X
ATAQUE EN LA CIMA DE LOS VIENTOS

[225]

Este capítulo, que llevaba el número VIII y que, como era habitual, no tenía título (aunque posteriormente mi padre escribió a lápiz «Un cuchillo en la oscuridad») comienza en la misma página del manuscrito en que termina el anterior; sin duda, no se detuvo en este punto y el manuscrito tiene las mismas características: fue escrito con tinta, de prisa pero en forma legible, encima de borradores a lápiz en los que únicamente se distinguen algunas palabras o frases aisladas (véase la pág. 239). El texto se prolonga sin interrupción hasta el final del capítulo 12 de la CA, «Huyendo hacia el Vado», pero, al igual que el capítulo VII original, lo he dividido en dos partes (véase el cuadro en la pág. 171).

Junto a la saliente del noroeste de la Cima de los Vientos, bajo la loma alargada que la unía con las colinas que se elevaban detrás de ella, había una profunda cañada. Odo y Frodo se habían quedado esperándolos allí. Habían encontrado señales de un campamento y de fuego reciente y un gran (y asombroso) obsequio: detrás de una enorme piedra había una pequeña pila de leña. Y, lo que era aún mejor, bajo la leña encontraron una caja de madera con algunas provisiones, sobre todo cram, pero también tocino y frutas secas. ¡Además había un poco de tabaco!

Como quizá recordéis, cram era una palabra de la lengua de los hombres del Valle y del Lago Largo con la que describían un alimento especial que preparaban para llevar en largos viajes. No se echaba a perder y era muy nutricio, aunque no muy agradable, porque había que masticarlo mucho y no tenía ningún sabor en especial. Bilbo Bolsón había traído la receta; después de regresar a casa, solía llevar cram en algunas de sus largas y misteriosas caminatas. Gandalf también se acostumbró a comer cram en sus perpetuos vagabundeos. Decía que le gustaba remojarlo en agua (aunque cuesta creerlo). Pero en las tierras salvajes no eran nada despreciables, y los hobbits le agradecieron [226] a Gandalf por su amabilidad. Se sintieron aún más agradecidos cuando llegaron los otros tres trayendo las alarmantes noticias, y todos se dieron cuenta de que todavía tenían por delante un largo viaje antes que pudieran esperar alguna ayuda. Celebraron un conciliábulo de inmediato, y descubrieron que les era difícil decidir qué debían hacer. Lo que finalmente los llevó a decidir que ese día no seguirían caminando y que esa noche acamparían en la cañada fue la leña (porque no podrían haber llevado sino un poco).[154] Parecía imprudente, por no decir peligroso, echar a andar en seguida o antes de descubrir si ya se sabía que habían llegado a la colina o si los estaban esperando. Porque, a menos que tomaran un largo desvío retrocediendo hacia el noroeste a lo largo de las colinas y dejaran de avanzar hacia Rivendel por cierto tiempo, no les sería fácil encontrar cobijo ni ocultarse. Era imposible seguir por el Camino; pero al menos tenían que cruzarlo para internarse en las tierras más accidentadas, cubiertas de espesos matorrales, que se extendían hacia el sur. Al norte del Camino, más allá de las colinas, la tierra era árida y llana en una extensión de muchas millas.

—¿El… enemigo puede ver? —preguntó Merry—. Quiero decir, parece que siempre han olfateado en lugar de mirar, al menos durante el día. Pero tú hiciste que nos echáramos al suelo.

—No sé cómo perciben lo que buscan —dijo Trotter—, pero les temo. Y sus caballos pueden ver.[155]

