[465]
Esta historia, o fragmento de historia, se publica ahora por primera vez, aunque su existencia es conocida desde hace mucho tiempo.[477] Su historia textual no es complicada, pero sí sorprendentemente larga.
En primer lugar, hay un conjunto de material manuscrito que empieza con las dos caras de una hoja que contiene el inicio original de la historia: no va más allá de los recuerdos de un joven (aquí llamado Egalmoth)[478] de la reprimenda y el sermón que había recibido de Borlas[479] cuando este lo atrapó robando manzanas de su huerto cuando era muchacho. A continuación hay un texto, que llamaré «A», escrito con letra rápida pero clara, que se extiende hasta el punto al que llegó la historia (aquí el joven se llama también Egalmoth). Fue seguido por una copia a limpio mecanografiada y al carbón «B», que sigue a A sin apartarse mucho de ella y termina en el mismo punto: presenta numerosos pequeños cambios de expresión, pero nada que altere la historia, ni siquiera en detalles menores (el joven, no obstante, tiene ahora el nombre de Arthael). También existe un texto amanuense basado en B, sin valor independiente.[480]
Por último, hay otro texto mecanografiado, «C», también con copia al carbón, que se extiende sólo hasta el punto de la historia en que el joven —aquí llamado Saelon[481]— deja a Borlas en su jardín «intentando descubrir cómo había empezado esta extraña y alarmante conversación» (p. 473). El texto C se aproxima a B más que B a A: presenta cambios de expresión (en ocasiones bastante radicales), pero no altera en absoluto la historia ni le da nuevas implicaciones.
Parece extraño que mi padre realizara nada menos que tres versiones, en las que presta una gran atención a la mejora de los detalles del texto, teniendo en cuenta que la historia no había llegado a un punto muy avanzado. No obstante, la evidencia de las máquinas dactilográficas indica que C fue realizado mucho después. La máquina con la que se mecanografió B fue la empleada en los años cincuenta, antes de la adquisición de la mencionada en VII. 344, y probablemente la letra cursiva de A corresponda a esa época; sin embargo, la máquina dactilográfica utilizada en C fue la última que tuvo.[482] [466]
En su Biografía (p. 251-252) Humphrey Carpenter afirmó que en 1965 mi padre «Tropezó con una versión mecanografiada de “La Nueva Sombra”, un texto perteneciente a El Señor de los Anillos que había iniciado mucho antes para abandonarlo después de escribir unas pocas páginas. Permaneció despierto hasta las cuatro de la madrugada meditando sobre esto». Ignoro la fuente de semejante afirmación, pero disponemos de más pistas gracias a un sobre usado con matasellos del 8 de enero de 1968, en cuyo reverso mi padre garabateó un pasaje sobre Borlas, en el que se desarrolla el relato de sus circunstancias en el momento en que empieza la historia (véase nota 490). Esto demuestra que La Nueva Sombra seguía despertando su interés en 1968, y como el pasaje esbozado aquí iría después del punto en que termina el texto C (véase nota 490) es muy probable que C corresponda a esa época.
Según las evidencias, pues, la obra original (representada por el manuscrito A y el texto mecanografiado B) proviene de los años cincuenta. En una carta del 13 de mayo de 1964 (Cartas n.º 256) escribió:
Empecé, por cierto, una historia cuya acción se sitúa unos 100 años después de la Caída [de Sauron], pero resultó a la vez siniestra y deprimente. Como que tratamos de Hombres, es inevitable que nos centremos en el rasgo más lamentable de su naturaleza: su rápida saciedad con el bien. De modo que la gente de Gondor, en tiempos de paz, justicia y prosperidad, se volvería descontenta e inquieta —mientras que los dinastas que descendían de Aragorn se convertirían sólo en reyes y gobernantes— como Denethor o aun peor. Descubrí que en época tan temprana se había dado una cosecha de proyectos revolucionarios en torno a un centro de religión satánica secreta; mientras que los niños gondorianos jugaban a ser Orcos y se divertían haciendo daño. Podría haber escrito una historia de acción sobre el plan, su descubrimiento y reducción, pero sólo habría sido eso. No valía la pena el intento.
