[514]
Como dije antes, esta nueva fase del relato fue escrita a continuación de la primera versión de «El Concilio de Elrond», sin dividir el texto. Después de la descripción de la estrella roja que brillaba en el sur (CA, pág. 380), hay un título, «El Anillo va hacia el sur», pero no se intercaló el número de un nuevo capítulo, y la numeración de las páginas es consecutiva.
A continuación presento el texto de la primera versión de «El Anillo va hacia el sur» (que se prolonga en el siguiente capítulo de la CA, II. 4, «Un viaje en la oscuridad»). Éste es un manuscrito extremadamente complejo y difícil de reproducir. Considero que no se basó en ninguna nota o esquema preliminar, excepto en el caso de un pasaje,[391] y que mi padre lo escribió ab initio como una narración completa; y, por este motivo, es extraordinario que, en lo que respecta a la redacción, se haya conservado gran parte del capítulo en la versión definitiva, pese a diferencias radicales como el hecho de que Trotter siga siendo el hobbit Peregrin y de que no aparezca ningún Enano ni Elfo. Como indiqué antes, la compañía estaba integrada por Gandalf, Boromir y cinco hobbits, aunque sin lugar a dudas uno de ellos no era un hobbit inexperto de la Comarca.
Mi padre escribió la mayor parte del texto con tinta, pero muy de prisa (aunque con paciencia —y recurriendo al texto de la CA— se pueden descifrar casi todas las palabras), tan de prisa que en muchos casos conservó lo que ya había escrito pero que luego había descartado, mientras se apresuraba a redactar nuevamente el texto; y el estilo suele ser poco elaborado e imperfecto. Posteriormente escribió a lápiz encima del primer texto, pero estoy seguro de que la mayoría de esas modificaciones fueron hechas muy poco después, y en algunos casos esto se puede demostrar. Algunas de esas modificaciones son indudablemente posteriores, y en ellas se hacen referencias a Gimli y Legolas que no son importantes desde el punto de vista cronológico y estructural. También se hicieron algunos cambios con tinta roja, pero sólo se refieren a nombres de lugares.
En el texto que se presenta aquí incluyo las modificaciones a lápiz que sin duda parecen haber sido hechas en un comienzo; pocas de ellas alteran significativamente la narración, y siempre que la alteran se presenta el texto original en las notas. En este caso las notas son elementos esenciales de la reproducción del manuscrito.
[515]
El Anillo va hacia el sur
Cuando Frodo había pasado cerca de quince días en Rivendel y ya había transcurrido una semana de noviembre o aún más[392] los exploradores comenzaron a volver. Algunos habían ido al norte, hasta los Valles del Arroyo Sombrío,[393] y otros habían ido al sur, casi hasta el Río del Camino Rojo. Unos pocos habían atravesado las montañas por el Paso Alto y la Puerta de los Trasgos (Annerchin), y por el paso de las fuentes del Río Gladio. Ésos fueron los últimos en volver, porque habían descendido a las Tierras Ásperas, hasta llegar a los Campos Gladios,[394] que se encontraban muy lejos de Rivendel aun para los Elfos más veloces. Pero ni ellos ni aquellos que habían recibido ayuda de las Águilas cerca de la Puerta de los Trasgos[395] habían descubierto nada, excepto que los lobos salvajes llamados «huargos» estaban reuniéndose nuevamente y cazaban otra vez entre las Montañas y el Bosque Negro. No habían encontrado ninguna señal de los Jinetes Negros, excepto los cuerpos de cuatro [escrito encima, varios] caballos ahogados en las rocas que había más abajo del Vado, y [? un] largo manto hecho un guiñapo y en jirones.
—No se puede estar seguro —dijo Gandalf—, pero parecería que los Jinetes fueron dispersados, y tuvieron que regresar como pudieron a Mordor. Si es así, pasará un tiempo antes que reinicien la cacería. Y tendrán que volver aquí en busca de huellas, siempre que la suerte nos acompañe y tengamos cuidado, y no reciban noticias de nosotros en el camino. Pero es mejor que partamos cuanto antes, y con todo el sigilo que sea posible.
Elrond estuvo de acuerdo, y les aconsejó que viajaran al atardecer y en la oscuridad siempre que pudiesen, y que se ocultaran cuando pudieran en pleno día.
—Cuando Sauron reciba las noticias de la derrota de los Nueve Jinetes —dijo—, se enfurecerá. Cuando se reinicie la cacería, será mucho más intensa y voraz.
—¿Hay más Jinetes Negros entonces? —preguntó Frodo.
—¡No! Sólo hay Nueve Espectros del Anillo. Pero cuando vuelvan a emprender la marcha, temo que traigan un séquito de numerosas criaturas malvadas, y que envíen a sus espías a todas las tierras. [516] Cuando estéis en camino, guardaos hasta del cielo que se extiende sobre vosotros.
Así llegó un día frío y gris de mediados de noviembre.[396] El viento del este soplaba entre las ramas desnudas de los árboles, y agitaba los abetos de las colinas. Las nubes se apresuraban, bajas y oscuras. Cuando las sombras tristes del crepúsculo comenzaron a extenderse, los aventureros se aprestaron a partir. Ya se habían despedido de todos junto al fuego en la gran sala, y ahora sólo esperaban a Gandalf, que aún estaba en la casa hablando por última vez en privado con Elrond. Cargaron las provisiones y las ropas de repuesto y otras cosas imprescindibles en dos poneys de andar seguro. Los viajeros tendrían que ir a pie, porque el itinerario que les habían trazado los haría atravesar tierras en las que había pocos caminos y los senderos eran accidentados y difíciles. Tarde o temprano tendrían que cruzar las Montañas. También avanzarían casi siempre al atardecer y en la oscuridad.[397] Sam estaba de pie junto a los poneys cargados, pasándose la lengua por los dientes y contemplando la casa taciturno; no tenía ningún deseo de aventuras. Pero en ese momento ninguno de los hobbits tenía valor para emprender el viaje; tenían el corazón apesadumbrado, y un viento frío les cubría la cara. Un destello de fuego se escapaba por las puertas abiertas; en muchas ventanas brillaban luces, y el mundo exterior parecía vacío y frío. Arropado en su manto, Bilbo estaba de pie y en silencio en el escalón de la entrada junto a Frodo. Trotter estaba sentado con la cabeza apoyada en las rodillas.[398]
Elrond salió al fin con Gandalf.
—¡Y ahora adiós! —dijo—. Que las bendiciones de los Elfos y los Hombres y de toda la gente libre vayan con vosotros. ¡Y que estrellas blancas os iluminen en vuestro viaje!
—Buena… ¡buena suerte! —dijo Bilbo, tartamudeando un poco (tal vez por el frío)—. No creo que puedas llevar un diario, muchacho, pero esperaré a que me lo cuentes todo cuando vuelvas. ¡Y no tardes demasiado, Frodo! Ya he vivido más de lo que esperaba. ¡Adiós!
