XVII
TAL-ELMAR

[480]

La historia de Tal-Elmar, hasta donde llegó, se conserva envuelta en un papel con la fecha de 1968, en el que mi padre escribió la siguiente nota apresurada:

Tal-Elmar

Principio de una historia que contempla a los Númenóreanos desde el punto de vista de los Hombres Salvajes. Se empezó sin reflexionar mucho sobre la geografía (o el modo en que se presenta la situación en El Señor de los Anillos). Pero o bien se trata como historia independiente sólo remotamente relacionada con la de El Señor de los Anillos, o —yo lo creo así— narra la llegada de los Númenóreanos (Amigos de los Elfos) antes de la Caída, y su decisión de establecer puertos permanentes. De este modo, la geografía debe coincidir con las bocas del Anduin y la Playa Larga.

Sin embargo, esto se escribió trece años después del abandono de la historia, y nada indica que la retomara en sus últimos años. Breve como es, y (según parece) de dirección incierta, este alejamiento de todos los otros temas narrativos de la Tierra Media será tal vez una conclusión adecuada para esta Historia.

La historia tiene dos partes. La primera consta de un texto mecanografiado que se interrumpe a mitad de una frase (p. 492); de la primera parte de este texto existe también una página desechada, en parte mecanografiada y en parte manuscrita (véase nota 497). Más allá de este punto la historia entera se encuentra en la primera fase de composición. La segunda parte consiste en un manuscrito en el que mi padre escribió «Continuación de Tal-Elmar» y la fecha de enero de 1955; no hay indicación alguna del tiempo transcurrido entre la redacción de ambas partes, pero creo que el texto mecanografiado corresponde también a los años cincuenta. Resulta notable que trabajara en ella durante la época de extrema presión que tuvo lugar entre la publicación de Las Dos Torres y la de El Retorno del Rey. El manuscrito retoma la historia en el punto en que fue abandonada en el texto mecanografiado, [481] pero sin terminar la oración inconclusa; su dificultad aumenta progresivamente, y en una sección roza el límite de la legibilidad, con algunas palabras indescifrables. Hacia el final, la narrativa se interrumpe dando paso a unos pasajes experimentales y algunos interrogantes. Salvo en contadas excepciones, no señalo las correcciones del texto y doy sólo la lectura posterior; además, en un par de casos he modificado el uso incongruente de «tú» y «vos».

En los días de los Reyes Oscuros, en que un hombre aún podía ir a pie enjuto desde donde sale el Sol hasta el Mar donde se pone, vivía en la ciudad guardada, que su pueblo tenía en las verdes colinas de Agar, un anciano de nombre Hazad Barbiluengo.[493] Dos motivos de orgullo tenía: el número de hijos (diecisiete en total) y la longitud de su barba (cinco pies sin extenderla); pero la barba era su mayor alegría. Porque no se iba de su lado, era suave y estaba bien arreglada, mientras que la mayor parte de sus hijos lo habían abandonado y los que quedaban, o lo visitaban a menudo, no eran ni gentiles ni estaban bien arreglados. En realidad se parecían mucho a como había sido el propio Hazad en los días de su juventud: ancho, moreno, bajo, fuerte, de lengua áspera, manos pesadas y rápido para la violencia.

Salvo uno solo, el menor. Tal-elmar Hazad lo llamaba su padre. Tenía todavía dieciocho años y vivía con su padre y los dos hermanos que lo seguían en edad. Era alto, de piel blanca, y había una luz en sus ojos grises que relampagueaba y se encendía cuando se enojaba; y aunque eso ocurría pocas veces, y nunca sin un buen motivo, era algo que había que recordar y tener en cuenta. Los que habían visto aquel fuego lo llamaban Ojo de Pedernal y lo respetaban, lo amaran o no. Porque Tal-elmar podía parecer, entre aquella gente morena y robusta, de construcción delgada y sin la fuerza en las piernas y el cuello que ellos alababan, pero quien luchaba con él no tardaba en descubrir que era más fuerte de lo que parecía, rápido e imprevisible, difícil de atrapar y más difícil de esquivar.

Tenía una hermosa voz, que endulzaba incluso la tosca lengua de aquel pueblo, pero no hablaba demasiado; y solía mantenerse distante cuando los otros charlaban, con una mirada en el rostro que los hombres juzgaban orgullosa con razón, aunque no era el orgullo del amo, sino el de una persona de una [482] raza extranjera a quien el destino ha abandonado entre una gente innoble y obligado a cumplir una servidumbre. Porque de hecho Tal-elmar realizaba tareas duras y serviles, pues era el hijo menor de un hombre anciano que tenía pocas cosas de valor, a excepción de la barba y cierta fama de sabio. Pero por extraño que pareciera (en el pueblo) servía a su padre de buena gana, y lo amaba, más que todos sus hermanos y más que lo habitual entre los hijos de aquella tierra. En verdad, la mayoría de las ocasiones en que el destello del pedernal se veía en sus ojos eran por causa de su padre.