No obstante, de las evidencias dadas arriba se desprende que su interés por la historia despertó posteriormente, llegando incluso al punto de realizar una nueva versión (aunque incompleta) de lo que había escrito años antes. Pero en 1972, quince meses antes de su muerte, escribió a su amigo Douglas Cárter (Cartas n.º 338):
No he escrito nada que vaya más allá de los primeros años de la Cuarta Edad. (Excepto el comienzo de un cuento que supuestamente se refiere al fin del reino de Eldarion unos 100 años después de la muerte de Aragorn. Luego descubrí, por supuesto, que la Paz del Rey no contendría cuentos dignos de contarse, y que sus [467] guerras tendrían poco interés después del derrocamiento de Sauron, sino que casi con seguridad se produciría por entonces una cierta inquietud, consecuencia —según parece— del inevitable hastío que el bien produciría entre los Hombres: habría sociedades secretas que practicarían cultos oscuros y otros dedicados a los Orcos entre los adolescentes.)
En el texto que sigue sigo C hasta donde llega, en el que el siniestro joven es llamado Saelon; y a partir de ese punto doy el texto de B, cambiando el nombre Arthael presente en B por Saelon.
LA NUEVA SOMBRA
Esta historia comienza en los días de Eldarion, hijo del Elessar del que tanto hablan las historias. Ciento cinco años habían transcurrido desde la caída de la Torre Oscura,[483] y la mayoría de la gente de Gondor no prestaba atención a la historia de aquella época, aunque todavía algunos recordaban la Guerra del Anillo como una sombra de su primera infancia. Uno de ellos era el viejo Borlas de Pen-arduin. Era el hijo menor de Beregond, el primer Capitán de la Guardia del Príncipe Faramir, que se había trasladado con su señor de la Ciudad a las Emyn Amen.[484]
—Profundas en verdad son las raíces del Mal —dijo Borlas—, y la savia negra fluye con fuerza en su interior. Ese árbol no morirá nunca. Por mucho que lo talen los hombres, volverá a brotar en cuanto se den la vuelta. Ni siquiera en la Fiesta de la Tala habría que colgar el hacha.
—Es evidente que creéis estar diciendo palabras sabias —dijo Saelon—. Lo sé por vuestro tono sombrío y por el movimiento de la cabeza. Pero ¿de qué estáis hablando? Vuestra vida parece aún bastante agradable, para alguien que no se aleja demasiado. ¿Dónde habéis hallado un retoño de vuestro árbol oscuro? ¿En vuestro jardín?
Borlas alzó la vista, y mientras observaba atentamente a Saelon se preguntó de pronto si aquel joven, que solía estar contento y hablar medio en broma, tenía algo más en la cabeza de lo que aparentaba su rostro. Borlas no había pretendido abrirle el corazón, pero se sentía oprimido y había pensado en voz alta, [468] más para sí mismo que para su compañero. Saelon no le devolvió la mirada. Estaba tarareando en voz baja mientras cortaba un silbato de sauce verde con una afilada navaja para las uñas.
Los dos se encontraban sentados en una glorieta próxima a la abrupta orilla oriental del Anduin, a los pies de las colinas de Amen. De hecho estaban en el jardín de Borlas y a través de los árboles que se cernían sobre ellos en la ladera que daba al oeste podía verse la pequeña casa de piedra gris. Borlas miró el río, y los árboles con el follaje de junio, y luego las lejanas torres de la Ciudad bajo el resplandor de la tarde.
—No, no en mi jardín, —dijo, pensativo.
