VIII
LA LLEGADA A BREE

[170]

A continuación, mi padre pasó a describir a los habitantes de Bree sin dividir el relato. Más adelante, escribió con tinta sobre el texto original escrito a lápiz y, como es evidente, ésa es la versión que presento aquí.[114]

En cierto sentido, era pequeña: tenía tal vez unas 50 casas en la ladera de la colina, y una gran posada por todas las idas y venidas por el Camino (aunque eran menos frecuentes que en el pasado). Pero en realidad era una villa construida sobre todo por Gente Grande (el poblado más cercano a la Comarca habitado por esa numerosa y misteriosa raza). Eran pocos los que vivían tan al oeste en esos días, y las gentes de Bree (junto con las villas vecinas de Entibo y Crica) formaban una comunidad extraña y aislada, que no obedecía a nadie más que a ellos mismos (y que estaban más avezadas a tratar con los hobbits, los enanos y los otros extraños habitantes del mundo de lo que estaba o está la Gente Grande). Eran morenos, de cabellos oscuros, corpulentos, más bien bajos, alegres e independientes. Ni ellos ni nadie sabía por qué o cuándo se habían afincado allí. En esos días las tierras cercanas y las que se extendían por muchas millas hacia el este estaban casi deshabitadas. Como es natural, también había hobbits dispersos: algunos vivían en lo alto de las laderas de la Colina de Bree y muchos otros en el valle de Combe, en el este. Porque no todos los hobbits vivían en la Comarca. Pero las Gentes del Exterior eran rústicas, por no decir (como se solía decir en la Comarca) incivilizadas. Algunos, sin duda, no eran sino vagabundos, siempre dispuestos a cavar un agujero en cualquier barranca, y a quedarse allí poco o mucho tiempo, mientras se sintieran cómodos. Por eso, como veis, las gentes de Bree conocían bien a los hobbits, los civilizados y los otros, porque el Puente del Brandivino no estaba muy lejos. Pero nuestros hobbits no conocían a las gentes de Bree, y las casas les parecieron extrañas, muy grandes y altas (casi como montecillos), cuando entraron cabalgando en la villa. [171]

Mi padre tachó luego este pasaje y empezó a escribirlo otra vez. Siguió numerando las páginas sin interrupción desde el comienzo del capítulo VI (el relato sobre el Tumulario), pero cuando llegó a la canción de Bingo en la posada se dio cuenta de que ya había escrito un largo fragmento de un nuevo capítulo y escribió «VII» en ese punto, es decir al comienzo de esta nueva descripción de los habitantes de Bree. Este texto tampoco tiene título.

El manuscrito de este capítulo es un texto extremadamente complejo: hay fragmentos escritos a lápiz sobre los que se escribió con tinta (en algunos casos, son legibles en parte y en otros absolutamente ilegibles), fragmentos escritos a lápiz encima de los cuales no se escribió nada pero que fueron tachados, fragmentos escritos a lápiz que se conservaron y otros escritos desde un comienzo con tinta, además de agregados en hojas sueltas e intrincadas indicaciones sobre fragmentos que se debía intercalar. Nada permite suponer que los «estratos» hayan sido escritos en distintas épocas con largos intervalos entre una y otra, pero la historia evolucionaba a medida que mi padre la escribía; y la única manera de ofrecer un texto coherente es presentar el manuscrito en su forma definitiva. El capítulo se presenta casi en su totalidad ya que, aunque se conservó gran parte del material, el relato sólo se puede comprender claramente al leer el texto completo; por motivos prácticos, en este libro lo divido en dos capítulos, interrumpiendo la narración donde en la CA termina el capítulo 9, «Bajo la enseña del Poney Pisador», y comienza el capítulo 10, «Trancos».

Las interrelaciones entre las estructuras de los capítulos en la continuación del relato son obligatoriamente complejas, como se puede observar en el cuadro:

Texto original Este libro
IX Llegada a Bree y canción de Bingo VIII 9 «Bajo la enseña del Poney Pisador»
Conversación con Trotter y Mantecona IX 10 «Trancos»
Ataque contra la posada 11 «Un cuchillo en la oscuridad»
Viaje hacia la Cima de los Vientos
VIII Ataque en la Cima de los Vientos X
De la Cima de los Vientos a Rivendel XI 12 «Huyendo hacia el Vado» [172]

Como se observará al comienzo de este texto, por un tiempo se abandonó la idea de que hubiese Hombres en Bree y la descripción de su apariencia en el pasaje descartado que acabo de presentar se utilizó para describir a los hobbits de las tierras de Bree; el posadero es un hobbit y El Poney Pisador tiene una puerta de entrada redonda que da a la ladera de la Colina de Bree.

