PREFACIO

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En el Prefacio de Sauron Defeated[1] escribí que no me embarcaría en un estudio de los Apéndices de El Señor de los Anillos «en esta ocasión». Fue una observación ambigua, pues no estaba en absoluto convencido de que fuera a hacerlo alguna vez; sin embargo, justifiqué aquella posposición, cuando menos, basándome en que «mi padre no tardó en regresar, una vez terminó El Señor de los Anillos, a los mitos y las leyendas de los Días Antiguos», y por tanto dediqué los volúmenes siguientes a la historia posterior de «El Silmarillion». No tenía un propósito claro para el libro duodécimo; no obstante, después de la publicación de La Guerra de las Joyas, se me ocurrió que puesto que (contrariamente a mi idea original) había incluido en La Historia de la Tierra Media una extensa descripción del proceso de composición de El Señor de los Anillos, resultaría una extraña omisión por mi parte no decir nada de los Apéndices, texto donde surgió de hecho la estructura histórica de las edades Segunda y Tercera.

Así, pues, emprendí el estudio de la historia de esta obra, de la que tenía pocos conocimientos precisos. Al igual que los textos narrativos de El Señor de los Anillos, los de los Apéndices (y el Prólogo) se dividieron, en algunos casos de una forma desconcertante, cuando se vendieron los papeles de la Marquette University; sin embargo, obtuve una ayuda muy generosa, rápida y meticulosa, de Charles Elston, el archivista de la Memorial Library de la Marquette, que me permitió determinar las relaciones textuales. Sólo entonces comprendí que los textos de los ensayos suplementarios de El Señor de los Anillos habían alcanzado una forma notablemente acabada, aunque en muchos aspectos muy distinta de los Apéndices publicados, en una fecha muy anterior a lo que yo suponía: en el período (a mi parecer) inmediatamente posterior a que mi padre terminara el último capítulo de El Señor de los Anillos en 1948. En realidad existe una ausencia total en estos [10] textos de indicios de fechas externas; no obstante, hay muchos detalles que apuntan a que cuando fueron escritos la narrativa no había alcanzado todavía su forma definitiva, y que de hecho precedieron a la vuelta de mi padre a la Primera Edad a principios de la década de 1950, tal como se describe en el Prólogo de La Guerra de las Joyas. Todavía habría de suceder un importante cataclismo en la estructura histórico-lingüística: el abandono de su propia lengua por parte de los Noldor que regresaron del Oeste y su adopción del Sindarin de la Tierra Media.

En este libro me he centrado en estas primeras versiones, que, evidentemente, corresponden, por tono y estilo, a la escritura de la narrativa misma. Estoy casi seguro de que mi padre contemplaba este suplemento y acompañamiento de El Señor de los Anillos desde mucho tiempo atrás y lo consideraba un elemento esencial del conjunto; y me ha resultado imposible mostrar de una manera satisfactoria la concepción que de él tenía en aquella época sin plasmar los primeros textos por completo, aunque, por supuesto, esto implica repetir, sobre todo en el caso de la historia de Arnor y Gondor, gran parte de lo que ha sobrevivido en las versiones publicadas de los Apéndices. He excluido el Apéndice E («Alfabetos»), pero he incluido el Prólogo y he introducido en esta parte del libro una descripción del origen y el desarrollo de la Akallabêth, puesto que la evolución de la estructura cronológica de la Segunda Edad estuvo estrechamente relacionado con el cálculo formalizado original de las fechas del nacimiento y la muerte de los reyes númenóreanos.

