D urante el verano de 1950, el físico italiano Enrico Fermi estuvo trabajando en Los Álamos, en Nuevo México, en el laboratorio donde se había diseñado la bomba atómica durante la segunda guerra mundial. Fermi ya era entonces una figura legendaria de la física teórica gracias a que había resuelto un gran número de problemas de la mecánica cuántica, la física de partículas y la astrofísica, y a que había desempeñado un papel central en el proyecto Manhattan. Era visto como el genio arquetípico (véase la figura 9). Un día Fermi se dirigía a comer con unos colegas, entre los que se contaba Edward Teller, conocido a veces como el padre de la bomba de hidrógeno, y John von Neumann (a quien mencioné en el capítulo anterior con relación a las máquinas autorreplicantes), cuando la conversación giró en torno a los ovnis, o «platillos volantes», como los había bautizado la prensa, que por aquel entonces se avistaban en gran número. La charla derivó de manera natural hacia una animada discusión sobre la probabilidad de que haya vida extraterrestre y de que los platillos volantes fuesen en efecto naves espaciales alienígenas. A mitad del debate, Fermi preguntó de repente: «¿Dónde están todos?», refiriéndose, por supuesto, a los supuestos alienígenas. Si la galaxia está repleta de vida, explicó, la Tierra debería haber sido colonizada en el pasado. Los extraterrestres deberían haber estado aquí desde hace mucho tiempo, y deberíamos conocerlos.
El argumento básico de Fermi es sencillo. La vida en la Tierra ha tardado 3.000 o 4.000 millones de años en evolucionar hasta la inteligencia y la tecnología. Si, al mismo tiempo que en la Tierra, hubiera comenzado la vida en otro planeta, llamémosle X, la probabilidad de que la vida en X hubiera alcanzado el mismo nivel de tecnología que los humanos en este momento, o de unos pocos miles de años arriba o abajo, es extraordinariamente pequeña. Pensemos en los muchos eventos aleatorios que se han producido durante los miles de millones de años de evolución, como el impacto que acabó con la vida de los dinosaurios hace 65 millones de años. ¿Cuál es la probabilidad de que en el planeta X se produjese un impacto similar que además hubiera provocado una transformación parecida y más o menos al mismo tiempo? Despreciable. Si X evolucionó hasta la vida inteligente y la tecnología siguiendo una vía evolutiva distinta, podría haber alcanzado el nivel de la tecnología humana decenas o incluso millones de años antes que nosotros. O después. Si la Tierra fuese típica y si ahí afuera hubiese montones de planetas X, en algunos de ellos la vida evolucionaría hasta la tecnología más despacio que aquí, así que a esos planetas todavía les quedaría mucho tiempo antes de alcanzar nuestro nivel tecnológico, tal vez 100 millones de años o más. Ahora añadamos a eso que hubiera planetas parecidos a la Tierra antes de que nuestro sistema solar siquiera existiera: en esos planetas, la vida le llevaría mucha ventaja a la nuestra. Juntando todo esto, la conclusión es evidente: si la vida está muy extendida y la Tierra es típica, debería haber habido muchos planetas con civilizaciones avanzadas que hubieran conquistado el espacio hace mucho, mucho tiempo. Entonces, ¿por qué todavía no han llegado aquí los extraterrestres? Esto es, en pocas palabras, lo que ha dado en conocerse como «paradoja de Fermi». En sentido estricto, no se trata de una paradoja tal como la definen los filósofos sino, simplemente, una consecuencia ineludible de unas suposiciones bastante plausibles. Pero ¿cuál es la respuesta?
FIGURA 9. El genio italiano Enrico Fermi.
La explicación más obvia de la ausencia de extraterrestres en la Tierra es que no existen, que estamos solos en el universo. Ésa era presuntamente la posición de Fermi, y el objeto de su argumentación era desacreditar las historias de platillos volantes. Si ésta es la respuesta correcta, SETI es una pérdida de tiempo y dinero. Pero no debemos apresurarnos a extraer esta conclusión tan pesimista. Podemos pensar en muchas razones por las cuales las civilizaciones extraterrestre estén ahí afuera pero no aquí con nosotros. Un entretenido libro de Stephen Webb proporciona una lista de no menos de cincuenta explicaciones de la llamativa ausencia de ET,[6.2] desde la «hipótesis del zoo» (nos miran, pero no establecen contacto) hasta la hipótesis del «universo paralelo» (los alienígenas están demasiado entretenidos explorando otros universos como para molestarse con nosotros). Cada uno que elija la suya.
