Centrémonos en el primer paso tras la detección de una supuesta señal: comprobar que es auténtica. En el caso del SETI tradicional basado en la radio, disponemos de un protocolo contrastado para los «eventos de detección» en tiempo real (a diferencia de un hallazgo posterior a partir de los datos registrados), que está diseñado para eliminar falsas alarmas como los defectos de funcionamiento de los aparatos o las señales de origen humano. Como ya he explicado en el capítulo 1, una de las claves consiste en obtener la verificación de un observatorio de radio independiente. Eso lleva tiempo, y las cosas no siempre van tan bien como uno esperaría. En una ocasión, en 1997, durante una exploración del SETI se detectó una fuerte señal de banda estrecha procedente del espacio en Green Bank (Virginia Occidental). Una comprobación de todos los satélites conocidos no explicó la señal, y la mala suerte quiso que el telescopio de apoyo de Woodbury, en Georgia, estuviera estropeado. Durante un par de días se produjo una gran excitación en Green Bank hasta que la señal fue identificada: procedía de un satélite de investigación llamado SOHO. La interpretación resultó complicada por el hecho de que el radiotelescopio no apuntaba hacia SOHO (que orbita cerca del Sol). Por un capricho de la física de la radio, su señal se había recogido en una forma debilitada marginal, en el llamado «lóbulo lateral» del disco.[9.3]
El hecho de que puede llevar días comprobar que la señal no es de origen humano genera un serio problema para la gestión del protocolo de postdetección. Un mensaje de una fuente extraterrestre sería un acontecimiento con una significación sin precedentes. La más mínima indicación de un resultado positivo del proyecto SETI podría desencadenar de inmediato un frenesí en los medios de comunicación, y enseguida los acontecimientos escaparían a todo control. Bastaría un comentario indebido de cualquier empleado del observatorio para que la noticia corriera como la pólvora. Aunque nadie suelte la lengua a propósito, un silencio medido en el curso de una entrevista con la prensa podría interpretarse como algún tipo de encubrimiento. En el caso de la detección del satélite SOHO, la prensa se enteró de la historia antes incluso de que se realizara la identificación.[9.4] Por suerte, el periodista en cuestión actuó con responsabilidad y aguardó a que se obtuvieran más datos antes de lanzarse a publicar nada. Pero no puede esperarse de todos los periodistas que actúen con la misma contención ante la posibilidad de una primicia.
Nuestro grupo de trabajo ha deliberado a fondo sobre cómo gestionar la situación tras una supuesta señal, sobre todo a la luz de los revolucionarios cambios que se están produciendo en las comunicaciones y los medios, gracias al uso de la tecnología web y web 2.0, los teléfonos móviles, Twitter, Facebook, etc., todos los cuales están transformando la velocidad y la forma en que se diseminan la información, los descubrimientos y las opiniones. Dos miembros de nuestro grupo de trabajo, Seth Shostak y Carol Oliver, han esbozado un Plan de Reacción Inmediata para minimizar la cantidad de información errónea que se divulgue a raíz de supuestas detecciones de inteligencia extraterrestre.[9.5] Son conscientes de que, como el SETI se lleva a cabo de forma abierta y sin secretos, cualquier noticia puede filtrarse muy deprisa. Es más que probable que los medios de comunicación divulguen la historia antes incluso de que se realicen las comprobaciones científicas iniciales. En sus propias palabras, «la historia se hará pública antes de que sea una historia».[9.6] A raíz de su informe, el grupo de trabajo ha creado un sitio web protegido con una contraseña para que los miembros puedan comunicarse y colgar información en un momento en que los sitios web públicos del SETI estarán colapsados por las visitas.
El problema fundamental de la gestión de los medios de comunicación se deriva del abismo que se abre entre el mundo de la ciencia y el mundo de las noticias y los comentarios. Como los astrónomos del SETI son científicos profesionales, las comprobaciones rigurosas son una parte esencial de su formación, y querrán asegurarse de que pisan suelo firme antes de hacer declaraciones definitivas. La historia ha demostrado que cuando los científicos se dirigen a la prensa con historias sensacionales que no han sido contrastadas de manera adecuada, el resultado es muy perjudicial para la credibilidad de la propia ciencia, por no hablar de la reputación de los científicos implicados. Una lección provechosa sobre cómo no manejar a los medios de comunicación nos viene de la tan desacreditada noticia de la fusión nuclear fría. La historia comienza en 1989, cuando dos físicos afirmaron haber producido reacciones de fusión nuclear en lo que, en esencia, era un tubo de ensayo en una mesa de laboratorio, añadiendo deuterio al metal paladio. De haber sido cierto, todos los problemas mundiales de la energía se hubieran resuelto de un solo golpe. Los científicos se apresuraron a convocar una rueda de prensa y, como es natural, los medios de comunicación tuvieron un gran día. La fusión fría se convirtió en la mayor historia de la ciencia de ese año.[9.7] Hubieron de pasar muchos meses antes de que laboratorios de todo el mundo pusieran a prueba las declaraciones y las encontraran insuficientes. Los dos científicos en cuestión fueron perseguidos por la prensa y desaparecieron. En la actualidad, un puñado de laboratorios siguen trabajando sobre la fusión fría por curiosidad, pero son muy pocos los científicos que creen en la idea. La lección de esta debacle es que la contención es una buena idea en la relación con los medios de comunicación cuando se trata de descubrimientos con grandes implicaciones para la sociedad.