Por supuesto, había hobbits que vivían en Bree (y en las villas vecinas de Combe y Archet).[115] No todos los hobbits vivían en la Comarca, pero las Gentes del Exterior eran rústicas, por no decir (como se solía decir en la Comarca) incivilizadas, y no gozaban de mucha estimación. Probablemente en esos días había muchas más dispersas en el oeste del mundo de lo que imaginaban los habitantes de la Comarca, aunque muchas no eran sino vagabundos, siempre dispuestos a cavar un agujero en cualquier barranca, y a quedarse allí mientras se sintieran cómodos. Pero los habitantes de Bree, Combe y Archet eran gente bien afincada (en realidad no más rústicos que la mayoría de sus parientes lejanos de Hobbiton), pero eran bastante extraños e independientes, y no obedecían a nadie más que a ellos mismos. Eran más morenos, tenían los cabellos más oscuros, y eran algo más robustos, mucho más corpulentos (y tal vez un poco más fuertes) que los típicos hobbits de la Comarca. Ni ellos ni nadie sabía por qué o cuándo se habían afincado precisamente allí; pero allí vivían, moderadamente prósperos y satisfechos. En esos días, las tierras cercanas estaban casi deshabitadas por leguas de leguas, y en una jornada de marcha se veía a muy pocas gentes (Grande o Pequeña). Debido al Camino, la posada de Bree era bastante grande, pero las idas y venidas, hacia el este o el oeste, eran menos frecuentes que en otros tiempos, y la posada era más que nada un lugar de reunión para los habitantes ociosos, charlatanes, sociables e inquisitivos de las villas y los extraños habitantes de las tierras más salvajes que las rodeaban.

Cuando nuestros cuatro hobbits llegaron por fin a Bree se alegraron mucho. La puerta de la posada estaba abierta. Era una enorme puerta redonda que daba a la ladera de la Colina de Bree, donde el camino se desviaba, curvándose hacia la derecha, y se perdía en la oscuridad. Un torrente de luz se escapaba por la puerta hacia el camino, sobre la puerta se balanceaba [173] un farol y debajo de él había un tablero: un gordo poney blanco encabritado. Encima de la puerta habían pintado con letras blancas: El Poney Pisador de Barnabás Mantecona.[116] Alguien cantaba una canción en el interior.

Cuando los hobbits desmontaron, la canción terminó y hubo una explosión de risas. Bingo entró en la posada, y casi se llevó por delante al hobbit más grande y más gordo que había visto en toda su vida en la Comarca, donde todos comen muy bien. Evidentemente no era otro que el señor Mantecona. Tenía puesto un delantal blanco y se escurría de una puerta a otra llevando una bandeja llena de jarros llenos hasta el borde.

—¿Podríamos…? —dijo Bingo.

—¡Medio momento, por favor! —gritó el posadero por sobre el hombro, y desapareció en una babel de voces y una nube de humo al otro lado de la puerta. Un momento después estaba de vuelta secándose las manos en el delantal—. ¡Buenos días, señor! —dijo—. ¿En qué podría servirlo?

—Necesitamos camas para cuatro y albergue para cinco poneys, si es posible —dijo Bingo—. Hemos recorrido un largo trecho hoy. ¿Es usted el señor Mantecona, por casualidad?

—¡Sí, señor! —respondió—. Me llamo Barnabás, Barnabás Mantecona para servirlos, si es posible. Pero apenas hay lugar en la casa, y en los establos.

—Temía que eso pudiera suceder —dijo Bingo—. He oído que es una excelente casa. Nuestro amigo Tom Bombadil nos recomendó muy especialmente que viniéramos aquí.