Muchos otros de la casa de Elrond estaban de pie en las sombras y los miraron partir, diciéndoles adiós en voz baja. No hubo risas, ni canto ni música. Se alejaron al fin, y llevando a [517] los poneys desaparecieron rápidamente en la creciente oscuridad.
Cruzaron el puente y subieron lentamente por los largos senderos escarpados que los llevaban fuera del profundo valle de Rivendel, y al fin llegaron a los páramos altos, grises y difusos bajo las veladas estrellas. Luego, echando una última mirada a las luces del Ultimo Hogar allá abajo, se alejaron a grandes pasos perdiéndose en la noche.
En el Vado dejaron el camino del oeste que cruzaba el Río; y doblando hacia el sur siguieron por senderos estrechos entre los campos quebrados. Iban hacia el sur. Se proponían seguir en esa dirección durante muchas millas y muchos días, bordeando las faldas occidentales de las Montañas Nubladas. La región era mucho más desolada y accidentada que el valle verde del Río Grande en las Tierras Ásperas al este de la cadena de montañas y avanzarían mucho más lentamente; pero esperaban escapar de ese modo a la mirada de los enemigos. Hasta entonces los espías de Sauron habían sido vistos raras veces en las regiones occidentales; y los senderos eran poco conocidos excepto para las gentes de Rivendel. Gandalf marchaba adelante y con él iba Trotter, que conocía esas tierras aun en la oscuridad. Boromir caminaba en la retaguardia.
La primera parte del viaje fue triste y lúgubre y Frodo recordaría muy poco de ella, fuera del viento frío. Durante muchos días sin sol, un viento helado sopló de las montañas del este y parecía que ninguna ropa podía protegerlos contra esas agujas penetrantes. En Rivendel los habían equipado bien con ropas abrigadoras, y tenían pellizas y mantos forrados con piel y muchas mantas también, pero pocas veces sintieron calor, tanto moviéndose como descansando. Dormían inquietos en pleno día, en algún repliegue del terreno, o escondiéndose bajo los enmarañados arbustos espinosos que en esas regiones crecían en espesos matorrales. A la caída de la tarde se despertaban, y comían la comida más abundante, fría y triste casi siempre, y acompañada de unas pocas palabras, pues pocas veces se arriesgaban a encender un fuego. Ya de noche partían otra vez, buscando los senderos que fueran más en línea recta hacia el sur. [518]
Al principio les pareció a los hobbits que iban a paso de caracol y que no llegaban a ninguna parte; pues pasaban los días y el paisaje era siempre igual. Sin embargo, las Montañas que al sur de Rivendel se desviaban hacia el oeste iban acercándose. Los senderos eran cada vez más escasos y tenían que desviarse mucho de su curso para evitar pendientes escarpadas, o matorrales, o tenebrosos pantanos traicioneros. La región estaba cubierta de colinas desiertas y valles profundos por los que corrían aguas turbulentas.
Pero cuando ya llevaban unos diez días de marcha el tiempo mejoró. El viento viró de pronto hacia el sur. Las nubes rápidas se elevaron y desaparecieron, y asomó el sol.
Al cabo de una larga y penosa marcha en medio de la noche, llegó el alba. Los viajeros llegaron a una loma baja, coronada de viejos acebos; los estriados y pálidos troncos parecían estar hechos con la misma piedra de las colinas. Las bayas eran rojas a la luz del sol naciente. Lejos, en el sur, Frodo vio los perfiles oscuros de las montañas, que ahora parecían interponerse en su camino. A la izquierda de esa distante cadena se elevaba un alto pico que parecía un diente; estaba coronado de nieve pero rojiza bajo la luz creciente.
Gandalf se detuvo junto a Frodo y miró amparándose los ojos con la mano.
—Hemos tomado el camino correcto —dijo—. Hemos llegado a los límites de la región llamada Acebeda: muchos Elfos vivieron aquí en días más felices. Hemos hecho ochenta leguas,[399] un largo trecho, y hemos avanzado más veloces que el invierno desde el norte. El territorio y el tiempo serán ahora más apacibles, pero quizá también más peligrosos.
—Haya o no haya peligro, un verdadero amanecer es bien recibido —dijo Frodo echándose atrás la capucha y dejando que la luz de la mañana le cayera en la cara.
—¡Las montañas están frente a nosotros! —dijo Faramond—. Al parecer nos desviamos hacia el este.
—No, las montañas se han desviado —dijo Gandalf—.[400] ¿No recuerdas el mapa que tenía Elrond en Rivendel?
—No, no le presté mucha atención —dijo Faramond—, Frodo tiene mejor cabeza que yo para esas cosas.
—Bien, quien haya mirado el mapa —dijo Gandalf— [519] habrá visto que allá se encuentra el Taragaer o el Cuerno Rojizo,[401] esa montaña de falda roja. Las Montañas Nubladas se dividen allí y entre sus brazos se extiende la tierra[402] de Caron-dûn, el Valle Rojo.[403] Ése es el camino que tendremos que tomar: el Paso Rojo de Cris-caron,[404] bajo la falda del Taragaer, y hacia Caron-dûn y bordeando el Río del Camino Rojo[405] hasta el Río Grande y…
Hizo una pausa.
—Sí, ¿y luego qué? —preguntó Merry.
—Hacia nuestro destino, el fin del viaje —dijo Gandalf—. Pero primero el bosque siempre verde de Fangorn, que el Río Grande cruza por el medio.[406] Pero no miraremos demasiado adelante. Alegrémonos de que la primera etapa haya quedado atrás sin contratiempos. Creo que descansaremos aquí durante todo un día. Un aire saludable rodea a Acebeda. Muchos males han de caer sobre un país para que olvide del todo a los Elfos, si vivieron allí alguna vez.
Aquella mañana encendieron un fuego en un hueco profundo, velado por dos grandes acebos, y por primera vez desde que dejaran la casa de Elrond tuvieron un almuerzo feliz. No corrieron en seguida a acostarse, pues tenían toda la noche para dormir y no partirían de nuevo hasta la noche del día siguiente. Sólo Trotter estaba taciturno e inquieto. Al cabo de un rato se alejó de la compañía y caminó por la saliente, mirando las tierras que se extendían hacia el sur y el oeste. Regresó y se quedó mirándolos.
—¿Qué pasa? —dijo Merry—. ¿Echas de menos el viento del este?
—No, por cierto —respondió Trotter—. Pero echo de menos algo. Conozco muy bien Acebeda, y he estado aquí en muchas estaciones. No hay gentes que habiten aquí ahora, pero hay muchas otras cosas que viven aquí, o que vivían antes, especialmente pájaros. Pero ahora todo está en silencio. Puedo sentirlo. No hay ningún sonido en muchas millas a la redonda, y vuestras voces parecen resonar como un eco sobre la tierra. No lo entiendo.
Gandalf alzó la vista rápidamente.