En el caso del SETI, el problema es mucho más grave. Los científicos podrían estar encima de la mayor noticia de toda la historia. Una vez se sepa, puede desatarse el caos. Los astrónomos podrían llegar a su lugar de trabajo y encontrarlo sitiado por periodistas, cámaras y público en general, algunos excitados, otros asustados. Habría un bloqueo de la policía, y protección para los científicos y el personal técnico; no es precisamente el ambiente ideal para un análisis desapasionado. Es posible que incluso los medios habituales de comunicación estén afectados, con las líneas cargadas por todos los que llaman para confirmar unos rumores, los servidores informáticos sobrecargados y los hackers intentando colarse en los sistemas en busca del mensaje de ET.
Está en la naturaleza de este tipo de investigación que las falsas alarmas superen en mucho a las reales, así que el panorama que acabamos de repasar puede darse muchas veces, provocando en cada caso una conmoción que poco a poco desaparece a medida que la noticia se evapora. Una analogía cercana es el anuncio, demasiado frecuente, de que nuestra civilización se ve amenazada por un asteroide o un cometa. Hay miles de pequeños objetos en órbitas que cruzan la de la Tierra, y de vez en cuando alguno de ellos nos golpea; las cicatrices de sus impactos pueden verse dispersas por todo el planeta, desde Meteor Crater en Arizona hasta Wolfe Creek en Australia. Los daños provocados por un impacto dependen del tamaño y la velocidad del objeto que colisione. Un impacto relativamente raro de la magnitud del que acabó con los dinosaurios podría aniquilar a la humanidad, pero por término medio sólo se producen una vez cada 30 millones de años o más. Los eventos menores son más probables, aunque su capacidad destructiva es también considerable. Por ejemplo, un asteroide de un kilómetro de diámetro que chocara con la Tierra a 30 kilómetros por segundo podría matar a mil millones de personas, tanto a causa de la propia colisión como de sus desagradables consecuencias (incendios, lluvia ácida, polvo que oculta la luz del Sol y varios otros efectos indeseables). La probabilidad de que una colisión de este tipo se produzca el próximo año es de aproximadamente uno entre un millón.
Durante el último par de décadas, los astrónomos se han dedicado a catalogar meticulosamente las órbitas de los asteroides más peligrosos, de manera que al menos tengamos un aviso del próximo gran impacto. Cuando un nuevo asteroide o cometa parece moverse en una trayectoria de colisión con la Tierra, se observa detenidamente para determinar su órbita con precisión. Como ocurre con SETI, las comprobaciones llevan su tiempo. En los primeros días después del descubrimiento, las órbitas proyectadas son inciertas a causa de los errores normales de medición. Cuando el objeto se ha seguido durante varios días o semanas, los errores se van reduciendo y los astrónomos pueden decidir si chocará o no contra la Tierra. La estrategia más sensata es esperar hasta que la órbita se haya determinado con la precisión adecuada y sólo entonces, si existe un peligro claro e inminente, «despertar al presidente».[9.8] Pero no es así como suele ocurrir. Lo más habitual es que la prensa se entere de que se ha descubierto un nuevo objeto que podría golpear a nuestro planeta en su siguiente paso de órbita. Es una magnífica noticia aterradora: «¡Un asteroide asesino podría acabar con la vida!». Los titulares como éste atraen a muchos lectores, sobre todo cuando el Armagedón tiene fecha fija. Pero existe una enorme diferencia entre predecir que un objeto chocará y no poder descartar que no vaya a hacerlo. La incertidumbre de las mediciones, que es conocida, permite a los astrónomos calcular la probabilidad de una colisión, que suele ser de alrededor de uno entre 10.000 en el momento en que se identifica el objeto. Esta probabilidad puede parecer aterradora ante tamaña calamidad, pero otra manera de verlo es que aparecerán en la prensa miles de historias apocalípticas antes de que la amenaza se haga real.