—¡En ese caso todo es posible! —dijo el señor Mantecona, palmeándose los muslos y mostrándose muy contento—. ¡Entren, entren! ¿Y cómo está el viejo? ¡Loco y feliz, pero más feliz que loco, estoy seguro! ¿Por qué no vino también? ¡Nos habríamos divertido! ¡Eh! ¡Nob![117] ¡Ven aquí! ¿Dónde estás, camastrón de pies lanudos? ¡Llévate los bolsos de los huéspedes! ¿Dónde está Bob? ¿No lo sabes? ¡Bueno, búscalo! ¡Rápido! ¡No tengo seis piernas, ni seis brazos, ni tampoco seis ojos! Dile a Bob que hay cinco poneys para llevar al establo. Y bien, ocúpate de eso. ¡Bien, tienes que encontrarles un lugar entonces, siempre que necesiten un dormitorio![118] Entren, señores, entren todos. ¡Me alegra conocerlos! ¿Cómo dijeron que se llamaban? El señor Colina, el señor Ríos, el señor Verde y el señor Pardo.[119] No podría [174] decir que he oído esos nombres antes, pero es un placer conocerlos y oírlos ahora.

Bingo los había inventado, claro está, en ese mismo instante, porque de pronto había sentido que no sería prudente revelar sus verdaderos nombres en una posada de hobbits en el camino. A los hobbits les sonaban mucho más extraños que a nosotros los nombres Colina, Ríos, Verde y Pardo, y el señor Mantecona tenía sus propios motivos para pensar que no eran sus nombres, pero no hizo ningún comentario todavía.

—Pero vean ustedes —siguió diciendo—. Yo diría que hay muchas gentes extrañas y muchos nombres extraños de los que nunca hemos oído hablar en estas tierras. No vemos a muchas gentes de la Comarca en estos días. En otra época los Tuk solían venir a charlar conmigo y con mi viejo padre. Eran gente excepcionalmente buena esos Tuk. Dicen que tenían sangre de Bree, y que no eran como las demás gentes de la Comarca, pero no sé si es cierto. ¡Pero vean ustedes! Tengo que irme corriendo. Pero ¡un momento! ¿Cuatro jinetes y cinco poneys? Déjenme pensar, ¿qué me recuerda eso? No se preocupen, ya lo recordaré. En su momento. Un clavo saca a otro, como se dice. Estoy un poco ocupado esta noche. Ha llegado mucha gente que no esperaba. ¡Eh! ¡Nob! Lleva esos bolsos a los cuartos de los huéspedes. Eso es. Del siete al diez en el pasillo del oeste. ¡Date prisa! ¿Y querrán cenar? Sí. Lo supuse. Pronto, sin duda. Muy bien, señores, será pronto entonces. ¡Por aquí ahora! Espero que este cuarto les convenga. Perdónenme ahora. Tengo que correr. Es mucho para dos piernas, pero no adelgazo. Volveré más tarde. Si necesitan algo, toquen la campanilla, y vendrá Nob. Si no viene, ¡griten!

Mantecona se fue dejándolos casi sin aliento. No había dejado de hablarles (y de dar órdenes e instrucciones a otros hobbits que corrían por los pasillos) desde que le había dado la bienvenida a Bingo hasta que los había hecho entrar en una salita privada, que era pequeña pero cómoda. Había un fuego menudo y ardiente; había algunas sillas muy confortables, y había una mesa redonda, ya cubierta con un mantel blanco. Encima de la mesa había una gran campanilla. Pero Nob, un hobbit pequeño y redondo de cabello rizado y cara ruborosa, apareció corriendo mucho antes que pensaran en usarla. [175]

—¿Desean algo para beber, señores? —preguntó—. ¿O prefieren que les muestre los cuartos mientras esperan la cena?

Ya se habían lavado y estaban bebiendo grandes picheles de cerveza cuando el señor Mantecona apareció trotando de nuevo, seguido de Nob. Un delicioso aroma apareció junto con ellos. En un abrir y cerrar de ojos tendieron la mesa. Sopa caliente, carne fría, pan recién horneado, mucha mantequilla, queso y frutas frescas; ante ellos pusieron grandes cantidades de todas esas cosas sencillas que tanto les gustaban a los hobbits. Comieron con mucho entusiasmo, sin dejar de pensar a ratos (sobre todo Bingo) que tendrían que pagarlas, y que el dinero que tenían no les duraría eternamente. Pronto llegaría el momento en que tendrían que pasar sin detenerse junto a buenas posadas (aun si llegaban a encontrarlas),[120] El señor Mantecona se entretuvo allí unos momentos, y luego se dispuso a partir.

—No sé si querrán unirse a los huéspedes después de la cena —dijo desde la puerta—. Quizá prefieran acostarse. De cualquier modo les agradaría mucho que los acompañaran, si lo desean. No recibimos a menudo a viajeros de la Comarca… Gentes del Exterior los llamamos, les ruego que me perdonen; y nos gusta enterarnos de las últimas noticias, o quizá oír alguna nueva canción que recuerden. Lo que ustedes prefieran, señores. Cualquier cosa que quieran, ¡toquen la campanilla!