Porque Tal-elmar tenía una creencia extraña (de dónde venía, no se sabía): que los ancianos debían ser tratados con amabilidad y cortesía, y que debían pasar sus últimos días con toda la comodidad posible. «Si hay que contradecirlos», decía, «que sea con respeto; porque han visto muchos años, y es posible que en numerosas ocasiones se hayan enfrentado a males que nosotros no conocemos. Y no les escatiméis comida o alojamiento, porque han trabajado más tiempo que nosotros y sólo ahora reciben, con retraso, parte de lo que se les debe.» Aquella evidente estupidez no tenía efectos sobre las costumbres de su pueblo, pero en su casa era ley; y ya habían transcurrido dos años desde que alguno de sus hermanos se atreviera a quebrantarla.[494]

Hazad quería mucho a su hijo menor, en respuesta al amor que este le profesaba, pero aún más por otro motivo que guardaba en secreto: que su rostro y su voz le recordaban a alguien que había perdido mucho tiempo atrás. Porque Hazad también había sido el hijo menor de su madre, y ella murió en su infancia; y no pertenecía a su pueblo. Aquella era la historia que había oído a escondidas, de la que no se hablaba abiertamente, pues no se consideraba motivo de orgullo para la casa: provenía del extraño pueblo, odioso y altanero, del que había rumores en las tierras occidentales, que venía del Este, se decía. Hermosos, altos y de ojos de pedernal eran, con armas brillantes forjadas por los demonios en las terribles colinas. Lentamente estaban expulsando hacia la costa, empujando hacia delante, a los antiguos habitantes de aquellas tierras.

No sin resistencia. Había guerras en las fronteras orientales, y como el antiguo pueblo era todavía numeroso, a veces los recién llegados sufrían grandes pérdidas y se veían obligados a retroceder. [483] De hecho, no se había oído mucho de ellos en las Colinas de Agar, en el lejano oeste, durante más de la vida de un hombre, desde la gran batalla de la que aún hablaban las canciones. Se había librado en el valle de Ishmalog, decían los sabios en tradiciones, donde una gran hueste del Pueblo Cruel había caído en una emboscada en un lugar estrecho y se habían amontonado sus cadáveres. Y aquel día se tomaron muchos prisioneros; porque no había sido una refriega en las fronteras, o una lucha con los guardias de la vanguardia: un pueblo entero estaba en movimiento, con los carros, el ganado y las mujeres.

Ahora bien, Buldar, padre de Hazad, se encontraba en el ejército del Rey del Norte[495] y acudió al acantonamiento de Ishmalog,[496] y de la guerra se trajo por botín una herida, una espada y una mujer. Y en eso fue esta afortunada, porque el destino de los cautivos era corto y cruel, pero a ella Buldar la tomó por esposa. Porque era hermosa, y después de mirarla no deseó a ninguna mujer de su pueblo. En aquellos días era un hombre rico y poderoso, y hacía lo que quería, y se burlaba de las burlas de sus vecinos. Pero cuando su esposa, Elmar, hubo aprendido lo suficiente la lengua de su nueva familia, le dijo a Buldar un día: «Mucho tengo que agradecerte, señor; pero no pienses que ganarás mi amor de esta manera. Porque me has apartado de mi pueblo, y del hombre que amaba y el hijo que le di. Los añoraré y penaré por ellos siempre, y no amaré a ningún otro. Nunca volveré a tener alegría, mientras esté cautiva entre un pueblo extraño que me parece bajo y desagradable».

—Que así sea —dijo Buldar—. Pero no pienses que voy a dejarte en libertad, porque eres preciosa para mis ojos. Y piénsalo bien: es inútil intentar escapar de mí. Largo es el camino hasta los supervivientes de tu pueblo, si queda alguno; y no llegarías lejos de las Colinas de Agar antes de encontrar la muerte, o una vida peor que la que tendrás en mi casa. Bajos y desagradables nos has llamado. Con justicia, tal vez. Pero también es justo decir que tu pueblo es cruel, no respeta las leyes y es amigo de los demonios. Son ladrones. Porque estas tierras son nuestras desde hace mucho tiempo, y nos quieren expulsar de ellas con las amargas espadas. La piel blanca y los ojos brillantes no les dan derecho a eso.

—¿No? —dijo ella—. Entonces tampoco lo hacen las piernas [484] fuertes y los hombros anchos. ¿Cómo obtuvisteis si no las tierras de las que alardeáis? ¿No es cierto que hay, como he oído decir a los hombres, una gente salvaje en las cavernas de las montañas que antaño erraba en libertad por aquí, antes de que vosotros, el pueblo cetrino, llegarais y los persiguierais como lobos? Pero no hablaba de derecho, sino de pesar y amor. Si aquí debo vivir, aquí viviré, pero aunque mi cuerpo permanecerá en este lugar a tu voluntad, mi pensamiento estará lejos. Y esta será mi venganza: mientras mi cuerpo siga en el exilio, la suerte de este pueblo empeorará, y la tuya más; pero cuando mi cuerpo vaya a la tierra extraña y mi pensamiento se libere de él, en tu familia surgirá alguien que será sólo mío. Y con él llegará el final de tu pueblo y la caída de tu rey.

