema se perderán; la clave que de todos modos estaba en la intención del poeta.

Con todo, se puede objetar que estoy forzando demasiado al autor. Si Gawain no hubiera mostrado miedo alguno, sino que se hubiese mostrado alegremente confiado en su cinturón mágico (no more mate ne dismayd for hys mayn dintez que el Caballero Verde confiado en la magia del Hada Morgana), entonces la última escena, la cita, habría perdido todo su sabor. Pero incluso si la creencia en la magia y la existencia de cintos encantados y artificios por el estilo se hubieran dado por supuestas, se hubiera necesitado una fe muy fuerte para que un hombre acudiera a un encuentro así sin siquiera estremecerse un poco. Bien, concedamos eso. En realidad eso no hace sino reafirmarme en lo que digo. Gawain no es descrito como alguien que tenga una fe viva en el Ceñidor, aun cuando eso sea sólo, o en parte, por simples razones narrativas. Por lo tanto su alegría en la víspera de Año Nuevo no deriva de eso. Debe derivar necesariamente de la absolución; Gawain es mostrado como hombre de «conciencia limpia»; y la confesión no fue «sacrílega».

Pero dejando aparte la cuestión de la técnica narrativa, el poeta tuvo evidentemente la intención de enfatizar los aspectos morales y (si ustedes quieren) más elevados del carácter de Gawain. Porque eso es simplemente lo que ha estado haciendo de manera coherente a lo largo de toda la obra, ya sea con una completa fidelidad a su material histórico heredado, o sin ella.

Y así, cuando Gawain no acepta el Ceñidor por cortesía, y se ve tentado por la esperanza de una ayuda mágica, y cuando se está armando y no puede olvidarlo, sino que se lo ciñe for gode of hymseluen y to sauen hymself esta causa se minimiza y no se presenta a Gawain como a alguien que confíe en absoluto en ese artilugio, porque el objeto, no menos que el horrible Caballero Verde, y su faierie, y toda faierie, están en última instancia sujetos al poder de Dios. Una reflexión que hace que el Ceñidor parezca bastante débil, como sin duda alguna quería el autor. [129]

Se quiere entonces que miremos a sir Gawain, tras su última confesión, tan limpio de conciencia y tan capaz como cualquier otro hombre valiente y piadoso (si no tanto como un santo) de darse ánimo mientras aguarda la muerte con el pensamiento de la postrera protección de Dios a los justos. Esto implica que ha sobrevivido no sólo a las tentaciones de la dama, sino que toda su aventura y la cita final son justas para él, o al menos están justificadas y son legítimas. Vemos ahora la gran importancia de la descripción que aparece en la primera parte sobre el modo en que sir Gawain se vio envuelto en el asunto, y el propósito de las señaladas críticas contra el rey Arturo pronunciadas en la corte (en la segunda parte, estrofa 29). De esta manera se nos muestra que Gawain no se ha involucrado en semejante peligro a causa de su nobelay, ni por alguna fantástica costumbre o promesa hecha por vanagloria, ni por orgullo o afán de convertirse en el mejor caballero de su Orden; ni por ningún otro motivo que, desde un punto de vista estrictamente moral, hubiera podido convertir el asunto en un absurdo o en algo reprensible, en una mera cuestión de testarudez, o que implicase que arriesgaba su vida por un motivo insuficiente. La tozudez y el orgullo están caracterizados en el Rey; Gawain se ve envuelto en ello a causa de la humildad, para él es una cuestión de honor: ha de defender a su soberano y pariente.

Podemos imaginar en efecto al autor intercalando este curioso pasaje después de una reflexión. Tras hacer de la conducta de Gawain en su aventura el sujeto de un análisis moral a una escala seria, vería que en ese caso la aventura debe ser para Gawain digna de elogio, como algo juzgado al mismo nivel. De hecho el autor ha tomado esta historia —o mezcla de historias— con todas sus improbabilidades, su falta de motivos racionales ciertos y su incoherencia, y ha empeñado en hacerlo la maquinaria por la que un hombre virtuoso queda atrapado en un peligro moral que es noble, o al menos adecuado (ni equivocado ni ridículo), para que él lo enfrente; y así se lo coloca consecutivamente en diversas tentaciones que él no encara voluntaria o conscientemente. Y al final las supera todas con simples armas morales. Se ve así que el Pentáculo sustituye al Grifo sobre el escudo de Gawain como parte de un plan deliberado a lo largo de toda la obra —de la versión definitiva, que es la que tenemos, [130] en todo caso—. Ese plan, esa elección y énfasis, deben ser reconocidos.

Otra cuestión es si este tratamiento está justificado, o si es un acierto artístico. Yo diría que la crítica a Arturo y el hacer de Gawain un delegado del rey con motivos totalmente humildes, olvidado de sí mismo, es para este poema[101] necesario, acertado y realista. La aparición del Pentáculo está justificada, y sólo resulta objetable (al menos para mi gusto, y supongo que para muchos de mi época) por su «pedantería», muy del siglo XIV, casi chauceriana, por su largura y excesiva elaboración, y (sobre todo) porque se demostró demasiado difícil para las aptitudes del autor con el verso aliterado que emplea. El tratamiento del Ceñidor, a medio camino entre la creencia y el descuido, es razonablemente satisfactorio si no nos detenemos a indagar el asunto con demasiada atención. Es necesario cierto grado de fe para la última escena de tentación; y se confirma como el único cebo efectivo que tiene la dama para sus trampas, llevando así a la «falta» (en el estrato más bajo del «juego») que hace la conducta real de Gawain y su cuasi-perfección tanto más creíble que la matemática perfección del Pentáculo.

Pero esta creencia —o esperanza— debe ser desechada al principio de la última parte, aun cuando fuera en un simple romance que no estuviera en absoluto preocupado por problemas morales, ya que la confianza en el Ceñidor echaría a perder las últimas escenas incluso en una historia así. La flaqueza del Ceñidor como talismán capaz (o que se considera capaz) de defender a un hombre de las heridas es intrínseca. De hecho esta debilidad es menos notoria de lo que debería, precisamente a causa de la seriedad del autor y a la piedad que ha adscrito a su modelo de caballero; ya que el desprecio del talismán en el momento de crisis es más creíble en un personaje como el del Gawain de este poema, que en un simple aventurero. Y no obstante lamento, no la falta en Gawain, ni que la dama encontrara un pequeño cebo para su víctima, sino que el poeta no pudiera concebir otra cosa que Gawain pudiera haber aceptado y sido inducido a ocultar, y que no obstante no hubiera afectado a su manera de ver su peligrosa cita. Pero no se me ocurre ninguna; de modo que tal crítica, kesting such cavillacioun, resulta ilusoria. [131]

Sir Gawain y el Caballero Verde queda como el mejor poema narrativo en cuanto a concepción y estructura del siglo XIV, y de toda la Edad Media, en inglés, con una sola excepción. Tiene un rival, un candidato a la igualdad, que no a la superioridad, en la obra maestra de Chaucer Troilus and Criseyde. Es más extensa, más larga, más complicada y quizá más sutil, aunque no más sabia ni perceptiva, y ciertamente menos noble. Y estos dos poemas tratan, desde diferentes ángulos, problemas que tanto preocuparon a la mente inglesa: las relaciones entre la Cortesía y el Amor con la moralidad y la moral cristiana, y con la Ley Eterna.