«Es oficial: ¡no estamos solos!»

Supongamos que ha finalizado el proceso de comprobación de la autenticidad y el descubrimiento se sostiene con, digamos, un nivel de confianza del 99 por ciento (los científicos nunca conceden el 100 por ciento de certidumbre a un descubrimiento). El siguiente paso consiste en algún tipo de anuncio oficial. ¿Cómo debería comunicarse la noticia? La forma dependerá sobre todo de la naturaleza del descubrimiento. En mi opinión, existe una enorme diferencia entre el Santo Grial del SETI (recibir un mensaje directo de una civilización extraterrestre) y el caso menos espectacular pero mucho más probable de conseguir simplemente indicios indiscutibles de algún tipo de tecnología alienígena. Este último caso sería mucho más fácil de manejar. Si un astrónomo observara algo extraño que, tras una inspección más detallada, revelara todas las marcas de lo artificial, creo que debería anunciarse como cualquier otro descubrimiento astronómico importante. A lo largo de mi carrera, los astrónomos han descubierto todo un abanico de objetos nuevos y espectaculares: quásares, púlsares, agujeros negros y brotes de rayos gamma, por citar sólo algunos. Descubrir en el espacio un «objeto modificado con inteligencia» ampliaría esta lista de hallazgos que expanden nuestra mente. Podría tratarse de una baliza (véase el capítulo 5), una señal de astroingeniería (véase el capítulo 6) o simplemente de una fuente de luz o de radio que carezca de una interpretación natural plausible. Todo lo que uno podría determinar con confianza a partir de estas observaciones es que alguna forma de inteligencia estuvo activa en algún lugar del universo. Lo ideal sería entonces organizar una rueda de prensa que coincida con la publicación de un artículo con revisión externa en una revista científica prestigiosa, un proceso que suele durar varios meses.

No hay duda de que el anuncio de que en el espacio se ha hallado un objeto modificado con inteligencia causaría sensación. Cuando el presidente Clinton, desde el jardín de la Casa Blanca, anunció que los científicos de la NASA habían recogido indicios de vida en un meteorito procedente de Marte (véase la página 85), los periodistas de todo el mundo se quedaron extasiados por la noticia. Presentar indicios de vida inteligente sería un orden de magnitud más sorprendente. Durante varias semanas, la historia no abandonaría los titulares. Los científicos serían perseguidos para que concedieran entrevistas, los comentaristas y tertulianos ofrecerían evaluaciones improvisadas y la blogosfera sería un hervidero de teorías a medio cocer. Pero pasado un tiempo comenzaría a no ser noticia y los medios de comunicación volverían a sus historias habituales de política, deportes y celebridades. La vida seguiría como siempre. La gran mayoría de la gente continuaría con sus asuntos diarios guardando un interés residual. A fin de cuentas, no se verían afectados ni el precio de la cerveza ni el resultado del próximo partido; sólo sería una curiosidad científica.

Sin embargo, a largo plazo el descubrimiento tendría efectos a muchos niveles. La historia nos ofrece algunas lecciones al respecto. Cuando Copérnico dedujo que la Tierra giraba alrededor del Sol, el descubrimiento se consideró peligrosamente revolucionario, en los sentidos literal y metafórico del término. Por aquel entonces, el poder que ejercía el control estaba interesado en suprimir la verdad científica. Ese poder no era un gobierno nacional, sino la Iglesia católica romana, que regulaba casi todas las facetas de la sociedad europea, incluidas la información y la educación. Lo que la Iglesia temía de la revelación cósmica de Copérnico no eran revueltas o pánico en las calles, sino que preveía el efecto debilitante que tendría sobre su versión de la cristiandad. Fracasaron, como es sabido, y el modelo heliocéntrico del sistema solar acabó aceptándose. La vida continuó como siempre; los campesinos siguieron recogiendo sus cosechas, los nobles siguieron cazando y haciendo la guerra, y los estudiosos (incluso dentro de la Iglesia) asimilaron sin alboroto la nueva cosmología. Cuatro siglos después, ¿qué podemos decir sobre la teoría de Copérnico? No cabe duda de que cambió de un modo fundamental la forma en que los seres humanos se ven a sí mismos y su lugar en el universo. Sobre estos cimientos, generación tras generación fueron ampliando la visión de la humanidad sobre el cosmos hasta incluir no sólo el sistema solar, sino un volumen mil trillones de trillones de veces mayor. Aun hoy, por lo que concierne a la mayoría de nuestras actividades, la Tierra bien podría estar en el centro del universo. Pero el conocimiento de que nuestro planeta es un frágil punto azul pálido en la vastedad del espacio impregna nuestra visión del mundo y ejerce una sutil influencia sobre nuestras vidas de mil formas distintas.[9.12]

Parecida recepción tuvo la publicación de la teoría de la evolución de Darwin. La afirmación de que los humanos «descienden de los simios» (una descripción popular pero inexacta de su teoría) provocó una gran conmoción e indignación en ciertos círculos. Se trataba sin duda de una «gran historia» según los estándares victorianos. La Iglesia ya no era lo bastante poderosa como para ocultar la verdad, pero plantó cara con energía en algunos sectores antes de admitir su derrota. Sin embargo, una vez más, la gran mayoría de la gente siguió con su vida como siempre, asimilando las ideas a su propio ritmo. No se produjeron disturbios ni manifestaciones públicas de desesperación, ni tampoco euforia. Ciento cincuenta años más tarde, sin embargo, pocos negarían la enorme significación de la teoría de Darwin. Saber que los humanos somos el resultado de miles de millones de años de selección natural, que todos nosotros somos una parte integral de la naturaleza y no el producto de una creación especial, tiñe nuestras actitudes hacia el resto de los seres humanos y hacia los animales. En la actualidad, cuando nos preguntamos qué significa ser humano y reflexionamos sobre el lugar que ocupamos en la naturaleza, nuestra ascendencia biológica conforma un telón de fondo indispensable para nuestro pensamiento.

Si alguna vez descubrimos signos inconfundibles de una inteligencia alienígena, saber que no estamos solos en el universo acabará impregnando todas las facetas de la búsqueda humana del conocimiento. Alterará irreversiblemente nuestra forma de vernos a nosotros mismos y nuestro lugar en el planeta Tierra. El descubrimiento se situaría a la altura de los de Copérnico y Darwin como uno de los grandes eventos transformadores de la historia humana. Pero pasarían décadas antes de que la gente se acomodara a la idea y su verdadera significación quedase establecida en firme, tal como ocurrió con la cosmología heliocéntrica y con la evolución biológica.