En adelante Elmar no volvió a hablar sobre el asunto; y en verdad fue una mujer de pocas palabras mientras duró su vida, salvo sólo con sus hijos. Les hablaba mucho cuando no había nadie cerca, y les cantaba canciones en una lengua extraña y hermosa; pero ellos no la escuchaban, o lo olvidaron pronto. Excepto Hazad, el menor, y aunque de cuerpo era distinto a ella, como todos sus hijos, era el más próximo a su corazón. También él olvidó las Canciones y la extraña lengua, cuando creció, pero nunca olvidó a su madre y se casó tarde, pues sabía lo hermosa que puede ser una mujer y ninguna de su pueblo le parecía deseable.[497] Tampoco había muchas para cortejar, porque, como había dicho Elmar, el pueblo de Agar había decrecido con los años, por el mal tiempo y las pestes, y los más afligidos fueron Buldar y sus hijos; y ahora eran pobres, y otras familias les habían quitado poder. Pero Hazad nada sabía de la predicción de su madre, y en recuerdo de ella amaba a Tal-elmar, y así lo había llamado cuando nació.

Y sucedió que una mañana de primavera, cuando sus otros hijos se fueron a trabajar, Hazad pidió a Tal-elmar que se quedara a su lado, y salieron juntos y se sentaron en la verde cima de la colina; y miraron al sur y al oeste, donde podían ver a lo lejos el gran golfo del Mar que se metía en la tierra y brillaba como cristal gris. Y los ojos de Hazad se estaban enturbiando por la vejez, pero Tal-elmar tenía la vista aguda, y vio lo que le parecieron tres extrañas aves sobre el agua, blancas al sol, [485] y el viento del oeste las arrastraba hacia la tierra; y se preguntó por qué flotaban en el agua y no volaban.

—Veo tres extrañas aves sobre el agua, padre —dijo—. No se parecen a nada que haya visto antes.

—Por penetrantes que sean tus jóvenes ojos, hijo mío —dijo Hazad—, no puedes estar viendo unas aves sobre el agua. Tres leguas hay desde las costas más cercanas hasta donde estamos. El sol te deslumbra, o estás soñando.

—No, tengo el sol a la espalda —dijo Tal-elmar—. Veo lo que veo. Y si no son aves ¿qué son entonces? Porque deben de ser muy grandes, más que los Cisnes de Gorbelgod,[498] de los que hablan las leyendas. ¡Y mira! Ahora veo otro que viene detrás, pero con menos claridad, porque tiene las alas negras.

Entonces Hazad se sintió perturbado.

—Estás soñando, como te dije, hijo mío —respondió—, pero es un mal sueño. ¿Acaso no es la vida lo bastante dura aquí, para que cuando llega la primavera y el invierno se acaba tengas que traer una visión del pasado lejano?

—Olvidas, padre —dijo Tal-elmar—, que soy tu hijo menor, y que aunque les has enseñado muchas cosas a los oídos embotados de mis hermanos, a mí me has dado menos conocimiento. Nada sé de lo que tienes en mente.

—¿No lo sabes? —dijo Hazad, golpeándose el ceño mientras contemplaba el Mar—. Sí, quizás haya transcurrido mucho tiempo desde que hablé de ello; no es sino la sombra de un sueño en el fondo de mi pensamiento. Tres pueblos tenemos por enemigos. Los hombres salvajes de las montañas y de los bosques; pero a estos no han de temerlos más que quienes se alejan solos. El Pueblo Cruel del Este; pero aún están lejos y son el pueblo de mi madre, aunque estoy convencido de que no harían honor a ese parentesco, si vinieran con sus espadas. Y los Altos Hombres del Mar. A estos podemos temerlos como a la Muerte. Porque a la Muerte adoran, y matan hombres cruelmente en honor a la Oscuridad. Vienen del Mar, y si alguna vez tuvieron una tierra propia, antes de alcanzar las costas occidentales, no sabemos dónde estaba. Negras historias nos llegan de las tierras costeras, al norte y al sur, donde hace mucho tiempo establecieron sus oscuras fortalezas y sus tumbas. Pero no venían desde los días de mi padre, y entonces sólo lo hacían para atacar, [486] capturar hombres y partir. Llegaban del siguiente modo. Utilizaban barcas, pero no como las que usan en nuestro pueblo los que viven cerca de los grandes ríos o los lagos, para cruzarlos o pescar. Más grandes que grandes casas son las barcas de los Go-hilleg, y llevan una gran cantidad de hombres y bienes, pero se mueven impulsadas por los vientos; porque los Hombres del Mar extienden grandes telas como alas para atrapar el aire, y las atan a grandes palos como los árboles de un bosque. Así llegan a la costa, donde hay refugio, o lo más cerca que pueden; y entonces envían barcas más pequeñas cargadas de bienes, y de cosas extrañas y útiles que nuestra gente codicia. Nos las dan a cambio de poco, o como regalos, fingiendo amistad y compasión por nuestras necesidades; y se quedan un tiempo, observan la tierra y el número de nuestras gentes y luego se van. Y si no regresan, los hombres tienen motivos para sentirse agradecídos. Porque cuando lo hacen es de otra manera. Entonces llegan en mayor número: dos naves o más juntas, repletas de hombres y no de bienes, y siempre una de las naves malditas tiene las alas negras. Porque es la Nave de la Oscuridad, y en él se llevan como botín prisioneros apiñados como bestias, a las mujeres y los niños más hermosos, o a hombres jóvenes sin tacha, y ese es su fin. Algunos dicen que los devoran, y otros que mueren torturados sobre las piedras negras donde adoran a la Oscuridad. Es posible que ambas cosas sean ciertas. Hace muchos años que no se veían en estas aguas las terribles alas de los Hombres del Mar; pero al recordar la sombra de miedo del pasado grité, y vuelvo a gritar: ¿Acaso no es nuestra vida lo bastante dura sin la visión de un ala negra sobre el mar brillante?

