El impacto sobre la religión

Sin duda, el impacto más inmediato de un mensaje extraterrestre sería el de sacudir las religiones del mundo. El descubrimiento de cualquier signo de que no estamos solos en el universo podría ser profundamente problemático para las principales religiones organizadas, que se fundaron en la era precientífica y se basan en una visión del cosmos que pertenece a otra época. Por mucho que los descubrimientos cosmológicos de Copérnico, Galileo, Einstein y Hubble resultaran incómodos para las religiones, acabaron por encontrar acomodo en ellas porque la mayoría de las religiones no hacen un intento serio por describir el universo físico de manera científica. Sus mitos de la creación son poéticos y simbólicos, no factuales. Hace dos mil años, poca gente tenía la menor sospecha de que más allá del firmamento se extendiera un vasto espacio; la superficie de la Tierra y su vida eran la creación. La razón de que la cosmología científica, con sus miles de millones de galaxias dispersas por los abismos del espacio, no pudiera demoler la religión establecida es que la fe religiosa se ocupa de manera primordial de las personas, no del universo. De hecho, la mayoría de las religiones se centran en una especie particular que ha existido en un planeta de una galaxia durante apenas una milésima parte de la edad del universo, una especie de la que, sin embargo, se dice que disfruta de una relación especial con el mismísimo Arquitecto del cosmos. El peligro que plantea el SETI es que la religión no se ocupa primordialmente de la vastedad y majestuosidad del cosmos, sino de los asuntos de los seres sintientes.

La cristiandad es la religión más amenazada por el concepto de seres extraterrestres porque los cristianos creen que Dios se hizo humano (en la figura de un disidente político judío). Jesucristo es llamado Salvador precisamente porque vivió entre nosotros en carne y hueso para salvar a la humanidad. No vino a salvar a las ballenas o los chimpancés, ni siquiera a los neandertales, por nobles y merecedores que esas criaturas sean (o fueran). Jesucristo fue salvador específicamente del Homo sapiens: un solo planeta y una sola especie. La plausibilidad de una misión divina tan extraordinariamente centrada era mucho más fácil de aceptar cuando todo el mundo creía, como pasaba hace dos mil años, que sólo había una Tierra y sólo una especie inteligente, cuando nada se sabía de los desaparecidos neandertales, y apenas se había pensado en la posibilidad de que hubiera seres alienígenas en otros mundos.

El problema para la cristiandad se pone de relieve sobre todo cuando se tiene en cuenta el estado relativo de progreso de las civilizaciones alienígenas. Como ya he subrayado, si la inteligencia está muy extendida por el universo, habrá comunidades de seres que podrían haber alcanzado nuestro estadio de desarrollo hace millones de años. Es probable que esos seres nos lleven mucha ventaja no sólo en la ciencia y la técnica, sino también en la ética. Es muy posible que hayan utilizado ingeniería genética para eliminar las conductas criminales y antisociales. Comparados con nuestras referencias, deberíamos considerarlos auténticos santos.[9.21] Y aquí radica la verdadera crisis para el cristianismo. Si nosotros, los miserables humanos, podemos salvarnos, ¿no deberían merecer la oportunidad de salvarse también los extraterrestres virtuosos?

Así las cosas, ¿qué dice la Iglesia sobre todo esto? El problema de la vida extraterrestre, aunque desde luego no es un problema de primera línea, no ha sido del todo ignorado por los teólogos. Una búsqueda de las publicaciones pertinentes revela dos cláusulas de rescisión que permitirían la salvación de los alienígenas. La primera apela a múltiples encarnaciones: un salvador por cada especie que merece la salvación: «Dios hecho carne verde para salvar a pequeños seres verdes», es la forma directa y refrescante en que un pastor anglicano expresó para mí la idea. El problema es que supuestamente la encarnación (que significa «Dios hecho carne») es un acontecimiento único: la Biblia dice que Jesús es el único hijo de Dios. Para muchos cristianos la idea de encarnaciones en miles de millones de planetas es una herejía. La otra solución es suponer que sólo hay una encarnación y sólo un salvador, que ha tomado la forma del Jesucristo terrestre, y que el destino que Dios ha dado a la humanidad es «llevar la palabra» por todo el universo. Así pues, los humanos asumen la responsabilidad de una suerte de cruzada cósmica, presuntamente por radio al principio, lo que plantea la divertida posibilidad de que, si alguna vez establecemos contacto con ET, los cristianos se presenten a sí mismos como la vía para la salvación de los extraterrestres, ¡y no al contrario![9.22]