Ya caía la tarde. No habían comido desde el desayuno. Estaban hambrientos a pesar del temor y la incertidumbre. En el fondo de la cañada, donde todo estaba sereno y silencioso, prepararon una comida; la mejor comida que se atrevieron a preparar después de examinar sus provisiones. Si no hubiese sido por el obsequio de Gandalf no se habrían atrevido a probar más que un bocado. Habían dejado atrás las regiones donde se podían encontrar posadas o villas. Al sur de donde se encontraban había Gente Grande (eso decía Trotter). Pero hacia el norte y el este en las tierras cercanas no había más que pájaros y bestias, eran lugares inhóspitos abandonados por todas las razas del mundo: los Elfos, los Hombres, los Enanos y los Hobbits, e incluso los trasgos. Los Montaraces más arriesgados atravesaban a veces esas regiones, pero pasaban sin detenerse. [227] Había otras pocas gentes errantes, pero no eran cordiales: Trolls que descendían a veces de las colinas más distantes o de las Montañas. Sólo en el Camino se podía encontrar algún viajero, rara vez Gente Grande en esa época, Elfos tal vez, casi siempre Enanos que pasaban de prisa ocupados en sus propios asuntos, y que no se detenían a hablar o a ayudar a gente extraña.

Por eso, ahora que Gandalf se había marchado, sólo podían contar con lo que llevaban, probablemente hasta que se encaminaran por fin hacia Rivendel. Sólo si tenían suerte encontrarían agua. Las provisiones que tenían tal vez les hubieran alcanzado para unos diez u once días; y ahora, con los alimentos que Gandalf les había dejado, podrían resistir más de dos semanas, siempre que no comieran demasiado. Podría haber sido peor. Pero la posibilidad de pasar hambre no era lo único que los hacía temer.

El frío aumentaba junto con la oscuridad. Una niebla cubría nuevamente los pantanos lejanos; pero el cielo había aclarado de nuevo y un frío viento del este barría las nubes. Mirando desde los bordes del valle [debe decir cañada] no veían otra cosa que una tierra gris, que se borraba rápidamente hundiéndose en las sombras, bajo un cielo claro puntuado por estrellas centelleantes cada vez más numerosas.

Hicieron una pequeña fogata en lo más profundo de la cañada, y se sentaron en torno envueltos en todas las ropas y mantas que tenían; al menos, eso hicieron Bingo y sus compañeros. Trotter parecía contentarse con una sola manta, y estaba sentado a cierta distancia del fuego, aspirando el humo de la pipa corta. Se turnaron para montar guardia en el borde de la cañada, en un lugar desde donde se divisaban las escarpadas laderas de la Colina de la Cima de los Vientos y la ladera menos empinada de la loma, todo lo lejos que alcanzaban a ver en la creciente oscuridad.

Mientras caía la noche, Trotter se puso a contarles cuentos para que olvidaran el miedo. Conocía muchas historias de los animales salvajes, y decía que hablaba algunas de sus lenguas; y podía contar extrañas historias de sus vidas y aventuras poco conocidas. También conocía muchas historias y leyendas de los días antiguos, de los hobbits cuando la Comarca todavía era una región salvaje, y de cosas más remotas que los vagos recuerdos [228] del pasado de los hobbits. Se preguntaban dónde habría aprendido todas esas historias.

—¡Háblanos de Gil-galad! —dijo Frodo—, mencionaste ese nombre no hace mucho,[156] y todavía resuena en mis oídos. ¿Quién era?

—¡No lo sabes! —dijo Trotter—, Gil-galad fue el último de los grandes Reyes Elfos: Gil-galad significa Luz de las Estrellas en la lengua de los Elfos. Derrotó al Enemigo, pero perdió la vida. Pero no os contaré esa historia ahora, aunque supongo que la oiréis en Rivendel, cuando lleguemos allí. Elrond la contará, porque la conoce bien. Pero os contaré la historia de Tinúviel; resumida, pues es un cuento largo del que no se conoce el fin, y no hay nadie excepto Elrond que recuerde toda la historia tal como se la contaba antaño. Pero, aunque os la cuente resumida, es una historia hermosa, la más hermosa de los días más antiguos. —Se quedó en silencio un instante, y luego empezó no a hablar, sino a entonar dulcemente:

Intercalar La luz en el tilo, versión corregida. O las líneas aliteradas. Sigue la historia resumida de Tinúviel.