—Entonces ¿por qué estáis tan preocupado? —preguntó Saelon—. Un hermoso jardín con fuertes muros es todo cuanto un hombre puede gobernar para su propio deleite. —Hizo una pausa—. Mientras las fuerzas no lo abandonen —añadió—. Cuando eso ocurre, ¿por qué preocuparse por un mal menor? Porque entonces pronto tendrá que dejar su jardín, y serán otros los que deberán vigilar las malas hierbas.
Borlas suspiró, pero no respondió, y Saelon siguió hablando.
—Pero por supuesto, hay algunos que no se sienten satisfechos, y hasta el final de sus vidas se preocupan por sus vecinos, y la Ciudad, y el Reino, y todo el ancho mundo. Vos sois uno de ellos, Maese Borlas, y siempre lo habéis sido, desde que os conocí cuando era niño y me atrapasteis en vuestro huerto. Ni siquiera entonces os contentasteis con dejarlo estar, disuadirme con un golpe o reforzar la valla. No. Os afligisteis y quisisteis reformarme. Me llevasteis a vuestra casa y hablasteis conmigo.
»Lo recuerdo bien. “Cosa de orcos”, dijisteis muchas veces. “Robar buena fruta, bien, supongo que es sólo cosa de niños, cuando tienen hambre o sus padres son demasiado descuidados. ¡Pero arrancar manzanas verdes para romperlas o tirarlas! Eso es cosa de orcos. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer tal cosa, muchacho?”
»¡Cosa de orcos! Aquello me enfureció, Maese Borlas, y fui demasiado orgulloso para responder, aunque lo que el corazón me pedía era decir con palabras infantiles: “Si es malo que un niño robe una manzana para comérsela, también es malo que lo haga para jugar. Pero no peor. ¡Yo os daré cosas de orcos, si no dejáis de decir eso!” [469]
»Fue un error, Maese Borlas. Porque había escuchado historias sobre los orcos y sus acciones, pero hasta entonces no me habían interesado. Vos lograsteis que pensara en ellos. Con el tiempo perdí la costumbre de realizar pequeños robos (mi padre no era demasiado descuidado), pero no me olvidé de los orcos. Empecé a sentir odio y a pensar en la dulzura de la venganza. Jugábamos a ser orcos, yo y mis amigos, y a veces pensaba “¿Por qué no voy con mi banda y le echo abajo los árboles? Entonces pensará que los orcos han vuelto de verdad.” Pero de eso hace mucho tiempo —concluyó Saelon con una sonrisa.
Borlas estaba asombrado. Estaba recibiendo confidencias, en lugar de hacerlas. Y había algo inquietante en el tono del joven, algo que le hacía preguntarse si el resentimiento del niño todavía pervivía en su interior, tan profundamente como las raíces de los oscuros árboles. Sí, incluso en el corazón de Saelon, amigo de su propio hijo, el joven que en los últimos años había sido tan amable con él en su soledad.[485] En cualquier caso, decidió no volver a hablarle de lo que pensaba.
—¡Ay! —dijo—. Todos cometemos errores. No me considero sabio, joven, excepto quizás en lo poco que se puede aprender con el paso de los años. Gracias a los cuales sé demasiado bien que quienes tienen buena intención pueden hacer más daño que los que dejan las cosas estar. Lamento ahora lo que te dije, si eso despertó el odio en tu corazón. Aunque todavía pienso que era justo; prematuro, tal vez, pero justo. Supongo que incluso un niño puede comprender que la finta es fruta y no alcanza la plenitud de su ser hasta que está madura; así que estropearla cuando está verde es peor que simplemente robar al hombre que la ha cuidado; es robar al mundo, evitar que una cosa buena se cumpla. Quienes lo hacen se coligan con todo lo malo, con las plagas, las llagas y los malos vientos. Y eso es lo que hacen los orcos.