Después de esta parte incluso tres ensayos que escribió al final de su vida, además de algunos textos breves que parecen proceder de sus últimos años, concernientes principalmente a la cuestión de si Glorfindel de Rivendel y Glorfindel de Gondolin eran la misma persona. Estos últimos escritos presentan un gran interés por los numerosos elementos completamente nuevos introducidos en el «legendarium», y por la gran cantidad de diferencias respecto a los textos anteriores sobre la Cuestión de los Días Antiguos. Podría decirse que, si bien mi padre concedía gran importancia a la coherencia en todos los puntos con El Señor de los Anillos y los Apéndices, sobre la Primera Edad se había publicado tan poco material que se sentía mucho menos limitado. Yo me inclino a pensar, no obstante, que la explicación fundamental de estas diferencias radica ante todo en su costumbre de escribir de memoria. Las historias de la Primera Edad no dejarían de hallarse en una condición bastante inestable mientras no se fijaran en una obra publicada; y lo cierto es que no tenía todos los manuscritos relevantes ordenados y dispuestos delante. Sin embargo, en cualquier caso nunca sabremos si (por dar un solo ejemplo) en el ensayo De los Enanos y [11] los Hombres desechó definitivamente la elaborada historia de las casas de los Edain que había introducido en el Quenta Silmarillion sobre el año 1958, o si se le olvidó.

El libro concluye con dos textos que ilustran lo que Pengolod el Sabio enseñó a Ælfwine de Inglaterra en Tol Eressëa, y los comienzos abandonados de dos historias curiosas, La Nueva Sombra y Tal-elmar.

Con la clara imagen presente en la historia de Tal-elmar de los grandes barcos de los Númenóreanos acercándose a la costa, y el miedo que despertaban entre los hombres de la Tierra Media los terribles «Go-hilleg», termina esta «Historia». Ha pasado mucho tiempo desde que emprendiera la tarea de ordenar y elucidar la vasta colección de papeles que contenían la concepción de mi padre de Arda, Aman y la Tierra Media, y poco después de su muerte realicé unas primeras transcripciones de El libro de los Cuentos Perdidos, del que no sabía prácticamente nada, como paso para comprender los orígenes de «El Silmarillion». Poco sabía entonces de lo que me aguardaba, de todas las obras desconocidas amontonadas en desorden en aquella imponente colección de archivadores maltrechos. Casi un cuarto de siglo después, la historia, al menos como yo he podido contarla, ha llegado a su fin.

Con esto no pretendo decir que he descrito todo cuanto escribió mi padre, incluso dejando a un lado sus obras sobre las lenguas de los Elfos. Los últimos textos de mi padre se presentan selectivamente, y muchos otros detalles, sobre todo en referencia a los nombres y su etimología, pueden hallarse en textos como los que extracté en Cuentos Inconclusos, especialmente en la parte del libro titulada «La historia de Galadriel y Celeborn». Según avanzaban la obra y su publicación surgieron otras omisiones, podría decirse que por descuido.

Empecé este estudio como algo completamente «privado», sin idea o propósito de publicación: una investigación y un análisis exhaustivos de todos los materiales relacionados con lo que llegarían a llamarse los Días Antiguos, desde el principio, sin omitir detalles de las formas de los nombres o las variaciones textuales. De aquella obra original procede el respeto por la formulación exacta de los textos, y la insistencia en no dejar piedra por mover (sobre todo las que condenen nombres), que caracterizan, quizá de un modo excesivo, La Historia de la Tierra Media. Los Cuentos Inconclusos, en cambio, se concibieron de un modo por completo independiente y esencialmente distinto, en un momento en el que no tenía la menor intención de publicar una historia continua a gran escala; esto constituye una evidente flaqueza de la presentación de todo el corpus que no puede remediarse. Cuando Rayner Unwin, con quien estoy en deuda, [12] emprendió la incierta aventura de publicar mi obra sobre la historia de «El Silmarillion» (de una forma necesariamente muy alterada) no tenía intención de introducirme en la historia de las Edades Posteriores; la inclusión de El camino perdido, El Hundimiento de Anadûnê, Los papeles del Notion Club y sobre todo la historia de la composición de El Señor de los Anillos, que extendieron la obra mucho más allá de mi propósito original, no estaban previstas en absoluto.

