Los ejemplos que he discutido en la sección anterior pertenecen a la categoría de las especulaciones que, en la superficie, parece que se ajustan a nuestro conocimiento de la ciencia, pero que en la práctica pueden plantear retos tan formidables que nunca lleguen a implantarse. Cuando se fuerza hasta esos límites la física legítima, es inevitable que surja la cuestión de si la ciencia humana del siglo XXI es tan fiable como para aplicarse a una civilización extraterrestre mucho más avanzada que la nuestra. ¿Y si las leyes que conocemos tienen fallos? ¿Podemos tener una certeza absoluta sobre, por ejemplo, la velocidad de la luz?
Comencemos por reconocer que hay leyes y leyes. En la escuela secundaria los niños aprenden la ley de Ohm de la electricidad, que dice que la corriente que atraviesa una resistencia aumenta de manera proporcional al voltaje aplicado. Pero la ley de Ohm no es una ley fundamental; de hecho, no sirve para ciertos materiales que Ohm ni siquiera imaginó. Por otro lado, la ley de que nada se mueve más rápido que la luz es fundamental y universal, y es posible que nunca llegue a ser negociable. El problema es que en cada momento de la historia, los científicos sólo pueden enunciar las leyes de la física de acuerdo con su mejor conocimiento. ¿Quién sabe si algún avance en el futuro demostrará que alguna de nuestras más queridas leyes falla en determinadas circunstancias? En la ciencia, nunca se dice la última palabra; siempre queda un margen para la revisión a la luz de nuevas observaciones. Todo lo que uno puede afirmar es que algunas leyes están mejor establecidas que otras.
Un caso a propósito de esto es la segunda ley de la termodinámica, que bien podría ser la ley más fundamental del universo. Se aplica absolutamente a todo, sin excepciones. En pocas palabras, dice que en un sistema cerrado la entropía (el desorden) nunca puede disminuir. Traducido a un ejemplo simple, la segunda ley prohíbe que el calor fluya de manera espontánea (es decir, sin consumo de energía) de un cuerpo frío a uno caliente. El astrofísico británico Arthur Eddington lo expresó de forma dramática:[7.8] «Si se descubre que su teoría va en contra de la segunda ley de la termodinámica, no hay para ella ninguna esperanza: se hundirá en la más profunda humillación». Así pues, cuando especulemos sobre la superciencia extraterrestre, la segunda ley de la termodinámica siempre tiene que ser la última ley que violentemos. Y eso echa por tierra otra idea popular: alimentar una nave espacial «explotando el vacío cuántico» para obtener energía. Me explico. Cuando la mecánica cuántica se aplica a un campo electromagnético, además de explicar cómo interacciona la luz y la materia, la teoría predice una cosa realmente notable: que una región del espacio desprovista de toda materia y toda luz (o sea, sin ninguna partícula del tipo que sea) todavía poseerá algo de energía. La energía irreducible del espacio vacío recibe el nombre de «energía del vacío cuántico». Y realmente existe. Puede detectarse en forma de una diminuta fuerza de atracción entre superficies de metal. Los astrónomos también han medido algo de lo mismo a una escala cosmológica, aunque le han dado un nombre más misterioso: «energía oscura». Ésta es la responsable de que el universo de expanda cada vez más rápido.[7.9] La energía oscura o del vacío está ahí, con una densidad de unos pocos julios por kilómetro cúbico. ¿Sería posible extraerla para impulsar una nave espacial, por ejemplo usando una enorme pala para recoger la energía oscura del vacío y luego convertirla en electricidad para un propulsor de plasma? Esta estrategia eliminaría la necesidad del combustible para los cohetes, pues en el espacio hay un montón de vacío a nuestra disposición.
Por desgracia, un propulsor de vacío cuántico no funcionaría por la misma razón por la que las máquinas del movimiento perpetuo del siglo XIX eran callejones sin salida: se viola la segunda ley de la termodinámica. En el siglo XIX, algunos inventores especularon con la posibilidad de propulsar un barco con el calor del océano. Al fin y al cabo, el agua del mar contiene más de un millón de julios de calor por litro, simplemente porque su temperatura está unos cuantos cientos de grados por encima del cero absoluto. ¿No podría utilizarse toda esa energía para mover una turbina? La respuesta es que sí, pero sólo si hay un sumidero de calor a una temperatura inferior a la de la fuente. Las bombas de calor se basan en la extracción de energía durante la transferencia de calor desde un compartimento caliente a otro frío. Lo esencial es que tiene que haber diferencial de temperatura en algún lugar. Lo mismo pasa con el vacío cuántico: si hubiera un estado de vacío de menor energía adonde pudiera transferirse la energía oscura, no habría problema con los propulsores interestelares. Pero por lo que sabemos no existe ningún estado de menor energía, y si lo hubiera, la naturaleza ya lo habría cortocircuitado, con terribles consecuencias para el universo.[7.10] Conclusión: a falta de un sumidero de energía, no puede usarse el vacío cuántico para propulsar una nave espacial.
La levitación es otro dispositivo habitual en la ficción. Atrapó mi imaginación desde el momento en que leí sobre la «cavorita», la útil sustancia anuladora de la gravedad del Dr. Cavor, en la novela de H. G. Wells Los primeros hombres en la Luna. ¡Sería fantástico arrumbar de una vez por todas con esos contaminantes cohetes y simplemente presionar un botón para flotar serenos hacia las estrellas! Pero me temo que esa propuesta tampoco va a ninguna parte. Esta vez el obstáculo es que la cavorita viola uno de los principios fundamentales de la ley de la gravitación, que requiere que todas las formas de materia y energía caigan igual de rápido y en la misma dirección (o sea, hacia abajo). Galileo fue el primero en descubrirlo, y Einstein lo incorporó a su teoría general de la relatividad como un principio fundamental. Sin él, nuestra comprensión del espacio, el tiempo, la astrofísica y la cosmología se desmoronaría, así que los científicos no están dispuestos a renunciar a este principio así como así. Teóricamente, la levitación podría conseguirse con la ayuda de la misma energía del vacío cuántico que acabamos de comentar, pero en la práctica esa energía se encuentra en cantidades tan minúsculas que no puede vencer al efecto mucho mayor que tiene la gravitación sobre la materia.[7.11]
Especular sobre supercivilizaciones que hacen superciencia y utilizan supertecnología es muy entretenido, pero conviene atemperarlas con un sano escepticismo. No hay duda de que la ciencia del siglo XXI es incompleta y provisional, pero todavía representa la vía más fiable hacia el conocimiento, y nos brinda un rico acervo de sabiduría y experiencia acumuladas a lo largo de varios siglos de meticulosas investigaciones. En la búsqueda de inteligencia extraterrestre, merece la pena adoptar una actitud pragmática y quedarnos con nuestra ciencia actual como la mejor guía de que disponemos, al tiempo que nos mantenemos abiertos a la posibilidad de que el futuro nos depare sorpresas. Es posible que en el futuro se demuestre que alguna parte de nuestra ciencia básica es errónea, pero si a la hora de reflexionar sobre la tecnología alienígena adoptamos la posición de que todo vale, todo lo que obtendremos será anarquía especulativa sin ningún valor predictivo. Tal vez los extraterrestres pueden viajar a más velocidad que la luz o teleportarse por el espacio, o levitar, o conseguir (lo más probable es que no) que el calor fluya al revés, de lo frío a lo caliente. Pero entonces nos situaríamos en un mundo de fantasía, y más valdría que nos olvidáramos del todo del SETI.