—Y lo que hacen los hombres, también —dijo Saelon—. No, no me refiero sólo a los hombres salvajes, a los que crecieron «bajo la Sombra», como dicen. Me refiero a todos los hombres. Ahora no estropearía la fruta verde, pero sólo porque las manzanas verdes no me sirven de nada, igual que vuestras nobles razones, Maese Borlas. En realidad, creo que vuestras razones son tan inútiles como una manzana que lleva almacenada demasiado [470] tiempo. Para los árboles todos los hombres son orcos. ¿Tienen en cuenta los hombres el cumplimiento de la historia de la vida de un árbol antes de echarlo abajo? Con cualquier propósito: para utilizar la tierra para el cultivo, para usar su carne como madera o combustible, o simplemente para ver el cielo. Si los árboles fueran jueces, ¿pondrían a los hombres por encima de los orcos, o por encima de las llagas y las plagas? ¿Por qué tienen más derecho los hombres que las plagas a alimentarse de sus jugos, podrían decir?
—El hombre —dijo Borlas— que cuida de un árbol y lo protege de las plagas y de muchos otros enemigos no actúa como un orco o una llaga. Si se come sus frutos, no le hace daño. Produce fruta más que suficiente para sus necesidades, la continuidad de su linaje.
—Entonces comámonos la fruta o juguemos con ella —dijo Saelon—. Pero yo hablaba de matar, de talar y quemar, y de por qué los hombres de bien hacen esas cosas a los árboles.
—No es verdad. Hablabas de la opinión de los árboles sobre estas cuestiones. Pero los árboles no opinan. Los hijos del Único son los amos. Ya sabes lo que yo opino en tanto que uno de los hijos. Los males del mundo no se encontraban en el gran Tema en el principio, sino que los introdujeron las disonancias de Melkor. Los hombres no entraron con ellas; entraron después como nueva creación de Eru, el Único, y por eso se los llama Sus hijos, y tienen el derecho de usar cuanto había en el Tema en su propio beneficio, con justicia, sin orgullo o gratuidad, pero con reverencia.[486]
»Si el hijo pequeño de un leñador siente el frío del invierno, no es injusto con el más orgulloso de los árboles cuando le pide que le entregue su carne para dar calor al niño con fuego. Pero el niño no debe dañar al árbol por juego o rencor, desgarrarle la corteza o romperle las ramas. Y el buen leñador usará primero, si puede, madera muerta o un árbol viejo; no talará un árbol joven y dejará que se pudra sin una razón mejor que disfrutar jugando con el hacha. Eso es propio de los orkos.
»Pero las cosas son como te he dicho: las raíces del Mal son profundas, y el veneno que opera en nosotros viene de muy lejos, y son muchos los que hacen este tipo de cosas, en ocasiones, y en eso son como los sirvientes de Melkor. Pero los orcos lo harían [471] a todas horas; disfrutaban haciendo daño a todas las criaturas que podían sentirlo, y sólo los detenía la falta de poder, ni la prudencia ni la piedad. Pero ya hemos hablado bastante de esto.
—¡Vaya! —dijo Saelon—. Acabamos de empezar. No pensabais en vuestro huerto, ni en vuestras manzanas, ni en mí, cuando hablabais del despertar del árbol oscuro. Sin embargo, puedo adivinar en qué estabais pensando, Maese Borlas. Tengo ojos y oídos, y otros sentidos, señor. —Bajó la voz y apenas si podía oírselo sobre el murmullo de un súbito viento helado en las hojas, mientras el sol se hundía detrás de Mindoullin—. ¿Habéis oído entonces el nombre —hablaba con poco más que el aliento— de Herumor?[487]
Borlas lo miró con asombro y temor. Su boca tembló como si fuera a hablar, pero no emitió ningún sonido.
—Veo que sí —dijo Saelon—. Y parece sorprenderos que yo también lo haya hecho. Pero no estáis más asombrado que yo al saber que a vos os ha llegado. Porque, como os he dicho, tengo ojos y oídos penetrantes, pero los vuestros están empañados incluso para la vida diaria, y este asunto se ha guardado con todo el secreto que puede concebir la astucia.
