Encuentros en la absurda fase

H ace cincuenta años yo era un adolescente y no sabía nada sobre el SETI. Mi imagen mental de un extraterrestre le debía mucho a Mekon, el cabecilla de los Treens del Norte de Venus, el gran enemigo del perfecto héroe Dan Dare, de la Alianza de la Tierra. Al menos así es como lo presentaba el cómic The Eagle. Suponía entonces que si las historias de platillos volantes eran ciertas, sus ocupantes serían, igual que el Mekon, humanoides cabezones (lo que implicaba un gran cerebro) con un cuerpo encogido y atrofiado (porque ya no importaba). Evidentemente no era el único que lo creía así, pues los supuestos testigos de ovninautas solían describirlos como enanos calvos con cabeza grande y unos ojos enormes de mirada fija, una imagen tan arraigada que se ha convertido en un cliché (figura 12). Steven Spielberg reforzó esa representación en las películas Encuentros en la tercera fase y E.T., en las que los alienígenas parecen niños con el cerebro grande.

Es absurdo. Son muchas las falacias que subyacen a la representación popular de los alienígenas y que socavan la credibilidad de las noticias de encuentros con extraterrestres. La primera es suponer que la evolución en otro planeta debe asemejarse tanto a la que se ha producido en la Tierra que los seres inteligentes tienen que haber adoptado una forma humanoide. Puestos a suponer, los extraterrestres inteligentes podrían parecerse a ballenas o pulpos, o aves gigantescas, o a nada por el estilo: podrían tener un plan corporal que simplemente no existe en la Tierra y que nos parecería del todo extraño. Otra falacia es la extrapolación injustificada de la evolución darwiniana. El argumento más habitual dice así. Si lo que cuenta es la potencia del cerebro y el resto del cuerpo se convierte en un impedimento, la selección natural actuará en el sentido de producir Mekons y ETs. Pero este razonamiento es erróneo. Cuando la tecnología progresa hasta el punto en que una comunidad puede elegir quién sobrevive y quién no, la selección natural pura se rompe. Cuando se realizan modificaciones genéticas deliberadas, el curso de la evolución pasa a determinarse por diseño. Otra cuestión es si una especie alienígena elige utilizar ingeniería genética para producir cerebros más grandes y cuerpos más pequeños. Quizá tengan razones éticas o de otro tipo para desistir. En la Tierra existe una fuerte resistencia ante las posibilidades de humanos genéticamente modificados, del mismo modo que la hubo contra los cultivos genéticamente modificados. No obstante, aunque la experimentación con genética humana es considerada anatema en muchas sociedades, y en la mayoría es ilegal, esa prohibición es un tabú cultural específico de nuestro tiempo y nuestras circunstancias. Una vez más, debemos evitar el antropocentrismo que nos llevaría a atribuir los mismos recelos a las sociedades alienígenas.

FIGURA 12. Imagen popular del aspecto de un alienígena.

Una vez que una especie abraza la tecnología de la mejora, cabe esperar que se produzcan cambios muy rápidos. Podemos vislumbrar las posibilidades si pensamos en lo que podría pasarles a lo humanos si algún día se acaban los tabúes culturales.[8.3] Muchos futuristas ya están pronosticando el principio del transhumanismo, que implica una combinación de mejora genética, prostética, prolongación de la vida y aumento neurológico. Mucho de esto ya está pasando. La esperanza de vida ha ido aumentado al increíble ritmo de tres meses por año durante el último siglo, simplemente como resultado de la sanidad pública básica y los avances de la medicina. Las prótesis pronto alcanzarán e incluso superarán la calidad de los elementos originales; por ejemplo, las extremidades artificiales, y luego ojos artificiales, se conectarán directamente con el cerebro. Unos microchips implantados servirán para controlar sistemas electrónicos en nuestro medio. La utilidad de estos dispositivos se incrementará con partes del cuerpo orgánicas que se construirán a partir de células madre, y que en algunos casos se habrán manipulado genéticamente para mejorarlas. Se desarrollarán sistemas híbridos «natural-artificiales» u «orgánico-mecánicos», abriendo un abanico de posibilidades mayor que el que nos ofrece el reino biológico solo, y convirtiendo en realidad el concepto de ciborg, hoy restringido a la ficción. Es razonable esperar que toda especie inteligente que descubra la biotecnología, la nanotecnología y la informática acabarán usándolas para mejorar sus capacidades físicas y mentales. En ese momento podría emerger una utopía en la que unos seres diseñados por ordenador disfruten de las mejores cualidades biológicas sin la inconveniencia de la enfermedad o la muerte prematura, el deterioro de la memoria o una pobre capacidad de razonamiento. Es fácil imaginar una sociedad extraterrestre que alcanza este idilio tras sólo unos pocos siglos de ciencia y tecnología.[8.4]

Sin embargo, incluso después de todas las mejoras que acabamos de mencionar, los seres resultantes todavía podrían reconocerse como organismos biológicos, lo cual nos lleva a lo que probablemente sea la mayor de las falacias relacionadas con la expectativa de unos alienígenas parecidos a Mekon, o de hecho a cualquier imagen de extraterrestres de «carne y hueso». Al reflexionar sobre las civilizaciones extraterrestres tenemos que considerar marcos temporales de mucho más que los pocos siglos que pueden tardar en desarrollarse los avances tecnológicos antes mencionados, y entonces hay que enfrentarse a una posibilidad todavía más radical. En la Tierra la «inteligencia» suele asociarse con los homínidos, y tal vez de una forma más limitada con gatos, perros, delfines, ballenas, cefalópodos y aves. Sin embargo, es obvio que la toma de decisiones inteligente y el comportamiento no son exclusivos de los animales. No tienen por qué estar restringidos a la biología.