A continuación, mi padre siguió escribiendo en el manuscrito hasta el comienzo del resumen en prosa de la historia de Beren y Lúthien. Pero no había avanzado mucho cuando lo abandonó y, volviendo al comentario de Trotter sobre la historia, sustituyó el final por lo siguiente: «Es una historia hermosa, aunque triste como las historias de la Tierra Media, y sin embargo quizá alivie los corazones de los enemigos del Enemigo». Luego escribió:

He aquí a Beren Mano Vacía el audaz[157]

pero también tachó esas palabras. Poco antes había planteado la posibilidad de usar «las líneas aliteradas», refiriéndose al pasaje en verso aliterado que precedía a Light as Leaf on Lindentree [Luz como hoja en el tilo] publicado en The Gryphon (Universidad de Leeds) en 1925,[158] pasaje que guarda una estrecha relación con algunas líneas de la segunda versión de Lay of the Children of Húrin [Balada de los hijos de Húrin] en verso aliterado, en las que Halog, uno de los guías de Túrin en su viaje hacia Doriath, cantaba esa canción «para aliviar los corazones» cuando vagaban por el bosque. Pero mi padre decidió no incluir esas líneas en ese punto y en el manuscrito escribió una nueva versión de Light as Leaf on Lindentree. En ese texto, el poema se asemeja mucho [229] más a la versión definitiva que aparece en la CA (págs. 268-270), pero contiene elementos del antiguo poema que después se perdieron y elementos que no aparecen en ninguna de esas dos versiones. Posteriormente se introdujeron muchos cambios en el texto y mientras se lo iba escribiendo se consideraron diversas alternativas (la mayoría de ellas incluidas en la versión definitiva), pero aquí presento el texto original sin las variantes ni las correcciones posteriores.

Las hojas eran largas, la hierba era fina;
cubría la tierra un grueso manto de otoños,
raíces serpenteantes se asomaban y se hundían,
la luna se elevaba brillando.
Los pies de Tinúviel ligeros y presurosos
se acercaron a la flauta de plata de Ilverin:[159]
bajo las espesas cicutas y umbelas
Tinúviel se alzaba centelleante.
Silentes mariposas recogieron las alas,
la luz se perdió entre las hojas
cuando allí llegó Beren desde los montes fríos,
errante y afligido.
Espió entre las hojas de la cicuta
y vio maravillado unas flores de oro,
sobre el manto y las mangas de la joven,
y el cabello la seguía como una sombra.
El encantamiento se apoderó de sus pies cansados,
condenados a errar por sobre piedras,
y se precipitó, vigoroso y rápido,
a alcanzar los rayos de la luna.
Entre los bosques del país de los Elfos
huyeron levemente con pies que bailaban,
y lo dejaron a solas errando todavía,
escuchando en la floresta callada.
A veces oía el sonido volante
de los pies tan ligeros como hojas de tilo
o la música que fluye bajo tierra
en las ocultas estancias de Doriath. [230]
Pero las hojas de la cicuta se marchitaron,
y una por una suspirando
cayeron las hojas de las hayas
en los fríos bosques de Doriath.
La siguió siempre, caminando muy lejos;
las hojas de los años eran una alfombra espesa,
a la luz de la luna y a los rayos de las estrellas
que temblaban en los cielos helados.
El manto de la joven centelleaba a la luz de la luna
mientras allá muy lejos en la cima
ella bailaba, llevando alrededor de los pies
una bruma de plata estremecida.
Cuando el invierno hubo pasado, ella volvió,
y como una alondra que sube y una lluvia que cae
y un agua que se funde en burbujas
su canto liberó la repentina primavera.
Allí él la oyó cantar con voz clara y viva,
y las cadenas del invierno lo abandonaron;
y ya no temió acercarse a la joven
sobre los prados de hierba.
De nuevo ella huyó, pero él la llamó a voces:
Tinúviel, Tinúviel.
Ella se detuvo por su voz hechizada
y ante él se alzó centelleante.
Y el destino cayó al fin sobre ella,
que se abandonó brillando en los brazos de Beren
mientras un eco repetía en las colinas
Tinúviel, Tinúviel.
Mientras Beren la miraba a los ojos
entre las sombras de los cabellos
vio brillar allí en un espejo
la luz temblorosa de las estrellas.
¡Tinúviel!, ¡oh belleza élfica!,
doncella inmortal de sabiduría élfica
lo envolvió con su sombría cabellera
y blancos brazos de plata resplandeciente. [231]
Larga fue la ruta que les trazó el destino
sobre montañas pedregosas, grises y frías,
por habitaciones de hierro y puertas de sombra
y florestas nocturnas sin mañana.
Los Mares que Separan se extendieron entre ellos,
y sin embargo al fin de nuevo se encontraron,
y en el bosque cantando sin tristeza
desaparecieron hace ya muchos años.