—¿La astucia de quién? —dijo Borlas de repente, con fiereza. La visión de sus ojos podía estar empañada, pero ahora resplandecían de furia.
—La de quienes han oído la llamada del nombre, por supuesto —respondió Saelon, imperturbable—. No son muchos aún, para oponerse a todo el pueblo de Gondor, pero su número está creciendo. No todos están contentos desde que murió el Gran Rey, y menos aún son los que tienen miedo.
—Es lo que me había imaginado —dijo Borlas—, y es ese pensamiento lo que hiela el calor del verano en mi corazón. Porque un hombre puede tener un jardín de fuertes muros, Saelon, y sin embargo no hallar paz o contento en él. Hay ciertos enemigos que ni siquiera esos muros mantienen fuera, porque al fin y al cabo el jardín sólo es parte de un reino guardado. Son los muros del reino los que deben protegerlo. Pero ¿qué es esa llamada? ¿Qué quieren hacer? —exclamó, y puso la mano sobre la rodilla del joven.
—Os haré una pregunta antes de responder a la vuestra —dijo [472] Saelon; ahora observaba al anciano inquisitivamente—. ¿Cómo habéis oído vos, que vivís en Emyn Arnen y rara vez salís de aquí, ni siquiera a la Ciudad, cómo habéis oído el rumor de ese nombre?
Borlas miró el suelo y juntó las manos entre las rodillas. Durante un tiempo no respondió. Al cabo volvió a levantar la vista; tenía el rostro endurecido y la mirada más cauta.
—No te responderé Saelon —dijo—, hasta que no te haga otra pregunta. Primero dime —dijo lentamente—, ¿eres uno de los que han escuchado la llamada?
Una extraña sonrisa rozó la boca del joven.
—La mejor defensa es un buen ataque —respondió—, al menos eso nos dicen los Capitanes; pero cuando ambas partes siguen este consejo hay fragor de batalla. Así que contraatacaré. No os responderé, Maese Borlas, hasta que me digáis si sois vos uno de los que han escuchado o no.
—¿Cómo puedes pensarlo? —exclamó Borlas.
—¿Cómo podéis pensarlo vos? —preguntó Saelon.
—En cuanto a mí —dijo Borlas—, ¿acaso mis palabras no te han dado la respuesta?
—Pero en cuanto a mí —dijo Saelon—, ¿mis palabras me hacen sospechoso? ¿Porque he defendido a un niño pequeño que arrojaba manzanas verdes a sus compañeros de juegos haciéndose pasar por un orco? ¿O porque he hablado del sufrimiento de los árboles a manos de los hombres? Maese Borlas, no es prudente juzgar el corazón de un hombre por las palabras pronunciadas en una discusión sin respeto por vuestras opiniones. Puede que su único propósito sea perturbaros. Impertinentes, quizá, pero posiblemente mejores que un simple eco.[488] Estoy seguro de que muchos de aquellos de quienes hablamos emplean palabras tan solemnes como las vuestras, y hablan con reverencia sobre el Gran Tema y ese tipo de cosas… en vuestra presencia. Bueno, ¿quién responderá primero?
—Podría ser el joven por cortesía hacia el viejo —dijo Borlas—; o, entre hombres considerados iguales, el que preguntó primero. Tú, en ambos casos.
Saelon sonrió.
Muy bien —dijo—. Veamos: la primera pregunta que hicisteis fue qué es esa llamada y qué quieren hacer. ¿Acaso no halláis la respuesta [473] en el pasado, con vuestra edad y conocimientos? Yo soy joven y menos instruido. Sin embargo, si realmente deseáis saberlo, quizá pueda aclararos el rumor.
Se levantó. El sol se había puesto detrás de las montañas; las sombras eran cada vez más profundas. El muro occidental de la casa de Borlas en la ladera de la colina amarilleaba en el resplandor del crepúsculo, pero el río de debajo estaba oscuro. Alzó la mirada al cielo, y luego bajó los ojos al Anduin.