No faltaba nada que hubiesen podido desear, así que no tuvieron que tocar la campanilla. Luego de la cena (que había durado unos 55 minutos, sin la interrupción de palabras inútiles) se sintieron tan frescos y animados que decidieron unirse a los huéspedes. Al menos Odo, Frodo y Bingo decidieron hacerlo. Merry dijo que el aire del salón debía de ser sofocante.

—Me quedaré aquí sentado junto al fuego, o quizá salga a tomar un poco de aire. Cuídense y no olviden que hemos escapado en secreto y que son el señor Colina, el señor Verde y el señor Pardo.

—¡Bueno, bueno! —dijeron—. ¡Cuídate también! ¡No te pierdas, y no olvides que adentro estarás mucho más seguro!

Luego se fueron y se unieron a los huéspedes en el amplio salón de la posada. La concurrencia era numerosa, como descubrieron cuando los ojos se les acostumbraron a la luz. Esta procedía sobre todo de un enorme fuego que ardía en un [176] ancho hogar, pues la débil luz de los tres faroles que pendían del techo estaba velada por el humo. Barnabás Mantecona estaba de pie junto al fuego. Los presentó tan rápidamente que los hobbits no entendieron la mitad de los nombres que dijo ni supieron a quién pertenecían. Al parecer, había varios Artemisa (un nombre que les pareció raro, y otros nombres botánicos como Juncales, Matosos, Helechal y Manzanero (y Mantecona);[121] también había algunos nombres que a los hobbits les resultaban naturales, como Bancos, Cuevas, Tejonera, Arenas y Tunelo, que no eran poco comunes entre los habitantes más rústicos de la Comarca.

Pero se entendieron perfectamente sin necesidad de nombres (los presentes no los mencionaban a menudo). Además, tan pronto como descubrieron que los forasteros venían de la Comarca, se mostraron amistosos, y curiosos. Bingo no había tratado de ocultar de dónde venían, sabiendo que sus ropas y su manera de hablar los traicionarían de inmediato. Pero dijo que le interesaban la historia y la geografía, y aquí hubo muchos cabeceos de asentimiento (aunque esas palabras no eran muy comunes en el dialecto de Bree); y declaró que estaba escribiendo un libro (lo que provocó un asombro mudo), y que él y sus amigos iban a tratar de informarse acerca de los hobbits dispersos en el este. Ante eso estalló un coro de voces, y si Bingo hubiese querido realmente escribir un libro (y hubiera tenido muchas orejas y bastante paciencia) habría aprendido mucho en unos pocos minutos, y también habría recibido muchos consejos sobre quién le podría dar más y mejor información.

Pero al cabo de un rato, como Bingo no diera ninguna señal de querer escribir un libro allí mismo, todos volvieron a ocuparse de temas más novedosos e interesantes, y Bingo se sentó en un rincón, escuchando y mirando en torno. Odo y Frodo se sintieron cómodos en seguida y poco después (ante la inquietud de Bingo) empezaron a describir animadamente los acontecimientos recientes de la Comarca. Algunos rieron, otros sacudieron la cabeza, y hubo quienes hicieron preguntas. De pronto Bingo advirtió que un hobbit moreno y de aspecto extraño, sentado en la sombra detrás de los otros, escuchaba también con atención. Tenía un enorme pichel (más bien una jarra) delante de él, y fumaba una pipa de caño quebrado [177] por debajo de la larga nariz. Estaba cubierto con una tela oscura y tosca, y tenía puesta una capucha, a pesar del calor; y, lo que era extraordinario, ¡tenía zapatos de madera! Bingo los veía asomar por debajo de la mesa delante de él.

—¿Quién es el que está allí? —preguntó Bingo cuando pudo susurrarle algo al señor Mantecona—. No recuerdo que lo haya presentado.