Las dos posibilidades que acabo de mencionar han sido objeto de reflexión por parte de teólogos, que han llegado a la tranquilizadora conclusión de que ET no representa una amenaza para el cristianismo. Considérese, si no, la reciente declaración del reverendo José Gabriel Funes, director del Observatorio Vaticano y consejero científico del papa Benedicto XVI, que es claramente optimista respecto a la inteligencia extraterrestre. «¿Cómo podemos excluir la posibilidad de que la vida se haya desarrollado en otros lugares?», observó en una entrevista a un periódico. «Del mismo modo que existe una variedad de criaturas en la Tierra, puede haber otros seres, incluso inteligentes, creados por Dios». Pero ¿supone eso un peligro para la humanidad? En absoluto, a juzgar por el padre Funes: «El extraterrestre es mi hermano».[9.23]

Poco después de que se hiciera este comentario, se publicó una encuesta en la que se planteó a 1.135 personas de distintas creencias la pregunta de si el descubrimiento de inteligencia extraterrestre tendría un impacto negativo sobre religiones específicas. El estudio fue realizado por el teólogo luterano Ted Peters, que ha demostrado un persistente interés en las implicaciones teológicas de los extraterrestres.[9.24] Lo más reseñable es que muy pocas de las personas que se declararon religiosas creyeron que hubiera algún problema. La mayoría dijo que su fe podía incorporar fácilmente la existencia de seres extraterrestres avanzados sin que sus creencias más fundamentales se viesen perturbadas. Muchos de los participantes se hicieron eco de las opiniones del padre Funes, e incluso acogieron con agrado la idea de ET, pensando que contribuía a enriquecer la imagen de la creación de Dios. No obstante, la mayoría de los comentarios daban la impresión de barrer el problema debajo de la alfombra. Muy pocos de los participantes cristianos se atrevieron con el campo de minas teológico de la naturaleza única de la encarnación y la salvación específica para una especie. Unos pocos identificaron el problema, pero no expresaron soluciones nuevas.

Los cristianos no han sido siempre tan despreocupados con esta cuestión. Giordano Bruno propuso que había muchos mundos habitados, y fue condenado a morir por herejía en el año 1600.[9.25] El terrible fin de Bruno no hizo mucho por apaciguar los debates sobre la vida extraterrestre, y la creencia en seres alienígenas se extendió por toda la Europa cristiana. Pero el terco problema de la encarnación siempre acechó desde el fondo. William Whewell fue un filósofo de la Universidad de Cambridge a principios del siglo XIX, célebre por acuñar la palabra «científico»; como Isaac Newton antes que él, fue profesor principal del Trinity College. Su posición académica ostentaba el magnificente título de profesor de Teología Moral y Divinidad Casuística. Respondiendo a la perspectiva dominante, Whewell comenzó a argumentar a favor de los seres extraterrestres, pero hacia 1850 las dudas empezaron a apoderarse de él, alimentadas precisamente por sus preocupaciones teológicas sobre la encarnación y la salvación de la humanidad. En un manuscrito inédito titulado Astronomía y religión, escribió:

Dios ha intercedido en la historia de la humanidad de una manera muy especial y personal… ¿Qué debemos suponer acerca de los otros mundos que la ciencia nos revela? ¿Hay un plan de salvación para todos ellos? Nuestra concepción del salvador del hombre no nos permite suponer que haya más de un salvador. El salvador que viene al hombre hecho hombre es una parte tan esencial del plan que pretender transferirlo a otros mundos, e imaginar que en ellos existe algo análogo, repugna más a nuestros sentimientos que imaginar que esos otros mundos no gozan de ningún plan divino de salvación…[9.26]

Lo que Whewell decía es, en otras palabras, que no había extraterrestres merecedores de ser salvados. Sus severas deliberaciones culminaron en un libro, que publicó anónimamente en 1854 y tituló The Plurality of Worlds, en el que intentó desplegar argumentos científicos para reafirmar lo que en esencia era una objeción cristiana a la existencia de extraterrestres.[9.27]

