«¿Dios tiene voluntad propia?», preguntó el anciano.
«Está claro que sí», dije.
Experimenté el mayor grado de confianza que había sentido hasta el momento en la conversación.
«Admito que existe cierta ambigüedad con respecto a si los humanos disponen de voluntad propia, pero Dios es omnipotente. Ser omnipotente significa que uno puede hacer lo que le plazca. Si Dios no tuviera voluntad propia, no sería muy omnipotente».
«Sin duda. Y como es omnipotente, Dios será capaz de divisar su propio futuro, viéndolo con todo lujo de detalle».
«Sí, ya lo sé. Me va a decir que si ve su propio futuro, entonces sus opciones están predeterminadas; o si no puede ver el futuro, entonces no es omnipotente».
«La omnipotencia tiene más miga de lo que parece», afirmó.