Por lo que atañe a la posibilidad de los viajes por el espacio, los futurólogos se dividen en dos bandos. Uno de ellos predice un futuro rosa en el que nuevos sistemas de propulsión y economías de escala proporcionarán un vigor renovado a nuestra exploración del espacio. Se establecerán colonias en la Luna, luego en Marte, tal vez en algunos asteroides, y con ellas nacerán nuevas industrias, impulsadas por intereses comerciales.[6.6] A lo largo de las próximas décadas, los humanos se dispersarán por el sistema solar y más allá, cumpliendo así con su destino cósmico.
Los pesimistas no se creen nada de eso. Para ellos la exploración del espacio no es más que un extravío idiosincrásico y transitorio que tiene sus raíces en la política de la guerra fría y el ansia por alcanzar la «frontera superior». Ante los enormes costes de lanzamiento y los míseros beneficios comerciales de los viajes espaciales, es inevitable que los contribuyentes acaben por pagar la factura y que el programa espacial al completo vaya menguando hasta extinguirse. No importa que los resultados científicos que se obtienen gracias a la exploración del espacio sean inmensos; es un secreto a voces que el programa espacial de Estados Unidos se reduciría de forma drástica de no ser por los considerables intereses militares que lo impulsan. Cabe esperar, y aun dar por hecho, que en un siglo o dos un «nuevo orden mundial» acabe con la amenaza militar desde el espacio. Si eso ocurre, la exploración del espacio con naves tripuladas se convertirá en una víctima inevitable del concomitante «dividendo de la paz». Los signos de un menor interés ya se manifiestan en la reducción de los presupuestos de la NASA y otras agencias espaciales. No es difícil convencerse de que la presencia humana a gran escala en el espacio no durará más allá de una o dos décadas.
Sigo dudando de a cuál de las dos posibilidades, la optimista o la pesimista, debo conceder más crédito. Las dos son plausibles. En términos de la paradoja de Fermi, sin embargo, todo se reduce a lo siguiente. Fermi vivió en los albores de la era espacial, cuando era lógico creer que la exploración del espacio sería una extensión fluida de la exploración terrestre, y que crecería de forma exponencial junto con la ciencia, la tecnología y la economía global. Al fin y al cabo, Fermi y sus colaboradores acababan de construir la primera bomba atómica. Los cohetes impulsados por energía nuclear parecían estar a sólo un paso.[6.7] Flash Gordon, el héroe de los cómics, regía el universo. En la actualidad, cuatro décadas después del último viaje a la Luna, los vuelos espaciales no parecen tan inevitables. Al pensar en civilizaciones alienígenas, sería precipitado concluir a partir de unas pocas décadas de nuestro propio programa espacial que los viajes por el espacio son inevitables en una civilización más avanzada. No obstante, sería igualmente precipitado suponer que ninguna civilización alienígena se ha expandido nunca por la galaxia. Conviene recordar que, al pensar en la posibilidad de una tecnología extraterrestre, necesitamos adoptar una perspectiva que englobe un intervalo de tiempo muchísimo mayor que el de toda la historia humana.
Fermi descartó la existencia de alienígenas sobre la base de un modelo simplista de la migración, en la que los extraterrestres dejarían su planeta original y migrarían de forma sistemática por toda la galaxia, colonizando planetas por el camino. En este capítulo consideraré una variación sobre este tema que no es tan fácil de descartar: que los alienígenas llegaron a nuestro planeta, pero no se quedaron en él. No obstante, podrían haber dejado su huella. Durante cincuenta años el SETI ha estado motivado por la esperanza de que alguna civilización extraterrestre avanzada se manifieste por medio de sus emisiones de radio. Pero el inquietante silencio nos anima a reevaluar esa expectativa, y a considerar otras maneras en que la inteligencia alienígena podría dejar un rastro identificable. Como todo científico forense sabe, la conducta inteligente puede delatarse a sí misma de muchas maneras indirectas y sutiles, incluso cuando los sujetos en cuestión hagan un intento consciente por ocultar sus actividades. El universo es una plaza rica y compleja en cuya arena podrían yacer los signos de una inteligencia extraterrestre, enterrados en medio de una mezcolanza de datos de procesos naturales, y sacados a la luz solamente después de alguna ingeniosa pesquisa. Aunque nunca lleguemos a detectar una baliza o una señal deliberada de una civilización extraterrestre, tal vez podamos acumular las suficientes pruebas circunstanciales para convencernos de que no estamos solos en el universo. Pero para hacer progresos es esencial diseñar estrategias que vayan mucho más allá del SETI tradicional. «Nuestros experimentos todavía se dirigen a buscar el tipo de extraterrestre que hubiera satisfecho a Percival Lowell», admite el principal astrónomo de SETI, Seth Shostak.[6.8] Una búsqueda más amplia de la tecnología alienígena debería incluir algo más que el uso de radiotelescopios, y de preferencia englobar el abanico completo de la ciencia moderna, desde la física de partículas hasta la astrofísica, pasando por la microbiología. En su sentido más amplio, la tecnología alienígena debería delatarse a sí misma por algún tipo de anomalía, algo de «aspecto sospechoso», fuera de lugar o de contexto. Podría ser algo pequeño, tal vez una perturbación menor, fácil de pasar por alto, pero que lleve la marca inconfundible de lo artificial. Como todavía no sabemos de qué puede tratarse, merece la pena mantener la mente abierta y ser tan imaginativo como sea posible.