Trotter hizo una pausa antes de hablar otra vez.

—Ésta es una canción —dijo— que habla del encuentro de Beren el mortal y Lúthien Tinúviel, pero es sólo el comienzo de la historia.

»Lúthien era la hija de Thingol, un rey de los elfos de Doriath al oeste del Mundo Medio, cuando la tierra era joven. Su madre era Melian, que no pertenecía a la raza de los Elfos porque venía del Remoto Oeste, de la tierra de los Dioses y el Reino Bienaventurado de Valinor. Se dice que la hija de Thingol y Melian era la doncella más hermosa que haya existido o que pueda existir entre todos los hijos del mundo. Piernas tan gráciles no volverán a correr jamás por la tierra verde, ni rostro tan hermoso contemplará el cielo jamás, hasta que todo haya cambiado.

El siguiente pasaje, en el que se elogia a Lúthien, es prácticamente idéntico al que aparece en el Quenta Silmarillion (1937), gran parte del cual se repite en la obra publicada (pág. 223, «Llevaba un vestido azul…»),

»Pero Beren era hijo de Barahir el Intrépido. En aquellos días, los padres de los padres de los Hombres abandonaron el Este; y algunos llegaron incluso hasta el oeste de la Tierra Media, y allí se encontraron con los Elfos, y ellos les enseñaron, y adquirieron sabiduría, pero eran mortales y tenían una corta vida, porque ése es su destino. Sin embargo, muchos de ellos ayudaron a los Elfos en sus guerras. Porque en esa época los Elfos cercaron al Enemigo en su siniestra fortaleza del norte. La fortaleza se llamaba Angband, las Estancias de Hierro bajo las torres atronadoras de la montaña tenebrosa, Thangorodrim.

»Pero el Enemigo rompió el cerco, e hizo retroceder a los [232] Elfos y los Hombres más y más hacia el sur; y Barahir murió. Las tierras del oeste fueron asoladas, pero Doriath resistió por largo tiempo gracias al poder y a los encantamientos de la Reina Melian que levantó una valla en torno a Doriath para que el mal no pudiese entrar allí. En la canción se cuenta[160] cómo Beren huyó hacia el sur enfrentándose a muchos peligros y llegó finalmente al reino escondido y descubrió a Lúthien. La llamó Tinúviel, es decir, Ruiseñor, porque aún no sabía cómo se llamaba.

»Pero Thingol el Rey de los Elfos se mostró airado, despreciaba a Beren por ser un mortal y un fugitivo; y lo envió en una búsqueda desesperada para conquistar a Lúthien. Porque le ordenó que le llevara una de las tres joyas de la corona del Rey de Angband, que estaba en las profundidades del Palacio de Hierro. Esas joyas eran los Silmarils de los que se habla en muchas canciones, joyas poderosas y de brillo sagrado, porque habían sido hechas por los Elfos del Reino Bienaventurado, pero el Enemigo las había robado y estaban custodiadas por todos sus vasallos. Sin embargo, Beren tuvo éxito en su búsqueda, porque Lúthien huyó del reino de su padre y lo siguió; y con la ayuda de Húan, el sabueso de los Dioses, que salió de Valinor, lo encontró otra vez, y a partir de entonces y juntos conocieron peligros y tristezas, y llegaron hasta Angband y engañaron al Enemigo, y lo derrotaron, y se apoderaron de un Silmaril y huyeron.

»Pero el lobo que custodiaba la oscura puerta de Angband le arrancó a Beren la mano en que llevaba el Silmaril, y Beren casi perdió la vida. Sin embargo, se cuenta que Lúthien y Beren lograron escapar al fin y regresaron a Doriath, y el rey y todo su pueblo se maravillaron. Pero Thingol le recordó a Beren que había prometido no regresar a menos que llevara un Silmaril en la mano.