—Dura en verdad —dijo Tal-elmar—, pero no lo bastante para que quiera abandonarla ya. ¡Vamos! Si lo que dices es cierto tenemos que correr hasta el pueblo y advertir a los hombres, y preparamos para huir o defendemos.

—Voy —dijo Hazad—. Pero no te sorprendas, si los hombres ríen y piensan que chocheo. No creen demasiado en las cosas que sucedieron antes de que nacieran. Y ándate con cuidado, querido hijo. Yo corro poco peligro, excepto el de morir de hambre en un pueblo lleno sólo de dementes y ancianos. Pero a ti la Nave Oscura te capturará entre los primeros. No des un paso adelante si precipitadamente se toma la decisión de luchar. [487]

—Ya veremos —respondió Tal-elmar—. Pero tú eres lo que más me importa de la ciudad, donde no tengo muchas cosas que amar. No me separaré de tu lado de buen grado. Sin embargo, es la ciudad de mi pueblo, y nuestro hogar, y los que puedan hacerlo están obligados a defenderla, creo.

Así, pues, Hazad y su hijo bajaron de la colina, y era mediodía; y en la ciudad había poca gente, sólo mujeres ancianas y niños, porque los que podían estaban en los campos, ocupados en las duras tareas de la primavera. No había vigilancia, pues las Colinas de Agar se hallaban lejos de las fronteras hostiles donde el poder del Cuarto Rey[499] se aproximaba a su fin. El amo de la ciudad se encontraba sentado a la puerta de su casa, dormitando o contemplando ociosamente las pequeñas aves que recogían restos de comida del claro de tierra pisada que había en medio de las casas.

—¡Salud, Amo de Agar! —dijo Hazad, e hizo una gran reverencia; pero el amo, un hombre grueso con ojos como los de los lagartos, parpadeó y no le devolvió el saludo.

—¡Salud, Amo! ¡Que sigas así durante mucho tiempo! —dijo Tal-elmar, con un brillo en los ojos—. No quisiéramos distraerte de tus pensamientos, o tu sueño, pero tenemos nuevas que tal vez debieras escuchar. No hay vigilancia, pero casualmente nos encontrábamos en la cima de la colina, y vimos el mar desde lejos, y había aves de mal agüero en el agua.

—Barcas de los Go-hilleg —dijo Hazad—, con grandes telas de los vientos. Tres blancas, y una negra.

El amo bostezó.

—En cuanto a ti, canalla de ojos legañosos —dijo—, serías incapaz de distinguir el mar de una nube. Y en cuanto a este muchacho holgazán, ¿qué sabe él de barcas o telas de los vientos, o de todo lo demás, salvo las locuras que tú le enseñas? Ve a los picapedreros[500] ambulantes con tus historias de viejas sobre Go-hilleg, y no me molestes con esas tonterías. Tengo otros asuntos más importantes en que pensar.

Hazad se tragó la rabia, porque el Amo era poderoso y no le tenía amor; pero la ira de Tal-elmar era fría.

—Los pensamientos de alguien tan poderoso deben de ser importantes —dijo quedamente—, pero no sé de ningún pensamiento [488] de tanta importancia que pudiera interrumpir su reposo como el cuidado de su propia carcasa. Será un amo sin pueblo, o una bolsa de huesos en la ladera, si se burla de la sabiduría de Hazad hijo de Buldar. Los ojos legañosos pueden ver más que los que están cerrados por el sueño.

El grueso rostro de Mogru el Amo se oscureció, y los ojos se le inyectaron en sangre por la rabia. Odiaba a Tal-elmar, aunque hasta entonces no le había dado motivos, excepto que no demostraba temor en su presencia. Ahora iba a pagar por aquella nueva insolencia. Mogru dio una palmada, pero mientras lo hacía recordó que no había nadie a mano que se atreviera a pelear con el joven, no, ni siquiera tres a la vez; y al mismo tiempo advirtió el brillo de los ojos de Tal-elmar. Palideció y las palabras que había estado a punto de pronunciar, «Mocoso hijo de esclavo», murieron en sus labios.

—Hazad uBuldar, Tal-elmar uHazad, de esta ciudad, no te dirijas así al amo de tu pueblo —dijo—. Hay una guardia, aunque es posible que lo ignoren quienes no tienen el gobierno de la ciudad en sus manos. Yo esperaría a que los guardas, que merecen mi confianza, informen que se ha visto algo malo. Pero si estáis preocupados, id a llamar a los hombres a los campos.

Tal-elmar lo observó atentamente mientras hablaba y le leyó el pensamiento con claridad. «Espero que mi padre no se equivoque», se dijo, «porque el combate no será tan peligroso para mí como el odio de Mogru a partir de hoy. ¡Una guardia! Sí, pero sólo para espiar las idas y venidas de la gente de la ciudad. En cuanto salga hacia el campo, un mensajero irá corriendo a buscar a sus sirvientes con porras. Mal servicio le he hecho a mi padre en esta hora. ¡Bien! El que empieza con la azada es el que tiene que llevarla hasta el final del surco.» Por tanto, habló todavía con ira y desprecio.

