Los humanos tenemos la necesidad básica de percibirnos como una parte de un plan superior, de un orden natural que posee una significación más profunda y una persistencia más allá de los intrascendentes asuntos de nuestra vida cotidiana. La incongruencia entre la futilidad de la condición humana y la melancólica majestuosidad del cosmos nos compele a buscar un significado trascendente que sostenga nuestra frágil existencia. Durante miles de años este contexto más amplio fue proporcionado por la mitología y los relatos tribales. La capacidad de transportarnos que tienen esas narraciones proporcionaba a los seres humanos un asidero espiritual crucial. Todas las culturas han producido conmovedores mitos sobre el otro mundo, desde el Tiempo del Ensueño de los aborígenes australianos hasta las Crónicas de Narnia, desde el Nirvana del budismo hasta el Reino de los Cielos del cristianismo. Con el tiempo, los humildes relatos que se contaban alrededor de la hoguera se fueron transformando en el esplendor y ritual de la religión organizada y en grandes obras de arte y literatura. Incluso en nuestro siglo, cuando muchas sociedades han evolucionado a una fase postreligiosa, las personas siguen teniendo ansias espirituales no satisfechas. Un proyecto con el alcance y la profundidad del SETI no puede divorciarse de este contexto cultural más amplio, pues también nos ofrece la visión de un mundo transformado, con la atractiva promesa de que puede hacerse realidad cualquier día. Como bien señala el escritor David Brin, «el contacto con civilizaciones alienígenas avanzadas puede conllevar la misma significación trascendental y esperanzada que la noción más tradicional de “salvación desde lo alto”».[9.35] He argumentado que si estableciéramos contacto con una comunidad extraterrestre avanzada, las entidades con las que nos comunicaríamos se acercarían, a nuestros ojos, a un estatus divino. Sin duda serían más divinos que humanos; de hecho, sus poderes serían mayores que los atribuidos a la mayoría de los dioses a lo largo de la historia.
Entonces, ¿existe el peligro de que SETI se convierta en una religión de los últimos días? El escritor de ciencia ficción Michael Crichton así lo creía. «SETI es incuestionablemente una religión», espetó durante una conferencia pronunciada en 2003 en el Instituto de Tecnología de California.[9.36] Crichton criticaba el uso generalizado de la ecuación de Drake cuando muchos de los términos que incluye son pura conjetura. «La fe se define como la creencia firme en algo que no podemos demostrar», explicó. «La creencia en que existen otras formas de vida en el universo es una cuestión de fe. No existe el más mínimo indicio de otras formas de vida, y en cuarenta años de búsqueda, no se ha descubierto ninguna. No tenemos la más mínima razón basada en la evidencia que sostenga esta creencia». En la misma línea, George Basalla, un historiador de la Universidad de Delaware, sostiene que la tozuda insistencia en contactar con extraterrestres tras cincuenta años de silencio delata algún tipo de fervor religioso, estimulado por un vestigio de la creencia en que los cielos están poblados por seres superiores.[9.37] La escritora Margaret Wertheim ha estudiado la evolución del concepto de espacio y de sus habitantes a lo largo de los siglos. Encuentra los orígenes de la idea moderna de extraterrestres en escritores renacentistas como el cardenal católico Nicholas de Cusa (1401-1464), quien reflexionó sobre la posición del hombre en el universo en relación con seres celestiales como los ángeles. «Desde un punto de vista histórico, puede verse aquí el primer paso de un proceso que culminaría en la moderna idea de alienígenas», escribe Wertheim. «Al fin y al cabo, ¿qué son ET y sus compatriotas si no ángeles encarnados, seres de las estrellas hechos carne?»[9.38]
Con la llegada de la era científica, las especulaciones sobre los seres extraterrestres pasaron de los teólogos a los escritores de ciencia ficción, pero la dimensión espiritual permaneció bajo la superficie. De manera ocasional se hace explícita, como en Hacedor de estrellas, de Olaf Stapledon, Viaje a Arcturus, de David Lindsay o Encuentros en la tercera fase, de Steven Spielberg, que recuerda mucho a El progreso del peregrino, de John Bunyan.[9.39] Son imágenes icónicas que hallan eco en lo más profundo de la psique humana y siguen como una sombra el empeño científico por descubrir vida más allá de la Tierra. La mayoría de los astrónomos del SETI rechazan con vehemencia la idea de que en su trabajo haya una dimensión religiosa; ven la existencia de extraterrestres como una hipótesis que contrastar. Pero para muchos que no son científicos, la fascinación que produce el proyecto SETI es precisamente su cualidad casi religiosa y su tentadora promesa de sabiduría celestial e ilimitadas riquezas, de las que apenas nos separa una señal de radio.