Estrechando la búsqueda

Inicié este capítulo con el ruego de que se amplíe la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Pero una aproximación sin un enfoque claro es poco probable que nos lleve al éxito, dada la naturaleza de la empresa, que recuerda la búsqueda de una aguja en un pajar. En el caso de las balizas, la tarea se hace menos onerosa si los esfuerzos se concentran en las regiones de la galaxia donde hay más estrellas. La estructura de la Vía Láctea recuerda un disco plano del que salen unos brazos en espiral; en uno de esos brazos se encuentra nuestro sistema solar. Las regiones exteriores de la galaxia están poco pobladas y son pobres en elementos pesados como el carbono, esencial para la vida. Es en las regiones interiores donde se encuentran la mayoría de las estrellas, y en especial las más viejas, las que con mayor probabilidad pueden albergar civilizaciones antiguas, así que la mayor esperanza de detectar una baliza se encuentra en la dirección de Sagitario, donde se localiza el centro de la galaxia.[5.10]

La dirección radial es sólo la mitad de la historia. ¿Qué hay de la habitabilidad en función de la distancia «por encima» o «por debajo» del plano galáctico? Ésta es una cuestión más complicada, porque las estrellas migran arriba y abajo en dirección transversal en su órbita por la galaxia. El Sol, por ejemplo, realiza una de estas oscilaciones cada 62 millones de años, lo que llega a alejarlo unos 230 años luz respecto al plano. Hace unos pocos años, dos físicos de Berkeley, Richard Muller y Robert Rohde, realizaron un sorprendente descubrimiento al examinar el registro fósil de la vida marina durante los últimos 542 millones de años.[5.11] Es bien sabido que la abundancia de vida en la Tierra sufre abruptas variaciones a causa de las extinciones en masa. Hay muchas teorías sobre el porqué de estas espeluznantes exterminaciones; por ejemplo, impactos cósmicos, supernovas, vulcanismo desbocado. Lo que Muller y Rhode descubrieron fue un ciclo muy marcado de 62 millones de años en la pauta de extinciones marinas, con un pico en la tasa de extinción que se correspondía con el momento en que el sistema solar se hallaba a la máxima distancia del plano galáctico en la dirección del norte (galáctico) y que era menor cuando se hallaba en el sur. Sus análisis sugieren la presencia de algo nefasto más allá del margen septentrional de la galaxia. ¿Qué podría ser, y por qué no se encuentra tanto al norte como al sur? (En ese caso, el ciclo sería de 31 millones de años, no 62.)

Una respuesta interesante es la propuesta por dos astrofísicos de la Universidad de Kansas, Mikhail Medvedev y Adrian Melott.[5.12] Estos investigadores señalan que si bien el brillante disco de la Vía Láctea es simétrico entre el norte y el sur, el halo galáctico no lo es. La galaxia emite un viento en forma de protones y otras partículas con carga, creando así una tenue nube que se extiende a gran distancia hacia el espacio intergaláctico en todas las direcciones, pero con una configuración ladeada hacia el sur. Hay una buena razón para que sea así. La Vía Láctea, junto con otras galaxias de nuestra vecindad, se desplaza a una velocidad de 200 kilómetros por segundo en dirección a una masiva agrupación de galaxias en la dirección de Virgo, que se halla hacia el norte, en términos galácticos. El medio intergaláctico, todavía más tenue (consistente básicamente en gas de hidrógeno ionizado), constituye un impedimento viscoso que ha deformado el halo hacia el sur, creando una asimetría. Donde el halo de gas entra en contacto con el medio intergaláctico, se produce una colisión en forma de arco. Con el tiempo, la energía liberada en este frente de colisión se transfiere, por medio de un proceso magnético, a los protones del medio intergaláctico y a los del halo, acelerándolos hasta energías muy elevadas. Son estos protones (junto a otro acelerados de modo parecido en el margen del halo) los que constituyen una gran fracción de los rayos cósmicos de alta energía que llegan a la Tierra. Nuestro planeta está protegido, hasta cierto punto, por su propio campo magnético, pero también por el campo magnético de la galaxia. La conclusión a la que llegaron Medvedev y Melott es que la intensidad de esta radiación cósmica que recibe la Tierra es sorprendentemente sensible a la localización del sistema solar. Cuando éste se sitúa «hacia el norte», más cerca del frente de colisión, el flujo de rayos cósmicos de alta energía es unas cinco veces mayor que cuando se encuentra «hacia el sur».