—¿Él? —dijo Barnabás, apuntando con un ojo sin volver la cabeza—. ¡Ah!, es de las gentes salvajes; montaraces los llamamos. En los últimos años ha estado viniendo de vez en cuando (sobre todo en otoño y en invierno), pero rara vez habla. Aunque cuenta buenas historias cuando tiene ganas, se lo aseguro. Nunca he oído su verdadero nombre, pero por aquí se lo conoce como Trotter. Se lo oye venir por el camino con esos zapatos que tiene, clap-clap, cuando va por un sendero, lo que no ocurre muy a menudo. ¿Por qué usa esos zapatos? No sabría decirle. Pero no hay modo de entender a los del este y a los del oeste, como decimos en Bree, refiriéndonos a los Montaraces y a las gentes de la Comarca, con el perdón de usted.

Pero en ese momento alguien llamó al señor Mantecona; si no lo hubieran llamado, habría seguido susurrando así indefinidamente.

Bingo notó que Trotter lo miraba, como si hubiese oído o adivinado todo lo que se había dicho. Casi en seguida, con un golpecito y un movimiento de la mano, el Montaraz invitó a Bingo a acercarse; y cuando Bingo se sentó a su lado, echó hacia atrás la capucha descubriendo una hirsuta cabellera oscura con rizos que le caían sobre la frente. Pero no ocultaba un par de ojos oscuros y perspicaces.

—Soy Trotter —dijo con una voz grave—. Me complace conocerlo, señor… Colina, si el viejo Mantecona ha oído bien el nombre de usted.[122]

—Ha oído bien —dijo Bingo, con cierta dureza: no se sentía nada cómodo bajo la mirada de aquellos ojos oscuros.

—Bien, señor Colina —dijo Trotter—, si yo fuera usted, trataría de que sus jóvenes amigos no hablaran demasiado. La bebida, el fuego y los conocidos casuales están bien, pero… bueno, esto no es la Comarca. Hay gente rara por aquí, aunque no soy yo quien puede decirlo —añadió con una sonrisa, [178] advirtiendo la mirada de Bingo—. Y no hace mucho pasaron por Bree extraños viajeros —continuó, observando con curiosidad la cara de Bingo.

Bingo le devolvió la mirada, pero Trotter no dijo más. Parecía escuchar a Odo. Odo estaba haciendo una cómica descripción de la Fiesta de Despedida, y se acercaba al momento de la desaparición de Bingo. Hubo un silencio de expectación. Bingo se sintió muy fastidiado. ¡De qué servía desaparecer de la Comarca si el burro seguía hablando y le decía sus nombres a una multitud de gentes de todo tipo en una posada en el camino! Odo ya había dicho bastante como para que alguien astuto (como Trotter) empezara a hacer conjeturas; y no faltaba mucho para que fuera evidente que «Colina» no era otro que Bolger-Bolsón (de Bolsón Cerrado Bajo la Montaña). Y Bingo sintió que sería peligroso, incluso desastroso, que Odo mencionara el Anillo.

—¡Será mejor que haga algo, y rápido! —le dijo Trotter al oído.

Bingo se subió de un salto a la mesa, y empezó a hablar. De inmediato dejaron de escuchar a Odo, y varios hobbits rieron y aplaudieron (pensando que posiblemente el señor Colina había tomado demasiada cerveza). Bingo se sintió muy nervioso de pronto, y se encontró, como era su costumbre cuando pronunciaba un discurso, jugueteando con las cosas que llevaba en el bolsillo. Tocó la cadena y el Anillo, y lo hizo tintinear contra unas pocas monedas de cobre; pero eso no le sirvió de mucho y después de pronunciar unas pocas palabras de circunstancias, como hubiesen dicho en la Comarca (como «Estamos todos muy agradecidos por esta acogida tan amable» y cosas por el estilo), se detuvo y tosió.

—¡Una canción! ¡Una canción! —gritaron todos—. ¡Vamos, señor, cántenos algo!

Desesperado, Bingo comenzó a cantar una canción absurda que a Bilbo le gustaba (probablemente la había escrito).[123]

[Canción][124]

El aplauso fue ruidoso. Bingo tenía buena voz y los huéspedes no eran muy exigentes. [179]

—¿Por dónde anda el viejo Barni? —gritaron—. Tiene que oír esto. Podría enseñarle al gato a tocar el violín, y tendríamos un baile. Que traigan más cerveza, y cántela otra vez.

Hicieron tomar un jarro más a Bingo, y luego cantar otra vez la canción, mientras muchos se le unían, pues la melodía era bien conocida y se les había pegado la letra.