—¿Pero cuál crees que sea la razón? —preguntó—. ¿Hay otra aparte de la sorpresa de ver a un grupo de hobbits [520] (sin contarnos a Boromir y a mí) en sitios dónde rara vez se ve a alguien?
—Ojalá así sea —dijo Trotter—. Pero tengo una impresión de acechanza y temor que nunca tuve aquí.
—¡Muy bien! Entonces tendremos más cuidado —dijo Gandalf—. Si traes a un Montaraz contigo, es bueno prestarle atención, y más aún si el Montaraz es Trotter; ya lo he comprobado. Hay ciertas cosas que ni siquiera un mago con experiencia advierte. Será mejor que dejemos de hablar ahora, y que nos quedemos en silencio y vigilemos.
A Sam le tocó hacer la primera guardia, pero Trotter se le unió. Los otros se fueron durmiendo poco después, uno a uno. El silencio creció de tal modo que hasta Sam lo advirtió. La respiración de los que dormían podía oírse claramente. Los meneos de la cola de los poneys y los ocasionales movimientos de los cascos se convirtieron en fuertes ruidos. Sam alcanzaba a oír cómo le crujían las articulaciones cuando se movía. Por encima de todo se extendía un cielo azul, mientras el sol ascendía con un brillo claro. Las últimas nubes desaparecieron. Pero a lo lejos, en el sudeste, apareció una mancha oscura y se dividió, alejándose como humo hacia el norte y el oeste.
—¿Qué es eso? —le susurró a Trotter.
Trotter no respondió, porque tenía los ojos clavados en el cielo, pero Sam no tardó en reconocer lo que era. Las nubes eran bandadas de pájaros que volaban muy rápidamente, girando y en círculos, y recorriendo toda la región como si buscaran algo.
—¡Échate al suelo y no te muevas! —siseó Trotter, arrastrando a Sam a la sombra de una mata de acebos, pues todo un regimiento de pájaros se había desprendido de la bandada del oeste y se acercaba volando bajo sobre la saliente en dirección a los viajeros. Sam pensó que eran una especie de grandes cuervos. Mientras pasaban sobre ellos se oyó un único y ronco graznido.
Trotter no se movió hasta que los pájaros desaparecieron en la distancia. Entonces fue a despertar a Gandalf.
—Regimientos de cuervos negros están volando de aquí para allá sobre Acebeda —dijo—. No son nativos de aquí. No sé qué les ocurre; quizá hay algún problema allá en el sur; pero creo que están espiando la región. También me pareció ver algunos halcones [521] volando más alto en el cielo. Eso explicaría el silencio.[407] Tendremos que partir esta misma noche. Temo que Acebeda haya dejado de ser un lugar seguro; es un lugar vigilado.
—Y en ese caso también lo será el Paso Rojo, y no sé cómo podríamos pasar por allí sin ser vistos —dijo Gandalf—. Pero lo pensaremos cuando estemos más cerca. En cuanto a partir esta noche, temo que tengas razón.
—Por suerte no dejamos que el fuego humeara mucho —dijo Trotter—. Creo que se apagó antes de que vinieran los pájaros. No hay que encenderlo de nuevo.
—¡Qué desilusión! —dijo Faramond. Le habían dado las noticias tan pronto como despertó (al caer la tarde): no más fuego y caminar otra vez de noche—. Yo había estado esperando que esta noche comiésemos bien, algo caliente. ¡Todo por una bandada de cuervos!
—Bueno, puedes seguir esperando —dijo Gandalf—, ¡quizá tengas todavía muchos banquetes inesperados! En cuanto a mí me gustaría fumar cómodamente una pipa, y calentarme los pies. Sin embargo, de algo al menos estamos seguros: hará más calor a medida que vayamos hacia el sur.
—¡Demasiado calor, no me sorprendería! —le dijo Sam a Frodo—. De todos modos me alegraría ver la Montaña de Fuego, y ver el fin del camino, por así decir. Yo creía que era ese Cuerno Rojizo, o como se llame, hasta que el señor Gandalf dijo que no.
Los mapas no le decían nada a Sam, y en esas tierras desconocidas todas las distancias parecían tan vastas que ya había perdido la cuenta.
Los viajeros permanecieron ocultos todo ese día. Los pájaros pasaron sobre ellos varias veces; pero cuando el sol enrojeció desaparecieron hacia el sur.[408] Poco después se pusieron en marcha de nuevo, y desviándose un poco hacia el este se encaminaron a la cima del Taragaer, que aún era un débil reflejo rojo a la distancia. Frodo recordó que Elrond les había aconsejado que se guardaran hasta del cielo, pero el cielo estaba claro y vacío, y una tras otra fueron asomando las estrellas blancas mientras se apagaban los últimos destellos del atardecer.
Guiados por Trotter y Gandalf como siempre encontraron un buen sendero. Por lo que alcanzaba a distinguir en la creciente oscuridad, [522] a Frodo le pareció que eran los restos de un antiguo camino, en otro tiempo ancho y bien trazado, y que iba de la desierta Acebeda al paso que se abría bajo el Taragaer. Una luna creciente se alzó por encima de las montañas, y se difundió una pálida luz que les fue útil, pero que desagradó a Trotter y Gandalf. Permaneció en el cielo sólo por un rato y luego dejó que las estrellas los iluminaran.[409] Cuando llegó la medianoche ya llevaban una hora o más de camino desde la primera parada. Frodo miraba constantemente el cielo, en parte por su belleza, en parte recordando las palabras de Elrond. De pronto vio o sintió que una sombra cruzaba por delante de las estrellas, como si se hubieran apagado y en seguida brillaran otra vez. Se estremeció.
—¿Viste algo? —le dijo a Gandalf que marchaba delante de él.
—No, pero lo sentí, fuera lo que fuese —dijo el mago—. Quizá no era nada, sólo un jirón de nube.
No pareció convencido por su propia explicación.[410]
Esa noche no ocurrió nada más. La mañana siguiente fue todavía más brillante, pero el viento soplaba hacia el este y el aire era frío. Siguieron marchando tres noches más, subiendo siempre pero más y más lentamente a medida que el camino torcía hacia las colinas y las montañas se acercaban cada vez más. A la tercera mañana el Taragaer se elevó ante ellos, una cima majestuosa, coronada de nieve plateada, pero de faldas desnudas y abruptas, de un rojo cobrizo como tinto en sangre.
El cielo parecía negro, y el sol era pálido. El viento soplaba ahora hacia el norte. Gandalf husmeó y se volvió.
—El invierno está detrás de nosotros —le dijo en voz baja a Trotter—. Las cimas de atrás están más blancas que antes.