Hace ya tiempo que se invocan los rayos cósmicos para explicar las extinciones de especies. Un flujo elevado de rayos cósmicos que alcance las capas altas de la atmósfera provoca cambios químicos que pueden incrementar la cubierta de nubes, lo que puede desencadenar un drástico enfriamiento global. También puede crear una lluvia de unas perniciosas partículas subatómicas llamadas muones, que penetran a gran profundidad en los océanos y constituyen una amenaza para la vida marina. Además, los rayos cósmicos atacan la capa de ozono, dejando entonces que llegue a la superficie la mortífera radiación ultravioleta del Sol. El efecto combinado de todo ello es que la zona apta para la vida inteligente queda comprimida en una franja separada de la cara norte del plano galáctico. Es improbable que en un planeta del tipo de la Tierra pero alejado hacia la cara norte haya evolucionado hasta una civilización tecnológica, aunque es posible que se haya formado una civilización avanzada antes de que su sistema estelar migrara hacia el norte, y que ésta posea los conocimientos necesarios para «guarecerse de la tempestad» durante unos cuantos millones de años y salir ilesos de la tormenta de rayos cósmicos.[5.13] En cualquier caso, cabe esperar que la mayoría de las civilizaciones perdurables surjan alrededor de estrellas que realicen oscilaciones de menor amplitud y se mantengan cerca de la región segura del plano galáctico. Es razonable pensar que una civilización extraterrestre avanzada que utilice balizas decida reducir los costes concentrando el haz en este «plano de la vida» de la galaxia, en lugar de esparcir sus señales por el éter en todas las direcciones de manera indiscriminada. En consecuencia, si ahí afuera hay balizas, deberíamos encontrarlas agregadas en ese plano.

Las civilizaciones podrían utilizar balizas naturales como marcadores, con la esperanza de que los radioastrónomos de otros planetas estudien esos objetos y descubran algo raro en ellos. Centrarnos en esos objetos de manera específica podría ayudarnos a estrechar aun más la búsqueda. Los púlsares son potentes fuentes de radio bien conocidas por los astrónomos, y podrían usarse para atraer la atención hacia una señal artificial. Un púlsar es una estrella de neutrones que al girar esparce partículas cargadas, que luego emiten un haz intenso y estrecho de ondas de radio.[5.14] A medida que la estrella rota, el haz gira a su alrededor, igual que la luz de un faro. Desde la Tierra, el fenómeno se percibe como una serie muy regular de pulsos de radio. Algunas estrellas de neutrones giran tan rápido que los pulsos quedan espaciados apenas unos milisegundos. Estos objetos revisten un gran interés para los astrónomos, que los estudian a fondo. William Edmonson e Ian Stevens, de la Universidad de Birmingham, en el Reino Unido, han sugerido que los alienígenas podrían intentar transmitir pulsos artificiales en la dirección de los planetas habitables situados cerca de su línea de visión de un púlsar, transmitiendo entonces con la misma tasa que el púlsar.[5.15] Si la Tierra fuera uno de los planetas a los que apuntan, detectaríamos esos característicos pulsos desde una dirección del firmamento opuesta a la del púlsar, lo que constituiría una señal indisputable de algo inteligente y artificial. Edmonson y Stevens han identificado unas pocas docenas de estrellas que en potencia podrían sostener vida y que se encuentran dentro de un cono de 1° desde el lado de la Tierra, opuesto a púlsares muy estables y de rotación rápida. También han compilado una lista de las estrellas probables en la dirección frontal, es decir, bien alineadas con los púlsares. Como la señal debería consistir en pulsos regulares con un período conocido (el del púlsar), una señal mucho más débil sería detectable contra la radiación de fondo si se integran las observaciones durante un largo tiempo. Una civilización de tecnología más avanzada podría intentar utilizar la propia emisión del púlsar para transmitir su mensaje, modulando para ello los pulsos naturales de algún modo. Eso resolvería de una manera muy elegante el problema de la energía, pues los púlsares son tan potentes que pueden detectarse al otro lado de la galaxia con un radiotelescopio modesto. La señal debería manifestarse entonces como una pauta en la frecuencia, la intensidad o la polarización de los pulsos de radio.

Una baliza que sólo haga «blip» tendría un valor limitado para una comunidad que realice transmisiones, ya que un pulso transitorio no tiene, por su propia naturaleza, capacidad para codificar una gran cantidad de información. No obstante, podría actuar como una llave, permitiendo el acceso a una base de datos mucho mayor. Por ejemplo, la baliza podría indicar cómo descargar la Enciclopedia Galáctica de un repositorio. Pero ¿dónde podría hallarse el repositorio más cercano? ¿A medio camino del otro extremo de la galaxia? Quizá. Pero hay razones para pensar que podría estar en nuestro mismísimo umbral astronómico.