Para ir más allá de los indicadores toscos de la actividad tecnológica extraterrestre, como el uso de energía y recursos, andamos a tientas buscando un punto de referencia que nos resulte familiar, con la inevitable tentación de caer en la trampa de la experiencia humana. Incluso la ciencia ficción nos presenta una ingeniería alienígena análoga a la nuestra. En la película de 1980 Hangar 18, por ejemplo, se investiga un platillo volante por el simple procedimiento de apretar algunos botones para ver qué pasa. La nave gigante de Independence Day va equipada con consolas de ordenador de los años 1990, sin cortafuegos, a pesar de ser el producto de más de un millón de años de tecnología. Aun en la más cuidada ciencia ficción, los artefactos alienígenas pueden asimilarse a máquinas en el sentido del término en el siglo XX: forma geométrica regular, fabricados con metal o algún sustituto superior, a menudo inertes salvo que se accionen deliberadamente, y construidos a una escala de tamaño habitual para nosotros. Pero la tecnología alienígena avanzada no tiene por qué ser así. De hecho, al reflexionar sobre las actividades de una superinteligencia vale la pena liberar la mente de todo tipo de preconcepciones. Para ayudarnos a hacerlo, pensemos en una hipotética tecnología alienígena que:
Estamos tan unidos al concepto humano de la máquina como pedazos de metal con botones y palancas, o como información que se procesa (como en los programas de ordenador), que se nos hace difícil conceptualizar una tecnología que implique niveles superiores de manipulación. ¿A qué me refiero con eso? Una máquina convencional como un coche mueve materia de una forma organizada. Por otro lado, la tecnología de la información mueve información de una forma organizada. Por ejemplo, en mi ordenador, Photoshop puede girar una imagen. Cuando eso ocurre, la materia también se mueve (los electrones en los circuitos del ordenador), pero no reconoceríamos la tecnología en acción observando los electrones, sino a través de la imagen completa.
Una manera de pensar en la información es como un concepto a un «nivel más alto» que la materia. El nivel superior se sostiene en el nivel inferior, pero lo trasciende. Así, un programa de ordenador (un concepto abstracto) requiere de manera invariable una máquina física que lo sostenga: los bits de información que dan vueltas por el interior de un ordenador, o los datos sensoriales en el cerebro, necesitan interruptores o neuronas. Lo que ahora planteo es lo siguiente: ¿son estos dos niveles conceptuales, materia e información, los únicos? Hace quinientos años el concepto mismo de un dispositivo que manipule información (un programa de ordenador) hubiera resultado incomprensible. ¿Es posible que exista un nivel aún más alto, y fuera de toda experiencia humana, que organice la información del mismo modo que el procesado de información organiza electrones? De ser así, ese «tercer nivel» nunca sería evidente en nuestras observaciones hechas al nivel de la información, y mucho menos en las realizadas al nivel de la materia. No disponemos de vocabulario para describir el tercer nivel, pero eso no significa que no exista, y tenemos que estar abiertos a la posibilidad de que una tecnología alienígena actúe en el tercer nivel, o quizá en el cuarto, el quinto, o algún nivel superior.
Para pensar de forma creativa sobre este tema, debemos mantenernos alerta incluso ante nociones como «control», «manipulación» y «diseño», pues también éstas son categorías humanas que quizá sean perecederas. La separación arbitraria de los objetos en «naturales» y «artificiales» es algo que damos por sentado, pero como debatiré en el siguiente capítulo, no es más que una distinción cultural. La tecnología es, en el sentido más amplio, mente, inteligencia o propósito mezclados con la naturaleza. Y lo que es más importante, los dispositivos tecnológicos no subyugan a la naturaleza: todavía obedecen las leyes de la física. La tecnología se sirve de las leyes, pero no las invalida. Así que decir que una radio, un láser o un obelisco en la Luna «no son naturales» no significa que no sean parte de la naturaleza. La mejor manera que se me ocurre para expresarlo es que la tecnología es naturaleza-plus. (El arte también es naturaleza-plus). El valor que añade la tecnología es una amalgama muy específica de limitación y liberación, especialmente obvia con relación a la realización de objetivos concretos. Una lavadora no puede hacer pan, pero puede hacer algo que la naturaleza sin modificar no puede hacer, a saber, lavar, enjuagar y centrifugar la ropa, que es para lo que está diseñada. Un ordenador no puede volar, pero puede demostrar el teorema de los cuatro colores, que no es algo que la Madre Naturaleza tenga pensado hacer en ningún lugar, que yo sepa. Sin embargo, y ésta es la cuestión central que quiero establecer, la tecnología de ese tipo (nuestro tipo) podría ser tan sólo una de las maneras en que la naturaleza se convierte en naturaleza-plus. Podríamos pasar totalmente por alto, sin reconocerla ni apreciarla, una forma más sofisticada de naturaleza-plus, aunque la tuviéramos delante de las narices.