—Y esta noche —dijo Trotter— estaremos a bastante altura, camino del paso rojo de Cris-caron. ¿Qué piensas ahora de nuestro itinerario? Si no nos ven en ese sendero angosto (y si no nos acechan criaturas malignas, como podría ocurrir allí), el tiempo también podría ser un feroz enemigo.[411]
—No pienso nada bueno de nuestro itinerario, y tú lo sabes bien, Señor Peregrin —dijo Gandalf irritado—. Pero tenemos que seguir. No serviría de nada tratar de cruzar más al sur a las tierras de Rohan. Hace ya mucho tiempo que los Reyes de los Caballos son sirvientes de Sauron.[412] [523]
—Lo sé. Pero hay otro camino, no por Cris-carón, como bien sabes.
—Por supuesto que lo sé. Pero no me arriesgaré a tomar ese camino, no hasta estar seguro de que no hay otro remedio. Consideraré el asunto mientras los otros descansan y duermen.[413]
Al atardecer, antes de prepararse para partir, Gandalf les habló a los viajeros.
—Por primera vez nos enfrentamos a un grave problema y una gran duda —dijo—. El paso que debemos atravesar está allí adelante —señaló el Taragaer: las faldas estaban sombrías y lúgubres, porque el sol se había ocultado, y una nube gris rodeaba la cima—. Tardaremos al menos dos jornadas de marcha en llegar cerca de la cima del paso. Por los signos que hemos visto últimamente, temo que esté vigilado o custodiado; y en todo caso Trotter y yo tenemos dudas sobre el tiempo, con este viento. Pero temo que tendremos que seguir adelante. No podemos volver atrás, donde es invierno, y más hacia el sur los pasos están tomados. Esta noche tendremos que avanzar todo lo que podamos.
El desaliento se apoderó de los viajeros al oír esas palabras. Pero se aprestaron de prisa, y se pusieron en marcha lo más rápido que pudieron. Les costaba avanzar.[414] El camino tortuoso y serpenteante había sido abandonado hacía mucho tiempo y en algunos lugares estaba bloqueado por piedras caídas, y les era muy difícil guiar a los poneys que llevaban el equipaje por sobre ellas.[415] La noche se hizo muy oscura bajo las espesas nubes; un viento helado se arremolinaba entre las rocas. A medianoche ya habían llegado a las faldas de las grandes montañas, y caminaban en línea recta bajo una ladera bordeada a su derecha por un acantilado que no alcanzaban a ver, pero cuya existencia presentían. De pronto Frodo sintió que algo helado le rozaba la cara. Extendió el brazo, y vio que unos copos de nieve se le posaban en la manga. Poco después la nieve caía copiosamente, arremolinándose desde todos los lados ante sus ojos, hasta cubrir todo el aire. Apenas alcanzaba a ver las figuras sombrías de Gandalf y Trotter, que marchaban unos pocos pasos más adelante. [524]
—Esto no me gusta —jadeó Sam, que iba detrás—. No tengo nada contra la nieve en una mañana hermosa, si se la ve desde la ventana; pero prefiero estar en cama cuando cae.
Excepto en los páramos de la Cuaderna del Norte, las nevadas eran raras en gran parte de la Comarca. Ocasionalmente, en enero o febrero, caía una pelusa blanca, pero [ésta] desaparecía poco después, y muy rara vez en los inviernos fríos caía una verdadera nevada, tan copiosa como para hacer bolas de nieve.
Gandalf se detuvo. Al acercársele, Frodo pensó que ya casi parecía un muñeco de nieve. La nieve se le acumulaba en la capucha y los hombros inclinados, y una gruesa capa cubría la tierra.
—¡Esto tiene mala cara! —dijo el mago—. Nunca pensé en esta posibilidad, la nieve no estaba en mis planes. Rara vez nieva tan al sur, excepto en las altas cumbres, y aún no hemos llegado siquiera a la mitad del camino hacia el alto paso. Me pregunto si esto no será obra del Enemigo. Dispone de raros poderes y de muchos aliados.
—Será mejor que los reunamos a todos —dijo Trotter—. No conviene que nadie se extravíe en una noche como ésta.
Siguieron avanzando penosamente por un rato. La nieve se convirtió en una cellisca enceguecedora, y poco después ya les llegaba a las rodillas en algunos sitios.
—Dentro de poco me cubrirá la cabeza —dijo Merry. Faramond se arrastraba detrás y necesitaba toda la ayuda que Merry y Sam pudieran darle. Frodo sentía que los pies le pesaban como plomo a cada paso.
De pronto oyeron extraños sonidos: quizá no eran más que una jugarreta del viento en las grietas y hendiduras en las rocas, pero parecían chillidos agudos o estallidos de ásperas risas. Luego comenzaron a caer unas piedras que revoloteaban como hojas arrastradas por el viento, y se estrellaban en el sendero y en las rocas a ambos lados. De cuando en cuando se oía un estruendo apagado, como si un peñasco bajara rodando estrepitosamente desde las alturas ocultas en las tinieblas.
El grupo se detuvo.
—No podemos avanzar más esta noche —dijo Trotter—. Podéis llamar viento a esto, si queréis, pero yo digo que son voces y [525] que esas piedras están dirigidas a nosotros, o al menos al sendero.
—Yo lo llamo viento —dijo Gandalf—; pero eso no quita que hayas dicho la verdad. No todos los sirvientes del Enemigo tienen cuerpos y brazos y piernas.[416]
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Frodo. De pronto se sintió desfallecer, y solo y perdido en medio de la oscuridad y el empuje de la nieve, víctima de las burlas de los demonios de las montañas.
—Detenernos aquí o retroceder —respondió Gandalf—. Ahora estamos protegidos por la alta pared que hay a nuestra izquierda, y por una enorme hondonada a la derecha. Más arriba hay un valle ancho y poco profundo, y el camino corre al fondo de dos largas pendientes. Nos será muy difícil atravesarlo sin sufrir daño, dejando de lado la nieve.[417]
Después de discutir por un rato regresaron a un sitio por el que habían pasado justo antes de que comenzara a nevar. Allí el sendero corría al pie de una baja saliente. Miraba al sur y esperaban que los protegiera un tanto del viento. Pero las ráfagas se arremolinaban alrededor, y la nieve era más espesa que antes. Se apretaron unos contra otros, de espaldas a la pared. Los dos poneys estaban de pie delante de ellos, abatidos pero pacientes, y lo resguardaban un poco, pero la nieve no tardó en llegarles a la panza, seguía subiendo. Los hobbits agazapados detrás de ellos estaban casi sepultados. Una gran somnolencia se apoderó de Frodo, y sintió que se hundía rápidamente en un sueño tibio y confuso. Pensó que un fuego le calentaba los dedos de los pies, y desde las sombras le llegó la voz de Bilbo: «No me parece gran cosa tu diario», le oyó decir. «(Tormenta de) nieve el dos de diciembre;[418] no había necesidad de volver para traer esa noticia.»
De pronto sintió que lo sacudían violentamente, y recuperó dolorosamente la conciencia. Boromir lo había levantado desde la misma tierra.
—Esta nieve será el fin de los hobbits, Gandalf —dijo—. Tenemos que hacer algo.