—Ve tú mismo a los picapedreros —dijo—, porque bien que acostumbras a utilizar a esa gente astuta y a escuchar sus historias cuando te convienen. Pero mientras yo esté aquí no te burilarás de mi padre. Es posible que estemos en peligro. Por tanto, ahora irás con nosotros a la cima de la colina y mirarás con tus propios ojos. Y si ves algo que lo justifique, convocarás a los hombres a la Colina de la Asamblea. Yo seré tu mensajero.

Y Mogru observó el rostro de Tal-elmar a través de la hendedura [489] de los párpados, y adivinó que no había peligro de violencia si cedía en esta ocasión. Pero tenía el corazón lleno de veneno, y además lo molestaba no poco subir la colina. Se levantó lentamente.

—Iré —dijo—. Pero si desperdicio tiempo y esfuerzo no lo perdonaré. Ayúdame a caminar, joven, que mis sirvientes están en los campos. —Y tomó el brazo de Tal-elmar y se inclinó pesadamente sobre él.

—Mi padre es el más anciano —dijo Tal-elmar—, y el camino es corto. Que el Amo vaya delante y nosotros detrás. ¡Aquí tienes tu vara! —Y se liberó de Mogru, y le dio la vara que había junto a la puerta de su casa; y tomando el brazo de su padre esperó hasta que el Amo se puso en marcha. Negra era la mirada de soslayo de los ojos de lagarto, pero el destello de los ojos de Tal-elmar se le clavaron como un aguijón. Hacía mucho tiempo que las gordas piernas de Mogru no recorrían a tanta velocidad el trayecto que iba desde la casa a la verja, y más tiempo aún que no subía su vientre por la resbaladiza hierba que había al otro lado de la empalizada. Cuando llegaron a la cima estaba sin aliento y jadeaba como un perro viejo.

Entonces Tal-elmar volvió a mirar; pero el mar alto y distante estaba ahora vacío, y guardó silencio. Mogru se enjugó el sudor de los ojos y siguió su mirada.

¿Por qué razón, me pregunto, habéis obligado al Amo de la ciudad a salir de su casa y lo habéis llevado hasta aquí? —gruñó—. El mar está donde estaba, y vacío. ¿Qué pretendéis?

—Ten paciencia y mira más cerca —dijo Tal-elmar. En el oeste, las tierras altas no dejaban ver más que el mar distante; pero al ascender hasta la amplia cima de la Colina Dorada caían de repente, y por una profunda grieta podía atisbarse la gran ensenada y las aguas próximas a la orilla septentrional—. Hace rato que nos fuimos, y el viento sopla con fuerza —dijo Tal-elmar—. Se han acercado. —Señaló—. Allí verás las alas, o las telas del viento, llámalas como quieras. Pero ¿qué propones que hagamos? ¿Y no era acaso algo que el Amo tenía que ver con sus propios ojos?

Mogru miró, y jadeaba, ahora tanto por el miedo como por el esfuerzo de caminar cuesta arriba, pues por mucho que fanfarroneara había escuchado muchas historias oscuras de los Go-hilleg [490] de las ancianas cuando era joven. Pero tenía el corazón astuto, y negro de furia. Primero miró a Hazad de soslayo, y luego a su hijo; y se pasó la lengua por los labios, pero no dejó ver su sonrisa.

—Me pediste ser mi mensajero —dijo—, y lo serás. Ahora vete rápido y convoca a los hombres a la Colina de la Asamblea. Pero con eso no terminará tu misión —añadió, cuando Tal-elmar se preparaba para echar a correr—. Desde los campos irás lo más rápido que puedas a la Playa. Porque allí se detendrán los barcas, si son barcas, y desembarcarán los hombres. Busca noticias y averigua lo que se traen entre manos. No vuelvas si no es con nuevas que nos ayuden a tomar una decisión. ¡Vete y no te entretengas! La ciudad está en peligro.

Hazad parecía estar a punto de protestar; pero inclinó la cabeza y no dijo nada, consciente de que sería en vano. Tal-elmar aguardó un momento mirando a Mogru, como si estuviera mirando una serpiente en el sendero. Pero sabía bien que el Amo había sido más astuto que él. Él había preparado su propia trampa, y Mogru la había utilizado. Había anunciado que la ciudad corría peligro, y él tenía derecho a pedirle cualquier servicio. Desobedecerlo significaba la muerte. Aunque Tal-elmar no se hubiera ofrecido como mensajero (con el deseo de evitar que los sirvientes del Amo recibieran instrucciones secretas), todos dirían que la elección era justa. Había que enviar un mensajero, ¿y quién mejor que un joven fuerte y valiente, de pies veloces? No obstante, en aquel cometido había malicia, una malicia negra. El defensor de Hazad desaparecería. No había nada que esperar de sus hermanos: eran brutos y fuertes, pero sin corazón para desafiar a nadie, salvo a su viejo padre. Y era muy probable que él no volviera. El peligro era grande.

Tal-elmar miró al Amo una vez más, y luego a su padre, y luego desvió la mirada a la vara de Mogru. El pedernal brillaba en sus ojos, y en su corazón el deseo de matar. Mogru lo vio y se amedrentó.

—¡Ve, ve! —gritó—. Te lo he ordenado. Eres más rápido para gritar lobo que para empezar la cacería. ¡Vete inmediatamente!

