INTRODUCCIÓN

Este libro no es un libro de Dilbert. No contiene humor. Yo lo llamo un experimento mental de 144 páginas envuelto en un relato de ficción. Explicaré más tarde la parte sobre el experimento mental.

Los escombros de Dios no encaja dentro de los esquemas compartimentalizados normales del mundo editorial. Incluso hay desacuerdo sobre si el material es ficción o no. Yo propongo que es ficción porque los personajes no existen. Algunos proponen que no es ficción porque las opiniones y filosofías de los personajes podrían tener un efecto duradero sobre el lector.

El relato no contiene violencia, ni hay contenido sexual, ni tampoco lenguaje ofensivo, pero las ideas expresadas por los personajes son inapropiadas para las mentes jóvenes. Las personas menores de catorce años no deberían leerlo.

El público lector al que va dirigido Los escombros de Dios se compone de personas que disfrutan cuando alguien provoca que sus cerebros den vuelcos por el interior de sus cráneos. Después de una cierta edad, la mayoría de las personas se siente incómoda al enfrentarse a nuevas ideas. Esa «cierta edad» varía de una persona a otra, pero si usted tiene más de cincuenta y cinco años (mentales) es probable que no disfrute de este experimento del pensamiento. Si en cambio tiene ochenta pero está a punto de cumplir treinta y cinco, es posible que le guste. Y si tiene veintitrés, las probabilidades de que le guste son muy elevadas.

El personaje central del relato tiene una visión de Dios que usted seguramente no haya conocido antes. Si usted piensa que le ofenderán las visiones poco tradicionales sobre Dios, por favor no lea este libro.

Las opiniones y filosofías expresadas por los personajes no son mías, a excepción de unos pocos pensamientos que no merece la pena mencionar. Por favor no me escriba disertaciones apasionadas explicándome por qué mis puntos de vista son erróneos. Usted no va a descubrir mis puntos de vista leyendo mis obras de ficción.

El personaje central de Los escombros de Dios lo sabe todo. Literalmente todo. Esto me presentó un reto como escritor. Considerando todo lo que se puede llegar a saber, la verdad es que yo no sé gran cosa. Mi solución fue crear respuestas que suenan perspicaces, empleando el credo del escéptico:

La explicación más simple suele ser la acertada.

Mi experiencia me dice que en este complicado mundo, la explicación más simple suele ser absolutamente equivocada. Pero he notado que la explicación más simple normalmente suena acertada y es mucho más convincente de lo que podría aspirar a ser cualquier explicación complicada. Con eso ya me basta para los propósitos que persigo aquí.

El enfoque de «explicación más simple» resultó ser más provocativo de lo que esperaba. Las explicaciones más simples como respuesta a «Las Grandes Preguntas» conectaron vías que normalmente no se conectan entre sí.

La descripción de la realidad en Los escombros de Dios no es cierta, que yo sepa, pero tiene una curiosa irresistibilidad. En ella reside el experimento mental: Intentar adivinar en qué fallan las explicaciones más simples.

El protagonista principal declara una serie de «hechos» científicos. Algunas de sus afirmaciones más extrañas se ajustan a lo que creen los científicos en general. Otras cosas que dice son pura patraña creativa, diseñada para que suene a verdadero. A ver si usted consigue notar la diferencia. A lo mejor le encanta este experimento mental envuelto en relato de ficción. O quizás lo detesta. Pero no le va a ser fácil quitárselo de la mente.

Para disfrutarlo al máximo, comparta Los escombros de Dios con un amigo inteligente y luego intercambien opiniones mientras disfrutan de un sabroso refresco.