«Me encanta esa mecedora», me dijo el joven. «¿Es muy vieja? Parece una antigüedad».
«Me la dieron un año antes de la Guerra de las Religiones», dije.
«Me alegro de que esa guerra acabara antes de que naciera», suspiró el joven. «No puedo imaginar cómo debe haber sido vivir en aquella época».
«Tuviste suerte de no vivir aquella época».
«¿Estuvo usted en esa guerra?».
«Todos estuvimos en esa guerra».
«Permítame que le pregunte algo», dijo. «¿Por qué cree que terminó la guerra? Aprendimos en el colegio que todos simplemente dejaron de luchar. Nadie sabe por qué. Aunque haya toda clase de teorías sobre pactos secretos entre los líderes mundiales, nadie lo sabe de verdad. Usted estuvo ahí. ¿Por qué cree que, de pronto, todos dejaron de luchar?».
«Echa otro tronco al fuego y te lo explico».
El joven miró su reloj y vaciló. Le quedaban muchas paradas antes de almorzar. Luego se giró hacia el hogar y eligió un tronco grande.
«Si juegas al cara o cruz y lanzas una moneda al aire» —dije— «¿cuántas veces saldrá cara?».