—¡Vete, hijo mío! —dijo Hazad—. No desafíes al Amo. No cuando está en su derecho. Porque entonces desafías a toda la ciudad, más allá de tu poder. Y si yo fuera el Amo, te elegiría a ti, [491] por mucho que te amara; porque tienes más corazón y suerte que ningún otro del pueblo. Pero regresa, y no dejes que la Nave Oscura te tenga. ¡No seas temerario! Porque es mejor que llegues vivo con malas noticias a que lleguen los Hombres del Mar sin heraldo.

Tal-elmar se inclinó e hizo la señal de sumisión, a su padre y no al Amo, y se alejó dos pasos. Y entonces se volvió.

—Escucha, Mogru, a quien un pueblo bajo ha nombrado amo en su locura —gritó—. Quizá regrese, en contra de lo que esperas. Dejo a mi padre a tu cuidado. Si regreso, sea con promesas de paz o con un enemigo en los talones, y descubro que ha sufrido algún mal o deshonor que tú hubieras podido evitar, tu señorío habrá llegado a su fin, y tu vida también. Tus hombres con cuchillos y porras no podrán ayudarte. Retorceré tu gordo cuello con las manos desnudas, si es necesario, o te perseguiré por las tierras salvajes hasta las pozas negras.

Entonces cambió de idea y volvió hasta donde estaba el Amo, y puso las manos sobre la vara.

Mogru se encogió y levantó un gordo brazo, como para parar un golpe.

—Estás loco, hoy —graznó—. No me hagas daño, o lo pagarás con la vida. ¿Acaso no has oído las palabras de tu padre?

—Oigo y obedezco —dijo Tal-elmar—. Pero mi primer cometido es avisar a los hombres, y es necesario darse prisa. Poco me respetan, pues saben muy bien que te burlas de nosotros. ¿Qué caso van a hacerme a mí, si uno de los bastardos del Esclavo, como nos llamas cuando no estoy cerca, llega[501] para convocarlos a la Colina de la Asamblea en tu nombre sin ninguna señal? Tu vara servirá. La conocen bien. ¡No, aún no voy a pegarte!

Con esto arrebató la vara de las manos de Mogru y echó a correr colina abajo, con el corazón demasiado inflamado por la ira para pensar aún en lo que lo aguardaba. Pero cuando hubo convocado a los asombrados hombres en los campos de las laderas meridionales y les hubo mostrado la vara, diciendo que se dieran prisa, corrió a los pies de la colina, y atravesó los largos prados, y llegó así a los primeros grupos de árboles de los bosques. Se alzaban oscuros frente a él, en el valle situado entre Agar y las colinas que había junto a la costa.

Todavía era por la mañana y faltaba una hora para el mediodía, [492] pero cuando llegó bajo los árboles se detuvo a reflexionar, y supo que el miedo lo atenazaba. Pocas veces se había alejado de las colinas de su hogar, y nunca solo, ni se había internado en el bosque. Porque todo su pueblo temía el bosque[502]

Aquí se interrumpe el texto mecanografiado, no en el pie de una página, y empieza el manuscrito «Continuación de Tal-Elmar» (pues así está escrito el nombre ahora, véase p. 480).

Era rápido llegar a la orilla con la vista, pero lento con los pies; y había más distancia de lo que parecía. El bosque era oscuro e insano, pues había aguas estancadas entre las colinas de Agar y las de la costa, y muchas serpientes vivían en ellas. Estaba en silencio, también, pues aunque era primavera pocos pájaros construían allí su nido o se posaban en los árboles mientras volaban rápidamente hasta la tierra más limpia junto al mar. Además, en el bosque moraban espíritus oscuros que odiaban a los hombres, según decían las historias de la gente. En las serpientes, los pantanos y los demonios del bosque pensaba Tal-Elmar en la sombra; pero no necesitó mucho tiempo para llegar a la conclusión de que ninguna de las tres cosas era tan peligrosa como regresar, con una excusa falsa o ninguna, a la ciudad y su amo.

Así, pues, ayudado quizá por el orgullo, prosiguió la marcha. Y mientras buscaba en la sombra un camino que lo llevara a través de los pantanos y la espesura pensó: ¿Qué es lo que sabemos, yo o cualquiera de mi gente, incluso mi padre, de esos Go-hilleg de las barcas aladas? Es muy posible que a mí, que soy un extraño en mi propio pueblo, me parezcan más agradables que Mogru y todos los otros como él.

El pensamiento fue cobrando fuerza en su interior y al cabo de un rato se sentía más como quien va en busca de amigos y parientes que como un hombre que se arrastra para espiar a unos enemigos peligrosos. Así atravesó ileso el bosque sombrío y llegó a las colinas de la costa y empezó a subir. Escogió una de ellas porque tenía la ladera cubierta de arbustos y estaba coronada por un denso grupo de árboles bajos. Llegó a la cima y, arrastrándose hasta el borde más lejano, miró hacia abajo. Le había llevado mucho tiempo, ya que había avanzado lentamente, [493] y ahora el sol descendía a su derecha hacia el Mar. Tenía hambre, pero apenas se dio cuenta, porque estaba acostumbrado a ella y podía soportar un día de trabajo sin comer cuando era necesario. La colina no tenía mucha altura, pero bajaba abruptamente hasta el agua. Ante sus pies la tierra verde terminaba en una franja de grava, detrás de la cual las aguas del estuario resplandecían en el sol poniente. En medio de la corriente más allá de los bajíos tres grandes barcos —aunque Tal-Elmar no tenía ninguna palabra en su lengua que los definiera—” flotaban inmóviles. Estaban anclados y tenían las velas bajadas. Del cuarto, el barco negro, no había rastro. Pero en la hierba próxima a la playa guijarrosa había tiendas, y unos pequeños botes varados cerca de allí. Alrededor había hombres altos de pie o caminando. En las «barcas grandes» Tal-Elmar podía ver [?otros] que vigilaban; de vez en cuando captaba el destello de alguna arma que se movía en el sol. Tembló, porque las historias de las «hojas» de los Hombres Crueles eran conocidas en su infancia.