A modo de ilustración, consideremos la siguiente propuesta. Supongamos que en la Vía Láctea hay muchas civilizaciones que ya hace mucho tiempo que establecieron una red galáctica para el intercambio de información. Ésta es una idea que se remonta a 1974, cuando un astrónomo de la Universidad de Stanford, Ronald Bracewell, imaginó un «Club Galáctico» de civilizaciones que se comunicaban, que compartían noticias, información y cotilleos enviándose datos entre las estrellas como mensajes de correo electrónico por una Internet cósmica.[6.3] El club podría haberse constituido incluso antes de que se formara el sistema solar, hace unos 4.500 millones de años (la galaxia tiene más de 12.000 millones de años). Algunos miembros se habrían dado de baja si sus civilizaciones decaían o eran destruidas por una catástrofe, mientras que otras se irían apuntando a medida que alcanzaran la tecnología de la radio y descubrieran que existía una red de intercambio de información ya operativa. Bracewell creía que la humanidad estaba a punto de unirse a este Club Galáctico como el más reciente de los miembros, un paso que nos reportaría incontables beneficios, pero que también constituiría una traba para desarrollar los viajes interestelares. Si la motivación para explorar es satisfacer la curiosidad y obtener información, es mucho más fácil entrar en la GWW (Galactic Wide Web) y obtener la información gratis. A fin de cuentas, es mucho más rápido y barato enviar ondas de radio por el espacio interestelar que unas grandes máquinas de metal. Si en el planeta de destino ya hay alguien, ¿por qué molestarse en viajar hasta allí? Si el objeto de los viajes espaciales es la exploración, bastaría con que los alienígenas nos enviasen el contenido de sus últimos DVD. Por otro lado, si el propósito es la conquista, el hecho de que el planeta escogido ya tenga una civilización más avanzada y cómodamente instalada sería un fuerte elemento disuasorio. Al final, tendría más sentido que la civilización recién llegada se quedara donde está y se limitara a unirse al Club Galáctico. Pero si nadie viaja, no hay razón alguna para que aquí haya extraterrestres, o siquiera pasen cerca de nosotros. No es que no haya nadie ahí afuera, es que los viajes espaciales no son una idea demasiado atractiva. Creo que este argumento tiene cierta fuerza, pero sólo resulta convincente si existe un número muy grande de planetas con comunidades tecnológicas autóctonas. Si hay muchos inmuebles planetarios vacíos por el espacio, es más probable que alguna civilización se mude y lo ocupe, aun cuando permanezca en «el Club». Además, conviene recelar, como siempre, del antropocentrismo. Los humanos han sido siempre propensos a migrar por curiosidad, ganancias materiales o conquista. Pero podría haber muchos motivos para que una civilización alienígena se expanda por el espacio, algunas de las cuales tendrían muy poco sentido para nosotros.