—Dales esto —dijo Gandalf, buscando a tientas en el fardo que había a su lado, y sacando una botella de cuero—. Sólo un poco para cada uno de nosotros. Es muy precioso: es uno de los cordiales de Elrond, y no esperaba tener que usarlo tan pronto. [526]
Apenas Frodo hubo tragado un poco del potente cordial, sintió una nueva fuerza en el corazón, y los miembros libres del pesado letargo. Los otros revivieron tan rápidamente como él.
Boromir comenzó entonces a apartar la nieve y dejar un espacio descubierto bajo la pared rocosa. Al advertir que las manos y los pies no eran buenas herramientas, y que su espada no era mucho mejor, cogió un leño que traían en uno de los poneys, en caso de que necesitaran hacer fuego en lugares donde no hubiese madera. Lo ciñó y colocó un palo en el medio, de modo que parecía una larga porra; pero lo usó como un ariete para ir echando hacia atrás la blanda nieve, hasta que se convirtió en una gruesa pared que se alzaba delante de ellos y que no podía empujar más lejos. Por el momento, todo pareció mejor, y en el pequeño claro los viajeros empezaron a dar pasos cortos, golpeando vigorosamente la tierra para evitar que los miembros se les aletargaran. Pero la nieve seguía cayendo sin cesar; y pronto se dieron cuenta de que posiblemente quedarían enterrados antes del alba.[419]
—¿Qué tal un fuego? —dijo Trotter súbitamente—. Y si eso nos delata, pienso que ya se sabe o se adivina perfectamente dónde estamos… alguien lo sabe.
En medio de su desesperación, decidieron hacer un fuego siempre que pudieran, aun si para eso tenían que sacrificar todo el combustible que tenían. Incluso para Gandalf, con todos sus poderes, fue agotador encender la leña húmeda en ese lugar asolado por el viento. No servía de nada recurrir a los métodos habituales, aunque todos los viajeros llevaban yesca y pedernales. Habían traído algunos conos de abetos y pequeños atados de pasto seco para encender fuego, pero no salía de ellos ni una sola llamita, hasta que Gandalf les hundió su vara en el medio e hizo brotar una llama verde y azul.
—Bien, si algún enemigo nos está observando —dijo—, esto me delatará. No nos queda sino esperar que la tormenta enceguezca a los demás tanto como a nosotros. Pero de todos modos es agradable contemplar un fuego.
La madera ardía animadamente y creaba un claro círculo en el que los viajeros se reunieron un tanto más animados; pero Gandalf miró en torno y vio miradas de ansiedad a la luz de las [527] llamaradas danzarinas. La madera ardía con rapidez, y la nieve seguía cayendo copiosamente.
—La luz del día no tardará en aparecer —dijo Gandalf lo más jovialmente que pudo, pero añadió—: si hay alguna luz capaz de traspasar estas nubes.
El fuego se apagaba y le echaron el último leño. Trotter se incorporó y clavó los ojos en el cielo oscuro.
—Creo que empieza a disminuir —dijo. Los otros contemplaron por largo rato los copos que caían …… bajando de la oscuridad, revelando su blancura por un momento a la luz del fuego; pero no parecía que nevara menos. Sin embargo, al cabo de un rato se dieron cuenta de que Trotter tenía razón. Los copos eran cada vez más escasos. El viento amainaba. La luz del amanecer empezó a insinuarse gris y difusa. Luego dejó de nevar.
A medida que aumentaba, la luz iba descubriendo un mundo indistinto en torno a ellos. Las alturas estaban ocultas entre nubes (que amenazaban más nieve), pero más abajo veían borrosas colinas blancas y cúpulas y valles que parecían ocultar por completo el sendero por donde habían venido.
—Cuanto más pronto nos pongamos en movimiento y descendamos otra vez, mejor será —dijo Trotter—.[420] ¡Aquí volverá a nevar!
Pero aunque estaban ansiosos por descender nuevamente, una cosa era decirlo y otra hacerlo. La capa de nieve que los rodeaba ya era de varios pies; a los hobbits les llegaba al cuello y era más alta que ellos en algunos sitios; y seguía siendo blanda. Si hubiesen [tenido] trineos nórdicos o raquetas para la nieve no [les] habrían servido de mucho. Gandalf apenas lograba avanzar trabajosamente, parecía nadar (y cavar) en vez de caminar. Boromir era el más alto de todos: medía unos seis pies y también era ancho de hombros. Se adelantó un trecho para ver cómo era el sendero. La nieve le llegaba más arriba de las rodillas, y en muchos sitios se hundía hasta la cintura. La situación parecía desesperada.
—Trataré de seguir bajando —dijo—.[421] Por lo que alcancé a percibir anoche, el sendero parece torcer en una saliente rocosa allá abajo. Y si recuerdo bien, un estadio o dos más abajo deberíamos llegar a un sitio llano en lo alto de una larga ladera escarpada; [528] el ascenso fue muy difícil. Desde allí quizá alcance a ver algo o a hacerme cierta idea de cómo está la nieve más allá.
Avanzó lenta y penosamente, y al cabo de un rato desapareció tras el recodo.
Transcurrió casi una hora antes que regresara, agotado pero con algunas noticias alentadoras.
—Hay mucha nieve acumulada justo después del recodo, y casi quedé enterrado allí; pero más allá la nieve empieza a disminuir rápidamente. En la cima de la pendiente no llega más arriba de los tobillos y de allí en adelante es sólo un mantillo; eso parece al menos.
—Puede ser nada más que un mantillo más abajo —gruñó Gandalf—, pero aquí no lo es. Parecería que hasta la misma nieve fue arrojada contra nosotros.
—¿Cómo llegaremos nosotros al recodo? —preguntó Trotter.
—¡No sé! —dijo Boromir—. Es una lástima que Gandalf no pueda producir una llama que nos funda un sendero.
—Sí, es una lástima —dijo Gandalf irritado—; pero incluso yo necesito materiales para trabajar. No puedo encender un fuego ni avivarlo. Lo que necesitáis es un dragón, no un mago.
—En realidad creo que un dragón manso nos sería más útil en este momento que un mago salvaje —dijo Boromir, lanzando una carcajada que no aplacó en absoluto a Gandalf.
—En este momento, en este momento —replicó—. Ya veremos más adelante. Soy tan viejo que podría ser el antepasado de tu bisabuelo, pero no estoy decrépito todavía. Merecerías encontrarte con un dragón salvaje.[422]
—¡Bueno, bueno! Cuando las cabezas no saben qué hacer hay que recurrir a los cuerpos, como dicen en mi país —dijo Boromir—. Tendremos que tratar de abrirnos camino. Subid a la gente pequeña a los poneys, dos en cada uno. Cargaré al más pequeño; tú irás atrás, Gandalf, y yo iré delante.
Comenzaron de inmediato a descargar los fardos que llevaban los poneys.
—Volveré a buscarlos cuando hayamos abierto un sendero —dijo. Montaron a Frodo y Sam en uno de los poneys, a Merry y Trotter en el otro. Luego de levantar a Faramond, Boromir comenzó a avanzar a grandes zancadas.