Tal-Elmar observó un buen rato, y lentamente fue comprendiendo que su misión no tenía esperanza. Podría mirar hasta que cayera la noche, pero sería incapaz de contar con la suficiente precisión el número de hombres que había, ni descubrir sus propósitos o planes. Aunque tuviera el coraje o la fortuna de acercarse dejando atrás a los guardas de nada le serviría, porque no entendería una palabra de su lengua.

De repente recordó —otro de los planes de Mogru para deshacerse de él, como se daba cuenta ahora, aunque en aquel momento le había parecido un honor— cómo sólo un año antes, cuando la ciudad decadente de Agar fue amenazada por unos intrusos de la aldea interior de Udul,[503] todos los hombres temieron que los atacaran, porque Agar era un lugar más seco, saludable y defendible (o eso es lo que creían sus habitantes). Entonces Tal-Elmar fue escogido para ir a espiar la tierra de Udul, porque era «joven, valiente y buen conocedor del campo de alrededor». Eso dijo Mogru, con bastante razón, porque los habitantes de Agar eran tímidos y temían que la oscuridad los sorprendiera fuera de sus hogares, así que rara vez se alejaban mucho. En cambio, Tal-Elmar caminaba por los campos lejanos con frecuencia, si tenía oportunidad y el trabajo no lo requería [494] (o aunque lo hiciera, a veces), y si bien temía la oscuridad (pues era lo que le habían enseñado desde la infancia), había pernoctado fuera de la ciudad en más de una ocasión, y se sabía que incluso salía solo a la colina de la guardia bajo las estrellas.

Pero arrastrarse a los campos desapacibles de Udul de noche era mucho peor. No obstante, se había atrevido a hacerlo. Y se había acercado tanto a una de las cabañas de los guardas que pudo oír cómo hablaban los hombres que había dentro, en vano. Fue incapaz de comprender el significado de lo que decían. Los tonos parecían tristes y atemorizados[504] (así eran todas las voces de los hombres por la noche en el mundo que él conocía), y le pareció reconocer unas pocas palabras, pero no las suficientes para comprender la conversación. Y sin embargo, el pueblo de Udul eran sus vecinos; de hecho, aunque Tal-Elmar y su gente lo habían olvidado, como tantas otras cosas, eran parientes cercanos que en años pasados y mejores habían formado parte del mismo pueblo. ¿Qué esperanza tenía entonces de reconocer una sola palabra, o incluso de interpretar correctamente los tonos, de la lengua de unos hombres extraños para los suyos desde el principio del mundo? ¿Extraños para los suyos? ¿Los míos? Pero ellos no son mi pueblo. Sólo mi padre. Y de nuevo el muchacho, nacido y criado en un pueblo medio salvaje en decadencia, tuvo la extraña sensación, proveniente no sabía de dónde, de que no iba a encontrar extraños, sino parientes y amigos llegados de muy lejos.

Y sin embargo también era un muchacho de su pueblo. Tenía miedo, y transcurrió mucho rato antes de que se moviera. Al cabo levantó la vista. El sol descendía a su derecha. Entre dos troncos de árboles atisbo el mar: el gran fuego redondo, enrojecido por la ligera bruma, se hundía a la altura de sus ojos y el agua se iluminaba de un dorado encendido.

Había visto ponerse el sol antes, pero nunca de aquella manera. Supo en un instante (como si le llegara del fuego mismo) que lo había visto así, [? lo llamaba,][505] que significaba algo más que la aproximación del «tiempo del Rey», la oscuridad.[506] Se levantó y como si alguien lo guiara o empujara descendió abiertamente de la colina y atravesó la hierba que llevaba a los guijarros y a las tiendas.

De haberse visto a sí mismo no se habría sorprendido menos [495] que los que lo vieron desde la orilla. Su piel desnuda —porque sólo llevaba un taparrabos y una pequeña capa de piel… echada hacia atrás y sujeta al hombro con una correa— resplandecía con un color dorado a la luz [? del poniente], y sus hermosos cabellos también estaban iluminados, y sus pasos eran ligeros y libres.

—¡Mira! —gritó uno de los guardas a su compañero—. ¿Ves lo mismo que yo? ¿No es uno de los Eldar de los bosques que viene a hablar con nosotros?

—Lo veo, en verdad —dijo el otro—, pero si no es un fantasma del borde de la oscuridad [? que se aproxima en esta tierra maldita] no puede ser uno de los Hermosos. Estamos muy al sur, y ninguno vive aquí. Lo sería si estuviéramos [? mucho más al norte, cerca de (los) Puertos].

—¿Quién lo conoce todo de los Eldar? —dijo el guarda—. Ahora ¡silencio! Se acerca. Que hable primero él.

