CARACTERÍSTICAS FÍSICAS DEL POLVO DE DIOS

«Si el universo no es más que polvo y probabilidad, ¿cómo ocurren las cosas?», pregunté. «¿Cómo se explican la gravedad y el movimiento? ¿Por qué las cosas no se quedan exactamente donde están?».

«Puedo contestar esas preguntas respondiendo antes a otras preguntas», dijo.

«Bueno; como más le convenga».

«La ciencia se basa en suposiciones. Los científicos suponen que la electricidad será igual mañana que hoy. Dan por sentado que las leyes de la física que son aplicables sobre la Tierra serán igualmente aplicables en otros planetas. Normalmente dichas suposiciones son correctas o se acercan lo suficiente como para resultar útiles».

«Pero a veces las suposiciones nos llevan por caminos equivocados. Por ejemplo, damos por sentado que el tiempo es continuo —lo que significa que entre dos momentos cualesquiera en el tiempo, por muy breve que sea, hay más tiempo—. Pero si eso es cierto, entonces un minuto tardaría toda una eternidad porque contendría un número infinito de rebanadas de tiempo cada vez más pequeñas, y la infinidad significa que nunca se te acaban».

«Eso es un viejo truco mental que aprendí en el colegio», dije. «Creo que se llama la Paradoja de Zenón, en honor a un tipo griego que fue el primero en pensarlo».

«¿Y cuál es la solución?», preguntó.

«La solución es que cada una de esas infinitas rebanadas de tiempo es infinitesimalmente pequeña, por lo que los cálculos matemáticos cuadran: se puede tener tiempo continuado sin que un minuto dure una eternidad».

«Sí, los números cuadran, y los minutos no parecen durar para siempre, así que suponemos que la Paradoja de Zenón en realidad no es una paradoja. Pero desgraciadamente, la solución es errónea. La infinidad es una herramienta útil para la matemática, pero sólo es un concepto. No es una característica de nuestra realidad física».

«Pensaba que el universo era infinito», respondí.

«La mayoría de los científicos están de acuerdo en que el universo es enorme, pero es finito».

«Eso no tiene sentido. ¿Qué pasaría si me desplazara en una nave espacial hasta el borde del universo y luego continuara mi viaje? ¿No podría seguir viajando infinitamente? ¿Dónde estaría, si no fuera el universo?».

«Siempre formas parte del universo, por definición. Entonces cuando tu cohete atraviesa la frontera actual, la frontera se mueve contigo. Tú te conviertes en la frontera en esa región del universo. Pero el universo sigue teniendo un tamaño específico, no es infinito».

«Bien; el propio universo puede ser finito, pero todo lo que lo rodea, la nada, eso es infinito; ¿verdad?», pregunté.

«Carece de sentido decir que tienes una cantidad infinita de nada».

«Sí, supongo que sí. Pero no nos alejemos del tema», dije. «¿Cómo explica usted la Paradoja de Zenón?».

«Imaginemos que todo lo que existe desaparece y después vuelve a aparecer. ¿Cuánto tiempo transcurre mientras todo está en ese estado, es decir, desaparecido?».

«¿Cómo lo iba a saber yo? Usted es el que se está inventando el ejemplo. ¿Cuánto?».

«No transcurre el tiempo. No puede transcurrir porque el tiempo es un concepto humano de cómo cambian las cosas en comparación con otras cosas. Si todo lo que contiene el universo desapareciera, no existiría nada que cambiar en comparación con otras cosas; por consiguiente, no hay tiempo».

«¿Qué pasaría si todo desapareciese excepto yo y mi reloj de pulsera?», pregunté.

«Entonces experimentarías el paso del tiempo en relación contigo mismo y con tu reloj. Y cuando hubiera reaparecido el universo, podrías comprobar cuánto tiempo ha transcurrido según tu reloj. Pero las personas en el resto del universo no habrían experimentado el tiempo durante su ausencia. Para ellos, tú habrías envejecido de forma instantánea. “Su” tiempo y el tuyo no serían el mismo porque tú habrías experimentado un cambio y ellos no. No hay un reloj universal: el tiempo difiere según cada observador».

«Bien, creo que lo he entendido. Pero… ¿cómo va a contestar todo esto a mi pregunta original acerca de la gravedad y lo que hace que las cosas se muevan?».

«¿Has visto alguna vez un gráfico de lo que se llama una distribución de probabilidad?», me preguntó.

«Sí. Tiene un montón de puntos. Allá donde se concentra el mayor número de puntos es donde existe la mayor probabilidad», dije, complacido de haber recordado algo de mis clases de estadística.

«El universo se parece mucho a un gráfico de probabilidades. Las mayores concentraciones de puntos son las galaxias y los planetas, donde la fuerza de la gravedad parece ser mayor. Pero la gravedad no es una fuerza de arrastre. Es el resultado de la probabilidad».

«Me he perdido».

