La trampa de "siempre hay que tener un plan"

La espontaneidad planificada no existe. Son términos que se contradicen entre sí. Todos conocemos a gente que va por la vida con un mapa de carreteras y una lista, incapaces de modificar su vida ni en una coma de su proyecto original. Hacer un proyecto no es necesariamente una actitud malsana, pero enamorarse del proyecto es lo realmente neurótico.

Puede que tengas planeado lo que harás a los 25, 30, 40, 50, 70 años y así sucesivamente, y entonces simplemente consultas a tu agenda para ver dónde deberías estar, en vez de tomar una decisión cada día y creer lo suficiente en ti mismo como para poder cambiar tus planes. No permitas que los planes o el proyecto sean más importantes que tú mismo.

Yo tenía un paciente de veintitantos años llamado Henry. Sufría terriblemente de la neurosis de hay que tener un plan y, en consecuencia, perdía muchísimas oportunidades estimulantes y divertidas. A los veintidós años, le ofrecieron un trabajo en otro estado. La idea del cambio le aterrorizó. ¿Podría arreglárselas en Georgia? ¿ Dónde viviría? Y ¿qué pasaría con sus padres y sus amigos? El miedo a lo desconocido inmovilizó literalmente a Henry, y rechazó lo que podía haber sido una buena oportunidad de progresar haciendo un trabajo nuevo y estimulante y de vivir en un sitio nuevo, para quedarse donde estaba. Fue esta experiencia la que impulsó a Henry a venir a mi consulta. Sintió que la rigidez con que se sujetaba al plan de vida que se había hecho estaba anulando su crecimiento; sin embargo tenía miedo de romper con lo cotidiano y probar algo nuevo. Al cabo de una sesión exploratoria, descubrimos que Henry era un verdadero obseso de la planificación. Siempre tomaba el mismo desayuno, planeaba lo que se iba a poner con días de anticipación, tenía los cajones de su cómoda ordenados perfectamente por tamaño y color. Y además le imponía este plan a su familia. Pretendía que sus hijos tuviesen las cosas en su lugar y que su mujer se adaptara a una serie de normas rígidas que él había elaborado.

Resumiendo, Henry era un ser muy infeliz aunque sumamente organizado. Le faltaba creatividad, sentido de innovación y calidez. En realidad, era un plan hecho persona y su meta en la vida era lograr que cada cosa estuviese en su sitio. A raíz de su tratamiento de psicoterapia, Henry empezó a tratar de vivir con un poco de espontaneidad. Se dio cuenta de que sus planes eran formas de manipular a los demás y que le servían además para evitar la tentación de correr riesgos con lo desconocido. Muy pronto fue más dúctil con su familia dejando que fueran diferentes de lo que él esperaba de ellos. Al cabo de varios meses, Henry llegó a postularse para un cargo en una empresa que requería que viajase con frecuencia. Lo que él había temido se convirtió en algo apetecible. Aunque Henry no es, ni mucho menos, una persona espontánea, ha logrado hacerle frente positivamente a una parte al menos de su pensamiento neurótico que fomentaba su antigua forma de existencia completamente planificada. Sigue trabajando en ese sentido, aprendiendo a gozar de la vida en vez de vivirla en forma ritualizada.