AFIRMACIONES

«He oído hablar de algo que llaman afirmaciones», comenté, aprovechando la oportunidad de practicar espeleología y explorar otro túnel del cerebro del viejo.

«Escribes tus metas quince veces al día y luego se convierten en realidad, como por arte de magia. Conozco a personas que tienen fe ciega en las afirmaciones. ¿De verdad funcionan?».

«La respuesta es complicada».

«Tengo tiempo», contesté.

«La gente que emplea las afirmaciones sabe lo que quiere y está dispuesta a trabajar por ello; de lo contrario no tendrían el entusiasmo necesario para escribir sus metas quince veces al día, todos los días. No debe ser motivo de sorpresa que tengan más éxito que una persona corriente».

«¿Porque trabajan más?».

«Porque saben lo que quieren», dijo. «La capacidad de trabajar duro y hacer sacrificios les viene naturalmente a aquellos que saben exactamente lo que quieren. La mayoría de las personas cree que tiene metas cuando, en realidad, sólo tiene deseos. Podrían decirte que su meta es hacerse rica sin trabajar mucho, sin hacer sacrificios ni asumir riesgos. Eso no es una meta; es una fantasía. Esa clase de gente no es capaz de escribir afirmaciones a diario porque supondría demasiado esfuerzo. Y no es probable que tengan éxitos importantes».

«Entonces… ¿las afirmaciones son innecesarias?».

«Tienen un propósito. Escribir tus metas todos los días te permite alcanzar un mayor nivel de concentración. Te sintoniza la mente para reconocer las oportunidades en tu entorno».

«¿Qué quiere decir con sintonizar la mente?».

«¿Te ha pasado alguna vez que escuchas una palabra extraña por vez primera y poco después la vuelves a escuchar?».

«Eso pasa todo el tiempo», dije. «Es desconcertante. Es como si escuchar una palabra por primera vez hace que aparezca por todas partes. Como la palabra cañuela. Nunca había oído esa palabra, hasta que la semana pasada la vi impresa en una bolsa de semillas de hierba. Esa misma noche fui a una fiesta y un tipo usó esa misma palabra. Estoy bastante seguro que nunca antes en mi vida había oído esa palabra, y de repente la oí dos veces en cuestión de pocas horas. ¿Cuál es la probabilidad de que eso ocurra?».

«Y anoche estuve jugando al billar en casa de un vecino que vive en la misma calle. Acababa de comprar la mesa de billar. Le pregunté si había jugado alguna vez al futbolín, ya sabe, ese juego donde se controlan unos muñequitos colgados de una barra y se intenta meter una bola de madera en la portería contraria».

El anciano puso cara de no necesitar que le detallara el diseño de la mesa de futbolín.

«Bueno» —continué— «hablamos de futbolín durante veinte minutos, de cómo lo jugábamos en la facultad pero que no habíamos visto un futbolín desde hacía años. Ni siquiera me acordaba de la última vez que había usado la palabra futbolín. Quince minutos más tarde, camino de mi casa, veo algo que me llama la atención por la ventana de la casa de otro vecino. Lo que vi fue a un grupo de niños… ¡jugando al futbolín! Había pasado junto a esa casa mil veces y nunca había reparado en el futbolín, que se podía ver claramente a través de la ventana».

«Tu cerebro sólo puede procesar una pequeña parte de tu entorno», dijo. «Corre el riesgo de sobrecargarse con el volumen de información que lo bombardea cada minuto que estamos despiertos. Tu cerebro compensa este bombardeo filtrando el 99,9 por ciento de tu entorno que no te interesa. Cuando notaste el uso de la palabra cañuela por primera vez y le diste vueltas en tu cabeza, tu mente tomó nota y sintonizó la palabra. Y precisamente por eso la volviste a escuchar en un intervalo tan corto».

«Sigue siendo una coincidencia. No creo que la gente se pase el día diciendo cañuela a mi alrededor».

«Sí, la probabilidad todavía juega su papel en ello. Pero cañuela y futbolín eran sólo dos de las palabras poco usuales que tu cerebro sintonizó a lo largo de esta semana. No te volviste a cruzar con las demás, entonces no notaste su ausencia. Cuando consideras todas las coincidencias posibles, no debe sorprenderte que te pasen dos o tres cada día».

