Un mensaje en nuestro umbral

El principal inconveniente del SETI convencional es el inmenso intervalo de tiempo necesario para que las señales de radio transiten entre las estrellas. Si descubriéramos otra civilización a 1.000 años luz de distancia, tardaríamos al menos 2.000 años en recibir una respuesta a cualquier mensaje que les enviásemos. Como bien señaló Carl Sagan, eso no es lo que se dice una charla animada. Visto desde una perspectiva geológica o evolutiva, dos milenios son un abrir y cerrar de ojos, pero a escala humana es una lentitud exasperante. Sin embargo, hay una posibilidad más esperanzadora. Los humanos podríamos mantener una conversación con una inteligencia inteligente, y casi a tiempo real, a través de un sustituto en la forma de una sonda que los extraterrestres habrían enviado hasta el sistema solar, donde el tiempo de desplazamiento de las señales se mide en horas o minutos.[5.16] Ronald Bracewell planteó esta posibilidad en los comienzos del SETI, y desde entonces ha sido un tema recurrente.[5.17]

Desde el punto de vista de los alienígenas, la gran ventaja que ofrece una sonda es que puede plantarse y olvidarse uno de ella. Con el diseño adecuado, podría sobrevivir a la civilización que la envió. No necesita una gran antena, salvo que se requiera para informar al centro de mando en el planeta de origen. Los radiotelescopios de la Tierra no tuvieron problema en captar la señal de la nave Pioneer 10 en los márgenes del sistema solar (hace unos años se perdió el contacto), y su transmisor no era más potente que una bombilla de árbol de Navidad. Una sonda alienígena podría almacenar una ingente cantidad de información en un chip diminuto; una vez hubiera establecido contacto con nosotros, su supercomputadora podría iniciar un intenso intercambio educativo y cultural. En principio, la sonda podría tener cualquier tamaño, pero por el momento pienso en algo parecido a uno de nuestros satélites de comunicaciones.

Si cerca de nuestro planeta hubiese una sonda alienígena, ¿nos daríamos cuenta? Desde nuestro punto de vista, lo mejor sería una sonda en órbita alrededor de la Tierra. Pero podemos descartarlo: la inmensa cantidad de material en órbita (en su mayor parte chatarra) se ha catalogado con todo detalle, y no hay objetos desconocidos circulando por encima de nuestras cabezas. ¿Y más lejos? Una pequeña sonda en órbita geosincrónica[5.18] (que es mucho más alta), o alrededor de la Luna, probablemente habría escapado a nuestra atención en estos momentos. La mecánica newtoniana demuestra que las órbitas estables a largo plazo son pocas y deben escogerse con sumo cuidado para eludir la necesidad de corregir la órbita con frecuencia. Por suerte, hay dos puntos en el espacio donde los campos gravitatorios combinados del Sol y la Tierra crean órbitas estables que llevan el paso con respecto a la Tierra en su viaje alrededor del Sol; técnicamente, se conocen como puntos L4 y L5 de Lagrange. Los científicos del SETI se están ocupando de ellos; ya se han realizado varias búsquedas preliminares de los puntos de Lagrange, pero no han revelado nada inusual.[5.19] Lo que todavía no se ha intentado, por lo que yo sé, es enviar un haz de potentes señales de radio desde la Tierra hacia L4 y L5 con el propósito de «despertar» una posible sonda extraterrestre que pudiera estar allí aparcada.

El resto del sistema solar es tan vasto que una búsqueda sistemática de una sonda pequeña no es realista. Un objeto artificial en el cinturón de asteroides, donde estaría rodeado de rocas en órbita de todas las formas y tamaños, sería casi con seguridad imposible de identificar, sobre todo si se encuentra anclado a un asteroide. Una forma esférica o cónica precisa, o un conjunto de objetos conectados mediante puntales sin duda nos pondrían en alerta, pero si los alienígenas quisieran ocultar deliberadamente una sonda, no les costaría nada. El sistema solar podría estar plagado de sondas extraterrestres y ni nos enteraríamos a no ser que nos enviaran alguna señal.

No hay ninguna razón para pensar que una sonda en el sistema solar haya llegado en tiempos recientes. Podría haber sido enviada hace millones de años por una civilización que, con la ayuda de observaciones remotas, hubiera determinado que había vida en la Tierra. La sonda se habría mantenido pasiva, observando nuestro planeta y pasando el tiempo hasta que emergiera una sociedad tecnológica. En ese momento, si la computadora de la sonda lo considerara prudente, podría iniciar el contacto. ¿Cómo se produciría éste? El método más obvio sería que la sonda nos enviase una señal de radio. Para que pudiéramos reconocer su naturaleza excepcional, la señal tendría que llamar nuestra atención saliéndose mucho de lo habitual. Una sugerencia (usada por Carl Sagan en Contacto) es que la sonda nos reenviara una antigua emisión de nuestra propia radio o televisión. No cabe duda que nos dejaría pasmados que uno de nuestros radiotelescopios detectara una emisión de I Love Lucy procedente del espacio profundo. (Para que conste, la primera emisión de I Love Lucy tuvo lugar el 15 de octubre de 1951.) Por otro lado, si fueran telespectadores quienes recibieran la emisión en sus televisores, no les parecería raro, sólo otra reposición entre tantas.[5.20]

Una propuesta más extravagante es que la sonda utilizase Internet para comunicarse con nosotros. Sin duda la computadora de a bordo de la sonda estaría programada para evaluar primero el nivel de desarrollo y el carácter general de la sociedad humana antes de decidir manifestar su presencia. ¿Qué mejor manera de hacerse una idea de cómo es la humanidad que hojeando páginas webs, correos electrónicos, chats, YouTube, etc.? Al fin y al cabo, eso es lo que hacen las agencias de espionaje de los gobiernos. Cuando llegara el momento, la sonda ingresaría en un sitio web adecuado a través de una conexión por microondas y anunciaría públicamente su existencia.