Muy animado por los demás, Bingo zapateaba sobre la mesa; y cuando llegó por segunda vez a la vaca salta por encima de la luna dio un salto en el aire. Fue un salto demasiado vigoroso,[125] porque fue a dar, bum, sobre una bandeja repleta de picheles, y resbaló, y se cayó de la mesa con un estruendo, un alboroto, y un golpe sordo. Pero lo que más asombró a los huéspedes, que dejaron de aplaudir y de reír, fue su desaparición. Cuando se cayó de la mesa, simplemente desapareció con un estruendo como si hubiera atravesado el suelo sin hacer un agujero.

Los hobbits locales se incorporaron de un salto y llamaron a gritos a Barnabás. Se apartaron de Odo y Frodo, que se encontraron solos en un rincón, observados desde lejos con miradas sombrías y desconfiadas, como si hubiesen sido los compañeros de un mago ambulante de dudoso origen y con poderes y propósitos desconocidos. Había un individuo de tez oscura que los miraba con la expresión de alguien que está sobre aviso que los inquietó. Casi enseguida se escurrió fuera del salón seguido por uno de sus amigos; era un par poco agraciado.[126] Bingo, sintiéndose estúpido (con toda razón) y no sabiendo qué hacer, se arrastró por debajo de las mesas hacia el rincón donde Trotter seguía sentado con gesto impasible. Se apoyó de espaldas contra la pared, y se quitó el Anillo. Lamentablemente, había estado jugueteando con él en el bolsillo en el instante fatal, y la súbita consternación ante la caída había hecho que se le deslizara en el dedo.

—¡Hola! —dijo Trotter—. ¿Por qué lo hizo? Cualquier indiscreción de los amigos de usted no habría sido peor. Ha metido la pata… y el dedo también, ¿verdad?

—No sé a qué se refiere —dijo Bingo (molesto y alarmado).

—Oh, sí que lo sabe —dijo Trotter—. Pero será mejor esperar a que pase el alboroto. Luego, si le parece bien, señor Bolger-Bolsón, me agradaría que tuviésemos una charla tranquila. [180]

—¿A propósito de qué? —dijo Bingo aparentando no advertir que de pronto le había dicho su verdadero nombre.

—¡Oh!, una charla sobre magos y ese tipo de cosas —dijo Trotter sonriendo—. Le diré algo que le interesa.

—Muy bien —dijo Bingo—. Lo veré más tarde.

Mientras, un coro de voces discutía junto a la chimenea. El señor Mantecona había llegado al trote, y ahora trataba de escuchar a la vez muchos relatos contradictorios sobre lo que había ocurrido.

Hasta el final del capítulo 9 de la CA, el siguiente fragmento es prácticamente idéntico a la versión definitiva, con la excepción de algunas diferencias previsibles: el «señor Sotomonte» de la CA es el «señor Colina»; en lugar de «Y aquí está el señor Tuk, que no ha desaparecido», dice «Aquí están el señor Verde y el señor Pardo, que no han desaparecido»; y no se menciona a los Hombres de Bree, a los Enanos ni a los Hombres extraños: se habla simplemente de «los huéspedes» que se marchaban indignados. Sin embargo, al final, cuando Bingo le decía al posadero «¿Podría ordenar que nuestros poneys estén preparados?», la narración anterior es diferente:

—¡Ahora recuerdo! —dijo el posadero haciendo chasquear los dedos—. ¡Medio momento! Ya recuerdo, les dije que lo recordaría. ¡Cielos! ¡Cuatro hobbits y cinco poneys!

Como expliqué anteriormente, aunque concluyo este capítulo en este punto la primera versión se prolonga sin interrupción en lo que más tarde pasó a ser el capítulo 10, «Trancos»; véase el cuadro en la página 171.

[183]

Nota sobre las canciones en el Poney Pisador

(i) La canción del Troll

Cuando mi padre llegó a la escena en la que Bingo canta una canción en El Poney Pisador, en un comienzo utilizó la «Canción del Troll» (nota 124 supra). La versión original de esta canción, titulada La raíz de la bota, data del período de la Universidad de Leeds; fue publicada en una edición privada de un librito titulado Songs for the Philologists [Canciones para filólogos], en University College, Londres, 1936 (véase la historia de esta publicación en las págs. 185-186). A mi padre le gustaba mucho esta canción, que tenía la melodía de The fox went out on a winter’s night, y entre mis primeros recuerdos figura la alegría que me causaba el verso Si hoguera hay en verdad, no es arriba sino abajo donde está. Más adelante, mi padre recibió dos ejemplares de este librito (en 1940-1941) y en algún momento, es imposible saber cuándo, corrigió el texto, eliminando pequeños errores que se habían deslizado en el poema. A continuación presento el texto publicado en Canciones para filólogos, con esas correcciones:

