«Tengo amigos que son escépticos», comenté. «Forman parte de la Sociedad de Escépticos. Creo que harían añicos todas sus ideas».
«Los escépticos» —dijo— «sufren de la “enfermedad del escéptico”: el problema de estar en lo cierto con demasiada frecuencia».
«¿Por qué cree que eso es malo?», le pregunté.
«Si se confirma que estás en lo cierto cien veces seguidas, no habrá ningún indicio que te convenza de que te has equivocado cuando llegue la centésimo primera ocasión. Te seducirá tu aparente infalibilidad. Recuerda que todos los experimentos científicos los realizan seres humanos, y los resultados están sujetos a la interpretación humana. La mente humana es un generador de engaños, no una ventana hacia la verdad. Todos, los escépticos incluidos, generarán engaños que concuerden con sus opiniones. Así es como funcionan los cerebros normales y sanos. Los escépticos no están exentos del autoengaño».
«Los escépticos saben que las percepciones humanas son defectuosas», argumenté. «Por eso tienen un proceso científico e insisten en repetir los experimentos para comprobar si los resultados concuerdan. Su método científico prácticamente elimina la subjetividad».
«El enfoque científico también hace que las personas piensen y actúen en grupo», contestó. «Forman sociedades de escépticos y crean publicaciones escépticas. Respiran los vapores de los demás miembros de su grupo y demonizan a los que no comparten sus métodos científicos. Como las percepciones de los escépticos contrastan con las de la mayoría del mundo, se vuelven emocional e intelectualmente aislados. Ese tipo de entorno es un caldo de cultivo para el pensamiento y comportamiento sectario. Los escépticos no están exentos de las funciones normales del cerebro humano. Es una tendencia humana convertirse en lo que uno ataca. Los escépticos atacan a los pensadores irracionales, y al hacerlo se vuelven irracionales».