«La realidad tiene un latido, un ritmo, a falta de palabras que lo describan mejor. El polvo de Dios desaparece con un latido y reaparece con el siguiente en una nueva posición, todo ello sobre la base de la probabilidad. Si un poco de polvo de Dios desaparece junto a una gran masa —pongamos por ejemplo un planeta— entonces la probabilidad hará que vuelva a aparecer más cerca del planeta con el siguiente latido. La probabilidad alcanza su máximo cuando se está cerca de objetos masivos. Dicho de otro modo, la masa es la expresión física de la probabilidad».

«Creo que entiendo eso; bueno, más o menos», mentí.

«Si observaras el polvo de Dios que se encuentra próximo a la Tierra, te parecería como si el planeta lo estuviera succionando. Pero no hay movimiento a través del espacio en el sentido en el que nosotros lo entendemos. El polvo desaparece en un lugar y aparece en otro continuamente, y cada lugar se encuentra más próximo a la Tierra».

«Prefiero la actual teoría de la gravedad», dije. «Newton y Einstein lo hicieron con bastante acierto. Las cifras cuadran con sus teorías. No estoy muy seguro de que cuadren con las de usted».

«Las fórmulas normales de la gravedad funcionan perfectamente con mi descripción de la realidad», replicó. «Lo único que hecho ha sido añadir un nuevo nivel de comprensión. Newton y Einstein nos dieron fórmulas para la gravedad, pero ninguno de ellos contestó la pregunta de por qué los objetos parecen atraerse entre sí».

«Einstein sí lo explicó», interpuse. «Recuerde, ya hablamos de ello. Dijo que el espacio estaba desdoblado por la materia, así que lo que parece gravedad es simplemente objetos que siguen la trayectoria del espacio desdoblado». El viejo se quedó observándome.

«Bien», seguí. «Admito que no sé qué quiere decir nada de eso. Suena a disparate».

«El lenguaje de Einstein sobre el espacio desdoblado y mi descripción del polvo de Dios no son más que modelos mentales. Si nos ayudan a relacionarnos con nuestro entorno, son útiles. Mi descripción de la gravedad es más fácil de comprender que el modelo de Einstein. En ese sentido, mi modelo es mejor». Me reí. Nunca había escuchado a nadie compararse con Einstein. Me impresionaba su presunción, pero no estaba convencido.

«No ha explicado las órbitas. Según su teoría, ¿cómo es posible que una luna dé vueltas alrededor de un planeta sin ser absorbida por éste? Su polvo de Dios reaparecería en el plano existencial cada vez más cerca del planeta hasta chocar contra la superficie».

«Estás preparado para la segunda ley de gravedad».

«Supongo que sí».

«Hay otro factor que influye en la posición de la materia cuando vuelve a existir. Esa fuerza es la inercia (a falta de mejor término). Aunque el polvo de Dios es inimaginablemente ínfimo, existe cierta probabilidad de que vuelva a aparecer justo en un lugar ocupado por otra mota de polvo de Dios. Cuando pasa, una de las partículas tiene que encontrar un lugar nuevo que ocupar, alterando su probabilidad. Para el que lo observe, si se pudiera observar hechos que ocurren en un plano tan ínfimo, parecería como si las partículas chocaran y luego cambiaran de dirección y velocidad. La nueva velocidad viene determinada por la distancia a la que aparece la mota de polvo de Dios de su lugar original con cada latido del universo. Si cada nueva situación es lejos del lugar anterior, percibimos que el objeto se está moviendo a gran velocidad». Continuó.

«Entonces siempre hay una doble probabilidad que ejerce influencia sobre cada partícula de polvo de Dios. Una hace que todas las motas de polvo de Dios reaparezcan en el plano existencial más cerca de otras motas. La otra hace que aparezca el polvo en línea recta trazada desde su pasado. Todo el movimiento aparente en el universo se basa en estas probabilidades contendientes».

«La luna de nuestra Tierra, por ejemplo, tiene cierta probabilidad de acercarse a la Tierra y de desplazarse en línea recta. De modo fortuito, las dos probabilidades se encuentran en equilibrio. Si la gravedad fuera una fuerza de tracción o arrastre, como normalmente pensamos en ella, habría fricción de un grado u otro, lo cual reduciría la velocidad de la luna y, con el tiempo, la arrastraría hacia la Tierra. Pero como la gravedad no es más que probabilidad, no hay ni fricción ni arrastre. La luna puede trazar una órbita alrededor de la Tierra de forma casi indefinida porque la probabilidad determina su posición, no la fuerza de tracción o empuje».

«¿Qué pasa si todo el polvo que compone la luna no reaparece cerca de su última posición?», pregunté. «Usted dijo que el lugar en el que reaparece el polvo obedece a la probabilidad. Por lo tanto, ¿no es posible que la luna desaparezca por completo y no vuelva a aparecer en su sitio o en otro sitio cercano, sino en el otro extremo del sistema solar?».

«Sí, es posible. Pero la probabilidad de que ocurra es infinitesimal».

«El problema con su teoría» —dije— «es que la materia no desaparece y vuelve a aparecer en el plano de la existencia. Los científicos lo habrían notado».

«De hecho, ya lo han observado. La materia desaparece y aparece todo el tiempo. Es lo que se llama “salto cuántico”. Seguro que has oído la expresión, pero no sabías su origen».

«¡Caramba!», dije.