Todavía es una tarde hermosa —dijo—, pero el viento ha virado al este. Esta noche las nubes ocultarán la luna.
—Bueno, ¿y qué? —dijo Borlas, temblando un poco en el aire helado—. A menos que sólo quieras advertir a un anciano que se apresure a entrar en casa y se ahorre un dolor de huesos. —Se levantó y caminó hacia el sendero que llevaba a la casa, pensando que el joven no iba a decir nada más; pero Saelon lo alcanzó y le puso una mano en el brazo.
—No, lo que os advierto es que os abriguéis antes de que caiga la noche —dijo—. Es decir, si queréis saber más; porque en ese caso esta noche me acompañaréis a un lugar. Me encontraré con vos en la verja de vuestra casa que da al este, o al menos pasaré por allí en cuanto la oscuridad sea total, y vos vendréis conmigo, si así lo deseáis. Iré vestido de negro, y quien me acompañe deberá llevar un atuendo semejante. ¡Adiós, Maese Borlas! Pensadlo mientras dure la luz.
Con esto Saelon se inclinó y se apartó; siguió el sendero que pasaba junto al borde de la accidentada orilla, alejándose en dirección norte, hacia la casa de su padre.[489] Cuando desapareció en un recodo del camino sus últimas palabras resonaban aún en los oídos de Borlas.
Después de que Saelon se fuera Borlas permaneció inmóvil durante un rato, tapándose los ojos y reposando la frente en la oscura corteza de un árbol que había junto al sendero. Mientras estuvo allí, de pie, buscó en su memoria intentando descubrir cómo había empezado esta extraña y alarmante conversación. No quería pensar todavía lo que haría después del anochecer.
Llevaba abatido desde la primavera, aunque se conservaba bastante bien para sus años, que no le pesaban tanto como la soledad.[490] Desde que su hijo, Berelach,[491] había partido de nuevo [474] en abril —servía en la Armada, y ahora vivía la mayor parte del año cerca de Pelargir, donde estaba de servicio— Saelon había estado muy atento con él, siempre que se encontraba en casa. Últimamente viajaba mucho. Borlas no sabía con exactitud a qué se dedicaba, aunque creía que, entre otros intereses, trataba con madera. Llevaba nuevas de todas las partes del reino a su viejo amigo. O al viejo padre de su amigo, porque antaño Berelach había sido su compañero constante, aunque al parecer ahora se veían pocas veces.
—Sí, eso es —se dijo Borlas—. Le hablé a Saelon de Pelargir, citando a Berelach. Ha habido algunos problemas en el Ethir: han desaparecido unos cuantos marineros, y también un pequeño navío de la Flota. Poca cosa, según Berelach.
»“La paz adormece las cosas”, dijo, recuerdo, en boca de un suboficial. “Bueno, se irían por algún asunto privado, supongo —quizás a ver a unos amigos de los puertos occidentales— sin permiso y sin piloto, y naufragaron. Se lo tienen merecido. Hay pocos marineros de verdad en estos días. El pescado es más provechoso. Pero al menos ahora todos sabemos que las costas occidentales no son seguras para los torpes.”
»Eso fue todo. Pero le hablé de ello a Saelon, y le pregunté si había oído alguna noticia del sur. “Sí”, dijo, “algo he oído. A pocos les satisfizo la versión oficial; eran hijos de pescadores. Y hace mucho tiempo que no hay tormentas en las costas.”
Cuando oyó a Saelon decir aquello, Borlas recordó de repente los otros rumores, los rumores de los que le había hablado Othrondir.[492] Fue él quien usó la palabra “llaga”. Y entonces, medio para sí mismo, Borlas había hablado en voz alta sobre el Arbol Oscuro.
Se apartó la mano de los ojos y acarició el hermoso tronco del árbol sobre el que estaba inclinado, contemplando las hojas sombrías contra el cielo cada vez más oscuro. Una estrella brillaba a través de las ramas. Quedamente habló otra vez, como para el árbol.