Así que guardaron silencio, y no hicieron ningún signo mientras Tal-Elmar se acercaba. Cuando se encontraba a veinte pasos volvió a sentir miedo y se detuvo, extendiendo los brazos y abriendo las palmas hacia los extraños en un ademán que todos los hombres podían comprender.

Entonces, como no veía que se movieran ni echaran mano a ningún arma, se armó de valor y dijo: «¡Salve, Hombres del mar y las alas! ¿Por qué habéis venido aquí? ¿Venís en son de paz? Yo soy Tal-Elmar uHazad del pueblo de Agar. ¿Quiénes sois vosotros?»

Tenía la voz clara y hermosa, pero la lengua que utilizaba no era más que una variante del habla medio salvaje de los Hombres de la Oscuridad, como los llamaban los Hombres de los Barcos. El guarda se agitó.

—¡Elda! —dijo—. Los Eldar no hablan así. —Llamó en voz alta y en seguida los hombres salieron de las tiendas. Él sacó una espada mientras su compañero ponía una flecha en el arco. Antes de que Tal-Elmar tuviera tiempo siquiera de asustarse, y menos aún de volverse y correr (por suerte, porque no sabía nada de arcos y habría caído mucho antes de estar fuera de su alcance), se vio rodeado de hombres armados. Lo capturaron, aunque sin crueldad, cuando vieron que estaba desarmado y no se resistía, y lo llevaron a la tienda donde estaba el capitán. [496]

Tal-Elmar siente que conoce la lengua y que sólo la tiene velada.

El capitán dice que Tal-Elmar debe de ser de raza númenóreana, o de los pueblos emparentados con ellos. Hay que tratarlo con amabilidad. Supone que lo tomaron prisionero cuando era un bebé, o que es hijo de cautivos.

—Está intentando escapar —dice.

«Es una pena que no recuerde nada de la lengua.» «Aprenderá.» «Tal vez, pero después de mucho tiempo. Si la hablara ahora podría contamos muchas cosas que nos ayudarían a llevar a cabo la misión en menos tiempo y con menos peligro.»

Al cabo consiguen que Tal-Elmar comprenda que desean saber cuántos hombres viven en las cercanías; ¿son amistosos, son como él?

El objetivo de los Númenóreanos es ocupar esta tierra y, en alianza con los «Crueles» del Norte expulsar al Pueblo Oscuro, fundar un asentamiento para amenazar al Rey. (¿O es cuando Sauron está ausente en Númenor?)

El lugar se encuentra en el estuario del ¿Isen? o el Morthond.

Tal-Elmar sabía contar y comprendía los números elevados, aunque su lengua era limitada.

¿O comprende el Númenóreano? [Añadido posteriormente: Eldarin: eran Amigos de los Elfos.] Cuando oyó a los hombres hablar entre sí dijo:

—Es extraño que habléis la lengua de mis sueños. Aunque supongo que estoy despierto y en mi propia tierra.

Entonces ellos se asombraron y dijeron:

—¿Por qué no nos hablaste así antes? Hablabas como el pueblo de la Oscuridad, que son nuestros enemigos.

Y Tal-Elmar respondió:

—Porque no he recordado esta lengua hasta que la hablasteis, y porque ¿cómo iba a saber yo que entenderíais la lengua de mis sueños? Vosotros no sois como quienes la hablan en ellos. No, un poco parecidos, pero no tan brillantes y hermosos.

Entonces los hombres se asombraron todavía más, y dijeron:

—Parece que has hablado con los Eldar, despierto o en visiones. [497]

—¿Quiénes son los Eldar? —dijo Tal-Elmar—. Ese nombre no lo he oído en mis sueños.

—Si vienes con nosotros tal vez los veas.

Entonces el miedo y el recuerdo de las viejas historias se apoderaron de nuevo de Tal-Elmar, y se amedrentó.

—¿Qué vais a hacerme?, —exclamó—. Vais a llevarme con engaños a la barca de las alas negras y entregarme a la Oscuridad?

—Tú o al menos tus parientes ya pertenecen a la Oscuridad —respondieron—. Pero ¿por qué hablas así de las velas negras? Las velas negras son para nosotros un signo de honor, porque representan la hermosa noche antes de la llegada del Enemigo, y sobre el negro brillan las estrellas plateadas de Elbereth. Las velas negras de nuestro capitán han ido más allá.

Tal-Elmar tenía miedo todavía, porque no podía imaginarse el negro más que como símbolo de la terrorífica noche. Pero con toda la valentía que pudo respondió:

—No todo mi pueblo. Tememos la Oscuridad, pero no la amamos ni la servimos. Al menos algunos de nosotros. También mi padre. Y lo quiero. No me separaría de él ni siquiera para ver a los Eldar.

—Por desgracia —dijeron—, vuestro tiempo de vida en estas colinas está llegando a su fin. Los hombres del Oeste han decidido instalarse aquí, y el pueblo de la oscuridad tendrá que marcharse, o morir.

Tal-Elmar se ofrece como rehén.

No hay nada más. En el pie de la página mi padre escribió «Tal-Elmar» dos veces y su propio nombre dos veces; y también «Tal-Elmar en Rhovannion», «Tierras Ásperas», «Anduin el Río Grande», «Mar de Rhûn», y «Landas de Etten».