Así, pues, sucedió que los últimos volúmenes fueron escritos y publicados con mucha más urgencia y menos reflexión sobre la estructura global que los anteriores. Intentando hacer que cada libro fuera una entidad hasta cierto punto independiente, dentro de las limitaciones de longitud, con frecuencia me he encontrado con que no sabía lo que contendría o podría contener hasta que lo terminaba. Esta falta de previsión provocó algunos errores de «escala», es decir, del grado de desarrollo o precisión que en última instancia hubiera sido el apropiado para el conjunto. Así, por ejemplo, debería haber vuelto atrás al final del relato de la escritura de El Señor de los Anillos para dar alguna descripción, cuando menos, de los cambios posteriores sucedidos en los capítulos La sombra del pasado y El Concilio de Elrond, y su evolución en relación a los de la obra De los Anillos de Poder y la Tercera Edad. No obstante, todos los relatos y todas las historias se han contado ya, y el «legendarium» de los Días Antiguos ha sido explorado de un modo más que exhaustivo.

Puesto que la «hechura» incesante de este mundo se extendió desde la juventud de mi padre hasta sus años de vejez, La Historia de la Tierra Media es en cierto sentido también un relato de su vida, una especie de biografía, si bien de un tipo muy poco habitual. Había recorrido un largo camino. Me dejó en herencia un gran legado de escritos que hicieron posible el trazado de ese camino, en su verdadera secuencia, o así lo espero, y el descubrimiento de los profundos fundamentos que llevaron en última instancia al verdadero final de su gran historia, cuando el navío blanco partió de los Puertos Grises.

En el crepúsculo de otoño partió de Mithlond, hasta que los mares del Mundo Curvo cayeron por debajo, y los vientos del cielo redondo dejaron de molestarlo, y llevado por los aires de las alturas sobre las nieblas del mundo entró en el antiguo Oeste, y llegó el fin para los Eldar de la historia y de los cantos.

Ha sido una tarea absorbente y alentadora, desde los esplendores de la Ainulindalë o la tragedia de los Hijos de Húrin hasta los menores detalles de los cambios de expresión y las modificaciones de los nombres. Ha sido también un trabajo muy laborioso, en ocasiones lleno de duda, [13] cuando flaqueaba la confianza; y estoy en deuda con aquellos que han apoyado la obra con ánimos generosos en cartas y reseñas. Mi mayor deuda es con mi esposa Baillie, a quien dedico este último volumen: pero la dedicatoria puede servir para todos. Sin su comprensión y su aliento a través de los años, compartiendo el peso de tan larga y exigente tarea, nunca la habría concluido.

Nota sobre el texto

Como regla general he conservado el uso de mi padre, a menudo variable, de las formas de los nombres (como p. ej. Baraddur junto a Barad-dûr), pero en algunos casos he transcrito la forma estándar (como Adûnaico donde a veces hay escrito adûnaica, y Gil-galad en lugar de Gilgalad). En sus últimos textos rara vez usaba la diéresis (como en Finwë), pero (en intención cuando menos) siempre empleaba Ñ para representar el sonido ng como en el inglés sing (así, Ñoldor); en este libro he extendido la diéresis de principio a fin (a excepción de los nombres en inglés antiguo, como Ælfwine), pero he restringido la Ñ a los textos en los que aparece.

Las referencias a La Historia de la Tierra Media se dan como en los volúmenes anteriores (por ejemplo, VI. 314). Para las abundantes y necesarias referencias a los Apéndices publicados he utilizado la abreviaturas Ap. (Apéndices); y de vez en cuando CA, DT y RR para La Comunidad del Anillo, Las Dos Torres y El Retorno del Rey.

Para evitar errores (sobre todo en las citas de los textos) en Los Pueblos de la Tierra Media, que se escribió con gran urgencia, Charles Noad ha trabajado en este volumen quizá más que en cualquiera de los anteriores, que leyó independientemente en las galeradas; con la conclusión de la obra debo expresar una vez más mi gratitud por su labor meticulosa, informada y extraordinariamente generosa. También deseo dejar constancia de mi aprecio por la gran habilidad y atención que Norman Tilley de Nen Phototypesseters ha puesto una vez más en este texto especialmente exigente, incluyendo la «compostura invisible» de errores en mis cuadros manuscritos.