LA RAÍZ DE LA BOTA

Un troll estaba solo sentado a sus asentaderas de piedra,
y mordisqueaba y roía un viejo hueso pelado;
mucho, mucho tiempo había estado allí sentado a solas
sin ver hombre ni mortal…
¡Total! ¡Portal!
Mucho, mucho tiempo había estado allí sentado a solas
sin ver hombre ni mortal.
Llegó por allí Tom con sus grandes botas puestas;
«¡Salve!» dice, «¿qué es eso, si lo tiene a bien?
Se parece a la pierna de mi tío John
que debería estar enterrada en el cementerio.
¡Valiente sahumerio!» etc. [184]
«Joven», dice el troll, «este hueso lo he robado;
pero ¿qué son los huesos cuando el alma quizá
esté en el cielo en lo alto envuelta en una aureola
grande y brillante como una hoguera?
¡Hoguera! ¡Hoguera!»
Dice Tom: «Si hoguera hay en verdad, no es arriba
sino abajo donde está;
porque el viejo John era un ladrón tan decoroso
como cualquiera que viste de negro en domingo…
¡Gazmoñero pingo!
Pues no veo aún cómo es que lo tienes tú,
siendo yo mismo su pariente;
vete al infierno pues y déjalo estar
antes de acabar de comértelo.
¡Vaya modo!»
En el sitio justo de la base
Tom le da con la bota… pero ¡ay! esa raza
tiene asentaderas más pétreas que la cara;
lamentó pues ese golpe en el trasero,
¡de estrépito certero!
Tom va cojo desde que volvió a casa
y tiene el pie descalzo en lamentable estado;
pero las asentaderas del troll no han cambiado mucho.
¡Y le deshuesó el hueso al propietario,
donante equivocado!

Además de corregir los errores en el texto publicado en Canciones para filólogos, mi padre también cambió la tercera línea de la tercera estrofa por Tiene un halo en el cielo sobre la cabeza.

Aún se conserva el original de la canción escrito a lápiz, cuyo título era Pero & Podex («Bota y asentaderas»), y en la primera versión de la sexta estrofa decía:

En el sitio justo de la base
Tom le da con la bota… peor ¡ay! esa raza
tiene asentaderas tan duras como la cara,
y Pero castigó a Podex.
¡Odex, Codex! [185]

Mi padre escribió una nueva versión de la canción para que Bingo la cantara en El Poney Pisador, adecuada al contexto que se preveía darle, y como dije anteriormente esa versión se encuentra en el manuscrito de este capítulo; pero es un borrador preliminar y poco definido que se descartó cuando aún estaba incompleto. Cuando mi padre decidió que, después de todo, no la incluiría en este punto no lo reincorporó en seguida en El Señor de los Anillos; como se observará en el capítulo XI, aunque la llegada de los hobbits al lugar donde Bilbo se había encontrado con los tres Trolls aparecía en su totalidad ya en la primera versión, no había ninguna canción. Sólo se incorporó la canción más adelante; pero los borradores anteriores de la «Canción del Troll» que cantaba Sam fueron compuestos por etapas a partir de la versión que se suponía que Bingo cantaría en Bree.

Canciones para filólogos

El material publicado en este librito tiene su origen en los años veinte en la Universidad de Leeds, cuando el profesor E. V. Gordon (colega y amigo íntimo de mi padre, que murió prematuramente en el verano de ese mismo año, 1938) escribió a máquina algunos textos para los estudiantes del Departamento de Inglés. Según mi padre: «Sus fuentes fueron los manuscritos de poemas escritos por mí y por él… a los que añadió muchas canciones islandesas modernas y tradicionales tomadas en su mayor parte de los libros de canciones en islandés para estudiantes».