»—Ahora mismo lo tengo en la mano —respondió Beren.

»—¡Enséñamelo! —dijo el rey.

»—No puedo hacerlo —dijo Beren— porque mi mano no está aquí —y extendió el brazo mutilado. Y desde entonces se lo conoció como Beren Erhamion, el Manco.

»Entonces relataron la historia de la Búsqueda en el salón del rey y eso lo hizo mostrarse compasivo, y Lúthien puso su mano en la de Beren ante el trono de su padre. [233]

»Pero el terror se apoderó pronto de Doriath. Porque el temible lobo guardián de Angband, enloquecido por el fuego del Silmaril que le consumía las entrañas malignas, vagaba por el mundo, feroz y aterrador. Y el hado y el poder de la joya le permitieron atravesar las fronteras vigiladas y llegar en su persecución aun hasta Doriath; y todas las criaturas huían a su paso. Entonces organizaron en Doriath la Caza del Lobo, y en ella participaron el Rey Thingol y Beren Erhamion y Beleg el Arquero y Mablung el de la mano pesada, y el sabueso Húan.

»Y el enorme lobo saltó sobre Beren y lo derribó y lo hirió gravemente; y Húan dio muerte al lobo, pero perdió la vida. Y Mablung sacó el Silmaril de las entrañas del lobo, y se lo entregó a Beren, y Beren se lo dio a Thingol. Entonces llevaron a Beren, con Húan a su lado, al palacio del rey. Y Lúthien le dijo adiós ante las puertas, pidiéndole que la esperara más allá de las Grandes Aguas; y él murió en sus brazos.

»Pero el espíritu de Lúthien se sumió en las sombras, porque ése era el destino que cayó sobre la doncella élfica por amar a un hombre mortal; y fue declinando lentamente, como les ocurre a los Elfos cuando sufren un dolor insoportable. Su hermoso cuerpo parecía una flor arrancada súbitamente y que queda por un tiempo sobre la hierba sin marchitarse,[161] pero su espíritu atravesó las Grandes Aguas. Y se dice que cantó ante los Dioses, y que en su canto hablaba de las tristezas de las dos razas, los Elfos y los Hombres. Lúthien era tan hermosa y su canto era tan conmovedor que los Dioses se apiadaron. Pero no tenían poder para retener por largo tiempo dentro de los confines del mundo a los espíritus de los hombres mortales que perecían, ni podían alterar el destino de esas dos razas.

»Entonces le dieron a Lúthien estas alternativas. Por su dolor y porque el Silmaril había sido recobrado de manos del Enemigo, y porque su madre Melian provenía de Valinor, podría abandonar las Salas de Espera, y no regresar a los pesares de la Tierra Media sino ir al Reino Bienaventurado y vivir allí con los Dioses hasta el fin del mundo, olvidando todas las penas que había conocido en la vida. Beren no podría ir allí. La otra alternativa era ésta: podría regresar a la tierra, y llevar consigo a Beren por un tiempo, para vivir allí con él otra vez, mas sin ninguna seguridad de vida o de alegría. Lúthien se convertiría [234] en una criatura mortal como él; y poco después abandonaría el mundo para siempre, y su belleza no sería más que un recuerdo en las canciones, hasta que éstas también declinaran. Lúthien eligió ese destino, renunciando al Reino Bienaventurado, y así fue como se encontraron nuevamente, Beren y Tinúviel, más allá de las Grandes Aguas, como ella había dicho; y marcharon juntos, y hace ya mucho tiempo cruzaron los confines del mundo. Lúthien es la única de toda la raza élfica que murió realmente. Pero por su elección las Dos Razas se unieron y aunque el mundo ha cambiado ella fue la antecesora de muchos en quienes los Elfos ven todavía la imagen de la amada Lúthien a quien han perdido.[162]

Mientras Trotter hablaba, las sombras los rodearon; la noche cayó sobre el mundo. Los otros veían la cara extraña y vehemente de Trotter apenas iluminada por el rojo resplandor de la hoguera. Por encima de él se extendía un cielo negro y estrellado. De pronto una luz pálida apareció en la cumbre de la Cima de los Vientos, detrás de él. La luna, de la que se veía casi la mitad, subía poco a poco por encima de la colina que los cubría con su sombra. Las estrellas se desvanecieron en lo alto.