Una cuestión que en este caso carece de relevancia es la enorme distancia que existe entre las estrellas. Es cierto que, a las velocidades que podemos alcanzar los humanos, llevaría mucho tiempo completar el viaje desde un sistema estelar a otro, incluso para una nave muy veloz. Sin embargo, a una décima parte de la velocidad de la luz, para que una nave cruzara la galaxia sólo se necesitaría un millón de años. Si hubiera existido alguna civilización alienígena en algún lugar de la galaxia durante, pongamos, los últimos mil millones de años, un viaje de un millón de años todavía se encontraría dentro de su escala de tiempo. Naturalmente, quizá no quisiera realizar el viaje de un solo golpe. Lo más probable es que se desplazara de un planeta a otro cercano, tal vez en enormes arcas espaciales que tardarían varias generaciones en completar el viaje, y se instalaran en cada nuevo planeta. Con el tiempo, la colonia maduraría y los colonos se aventurarían hasta el siguiente planeta adecuado, y así sucesivamente. Esta colonización progresiva es más lenta que una expedición con un destino específico, pero no mucho a una escala astronómica. Si una colonia tardara unos mil años en madurar, y si los planetas adecuados se encontraran a una distancia media de unos diez años luz, el tiempo acumulado de residencia planetaria añadiría tan sólo unos 3 millones de años al tiempo total necesario para alcanzar la Tierra desde el interior de la galaxia, donde residen las estrellas más viejas y donde, por consiguiente, cabría esperar que se encontraran las civilizaciones más avanzadas. Eso es menos de cuatro millones de años para llegar aquí. Por supuesto, no cabría esperar que los alienígenas se vinieran derechitos a la Tierra, con todos los apetecibles planetas habitables que se encontrarían por el camino. Más bien podemos imaginar que la civilización original iría extendiendo sus tentáculos colonizadores en todas las direcciones que resultaran prometedoras, tal vez hasta englobar toda la galaxia. Un proceso de difusión como ése llevaría más tiempo, pero aun así constituiría solamente una pequeña fracción de la edad de la galaxia. Como es obvio, no todas las civilizaciones que viajaran por el espacio estarían interesadas en colonizar la galaxia al estilo de un imperio; mejor que no sea así, pues de lo contrario se producirían continuamente acres conflictos. Pero bastaría una sola de esas comunidades en algún lugar de la galaxia para que se nos plantee el difícil acertijo de Fermi.
Cuando Fermi enunció su «paradoja» original, lo que tenía en mente eran alienígenas de carne y hueso que llegaran a la Tierra, pero puede aplicarse el mismo razonamiento a los artefactos alienígenas, sobre todo si pueden multiplicarse y dispersarse, como las máquinas de Von Neumann. Cuando se trata de la exploración y colonización del espacio, unas máquinas que puedan replicarse ofrecen grandes ventajas en comparación con los pioneros biológicos en cuanto a coste, durabilidad y supervivencia. Si las civilizaciones extraterrestres son comunes, la galaxia debería estar plagada de máquinas de Von Neumann, pues éstas podrían colonizar toda la Vía Láctea en mucho menos tiempo que la edad del sistema solar. Como hasta el momento no se ha hallado ningún indicio de máquinas de Von Neumann en nuestro vecindario astronómico, podría interpretarse que su ausencia inclina la balanza en contra de la hipótesis de que las civilizaciones extraterrestres son comunes.
El físico Frank Tipler ha defendido enérgicamente que la ausencia aparente de máquinas de Von Neumann en el sistema solar demuestra que estamos solos en el universo. Según sus propias estimaciones, sólo harían falta 300 millones de años para llenar la galaxia con estos dispositivos, así que ha habido tiempo de sobra para que se produzca una invasión galáctica. Tipler razona que las sondas de Von Neumann son una forma altamente eficaz de migración interestelar, desde un punto de vista tanto logístico como económico, y que, por consiguiente, su ausencia representa una versión aún más potente de la paradoja de Fermi. Es fácil imaginar razones por las que unos seres vivos prefieran evitar los viajes entre las estrellas (al fin y al cabo, se trata de un viaje muy largo); en cambio, no es tan fácil de entender por qué no habrían de viajar unas sondas de Von Neumann alienígenas.
El argumento de Tipler funciona sólo si aceptamos su premisa mayor, que es que no hay máquinas de Von Neumann en el sistema solar. ¿Podemos estar seguros de que es así? Obviamente podemos descartar la posibilidad de que las máquinas de Von Neumann se multipliquen hasta infestar el sistema solar. Pero para una estrategia menos agresiva, la situación no está tan clara. Como ya he explicado en el capítulo anterior, son muchos los lugares donde podría esconderse una pequeña máquina inerte sin que nosotros lo sepamos. Aun así, resulta difícil entender el propósito de un programa de este tipo que no sea el de establecer contacto con la vida inteligente indígena. Y en ese caso, ¿por qué ese inquietante silencio?