Impacto sobre la ciencia, la filosofía y la política

El simple conocimiento de que existe otra comunidad tecnológica implicaría que hay, hubo y habrá muchas otras comunidades; la probabilidad de que haya dos y sólo dos civilizaciones en la galaxia es muy baja. Podríamos concluir de inmediato que los factores fl y fi de la ecuación de Drake no son cercanos a cero. Entonces comenzaría en serio la búsqueda de otras civilizaciones extraterrestres, posiblemente más cerca, y se tomaría en serio la identificación de artefactos alienígenas en o alrededor de la Tierra. La astrobiología en su conjunto recibiría un gran impulso, porque si fl no es una cifra minúscula, podemos esperar encontrar al menos vida microbiana en muchos entornos parecidos al medio terrestre, tal vez incluso en nuestro propio sistema solar.

También se produciría un drástico cambio de paradigma entre los científicos. De acuerdo con la visión científica ortodoxa del mundo, el gran recorrido de la historia cosmológica se organiza en torno a dos principios fundamentales: el principio copernicano y la segunda ley de la termodinámica. Esta última, que ya comenté brevemente en el capítulo 6, se refiere al ineluctable aumento de la entropía en todos los sistemas físicos, con la consiguiente caída unidireccional del universo desde el orden hacia el caos hasta llegar a lo que los científicos denominan su «muerte térmica». La manifestación más llamativa de la actuación de la segunda ley es la manera en que las estrellas acaban consumiendo sus reservas de combustible nuclear y se agotan. En un futuro muy lejano, no sólo la luz de las estrellas, sino todas las formas de energía útil, acabarán disipándose completamente. Para un físico termodinámico, la historia del universo es una historia de inexorable degeneración y decadencia. «Todos somos hijos del caos», escribe el químico Peter Atkins, «y la estructura profunda del cambio es la decadencia. Al fondo de todo sólo hay corrupción y la insalvable marea del caos. No hay propósito, sólo queda dirección. Ésta es la negrura que tenemos que aceptar cuando miramos el corazón del universo de la forma más profunda y desapasionada».[9.14]

Visto a través de los ojos de un cosmólogo, sin embargo, esos mismos hechos adquieren un matiz diferente. El universo tuvo un principio bastante anodino, como una sopa uniforme de partículas subatómicas. Con el tiempo, a través de una secuencia de procesos de autoorganización, ha ido aumentando enormemente en riqueza y complejidad. La materia se agregó formando galaxias, que a su vez se diferenciaron en estrellas. Se formaron elementos pesados que condujeron a la formación de planetas. Los planetas produjeron rocas y nubes y huracanes y, por lo menos en un caso, vida. A partir de un puñado de humildes microbios, la vida en la Tierra se ha diversificado a lo largo de miles de millones de años hasta la prodigiosa variedad de formas elaboradas que vemos hoy. Un cosmólogo podría optar por describir la historia del universo como un enriquecimiento continuo en lugar de una imparable degeneración y decadencia. Sin embargo, estos dos relatos, el termodinámico y el cosmológico, no son contradictorios. Simplemente resaltan aspectos del cambio distintos. Son coherentes porque todo proceso de autoorganización, toda nueva especie de la vida, comporta un precio termodinámico en forma de un aumento de la entropía, acelerando el descenso hacia la muerte térmica del cosmos.

Así llegamos al aspecto que quiero discutir. La tentación de describir la acumulación de riqueza en el universo como algo «progresivo» es muy fuerte. Es como si por detrás de todo actuase un gran principio: un principio de aumento de la complejidad y la organización que se aplica a todo desde la formación de las galaxias a la evolución de la vida multicelular. Parece como si la marcha del cosmos fuese siempre hacia el frente y hacia arriba: hasta los cerebros, la cognición, la inteligencia y la sociedad tecnológica. El SETI se sitúa en lo más alto de ese movimiento ascendente, pues se basa en la suposición de que realmente existe un principio de creciente complejidad que actúa en toda la galaxia y en el universo entero, facilitando el surgimiento de la vida, la inteligencia y la tecnología allí donde tengan la oportunidad de florecer. Es una visión inspiradora. Pero ¿es creíble? La mayoría de los científicos dirían que no, rechazando estas ideas como algo cuasi religioso. En el capítulo 4 he explicado que el «progreso» es una idea muy debatida y controvertida entre los biólogos. Convive incómodamente dentro del paradigma dominante del darwinismo, que rechaza toda sugerencia de que la naturaleza pueda «mirar hacia delante» y decidir una direccionalidad sistemática y general en la evolución. En cuanto a la física y la química, décadas de investigación sobre sistemas complejos no han conseguido desvelar todavía ninguna «ley del progreso», sólo tendencias vagas y ejemplos específicos que implican circunstancias especiales. El descubrimiento de una tecnología alienígena dirimiría esta cuestión de un solo golpe, y demostraría, en contra del sentimiento científico ortodoxo dominante, que el cosmos realmente se halla sujeto a algún tipo de principio universal de progreso hacia la complejidad organizada.[9.15]

El impacto sobre la filosofía sería igualmente profundo. Con su énfasis en la inexorable degeneración e impermanencia de todos los sistemas físicos, la visión termodinámica de la naturaleza viene estimulando, desde hace ya tiempo, una filosofía nihilista, o en el mejor de los casos una estoica aquiescencia, ante un universo sin meta que soportará una larga muerte térmica. Hace un siglo, el tan influyente filósofo inglés Bertrand Russell escribió apesadumbrado sobre la «inexorable desesperación» que invita a aceptar la contemplación de «la vasta muerte del sistema solar».[9.16] La visión contraria, que el universo está preñado de esperanza y potencialidad, que asciende por una escala de crecimiento hacia nuevas glorias, sostuvo las visiones opuestas de progreso hacia la utopía que defendieron los contemporáneos de Russell en la Europa continental,[9.17] contribuyendo al auge del pensamiento socialista europeo. La misma divergencia de opinión prevalece en la actualidad. La humanidad del siglo XXI se enfrenta a un futuro incierto, y muchos científicos distinguidos son pesimistas sobre si realmente tendremos un futuro.[9.18] En contraposición, existen predicciones de un progreso tecnológico acelerado que promete la eliminación de todos los males de la sociedad, tal como exponen Freeman Dyson[9.19] y el futurista Ray Kurzweil.[9.20]

El conocimiento de que una comunidad extraterrestre ha resistido durante millones de años, superando los múltiples problemas que la humanidad afronta en la actualidad, ayudaría a reavivar los sueños utópicos humanos y se erigiría en una importante fuerza unificadora en nuestro planeta. Ver reflejada en las estrellas una trayectoria de progreso humano produciría un impulso mucho mayor que cualquier retórica política. En nuestro actual estado de ignorancia, es posible creer en cualquiera de los dos relatos del futuro, pesimista u optimista. Pero saber que no somos los únicos seres sintientes en un universo misterioso y a veces aterrador significaría para la humanidad un magnífico mensaje de esperanza.