Poco a poco fueron abriendo un pasaje. Tardaron un rato [529] en llegar a la curva, pero lo hicieron sin contratiempos. Después de hacer un breve alto avanzaron trabajosamente hacia el borde de la barrera de nieve. De pronto Boromir tropezó en una piedra oculta, y cayó de bruces. Faramond se cayó de sus hombros y desapareció en la profunda capa de nieve. El poney que venía detrás se encabritó y también se cayó, arrojando a Frodo y Sam a la nieve. Trotter logró retener al segundo poney.
Por unos instantes todo fue confusión. Pero Boromir se incorporó, se sacudió para quitarse la nieve de la cara y los ojos, y se acercó a la cabeza del poney que forcejeaba torpemente y daba coces. Cuando logró que se pusiera en pie otra vez, fue a rescatar a los hobbits que habían desaparecido en profundos agujeros en la nieve blanda. Primero sacó a Faramond y luego a Frodo, y se abrió camino a través del resto de la barrera de nieve y los dejó de pie al otro lado. Regresó entonces a buscar a Sam y al poney.
—¡Id por el pasaje que he abierto! —les gritó a los otros tres—. ¡Lo peor ha quedado atrás!
Llegaron al fin a la cima de la larga pendiente. Gandalf le hizo una reverencia a Boromir.
—Si me mostré irritable —dijo—, te ruego que me perdones. Ni siquiera al más sabio de los magos le agrada ver que sus planes fracasan. Demos gracias a la fuerza y al sentido común. Te agradecemos, Boromir de Ond.[423]
Contemplaron las tierras desde las alturas en que se encontraban. La luz del día era todo lo deslumbrante que llegaría a ser, a menos que las espesas nubes se dispersaran. Mucho más abajo, y sobre los terrenos abruptos que se extendían al pie de la pendiente, Frodo creyó divisar la cañada desde la que habían iniciado el ascenso la noche anterior. Le dolían las piernas y la cabeza le daba vueltas cuando pensaba en la larga y dolorosa bajada. A lo lejos, abajo, pero mucho más arriba de las primeras estribaciones, vio muchas manchas negras que se movían en el aire.
—¡Otra vez los pájaros! —dijo en voz baja, señalando.
—No podemos hacer nada ahora —dijo Gandalf—. Sean bondadosos o malvados, o aunque no tengan ninguna relación con nosotros, tenemos que bajar en seguida. [530]
El viento volvía a soplar con fuerza sobre el paso oculto entre las nubes; y ya comenzaban a caer unos copos de nieve.
La tarde llegaba a su fin, y la luz gris menguaba otra vez de prisa cuando volvieron al lugar donde habían acampado la noche anterior. Estaban muy cansados y hambrientos. La creciente oscuridad henchida de nieve velaba las montañas: aun allí, al pie de las colinas, la nieve caía lentamente. Los pájaros habían desaparecido.
No tenían ramas para encender un fuego, y se cubrieron cuanto pudieron con las demás pieles y mantas. Gandalf les dio a cada uno un trago del cordial. Una vez que hubieron comido, Gandalf los invitó a discutir la situación.
—No podemos, por supuesto, continuar esta noche —dijo—. Todos necesitamos descansar, y creo que será mejor esperar aquí hasta mañana en la noche.
—¿Y luego adónde iremos? —preguntó Frodo—. No tiene sentido tratar de cruzar el paso otra vez; pero tú dijiste anoche en este mismo lugar que ahora no podríamos cruzar los pasos de más al norte por el invierno, ni los de más al sur por los enemigos.
—No tienes que recordármelo —dijo Gandalf—. Las únicas alternativas que tenemos es continuar, tomando un camino u otro, o regresar a Rivendel.
Los rostros de los hobbits expresaron claramente el placer que sentían ante la sola mención de retornar a Rivendel. A Sam se le iluminó el rostro, y miró a su amo. Pero Frodo parecía preocupado.
—Me gustaría estar de vuelta en Rivendel —reconoció—. ¿Pero eso no significaría también olvidarnos de todo lo que dijimos y decidimos allí? —preguntó.
—Sí —replicó Gandalf—. Quizá tardamos mucho en partir. Después del invierno no valdría la pena emprender ese viaje. Si volvemos, Rivendel será sitiada, y probablemente será derrotada y destruida.
—Entonces tenemos que continuar —dijo Frodo suspirando, y Sam volvió a tener un aire lúgubre—. Tenemos que continuar, si hay algún camino que podamos tomar.
—Hay un camino, o tal vez haya uno —dijo Gandalf—. Pero no os lo había mencionado antes, y apenas había pensado en esa [531] posibilidad cuando aún había esperanzas de cruzar el Cris-caron. Porque no es un camino agradable.
—Si es peor que el paso de Cris-caron, tiene que ser realmente malo —dijo Merry—. Pero será mejor que nos hables de eso.
—¿Habéis oído hablar de las Minas de Moria o el Abismo Oscuro?[424] —preguntó Gandalf.
—Sí —respondió Frodo—. Creo que sí. Me parece recordar que Bilbo habló de ellas hace mucho tiempo, cuando me contó historias de los enanos y los trasgos. Pero no sé dónde se encuentran.
—No están lejos de aquí —dijo el mago—. Se encuentran en estas montañas. Las construyeron los Enanos del clan de Durin hace muchos cientos de años, cuando los elfos moraban en Acebeda, y la paz reinaba entre las dos razas. En esos días antiguos Durin moraba en Caron-dûn, y había tráfico en el Río Grande. Pero los Trasgos —orcos feroces[425] en gran número— los expulsaron de allí después de muchas guerras, y la mayoría de los enanos que escaparon se trasladaron a remotas regiones del norte. Han tratado de recuperar esas minas muchas veces, pero por lo que sé jamás lo han conseguido. El Rey Thrór fue muerto allí después de haber huido del Valle cuando llegó el dragón, como recordarás por las historias de Bilbo. Como nos dijo Glóin, los enanos del Valle creen que Balin vino aquí, pero no han recibido noticias de él.[426]
—¿De qué podrían servirnos las minas [del] Abismo Oscuro? —preguntó Boromir—. Parece un nombre de malos augurios.
—Lo es, o ha llegado a serlo —respondió Gandalf—. Pero hay que tomar el camino que la necesidad nos dicta que tomemos. Si hay orcos en las minas, la pasaremos mal. Pero la mayoría de los trasgos de las Montañas Nubladas fueron destruidos en la Batalla de los Cinco Ejércitos en la Montaña Solitaria. Es posible que las minas aún estén abandonadas. Hasta es posible que haya enanos allí, y que Balin viva oculto en alguna sala subterránea. En ambos casos, tal vez podamos atravesarlas. Porque las minas cruzan por debajo del brazo occidental de las montañas. En tiempos remotos los túneles de Moria eran los más afamados del mundo septentrional. Había dos puertas secretas en el lado oeste, aunque la entrada principal estaba en el este, [532] frente al Caron-dûn.[427] La atravesé hace muchos años, cuando andaba en busca de Thrór y Thráin. Pero nunca he regresado desde entonces, nunca he querido repetir la experiencia.[428]
—Y yo no querría vivirla ni una sola vez —dijo Merry.