No obstante, la visión contraria (que hay innúmeros planetas que albergan seres decididamente virtuosos) también ha sido popular entre los cristianos. En 1758, Emanuel Swedenborg, un científico, filósofo y místico sueco que aún hoy tiene seguidores, ofreció una salida del atolladero en un curioso librito titulado Tierras en el universo.[9.28] Como muchos estudiosos del siglo XVIII, Swedenborg estaba convencido, ¡por razones teológicas!, de que había otros planetas habitados, aun en nuestro sistema solar. Llegó incluso a describir la apariencia, vestimenta, estructura familiar, prácticas religiosas, viviendas y otros aspectos mundanos de las vidas de los alienígenas, una información que aseguraba haber recibido por revelación mística. Declaraba Swedenborg que algunas sociedades extraterrestres eran decididamente idílicas. Los habitantes de Marte, por ejemplo, gozaban de un carácter mucho más amable que los terrícolas; cuando unos extraños se conocen «al instante son amigos». Además, «todo el mundo vive allí contento con lo que posee», y se toman precauciones contra «la codicia de las ganancias» para evitar que «alguien prive a otros de sus bienes».[9.29] Pese a esta presunta utopía marciana, Swedenborg insistía en que sólo la Tierra albergaba una encarnación. En el capítulo «Razones por las cuales el Señor deseó nacer en nuestra Tierra, y no en cualquier otra», explica su razonamiento. Dios seleccionó la Tierra con el fin de dar «la Palabra … la Verdad Divina», con el propósito expreso de que primero había de comunicarse por todo nuestro planeta, y luego transmitirse a otros.[9.30] Pero ¿cómo? A falta de conocimiento sobre las posibilidades de la radio, Swedenborg invocó a «espíritus y ángeles» como medio de comunicación con los extraterrestres. Para el problema de la naturaleza específica de la encarnación para una sola especie, Swedenborg tenía una pintoresca solución. Los extraterrestres eran, según decía, también humanos: «Hay tierras en número inmenso, habitadas por seres humanos, no sólo en este sistema solar, sino también en el cielo estrellado que tras él se extiende».[9.31] Así, cuando Jesucristo murió para salvar a la humanidad, la definición se amplió de forma conveniente para englobar a los alienígenas.

El concepto de Swedenborg de una Tierra teológicamente privilegiada, desde la cual «la Palabra» se extiende por el espacio como las ondas que genera una piedra lanzada en un estanque, fue adoptada en el siglo XX nada menos que por E. A. Milne, un físico matemático y cosmólogo británico de cierta distinción, que fue profesor en la Universidad de Oxford. En su libro La cosmología moderna y la idea cristiana de Dios, publicado en 1952, Milne escribió:

La intervención más notable de Dios en el actual proceso histórico fue, desde la perspectiva cristiana, la encarnación. ¿Se trató de un acontecimiento único, o se ha producido en cada uno del incontable número de planetas? El cristiano se horroriza ante tal conclusión. No podemos imaginar al Hijo de Dios sufriendo de igual modo en cada uno de la miríada de planetas. El cristiano evita esta conclusión por medio de la firme suposición de que nuestro planeta es, de hecho, único. ¿Qué pasa entonces con los posibles habitantes de otros planetas, si la encarnación sólo se produjo en el nuestro?[9.32]

Bien dicho. Milne lo comprendió a la perfección. Además, sugirió que el problema teológico se podría eludir si la Palabra se pudiera diseminar desde la Tierra con radiotelescopios, una mejora, desde luego, al menos en comparación con los «espíritus y ángeles» de Swedenborg.[9.33]

Esta selección de citas pone de manifiesto que la teología cristiana se encuentra en una aterradora confusión por lo que respecta a los seres extraterrestres, y que un resultado positivo del SETI abriría de inmediato una horrible caja de Pandora, pese a lo que digan las blandas palabras tranquilizadoras pronunciadas hasta el momento por los líderes religiosos.[9.34] De hecho, me atrevería a decir que el descubrimiento de alienígenas asestaría un severo golpe no sólo al cristianismo, sino a todas las religiones principales. No digo que aquello que podríamos llamar vagamente la dimensión espiritual de la vida humana haya de quedar eclipsada o que se haya de negar la creencia en algún tipo de significado o propósito general del universo. No hay duda de que los budistas seguirían buscando el sendero de la iluminación por medio de la reflexión interior, aun cuando supieran que hay vida inteligente más allá de la Tierra. Lo que está claro, sin embargo, es que toda teología que insista en el carácter único de lo humano estaría condenada. Qué consecuencias podría tener todo esto en forma de agitación social y política por todo el mundo no es algo que pueda predecirse. Aunque cambie con lentitud, la religión es muy adaptable. A lo largo de los siglos ha logrado reconciliarse con la cosmología copernicana, la evolución darwiniana, la secuenciación del genoma y otros desestabilizadores desarrollos científicos. De éstos, la evolución fue el más difícil de tragar a causa de la amenaza implícita que supone para el estatus único del Homo sapiens. El descubrimiento de seres extraterrestres avanzados representaría una amenaza mucho más explícita de la misma naturaleza y, por tanto, sería más difícil de asimilar.