La historia había concluido. Los hobbits se movieron y estiraron.

—¡Mirad! —les dijo Merry—. La luna sube. Está haciéndose tarde.

Los otros alzaron los ojos. En ese momento vieron una silueta pequeña y sombría, que se recortaba a la luz de la luna, en la cima de la colina. Quizá no era más que una piedra grande o una saliente de roca visible a la luz pálida.

En ese instante Odo, que había estado de guardia (porque no le había importado tanto como a los otros no escuchar el cuento de Trotter) bajó corriendo hasta la hoguera.

—No sé qué es —dijo—, pero siento que algo trepa arrastrándose por la colina. Y me pareció (no podía estar seguro) que allá lejos hacia el oeste, donde cae la luz de la luna, había dos o tres sombras negras. Parecían moverse hacia aquí.

—¡Acercaos al fuego, con las caras hacia afuera! —dijo Trotter—. ¡Tened listas algunas ramas de pino en las manos!

Durante largo rato estuvieron allí, en silencio y alertas, de espaldas a las débiles llamas, que así ocultaban casi por completo. [235] Nada ocurrió. No había ruidos ni movimientos. Bingo iba a preguntarle algo en voz baja a Trotter, que estaba a su lado, cuando Frodo dijo casi sin aliento:

—¿Qué es eso?

—¡Calla! —dijo Trotter.

Era exactamente lo que había descrito Odo: sobre el borde de la cañada, del lado opuesto a la colina, sintieron que se alzaba una sombra, una sombra o más. Miraron con atención, y les pareció que las sombras crecían. Pronto no hubo ninguna duda: tres o cuatro figuras altas estaban allí, de pie en la pendiente por encima de ellos. Bingo creyó oír un débil sonido como alguien que aspiraba con un siseo. Las sombras avanzaron lentamente.

El terror dominó a Odo y a Frodo, que se arrojaron al suelo. Merry se encogió junto a Bingo. Bingo estaba apenas menos aterrorizado que ellos; temblaba como si sintiera un frío intenso. Pero su temor se desvaneció ante la súbita tentación de ponerse el Anillo. La tentación se apoderó de él, y ya no pudo pensar en otra cosa. No había olvidado el Túmulo, ni el mensaje de Gandalf, pero sentía el imperioso deseo de desoír todas las advertencias. Algo parecía impulsarlo; sentía un profundo deseo de dejarse llevar. No con la esperanza de huir, o de obtener algo, malo o bueno. Sentía simplemente que tenía que sacar el Anillo, y ponérselo en el dedo. No podía hablar. Luchó por un rato, pero la resistencia se hizo insoportable; y al fin tiró lentamente de la cadena, sacó el Anillo, y se lo deslizó en el índice de la mano izquierda.

Inmediatamente, aunque todo lo demás continuó como antes, indistinto y sombrío, las sombras se hicieron terriblemente nítidas. Le parecía que podía ver bajo las negras envolturas. Eran tres figuras altas: en las caras blancas ardían unos ojos penetrantes y despiadados; bajo los mantos negros llevaban unas vestiduras largas y grises, yelmos de plata cubrían las cabelleras canosas,[163] y en las manos macilentas sostenían espadas de acero. Los ojos cayeron sobre Bingo y lo traspasaron, mientras las figuras se precipitaban hacia él. Desesperado, Bingo sacó la espada, y le pareció que emitía una luz roja y vacilante, como un tizón encendido. Dos de las figuras se detuvieron. Pero la tercera era más alta que las otras. Tenía una cabellera [236] larga y brillante, y llevaba una corona. La mano en que sostenía la larga espada resplandecía con una luz pálida. La figura acometió y se echó sobre Bingo.