—Tampoco yo —susurró Sam.
—Por supuesto —dijo Gandalf—. ¿Quién podría desearlo? Pero la pregunta es: ¿me seguiréis si decido correr el riesgo?
Por un rato nadie respondió.
—¿A qué distancia están las puertas del oeste? —preguntó Frodo al cabo.
—A unas diez[429] millas al sur de Cris-caron —dijo Trotter.
—¿Conoces Moria entonces? —dijo Frodo, mirándolo sorprendido.
—Sí, conozco las minas —dijo Trotter serenamente—. Fui allí una vez, y guardo un recuerdo siniestro; pero si deseas saberlo, siempre preferí tomar ese camino que cruzar un paso abierto.[430] Seguiré a Gandalf, aunque lo habría seguido con más entusiasmo si hubiésemos podido llegar a la puerta de Moria más en secreto.
—¡Vamos! —dijo Gandalf—. Nunca os obligaría a tomar una decisión como ésta si hubiese esperanzas en otros caminos, o si el regresar nos ofreciera alguna esperanza. ¿Intentaréis ir a Moria, o regresaréis a Rivendel?
—Debemos arriesgarnos a ir a las Minas —dijo Frodo.
Como dije antes, es notable que la estructura del relato haya quedado tan definida ya desde un comienzo, aunque las diferencias entre los dramatis personae sean tan marcadas. En realidad, es muy curioso que aun antes de escribir el primer borrador completo de «El Concilio de Elrond» mi padre ya hubiese decidido que un Elfo y un Enano formarían parte de la Compañía (pág. 492), lo que ahora parece tan natural e inevitable, y que sin embargo en «El Anillo va hacia el sur» sólo la integren Gandalf y Boromir y cinco hobbits (uno de los cuales, como se reconoce, es Trotter, viajero incomparable y de gran experiencia).
Pero como ocurre en muchos otros casos en El Señor de los Anillos, se conservó gran parte de los primeros textos, por ejemplo en detalles de los diálogos, y no obstante éstos aparecen posteriormente en otros contextos, los interlocutores cambian, y adquieren una nueva resonancia al crecer y ampliarse tanto el «mundo» como su historia. [533] Un ejemplo extraordinario de esto se presenta en la nota 398, donde se indica que en el texto original «Trotter estaba sentado con la cabeza apoyada en las rodillas» mientras esperaban partir de Rivendel, en tanto que en la CA «Aragorn se había sentado en el suelo y apoyaba la cabeza en las rodillas; sólo Elrond entendía de veras qué significaba esto para él». Se plantea entonces la siguiente pregunta: ¿cuál es en realidad la relación entre Trotter = Peregrin Boffin y Trancos = Aragorn?
Sin duda, no sería correcto afirmar simplemente que alguien debía representar ese papel en el relato, y que en un comienzo lo representaba un Hobbit pero luego pasó a hacerlo un Hombre. En determinados casos, si se analiza la situación desde un punto de vista limitado sin considerar el contexto más amplio, la explicación satisfactoria o casi satisfactoria podría ser ésta: lo que debía ocurrir necesariamente o porque así se había decidido era que el acompañante de Sam Gamyi siseara «¡Échate al suelo y no te muevas!» y lo arrastrara a la sombra de una mata de acebos (pág. 520, CA pág. 394). Pero esta explicación es insuficiente. Yo me inclinaría a pensar que la figura original (el misterioso individuo que se presenta ante los hobbits en la posada de Bree) podía evolucionar en diferentes direcciones sin perder importantes elementos de su «identidad» como personaje fácilmente reconocible, aunque la elección de una u otra dirección le habría dado diferentes identidades históricas y raciales en la Tierra Media. Por lo tanto, Trotter no dejó simplemente de ser un Hobbit para convertirse en un Hombre, aunque esa transformación era posible en el caso del señor Mantecona sin que provocara mayores trastornos. De hecho, Trotter ya había sido potencialmente Aragorn durante mucho tiempo; y cuando mi padre decidió que Trotter era Aragorn y no era Peregrin Boffin su importancia y su historia cambiaron por completo, pero gran parte del Trotter «indivisible» siguió estando presente en Aragorn y determinó su naturaleza.
También se podría pensar que en el relato sobre el intento de cruzar el Cris-caron la figura de Trotter se ve disminuida en comparación con el papel que había desempeñado en la narración del viaje desde Bree a Rivendel, en el que, pese a ser un hobbit, era muy diferente de los demás, un líder sabio y con muchos recursos, de gran experiencia, en quien se centraban las esperanzas de todos los demás. Ahora, en este lugar, y al lado de Boromir, es uno más de la débil «gente pequeña», como dice Boromir, y tienen que subirlo a un poney. Como es natural, este problema no se puede abordar sin cierta perspectiva; si Trotter hubiese seguido siendo un hobbit en El Señor de los Anillos, el problema no se plantearía. Sin embargo, es posible que la decisión con respecto a Trotter que mi padre adoptaría poco después se haya visto influida por consideraciones de esta índole.
[542]
Nota sobre los elementos geográficos
y el mapa contemporáneo
A mi juicio, se puede afirmar casi con absoluta certeza que el mapa que se reproduce en la pág. 543 —dibujado muy de prisa, apenas esbozado y ya raído— fue hecho cuando se escribió originalmente este capítulo. Es la primera representación que hizo mi padre de la Tierra Media al sur del Mapa de las Tierras Ásperas incluido en El hobbit, que tenía ante él, como lo demuestra el curso de los ríos.
Si observamos el mapa de norte a sur, en primer lugar encontramos Carroca, y el (Río) Gladio y los Campos Gl[adios] (véanse la pág. 515 y la nota 394). También aparece Acebeda y el lugar se señala con una línea quebrada; y los nombres, tachados, a la derecha de las montañas son Taragaer, Caradras (con la forma definitiva, Caradras, escrita al lado a lápiz), Carnbeleg y Rhascarn (véase la nota 401). El nombre del paso es Arroyo Sombrío y junto a él hay un nombre tachado: (probablemente) Cris-caron (véase la nota 404); también aparece indicado el Lago Espejo y ésta es la primera oportunidad en que se menciona este nombre (véase la nota 427). Al oeste del lago está Moria; más abajo hay dos nombres ilegibles y debajo de ellos Bliscarn (nota 401) y nuevamente Carnbeleg, todos éstos tachados.
La división de las Montañas Nubladas en dos brazos, mencionada por Gandalf en el presente texto (págs. 519, 531) y por Gimli en la CA (pág. 392), es mucho más marcada en este mapa original que en los mapas hechos posteriormente por mi padre, en los que el brazo oriental es menos extenso que en mi mapa publicado en el SA. Véase la nota 403 en relación con los nombres del valle que hay entre los brazos de las montañas.