Un grupo de entusiastas del SETI, encabezados por un investigador canadiense, Allen Tough, se han tomado la idea lo bastante en serio como para crear un sitio web dedicado de manera exclusiva a invitar a ET a conectarse (http://www.ieti.org/). El lector que se tome la molestia de visitarlo descubrirá mi nombre en la lista de signatarios que dan apoyo a este proyecto tan excéntrico como imaginativo. Como puede imaginarse, el sitio web ha atraído a una serie inacabable de astutos amigos del engaño, pero por desgracia a ninguna sonda extraterrestre, por lo menos hasta ahora. No obstante, la existencia del sitio web nos lleva a pensar en cómo podemos estar seguros de que quien se pone en contacto es realmente una entidad extraterrestre y no un bromista humano. Sería terrible que ET llamara y le respondiéramos «vete a tomarle el pelo a otro». Hace algunos años, Allen me llamó para consultarme sobre un misterioso contendiente que había superado sin problemas varias de las pruebas básicas diseñadas para identificar los engaños más burdos. Me pidió que le sugiriera una forma infalible de desenmascarar a un farsante. Le propuse que respondiera con un número de cien dígitos formado por el producto de dos números primos, y pidiera al contendiente que lo devolviera descompuesto en el producto de los números originales. La clave de la cuestión es que multiplicar dos números es fácil, pero el contrario, factorizar, es mucho más difícil. A modo de ejemplo, la mayoría de la gente tardaría menos de un minuto en resolver, por ejemplo, 141×79 = 11.139, pero si nos piden que hallemos dos números primos que multiplicados entre sí den 11.139, nos llevaría mucho más tiempo. Para conseguirlo hay que examinar todas las posibilidades y eliminarlas una a una hasta dar con la respuesta correcta. Un ordenador se enfrenta al mismo obstáculo, y los números grandes desconciertan hasta a las supercomputadoras más grandes del mundo. Por eso el producto de números primos está en la base de la mayoría de los sistemas de encriptación. Allen siguió la sugerencia y envió algunos números primos; para nuestra sorpresa, ¡el contacto respondió con la respuesta correcta al cabo de poco tiempo! Así que probamos con un número de 200 dígitos, que sabíamos que estaba más allá de las capacidades de cualquier supercomputador conocido. Llegados a este punto, el burlador, un operario de computadoras aburrido de Birmingham (Reino Unido), lanzó la toalla. El problema de la prueba de los números primos es que podría ser batido por una computadora cuántica, si alguna vez conseguimos construir una (véase el capítulo 7). Hasta el momento, pese a la inversión de millones de dólares en investigación, la computación cuántica sigue estando en pañales. Pero si alguna vez logramos construir una, habremos perdido una prueba muy útil para reconocer una tecnología extraterrestre.

Otra idea popular es que haya un artefacto extraterrestre en la propia Tierra. De ser así, ¿por qué no lo hemos encontrado? Hay muchos lugares donde un objeto de este tipo podría permanecer oculto, por ejemplo el fondo del océano, o enterrado a gran profundidad en el casquete de hielo de Groenlandia. Podría estar bajo Tierra en casi cualquier lugar del mundo sin que lo hayamos localizado. Todas estas posibilidades se han usado en la ciencia ficción, pero no está claro qué razón podría llevar a una civilización extraterrestre a ocultar un artefacto de este modo.

Si unos alienígenas enviaron una sonda a la Tierra por si acaso, sin saber de cierto si nuestro planeta tenía, o tendría pronto, una civilización extraterrestre, lo más probable es que llegase hace mucho tiempo, pongamos 10 millones de años, o incluso más. Uno de los principales obstáculos a los que se habrían enfrentado quienes lo enviaran sería el de construir un artefacto que pudiera permanecer intacto y funcional durante tan enorme cantidad de tiempo. (Nuestra tecnología sólo se mantiene funcional durante décadas). Desde el punto de vista de la durabilidad, la superficie de la Tierra es un lugar poco agradecido para aparcar una sonda a causa de cambios geológicos como glaciaciones, impactos de cometas, erupciones volcánicas, terremotos, etc. Un lugar menos variable sería la Luna, siempre y cuando el objeto se enterrara a la profundidad suficiente para evitar los impactos de pequeños meteoritos. Ésta es la posibilidad que exploraron Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick en la célebre historia de 2001: Una odisea en el espacio, donde el artefacto extraterrestre aparece como un obelisco gigante. Aunque la superficie de la Luna se ha fotografiado con todo detalle, si la sonda fuese pequeña, o si estuviese enterrada, todavía no la habríamos descubierto.