El tiempo y la necesidad se disolvieron en presencia del anciano. Hablamos durante lo que podían haber sido varios días. Recuerdo un amanecer, pero es posible que haya habido más de uno. Nunca me sentí cansado en su presencia. Era como si le rodeara la energía como un campo invisible, alimentando todo cuanto había a su alrededor. Era asombroso y desconcertante y, en el fondo, se situaba más allá de la esfera de las palabras.
Hablamos más de la vida, la energía y la probabilidad. En ocasiones perdía el sentido de pertenecer a mi propio cuerpo. Era como si mi conciencia se expandiera para incluir elementos de la sala.
Me fijaba en mi mano, que descansaba sobre el brazo de la mecedora, y observaba mientras se esfumaba la distinción entre madera, aire y mano.
En ocasiones me sentía como un gatito al que le elevaban por la nuca, indefenso, seguro, transportado. No recuerdo marcharme de su casa o caminar hasta mi furgoneta, pero sí recuerdo el aspecto que tenía todo.
La ciudad tenía contornos resplandecientes. El sonido crepitaba. Los colores chispeaban. Los objetos parecían más dimensionales, como si pudiera ver los laterales y fondos desde todos los ángulos. Oí sonar un teléfono a unas calles de distancia y supe ambos lados de la conversación. Pude sentir cada alteración en el fluir del aire.
Me dirigí conduciendo a mi casa por un camino que normalmente no habría tomado. Planeé por semáforos en verde sin tocar ni una sola vez los frenos. Los peatones permanecieron en las aceras y un agente de policía me dirigió alrededor del lugar donde se había producido un accidente. Supe que todos los implicados estaban fuera de peligro.
Cuando introduje la llave en la cerradura, pude ver todas las demás cerraduras como la mía y todas las demás llaves que eran coincidentemente iguales. Pude ver el mecanismo interno de la cerradura mientras giraba, como si fuera un diminuto observador en el interior, contemplando una maquinaria de tamaño industrial.
Todo lo que había en mi apartamento aparentaba tener las tres cuartas partes de su tamaño original. Era un poco claustrofóbico. Me senté en la mesa de la cocina con el paquete que el Avatar se negó a aceptar y lo observé durante un rato, especulando sobre su contenido.
Quería abrirlo pero no quería que nadie estropeara un estado de ánimo perfecto. No obstante, pasado un tiempo, la curiosidad ganó. Una nota doblada de color amarillo cayó de la caja y se depositó en mi regazo. Desplegué la hoja y leí el mensaje, apenas legible, en su interior.
Era sólo una frase, pero había tanto en esa sola frase que la leí una y otra vez. Me pasé toda la noche en vela, envuelto en la manta roja a cuadros, que también estaba en el interior del paquete, leyendo la frase.
«Sólo hay un Avatar a la vez».