Una máquina se caracteriza por poseer cierta relación entre las partes y el todo: los componentes cooperan de una manera sistemática para realizar una función global. William Paley es el autor de la célebre analogía entre un reloj y un organismo vivo, observando que ambos consisten en un sistema completo y coherente de partes con dependencias mutuas, una concordancia que hoy se explica por la evolución darwiniana.[7.3] Pero la funcionalidad biológica y la de una máquina representan sólo una de las maneras en que pueden interrelacionarse las partes y los todos de una forma especial e inusual. De hecho, ya conocemos otro ejemplo: los sistemas cuánticos. La mecánica cuántica es el logro máximo de la física del siglo XX; el abanico de sus explicaciones y predicciones contrastadas se extiende desde la física de partículas a la cosmología, con un recorrido muy amplio entre estos dos extremos. Los principios de la mecánica cuántica subyacen al láser, el transistor, los imanes superconductores y muchos otros elementos de la tecnología humana. Esta teoría explica casi todo, desde el Big Bang hasta la energía nuclear o la electricidad. Así que tenemos que tomar muy en serio sus predicciones.
Una de las predicciones de la mecánica cuántica es que una parte sólo está definida adecuadamente con relación al estado del todo del que es parte. Esta descripción, que parece inspirada en la filosofía zen, puede entenderse mejor con un ejemplo. Un átomo puede comportarse como onda y como partícula. Aislado, no es ninguna de las dos de manera específica; su estado no está decidido. Pero situado en el contexto de un sistema mayor, su naturaleza intrínsecamente ambigua puede resolverse. He aquí cómo. Podemos construir un tipo de microscopio que determine la posición de un átomo particular, llamémosle A. Tras la medición, A será «un átomo que ocupa un lugar». Alternativamente, podemos construir un aparato que ponga de manifiesto la naturaleza ondulatoria del átomo, en cuyo caso A será «un átomo con una velocidad» (una onda cuántica describe el átomo como dotado de un momento o impulso específico). El aspecto crucial es que, de acuerdo con la teoría cuántica, A no puede ser al mismo tiempo «un átomo que ocupa un lugar» y «un átomo con una velocidad». Cuál de estos dos aspectos, onda o partícula, de la identidad dual de A se manifiesta depende del tipo de aparato con el que interacciona, es decir, de la disposición de su entorno. Ahora bien, el sistema «átomo A más aparato» es también un conjunto de átomos, así que la configuración y el estado particulares de todos los átomos tomados en su conjunto sirve para definir la naturaleza del átomo individual A. Y eso es cierto en general: todos los átomos que interaccionan con sistemas más grandes están definidos en parte por la totalidad de los átomos, mientras que, a su vez, esa totalidad está compuesta de las partes. Se han hecho muchos intentos por expresar esta interdependencia «hacia arriba y hacia abajo» entre las partes y el todo en los sistemas cuánticos. Niels Bohr lo compara con el yin y el yang. David Bohm lo describió como un «orden implicado».[7.4] Más recientemente se lo ha llamado «extrañeza cuántica».
La extrañeza cuántica, los organismos vivos, las mentes y las máquinas diseñadas nos dan ejemplos en los que todos y partes se interrelacionan de formas distintas. Sería ingenuo suponer que la lista anterior es exhaustiva. Puede haber muchas maneras en que las relaciones todo-parte pueden diferir de nuestra experiencia. Al fin y al cabo, hace cien años, ¿quién hubiera sospechado que los átomos se comportaban así? Una tecnología alienígena realmente avanzada podría manifestarse a través de una forma de interrelación todo-parte completamente nueva. Y del mismo modo que la extrañeza cuántica sólo se revela con aparatos muy especiales, la tecnología extraterrestre podría pasarnos inadvertida e insospechada simplemente porque no la estamos viendo con el equivalente de…, en fin, un interferómetro con divisor de haz de condensado de Bose-Eisntein.