En este caso, la cuestión de lo correcto contra lo incorrecto no tiene nada que ver con la religión, ni con planteamientos filosóficos o morales de un bien o un mal apriorístico. Ése es un tema que debe discutirse en otro contexto. Aquí, lo que importa eres tú, el tema de la discusión eres tú y cómo tus conceptos del bien y del mal se interponen en tu propia felicidad. Tus bien y mal son tus "debes" universales. Quizás has adoptado posturas no sanas como por ejemplo que lo correcto incluye lo bueno y lo justo, mientras que lo incorrecto es malo e injusto. Esto es una tontería.
El bien y el mal en este sentido no existen. La palabra correcto implica una seguridad, una garantía, de que si haces algo de cierta manera el resultado será necesariamente positivo. Pero no hay garantías. Puedes empezar a pensar en el sentido de que cualquier decisión que tomes puede traerte algo diferente, o más efectivo o legal, pero en el momento en que empieza a ser una cuestión de bien contra mal, caes en la trampa de "Yo siempre tengo que hacerlo bien o tener razón y cuando no me van bien las cosas o no me va bien con la gente, me deprimo y soy infeliz".
Quizá parte de tu necesidad de encontrar la respuesta apropiada tenga que ver con la búsqueda de la seguridad que tratamos en el capítulo sobre el miedo a lo desconocido. Ésta puede ser una parte de tu tendencia general a dicotomizar, o a dividir el mundo ordenadamente en extremos como blanco/negro, sí/no, bueno/malo y bien/mal. Son pocas las cosas que caben dentro de estas categorías y la mayoría de la gente inteligente ambula por zonas grises, posándose rara vez en la zona blanca o en la negra. Esta proclividad a tener la razón, a estar bien, es muy evidente en el matrimonio y en otras relaciones adultas. Las discusiones se convierten casi inevitablemente en competiciones que dan como resultado que uno de los involucrados tenga la razón y sea el correcto y que el otro esté equivocado y sea incorrecto. Es muy común escuchar frases como: "Tú siempre crees que tienes la razón," o "Nunca reconocerás que estás equivocado".
Pero aquí no se trata de razón o sinrazón, de bien o mal. Las personas son diferentes y ven las cosas desde perspectivas diferentes. Si una persona tiene forzosamente que tener la razón, el único resultado posible de su relación con los demás es de crisis o ruptura en la comunicación.
La única manera de salirse de esta trampa es dejar de pensar de esa manera errónea de bien contra mal. Como le expliqué a Clifford, que discutía a diario sobre todos los temas posibles con su mujer: "En vez de tratar de convencer a tu mujer de lo equivocada que está, ¿por qué no conversas simplemente sobre temas que no impliquen "debes" de parte de ella o que esté de acuerdo contigo desde tu punto de vista? Si le permites ser diferente a ti, eliminarás las discusiones incesantes en las que porfiadamente, vale decir frustradamente, pretendes tener la razón".
Clifford logró deshacerse de esta necesidad neurótica y al mismo tiempo, el amor y la comunicación volvieron a su matrimonio. Todos los bien y los mal de cualquier índole representan otros tantos "debes" de una u otra especie. Y los debes se entrometen en tu camino, especialmente cuando entran en conflicto con las necesidades de las demás personas de tener los suyos también.