En 1935 o 1936 el Dr. A. H. Smith de la Universidad de Londres (que había estudiado en Leeds) le dio uno de esos textos mecanografiados (sin corregir) a un grupo de estudiantes para que lo imprimieran en el taller gráfico isabelino. El resultado fue un librito titulado:

CANCIONES PARA FILÓLOGOS

J. R. R. Tolkien, E. V. Gordon y otros

Edición privada del Departamento

de Inglés de University College, Londres

MCMXXXVI

En noviembre de 1940 Winifred Husbands de University College le escribió a mi padre, explicándole que «cuando los libros estaban listos, el doctor Smith se dio cuenta de que nunca le había pedido a usted o al profesor Gordon la autorización para publicarlos, y dijo que no deberían distribuirse antes de hacerlo; pero, por lo que sé, nunca le ha escrito ni le ha hablado del tema, aunque lo mencioné en más de una oportunidad. Lo lamentable es que la mayoría de los ejemplares impresos, [186] que estaban guardados en nuestros cuartos en Gower Street, se quemaron, junto con la imprenta, en el incendio que destruyó esa parte del edificio del College». Por lo tanto, le pidieron a mi padre que diera su autorización con efecto retroactivo. En esa época Winifred Husbands sabía de la existencia de trece ejemplares, pero posteriormente encontró más, no sé cuántos; mi padre recibió dos (pág. 183).

Hay treinta Canciones para filólogos en gótico, islandés, inglés antiguo, medio, moderno, y latín, y algunos poemas escritos en una mezcla macarrónica de idiomas. Mi padre es el autor de trece poemas (seis en inglés moderno, seis en inglés antiguo y uno en gótico) y E. V. Gordon es el autor de dos. Tres de los poemas de mi padre en inglés antiguo y un poema en gótico se publicaron, junto con las correspondientes traducciones, como apéndice de The Road to Middle-earth [El camino a la Tierra Media] del profesor T. A. Shippey (1982).[127]

(ii) El gato y el violín

«El gato y el violín», que se convirtió en la canción que cantaba Bingo en El Poney Pisador, fue publicado en 1923 en Yorkshire Poetry, vol. II, n.º 19 (Leeds, Swan Press). Presento el texto que aparece en el manuscrito original y que fue escrito en papel de la Universidad de Leeds.

EL GATO Y EL VIOLÍN

O

Canción infantil arruinada y su escandaloso secreto

revelado

Dicen que hay una pequeña posada ruinosa
detrás de una vieja colina gris,
donde preparan una cerveza tan oscura
que hasta el hombre de la luna
baja a veces a bebería. [187]
El palafrenero tiene un gato
que toca un violín de cinco cuerdas;
y tengo un perrito tan astuto
que se ríe con todos los chistes
y a veces en el medio.
Ellos también tienen una vaca cornuda,
dicen que con patas de oro,
la música la trastorna como la cerveza
y mueve la cola empenachada
y baila en los techos.
Pero ¡oh!, las pilas de fuentes de plata
y el cajón de cucharas de plata:
hay un par especial de domingo
que ellos pulen con mucho cuidado
la tarde del sábado.

El hombre de la luna había bebido largamente,
el gato del palafrenero estaba mareado,
un plato arrullaba a una cuchara de domingo,
el perrito entendía enseguida los chistes,
y la vaca bailaba tambaleándose.
El hombre de la luna empinó el codo otra vez
y rodó bajo la silla,
y desde allí pidió aún más cerveza,
aunque las estrellas ya se borraban
y el alba se acercaba.
Luego el palafrenero le dijo al gato ebrio:
«Los caballos blancos de la luna
tascan los frenos de plata y relinchan
porque su amo ha perdido la cabeza
¡y ya viene el día!
Ven a tocar en el violín una jiga-jiga
que despierte a los muertos».
Así que el gato toca una canción borracha
y el posadero sacude al hombre de la luna
diciendo: «¡Son las tres pasadas!». [188]
Llevan al hombre rodando loma arriba
y lo arrojan a la luna,
y los caballos galopan de espaldas
y la vaca cabriola como un ciervo
y la fuente abraza a la cuchara.
De pronto el gato cambia la melodía,
el perro lanza un rugido,
los caballos están patas arriba,
los huéspedes saltan de la cama
y bailan en el piso.
El gato hace estallar las cuerdas del violín,
la vaca salta por encima de la luna,
el perrito grita divertido, y en medio de todo eso
la fuente de sábado se escapa corriendo
con la cuchara de domingo.
La luna redonda rueda por la colina
y en ese mismo instante
el sol levanta la ardiente cabeza
y ordena que todos vuelvan a la cama
y que termine la canción.

Las dos versiones que se encuentran en el manuscrito se asemejan cada vez más al texto definitivo, y después de los cambios que se introdujeron en la segunda versión éste adquiere prácticamente su forma final (CA, págs. 223-225).