Para hacerse una idea de dónde buscar, primero tenemos que hacernos una imagen detallada de cómo puede producirse la migración interestelar. Imaginemos que las nuevas civilizaciones tecnológicas nacen al azar, aquí y allá, por toda la galaxia, y que algunas decaen, otras perduran, otras florecen, en un proceso que continúa durante miles de millones de años. ¿Qué pautas emergerían de este proceso? ¿Cuánto tardaría en llenarse la galaxia de migrantes? ¿Con qué frecuencia las civilizaciones vecinas se fundirían o se enfrentarían? Fermi fundamentó su paradoja en una simple analogía con las migraciones humanas. Los humanos modernos salieron de su hogar en África hace poco más de 100.000 años, y se extendieron con gran rapidez por todo el planeta, alcanzando lugares tan alejados como Tasmania, la Tierra del Fuego, las islas del Pacífico y los páramos del Ártico. El paso inicial era la colonización de un territorio virgen. A éste lo seguía un período de consolidación, tras el cual se reiniciaba la emigración desde la colonia en busca de más tierras desocupadas. Paso a paso, esta dispersión continuó hasta que todos los lugares accesibles del planeta quedaron habitados. Como los exploradores que triunfaban vivían para transmitir sus genes, la evolución darwiniana fijó en el acervo génico las ansias de conocer mundo, y por eso los seres humanos todavía sentimos (por lo menos algunos de nosotros) el impulso de escalar la siguiente montaña, viajar a la Luna o fundar colonias en Marte, aunque, en su gran mayoría, las personas ya no tienen ninguna necesidad de seguir desplazándose para sobrevivir. Muchos escritores de ciencia ficción han extrapolado nuestra historia y nos muestran a nuestros descendientes viajando a las estrellas, quizá estableciendo un poderoso imperio, impulsados hasta los confines de la galaxia por aquellos antiguos genes del ansia de conocer nuevos lugares y su callado imperativo de que «la hierba es más verde en el otro valle».
Sin embargo, la experiencia humana podría no ser relevante para la migración galáctica extraterrestre. Las motivaciones de los alienígenas inteligentes son un libro cerrado para nosotros. Sea lo que sea lo que los induce a expandirse, es poco probable que sea el producto de unos impulsos primitivos que confieren poco valor de supervivencia a largo plazo: sospecho que los genes en cuestión se habrían eliminado hace mucho tiempo del acervo génico mediante técnicas de ingeniería genética. Por lo que respecta a la inteligencia de las máquinas, nos encontramos en la oscuridad más absoluta. ¿Quién se atreve a conjeturar qué estrategias podrían programar unas mentes extraterrestres en unas sondas de Von Neumann, o cómo podrían evolucionar esas estrategias si las máquinas autorreplicantes poseyeran autonomía? Todo esto hace difícil imaginar qué circunstancias podrían llevar a una civilización extraterrestre a expandirse por el espacio, y si lo hiciese, de qué modo y hasta dónde. Aun en el caso de que la diáspora no venga motivada por impulsos biológicos («Tenemos que salir de aquí»), podría ser una conclusión racional («Una colonia en el planeta X sería un buen complemento para nuestra sociedad»). Para modelar la migración alienígena tenemos que partir de algo, y un buen lugar para empezar es la máxima de que, si algo es bueno, más es mejor. Si una civilización crea algo de valor en su propio planeta (una cultura, un éxito tecnológico, una visión grandiosa; no tenemos que decidir qué), parece razonable pensar que la comunidad decida replicarlo en otro lugar. Y con esta modesta inversión en suposiciones, puede deducirse mucho con la ayuda de modelos matemáticos.