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Es una suerte, en esta historia en gran parte sin fechas, que mi padre recibiera de Alien and Unwin una gran cantidad de papel usado cuya cara en blanco utilizó para gran parte de sus últimos textos; este papel consistía en notas de publicación, y muchas páginas tienen fecha: algunas son de 1967, la gran mayoría de 1968 y otras de 1970. Por supuesto, estas fechas sólo proporcionan un terminus a quo: en el caso, por ejemplo, del largo ensayo sobre los nombres de los ríos y las almenaras de Gondor (comentado en Cuentos Inconclusos) se emplearon páginas fechadas en 1967, pero lo cierto es que hay otras evidencias que demuestran que la obra no fue escrita hasta después de junio de 1969. Esta fue la época de El desastre de los Campos Gladios, Cirion y Eorl y Las Batallas de los Vados de Isen, que publiqué en Cuentos Inconclusos.
Fue también la época en que mi padre se dedicó a escribir extensamente, con una visión más generalizada, sobre las lenguas y los pueblos de la Tercera Edad y las relaciones que había entre ellos, estrechamente entrelazadas con los comentarios sobre la etimología de los nombres. Utilicé este material en la sección La historia de Galadriel y Celeborn (y en otros lugares) de Cuentos Inconclusos; sin embargo, tuve que relacionarlo con la estructura y el contenido de ese libro, por supuesto, y la única manera de hacerlo, en vista de la naturaleza extremadamente difusa y digresiva de la escritura de mi padre, era mediante la extracción de los pasajes relevantes. En este libro doy los dos «ensayos» más sustanciales que apenas utilicé en Cuentos Inconclusos.
El primero de ellos, De los Hombres y los Enanos, surgió, como dijo mi padre, «a partir de la reflexión sobre el Libro de Mazarbul» (es decir, de las representaciones de las hojas quemadas y estropeadas que hizo él y que de hecho no se publicaron hasta después de su muerte) y la inscripción de la tumba de Balin en Moria, pero fue mucho más allá de su punto de partida. En este ensayo he excluido los dos pasajes que se utilizaron en Cuentos Inconclusos, la historia de los Drúedain y la del encuentro de los marinos númenóreanos y los Hombres de Eriador en el año 600 de la Segunda Edad (véanse pp. 359. 365). El segundo, que he llamado La marca de Fëanor; es de una naturaleza muy distinta, [340] como veremos después, y de él sólo empleé un pasaje sobre Galadriel en Cuentos inconclusos; también he incluido una larga digresión sobre los nombres de los descendientes de Finwë, Rey de los Ñoldor, que fue la explicación definitiva de mi padre, o al menos la última, de muchos nombres importantes de las leyendas élficas, y que utilicé en el Silmarillion publicado. Doy también un tercer texto, que he llamado El problema de Ros; y después hay algunos de sus últimos escritos, probablemente realizados en el último año de su vida (p. 431).
Algo debe decirse de estos ensayos «histórico-filosóficos». A excepción del último, que acabo de mencionar, se escribieron con una maquina dactilográfica. Estos textos son, sin lugar a dudas, completamente ab initio; no son versiones desarrolladas y mejoradas de textos anteriores, y no se desarrollaron y mejoraron posteriormente. Las ideas, los nuevos rumbos narrativos, las formulaciones históricas y las construcciones etimológicas aparecen aquí por primera vez en forma escrita (lo que no significa, por supuesto, que no se prepararan durante largo tiempo), y esa es la forma que mantienen, esencialmente. Es obvio que no se terminaron nunca, y con frecuencia acaban con notas y apuntes caóticos e ilegibles o incomprensibles. Algunos textos son decididamente experimentales: un notable ejemplo de ello es el que he llamado El problema de Ros, sobre el cual mi padre escribió «La mayor parte de esto no sirve», por causa de una afirmación que había aparecido publicada pero que él había pasado por alto (véase p. 426). Como en ese caso, casi toda su obra era de inspiración etimológica, lo que explica en gran parte su naturaleza extremadamente discursiva; no hay estudio en el que una cosa lleve tan rápidamente a otra como la etimología, cuya naturaleza es tal que se traspasan sus propias fronteras en el intento de hallar explicaciones más allá de la evolución puramente lingüística de las formas. En el ensayo sobre los nombres de los ríos de Gondor, el del Gwathló llevó a explicar la vasta destrucción de los grandes bosques de Minhiriath y Enedwaith llevada a cabo por los constructores navales númenóreanos en la Segunda Edad, y sus consecuencias (Cuentos Inconclusos pp. 351-333); del nombre Gilrain surgió en el mismo ensayo la leyenda de Amroth y Nimrodel (ibid. pp. 308-311).
En los tres textos transcritos se hallarán muchas cosas completamente «nuevas», como la larga estancia del Pueblo de Bëor y el Pueblo de Hador a ambos lados del gran Mar interior de Rhûn durante su larga migración hacia el Oeste, o la sombría leyenda de los dos hijos gemelos de Fëanor. También se encontrarán muchas cosas que contradicen lo dicho en escritos anteriores. No he intentado realizar en las notas un análisis de todas las divergencias de este tipo, reales o aparentes, o aducir una gran cantidad de referencias a las fases anteriores [341] de la Historia; sin embargo, he subrayado las discrepancias más claras y asombrosas. En esta época mi padre conservaba e incluso intensificó su práctica de interponer notas en el cuerpo del texto según iban surgiendo, y estas son abundantes y con frecuencia sustanciales. En los textos que siguen se han numerado en la misma serie que las notas editoriales, y se recogen al final de cada uno; las notas editoriales se reconocen porque están encerradas entre corchetes.