En ese momento Bingo se arrojó al suelo y se oyó gritar en voz alta (aunque no sabía por qué): ¡Elbereth! ¡Gilthoniel! Gurth i Morthu.[164] Al mismo tiempo lanzó un golpe contra los pies del enemigo. Un grito agudo se elevó en la noche; y Bingo sintió un dolor, como si un dardo de hielo envenenado le rozara el hombro [añadido: izquierdo]. En el mismo instante en que perdía el conocimiento alcanzó a ver a Trotter saltando de la oscuridad con un tizón ardiente en cada mano. Haciendo un último esfuerzo, se sacó el Anillo del dedo, y lo apretó en la mano.

[239]

Dado que en esa época mi padre tenía la costumbre de escribir encima de los primeros borradores a lápiz, es casi imposible leer las primeras versiones de la narración. En este capítulo sólo se puede descifrar el texto original en puntos aislados y con gran dificultad, pero al menos se alcanza a ver que el pasaje inicial se convirtió rápidamente en un esbozo abreviado de la historia. Los cuentos de Trotter sólo debían ser relatos sobre los animales de las tierras salvajes, e inmediatamente después dice: «Lucha en la cañada», y hay un esquema de unas pocas líneas, escrito muy de prisa, pero del que se puede desenterrar lo siguiente:

Bingo siente la tentación de ponerse el anillo. Lo hace. Los jinetes lo [? atacan]. Los ve claramente… feroces caras blancas …… Saca la espada y brilla como un fuego. Retroceden pero un Jinete con larga cabellera canosa y una [? mano roja] acomete. Bingo …… se oye gritar Elbereth Gilthoniel …… lanzó un golpe contra la pierna del Jinete. Sintió un [? dolor] …… frío en el hombro. Hubo un destello …

El ataque en la cañada surgió antes que la idea de que Trotter les cantara, y les contara un cuento de los días antiguos; y el material del cuento aún aparece en este manuscrito en forma muy esquemática, en la primera etapa de composición, y evidentemente había que resumirlo, como se hizo más adelante.

Hay un borrador más elaborado que continúa con el relato desde el punto en que Trotter termina de contar el cuento y, por lo que se alcanza a leer, parecería que ya había surgido la historia definitiva del ataque de los Espectros del Anillo. Posteriormente, y con la excepción de unos pocos detalles (por ejemplo, el hecho de que hubiera tres Espectros del Anillo en lugar de cinco), en el texto escrito con tinta encima del borrador ya se encuentra la historia definitiva; todos los elementos de esta impresionante escena están presentes: el aterrador suspenso en la fría ladera a la luz de la luna, las figuras oscuras que miran desde arriba a los hobbits acurrucados en torno al fuego, la irresistible exigencia de que el Portador del Anillo se delate y la revelación final de lo que se oculta tras los mantos negros de los jinetes, y todo se relata prácticamente con las mismas palabras que en La Comunidad del Anillo. La importancia del Anillo, en cuanto a su poder de revelar y de que se revele su presencia, la forma en que actúa como puente entre dos mundos, dos formas de ser, había sido concebida de una vez para siempre. [240]

Lo acabado de esta escena en la Colina de la Cima de los Vientos y su resonancia adquieren un carácter aún más extraordinario si consideramos que (en relación con la versión definitiva de El Señor de los Anillos) el alcance de esto seguía siendo extremadamente limitado. Si bien la característica del Anillo relacionada con los efectos que tenía para su portador ya estaba plenamente desarrollada, aún no se encuentra ninguna indicación de que ese círculo diminuto encerrara el destino de la Tierra Media. En realidad, no hay ninguna certeza de que ya hubiera surgido la idea del Anillo Soberano. No hay ni siquiera una mínima alusión a las grandes tierras que se extendían al este y al sur de las Montañas Nubladas y a las notables historias de esas tierras, de Lothlórien, Fangorn, Isengard, Rohan, los reinos Númenóreanos. Considero muy improbable que cuando los Espectros del Anillo se alzaban por sobre el borde de la cañada bajo la Cima de los Vientos mi padre haya previsto que el viaje no se limitaría a que el Anillo debiera cruzar las Montañas y terminara en las profundidades de la Montaña de Fuego (págs. 162-163). En octubre de 1938 aún podía decirle a Stanley Unwin (véase la pág. 220) que esperaba poder entregarle el nuevo relato a comienzos del año siguiente.