Noad también ha realizado varias sugerencias para mejorar el texto mediante clarificaciones y referencias adicionales que he adoptado allí donde ha sido posible. Quedan algunos puntos cuya introducción hubiera requerido demasiada reelaboración, o demasiado movimiento de textos, y dos de ellos pueden mencionarse aquí.

Uno concierne a la traducción de la maldición del Orco de la Torre Oscura dada en p. 108. Cuando escribí el pasaje no recordé que Cari Hostetter, editor de la publicación periódica Vinyar Tengwar, [14] había señalado, en noviembre de 1992 (n.º 26) que existe una traducción de esas palabras en una nota de una de las copias mecanografiadas del Apéndice E (sin saber él de la existencia de la versión evidentemente anterior que doy aquí); también pasé por alto el hecho de que una tercera versión aparece entre las notas sobre las palabras y las frases «en otras lenguas» de El Señor de los Anillos Las tres difieren de un modo significativo (bagronk, por ejemplo, se traduce en ambas por «pozo negro» y «(cámara de) tortura»), de lo que parece desprenderse que en esta época mi padre estaba revisando las traducciones de las palabras, independientemente de cuál fuera su intención la primera vez que las escribió.

También debería haber advertido que la afirmación presente en los primeros textos del Apéndice D (Los Calendarios), pp. 153, 161, de que el Libro Rojo «termina antes de los Lithe de 1436» se refiere al Epílogo de El Señor de los Anillos, en el que Samsagaz, después de leer el Libro en voz alta durante muchos meses, había llegado a su fin una tarde de marzo de ese año (FTE. 144).

Por último, después de haber revisado las galeradas de este libro recibí una carta de Christopher Gilson en la que mencionaba un breve pero notable texto asociado al Apéndice A que había visto en Marquette. Fue una curiosa casualidad, pues lo único que sabía del libro era que contenía algún estudio de los Apéndices, mientras que a pesar de haber recibido una copia del texto de Marquette lo había pasado por alto, sin observar su importancia. Se encuentra junto a otras notas difíciles e inconexas y está escrito muy toscamente en un trozo de papel arrancado de un manuscrito desechado. Ese manuscrito puede identificarse como un predecesor cercano del texto del Apéndice A concerniente a la elección de los Medio Elfos que he dado en pp. 299-300. El texto del reverso dice:

y su padre le dio el nombre de Aragorn, nombre usado en la Casa de los Capitanes. Pero Ivorwen se apartó y dijo «Valor de Rey» (porque así se traduce ese nombre): «que lo tendrá, pero veo en su pecho una piedra verde, y ella le dará su verdadero nombre y la principal razón de su fama: porque será sanador y restaurador».

Sobre esto hay escrito: «y no comprendieron lo que quería decir, porque no había ninguna piedra verde que pudieran ver otros ojos» (seguido de unas palabras ilegibles); y debajo: «porque la Piedra Verde se la dio Galadriel». También hay escrita una gran X, pero no está claro si se refiere a la página entera o sólo a una parte de ella.

Gilson observa que este texto, que sin duda alguna ha de asociarse con la Historia de Aragorn y Arwen (véase p. 306), parece ser el único [15] lugar donde está traducido el nombre de Aragorn, y menciona la carta que mi padre escribió el 17 de diciembre de 1972 a Richard Jeffery (Cartas n.º 347), quien le había preguntado si Aragorn podía significar «rey-árbol». En su respuesta mi padre decía que «no puede contener una palabra referida a “árbol”», y que «“Rey-Árbol" no tendría adecuación especial para él». Prosiguió:

Los nombres del tipo de Arthedain son peculiares de diversa manera, y varios, aunque de forma sindarin, no son fácilmente interpretables. Pero para explicarlos tendría que haber más documentos históricos y lingüísticos del Sindarin de los que existen (es decir, de los que he encontrado tiempo o necesidad de inventar) para explicarlos.