—Bien, ¿qué voy a hacer ahora? Es evidente que Saelon está implicado. Pero ¿es evidente? Había cierta burla en sus palabras, y desprecio por la vida ordenada de los hombres. No quiso responder una pregunta directa. ¡Las ropas negras! Y sin embargo… ¿por qué invitarme a acompañarlo? Para convertir al [475] viejo Borlas no, desde luego. Es inútil. Inútil intentarlo: nadie esperaría ganarse a un hombre que recuerda el antiguo Mal, por lejano que esté. No serviría de nada: el viejo Borlas no tiene ninguna utilidad como instrumento de nadie. Es posible que Saelon esté intentando jugar a los espías, tratando de averiguar lo que hay detrás de los susurros. El negro podría ser un disfraz, o una ayuda para escabullirse de noche. Pero ¿cómo puedo ayudar yo en una misión secreta o peligrosa? Lo mejor sería que me quitara de en medio.
A esto un pensamiento frío entró en su corazón. Quitarse de en medio, ¿era eso? ¿Iban a llevarlo engañado a algún lugar donde hacerle desaparecer, como los Marinos? Saelon no lo había invitado a acompañarlo hasta después de que revelara que sabía de los rumores, e incluso había oído el nombre. Y había declarado su hostilidad.
Este pensamiento decidió a Borlas, y supo que estaba resuelto a aguardar vestido de negro en la verja en cuanto oscureciera. Lo habían desafiado, y él aceptaría. Golpeó el árbol con la palma. «Todavía no chocheo, Neldor —dijo—; pero la muerte no está lejos y no perderé muchos años buenos, si no gano la partida.»
Enderezó la espalda y levantó la cabeza, y remontó el sendero, lentamente pero con firmeza. La idea le cruzó la mente cuando pisó el umbral: «Quizá si me he conservado tanto tiempo ha sido con este propósito: que una persona todavía viva, con la mente sana, recuerde lo que ocurrió antes de la Gran Paz. El aroma tiene una larga memoria. Creo que aún sería capaz de sentir el antiguo Mal, y reconocerlo como lo que es».
La puerta bajo el porche estaba abierta, pero la casa se hallaba a oscuras. Los sonidos habituales del atardecer parecían haber desaparecido, sólo había un suave silencio, un silencio mortal. Entró, algo extrañado. Llamó, pero no hubo respuesta. Se detuvo en el estrecho pasadizo que recorría la casa y le pareció que la oscuridad lo envolvía: ni un destello de la luz del crepúsculo del mundo de fuera brillaba allí. De repente lo olió, o creyó olerlo, aunque le pareció que iba de dentro hacia fuera: sintió el antiguo Mal y lo reconoció como lo que era. [476]
En este punto termina La Nueva Sombra, tanto en A como en B, y nunca se sabrá lo que halló Borlas en la casa oscura y silenciosa, qué papel desempeñaba Saelon ni cuáles eran sus intenciones. No habría historias que valiera la pena contar en los días de la Paz del Rey, dijo mi padre, y denigró la historia que había comenzado: «Podría haber escrito una historia de acción sobre el plan, su descubrimiento y reducción, pero sólo habría sido eso. No valía la pena el intento.» No obstante, habría sido una «historia de acción» muy notable, y bien puede uno contemplar su abandono con pesar. Pero aunque esta fuera la razón que le llevó a abandonarla no fue la única: quizás al decir esto expresaba una convicción más profunda: que la vasta estructura de la historia, en muchas formas, que él había levantado llegaba a su verdadero final en la Caída de Sauron. Como él mismo escribió (El Anillo de Morgoth p. 460), «Sauron era un problema con el que deberían enfrentarse los Hombres en última instancia: la primera de las muchas concentraciones del Mal en puntos de poder definidos que tendrían que combatir, pero también el último de los que se presentarían en formas “mitológicas” personalizadas (pero no humanas»).