«La persona que practica las afirmaciones lleva la sintonización mental a un grado superior. El proceso de concentrarse cada día en la meta aumenta sobremanera la probabilidad de que se note una oportunidad en el entorno cuando se presenta. La coincidencia creará la ilusión de que el escribir las metas hace que el entorno produzca las oportunidades, pero en realidad lo único que cambia es la capacidad de la persona para reconocer las oportunidades. No quiero restarle importancia a esa ventaja, porque la capacidad para reconocer oportunidades es esencial para el éxito».

«Bueno, tal vez eso sea una parte», dije. «Pero he oído hablar de coincidencias asombrosas que experimentaron algunas personas que practicaban afirmaciones. Uno de mis amigos escribía afirmaciones para doblar sus ingresos y un buen día recibió una llamada telefónica de parte de un cazatalentos. Dos semanas más tarde, se estrenó en un nuevo puesto de trabajo donde cobraba el doble. ¿Cómo explica eso?».

«Tu amigo tenía una meta clara y estaba dispuesto a hacer cambios en su vida para conseguir lo que se proponía», respondió.

«Su voluntad de realizar afirmaciones era un buen indicador para pronosticar su éxito, pero no necesariamente su causa. El cazatalentos de tu ejemplo aumentó el salario de muchas personas ese mes. Tu amigo era uno de ellos».

«La gente que practica las afirmaciones tendrá la sensación de que están haciendo que el entorno se ajuste a su voluntad. Es una sensación inmensamente seductora porque la ilusión del control es una de las mejores ilusiones que se puede tener». Continuó.

«Otra forma de contemplar las afirmaciones sería como un canal de comunicación entre la mente consciente y el subconsciente. El subconsciente a menudo tiene más éxito prediciendo tu futuro que tu mente racional. Si tu subconsciente te permite escribir “Seré una bailarina famosa” quince veces al día durante un año, te está intentando decir algo. Tu subconsciente te está diciendo que le gustan las probabilidades, que te permitirá hacer los sacrificios necesarios, que te aportará la satisfacción que necesitas para sobrellevar el duro trabajo que te espera. En cambio, si intentas escribir tu afirmación durante unos días y encuentras que supone demasiada molestia, tu subconsciente te está enviando el mensaje claro de que no le gustan tus probabilidades».

«No veo por qué mi subconsciente iba a predecir mejor mi futuro que mi mente despierta. Pensaba que el subconsciente era irracional», dije.

«El subconsciente es una máquina de calcular probabilidades. Eso es lo que hace por naturaleza, aunque no siempre con buenos resultados. Si tu subconsciente toma nota de que has perdido dinero las tres últimas veces que has hecho negocios con personas que llevan sombrero, nunca más te fiarás de la gente que lleva sombrero. Tu subconsciente no siempre acierta; depende de la calidad de la información con la que alimentas el motor de calcular probabilidades. Por suerte, el tema que más conoce tu subconsciente eres tú, porque te conoce desde que estabas en la matriz. Si tu subconsciente te permite dedicar diez minutos de cada ajetreado día a escribir “doblaré mis ingresos”, a tu subconsciente le gustan tus probabilidades y está cualificado para hacer esa predicción».

«¿Pero no podrían ser más que eso las afirmaciones?», pregunté. «Usted ha sido muy enfático al asegurar que las cosas no son exactamente como parecen, pero ¿quién sabe si concentrarse en las metas que uno pueda tener no modifica la probabilidad?».

«Sigue», dijo.

«Bien. Imaginemos que usted es un capitán de navío, pero es ciego y sordo. Lanza órdenes a viva voz a su tripulación, pero no sabe con seguridad si las han escuchado o si las han obedecido. Lo único que sabe es que cuando da la orden de navegar hasta un puerto determinado que está ubicado en una zona calurosa, a los pocos días nota que hace más calor. Nunca puede estar seguro de que la tripulación le ha obedecido o si le llevó a otro lugar caluroso o si no se fue a ninguna parte y el tiempo mejoró. Si, como usted afirma, nuestras mentes son generadoras de engaño, entonces todos somos como capitanes de navío, ciegos y sordos que lanzan órdenes al universo con la esperanza de que algo o alguien nos va a escuchar. No tenemos forma de saber lo que realmente funciona y lo que simplemente parece funcionar. Entonces, ¿no tiene sentido probar todas las cosas que parecen funcionar, aunque nunca podamos estar seguros de que funcionan?».

«Tienes potencial», me dijo.

No sabía qué quería decir con eso.