Mapa más antiguo de las tierras al sur del
Mapa de las Tierras Ásperas incluido en El hobbit
[544]
Ya se había concebido la amplia curva que describía el Río Grande hacia el oeste (punto en el que se anotó amplia vuelta), pero la ubicación del Bosque de Fangorn (la forma en que mi padre escribió aquí la palabra Bosque es un ejemplo de la letra con que escribía cuando lo hacía muy de prisa) se modificaría por completo más adelante. Gandalf dice que el Río Grande atravesaba por el medio de Fangorn (página 519 y nota 406). El nombre Belfalas, al nordeste de Fangorn, se escribió con tinta roja (único caso); más adelante Belfalas pasó a ser una región de la costa de Gondor, y como falas (‘costa’) es una de las palabras élficas más antiguas (véase I. 309) cuesta comprender por qué se la utilizó para designar a una región boscosa muy alejada del mar. Sospecho que mi padre la escribió después, o antes, de dibujar este mapa extremadamente de prisa y sin relacionarla con él, de modo que no tiene ninguna importancia en este contexto.
Véase la nota 405 en relación con los distintos nombres del río del Camino Rojo anotados en el texto; entre otros figura Caradras, el nombre escrito en el mapa (pero tachado a lápiz).
Sobre las Montañas Nubladas, más al sur, se escribió «Este paso debe estar en Rohan, más al sur» (véase la nota 412 en relación con los pasos que cruzan las Montañas al sur de Caradras). En el extremo inferior del mapa, al lado izquierdo, se escribió: «Rohan. Tierra de los Reyes de los Caballos… Hipalanecios [posiblemente kn por kingdom ‘reino’ Anaxipianos Rohiroth Rochiroth». Es sorprendente el empleo de los términos Hipanalecios y Anaxipianos (‘Señores de los Caballos’).
En el extremo derecho dice: Más abajo están las Mont. Azules. Compárese lo que decía Gandalf en el primer esquema de «El Concilio de Elrond» (pág. 492 ): «el Gigante Bárbol deambula por el Bosque entre el Río y las Montañas del Sur»; el esbozo presentado en la pág. 508, en el que se dice que el Bosque de Fangorn asciende por las Montañas Azules (> Tenebrosas); y la nota escrita en este texto que luego se descartó en la que dice que Boromir era «un montañés de nacimiento», de las Montañas Tenebrosas (nota 421).
La orientación de las Montañas Nubladas plantea un problema. En el texto original (pág. 518), al igual que en la CA (pág. 392), se dice que al sur de Rivendel las montañas doblan hacia el sudoeste; y eso aparece ilustrado en el Mapa de las Tierras Ásperas en El hobbit. Si se prolongara la línea de las montañas después del punto en que termina el mapa, a cierta distancia al sur de las fuentes del Gladio, sin que se desviaran más hacia el oeste, una senda que fuera hacia el sur del Vado de Rivendel se cruzaría con la cadena montañosa cerca de Caradhras. Esto es precisamente lo que se indica en los tres mapas hechos por mi padre, en los que aparece toda la cadena de las Montañas [545] Nubladas. En dos de ellos, las montañas se extienden en línea recta aproximadamente desde la latitud en que se encuentra Rivendel (al igual que en mi mapa publicado en el SA); en uno de ellos (el más antiguo), las montañas se desvían levemente hacia el oeste en un punto ubicado al norte de Acebeda; pero si en los tres mapas se trazara una línea desde el Vado hacia el sur, ésta tendría que atravesar las montañas en un ángulo agudo en la región de Acebeda, simplemente porque la línea de las montañas va en dirección sur-sudoeste.
Por lo tanto, es curioso que el mapa esquemático que se analiza aquí no concuerde con el texto original (pág. 518). Los viajeros se dirigían hacia el sur desde el Vado; y en los límites de Acebeda, «lejos, en el sur, Frodo vio los perfiles oscuros de las montañas, que ahora parecían interponerse en su camino. A la izquierda de esa distante cadena se elevaba un alto pico que parecía un diente»: Taragaer, el Cuerno Rojo (Caradhras). Y cuando Faramond decía que pensaba que se habían desviado hacia el este, puesto que las montañas estaban frente a ellos, Gandalf le respondía: «No, las montañas se han desviado». Pero si en el mapa antiguo se trazara una línea hacia el sur desde el Vado, ésta se cruzaría con las montañas mucho más al sur de Moria y el Paso Rojo; y esto se debe a que mi padre hizo que las montañas se orientaran casi en línea recta hacia el sur en la región de Acebeda, de modo que el itinerario que seguían desde el Vado y las montañas pasaron a ser prácticamente paralelos. Es posible que esto sólo se haya debido a que el mapa fue dibujado de prisa y en forma muy esquemática, como una simple guía; pero es curioso que la línea de puntos que señala el itinerario que tomaban los viajeros se desvíe bruscamente hacia el sudeste en dirección al paso, ¡tal como pensaba Faramond!
Refiriéndose a este problema en Los viajes de Frodo (mapa 17), Barbara Strachey comenta: «Las montañas iban desviándose hacia el oeste a medida que avanzaban; a mi juicio, en forma más pronunciada que lo indicado en los mapas de la Tierra Media, especialmente al sur del Paso del Cuerno Rojo. Frodo decía que parecían “interponerse en el camino” que la Compañía estaba siguiendo» (CA, pág. 391). Esto es discutible, pero se ve confirmado por la respuesta de Gandalf a Pippin, que decía que seguramente se habían desviado hacia el este: «No. Pero ves más lejos a la luz del día. Más allá de esos picos (es decir, las Montañas de Moria) la cadena dobla hada el sudoeste» (CA, pág. 392). La principal cadena de montañas no cambia de dirección al sur de Caradhras en ninguno de los mapas de mi padre. Pero en todos ellos se observa cierta prolongación de las montañas hacia el oeste de la cadena principal, en el punto donde el Glanduin se acerca al Aguada Gris: muy leve en uno de ellos (lo que se reproduce en mi mapa del SA), [546] más marcada en un segundo mapa, y en el tercero (el más antiguo) es una verdadera división de la cadena, con un ancho brazo de montañas que se extiende hacia el sudoeste. En el mapa detallado que dibujé con tizas de colores en 1943 (véase la pág. 254) esto también aparece claramente indicado.[431] Es posible que a eso se refiriera Gandalf.
En relación con lo anterior, cabe mencionar que en mi mapa publicado en el SA las cumbres de las montañas que se extienden hacia el oeste de la cadena principal al norte de Acebeda aparecen muy exageradas si se las compara con la idea de mi padre: «a los pies de la cadena principal se extendía una tierra cada vez más ancha de colinas desiertas y valles profundos donde corrían unas aguas turbulentas» (CA, pág. 391).