«¿Dónde está tu voluntad propia?», preguntó el anciano. «¿Forma parte de tu mente o emana de algún lugar fuera de tu cuerpo y rige tus acciones de algún modo?».
«Hace unos minutos le habría dicho que conocía la respuesta a esa pregunta. Pero me está haciendo dudar de algunas de las cosas que daba por sentado».
«Es bueno dudar», dijo. «Pero dime de dónde crees que proviene la voluntad propia».
«Yo diría que proviene de la mente. Quiero decir, es una función de mi mente. No tengo una respuesta mejor».
«Tu cerebro se parece en muchos aspectos a una máquina, ¿verdad?», me preguntó. Parecía una trampa, por lo que me concedí un margen de escapatoria.
«No es exactamente como una máquina». El cerebro está compuesto de células y neuronas y sustancias químicas y vías y actividad eléctrica, todo ello conforme a las leyes físicas. Cuando se estimula una parte del cerebro de un modo concreto, ¿podría responder de la forma que desee o respondería siempre de una forma determinada?"
«No hay manera de someter eso a prueba. Nadie lo sabe».
«Entonces, ¿crees que sólo podemos saber las cosas que han sido ensayadas?», preguntó.
«No digo eso».
«Entonces no dices nada, ¿no?».
Eso parecía.
«Luego, ¿dónde está la voluntad propia?», volvió a preguntar.
«Debe tener algo que ver con el alma». No tenía una respuesta mejor.
«¿El alma? ¿Dónde se encuentra el alma?».
«No “se encuentra” en ningún lugar; simplemente es».
«Entonces de acuerdo contigo, el alma no tiene naturaleza física», afirmó.
«Supongo que no. De lo contrario, alguien probablemente habría encontrado pruebas físicas de ello», dije.
«Entonces… ¿crees que el alma, que no es física, puede ejercer influencia sobre el cerebro, que sí lo es?».
«Nunca lo he pensado desde esa perspectiva, pero supongo que sí creo eso».
«¿Crees que el alma puede influir en otras cosas físicas como un coche o un reloj?».
«No, creo que sólo afecta a las mentes». Me estaba encaramando en una rama fina con pesas de plomo atadas a la cintura.
«¿Tu alma puede ejercer influencia sobre las mentes de los demás o sabe distinguir cuál es tu mente?».
«Mi alma tiene que saber cuál de las mentes es la mía; de lo contrario yo estaría bajo la influencia de almas ajenas y no tendría voluntad propia». El anciano se permitió una pausa.
«Según tú, tu alma conoce la diferencia entre tu mente y todo lo que no sea tu mente. Y nunca comete ningún error en ese sentido. Significa que tu alma tiene estructura y normas, como una máquina».
«Debe ser así», concordé.
«Si el alma es el origen de la voluntad propia, entonces debe estar valorando alternativas y tomando decisiones».
«Esa es su función».
«Pero eso es tarea del cerebro. ¿Por qué necesitas un alma para hacer lo que hace la mente?», preguntó.
«A lo mejor el alma tiene voluntad propia y la mente no», repliqué.
«O el alma es lo que hace que la mente tenga voluntad propia. O el alma es más pequeña o tiene más moralidad que la mente. No lo sé». Intenté tapar el mayor número posible de agujeros.
«Si las acciones del alma no se rigen por normas, eso sólo puede significar que el alma actúa de forma aleatoria. Por el contrario, si tu alma se rige por normas, entonces no tienes voluntad propia. Estás programado. No hay punto intermedio: tu vida es aleatoria o está programada. ¿Cuál de las dos opciones es la correcta?». No estaba preparado para creer que no tenía ningún control sobre mi propia vida.
«A lo mejor Dios me está guiando el alma», ofrecí.
«Si Dios guía tu alma y tu alma guía tu cerebro, entonces no eres más que un títere en manos de Dios. ¿No tienes voluntad propia en tal caso, no crees?».
Lo intenté de nuevo.
«A lo mejor Dios me guía el alma de un modo orientativo, pero soy yo quien tiene que desentrañar los pasos exactos que hay que tomar».
«Eso suena a que Dios te está sometiendo a una especie de test de inteligencia. Si eliges bien, a tu alma le sucederán cosas buenas. ¿Es eso lo que estás diciendo?».
«No tiene que ver con la inteligencia. Tiene que ver con la moralidad», le dije.
«¿La moralidad?».
«Sí, la moralidad». Creía que le estaba dando un buen argumento, aunque no sabía en qué consistía.
«¿Tu cerebro participa en la toma de decisiones morales o estas decisiones se toman en algún lugar externo a tu cuerpo?», preguntó.
Dejé escapar un gemido.