El último factor de la ecuación de Drake representa la duración media de una civilización con capacidad de comunicación. Para apreciar la significación de esto, imaginemos una ciudad en la que cada casa enciende y apaga sus luces durante diez segundos, una sola vez, en un momento de la noche elegido al azar para cada vivienda. Preguntémonos ahora cuál es la probabilidad de que dos de las casas de la ciudad estén encendidas al mismo tiempo. Si sólo hay unos pocos centenares de casas en la ciudad, es probable que ningún par de casas tengan las luces encendidas al mismo tiempo. Si las luces se dejasen encendidas durante un minuto en lugar de diez segundos, o si hubiera 10.000 casas en la ciudad en lugar de un centenar, las probabilidades de una iluminación simultánea serían mayores. Ahora pensemos del mismo modo en civilizaciones con capacidad de comunicación. Aparecen y desaparecen, se «encienden» para luego apagarse. En la actualidad, la civilización humana está «encendida». Lo que queremos saber es si alguien más en la galaxia está en este mismo momento en su fase de radiocomunicación.[4.14] En las búsquedas por radio del SETI, no sirve de nada saber que en la Vía Láctea han existido miles de civilizaciones con capacidad de comunicación, que han desaparecido hace mucho tiempo, y con ellos sus transmisiones, o que otras miles aparecerán en un futuro lejano cuando quizá la humanidad haya desaparecido. El objetivo del SETI tradicional es adquirir compañía cósmica en esta época. La probabilidad de que eso ocurra depende del término L de la ecuación de Drake, la longitud del período de tiempo durante el cual una civilización extraterrestre emite señales de radio. Cuanto mayor sea el valor de L, mayor será la probabilidad de que otra civilización esté emitiendo en estos momentos.
En 1961, Drake escogió un valor de L = 10.000 años. A Sagan, deprimido por la estupidez humana en relación con la guerra nuclear y los daños ambientales, le pareció que 10.000 años era un poco optimista. Michael Shermer, de la Sociedad de Escépticos, estimó que las civilizaciones humanas sufren de una inestabilidad inherente y suelen llegar al colapso al cabo de apenas unos cuantos siglos.[4.15] Algunos biólogos argumentan que la pervivencia típica de una especie de mamífero es de unos pocos millones de años, lo que establece un límite superior bastante general para la duración esperada para nuestra civilización. Por supuesto, nadie lo sabe de cierto. Personalmente creo que todos los argumentos relacionados con L son ingenuos e irrelevantes, sobre todo el biológico. La evolución darwiniana quedó suspendida con la agricultura, y hoy ha quedado superada con el advenimiento de la medicina moderna, los derechos democráticos, la ingeniería genética y la biotecnología. La civilización humana todavía puede sucumbir a una catástrofe natural, como un impacto de asteroide o una pandemia provocada por un virus de origen animal, o como consecuencia de desastres causados por el hombre, como una guerra nuclear. Pero desde luego nada de eso es inevitable, y si sobrevivimos a los próximos siglos, es muy probable que nos mantengamos durante un tiempo indefinido. No veo ninguna razón para que, una vez establecida una civilización extraterrestre, no deba perdurar mucho tiempo, del orden de millones o decenas de millones de años o más. Así que éste es un término de la ecuación de Drake sobre el que soy más optimista que muchos expertos.
De mayor relevancia para el SETI tradicional basado en la radio es la cuestión de si la huella electromagnética de una civilización también puede perdurar mucho tiempo. La humanidad lleva emitiendo señales de radio más o menos un siglo. Nuestras emisiones más potentes provienen de radares militares. A éstos les siguen las estaciones de televisión. Durante los primeros tiempos del SETI, los científicos predecían un aumento imparable del tráfico de radio, a medida que la riqueza y la tecnología aumentaran. Pero lo que ha ocurrido es más bien lo contrario. En primer lugar, las comunicaciones de punto a punto pasaron a estar dominadas por satélites de baja potencia que dirigen sus señales hacia la superficie de la Tierra. En segundo lugar, la mayor parte de las telecomunicaciones se ha desplazado de la radio a fibras ópticas subterráneas. Si ET está monitoreando nuestro tráfico de radio, le parecerá que ha aumentado hasta un pico a finales del siglo XX para luego descender. De aquí a un siglo, es posible que apenas salgan emisiones de nuestro planeta. (Tal vez todavía se use el radar, además de la ocasional transmisión de comandos a una sonda espacial). Así que, a menos que una civilización extraterrestre siga una política deliberada de transmisión de señales de radio potentes, es del todo posible que la galaxia esté repleta de civilizaciones avanzadas que, sin embargo, carezcan de un conjunto detectable de señales de radio artificiales. Se ha estimado que si construyéramos un radiotelescopio de 100 kilómetros de diámetro, sería tan sensible que podría detectar una estación de televisión tan alejada como Sirio, de modo que no importaría si ET nos dirige o no sus mensajes. Pero si la televisión de Sirio emitiera por cable, ¡mala suerte! Intentar escuchar a una civilización bajo la suposición de que todavía utiliza la tecnología humana de la década de 1980 no parece muy buena idea. (Volveremos sobre este tema en el capítulo 5.)
Sea como fuere, y para lo que pueda servir, si adoptamos la cifra de Drake de L = 10.000, junto con sus estimaciones para el resto de los factores de su ecuación epónima, se obtiene al final el resultado N = 10.000; es decir, debería haber en este momento en la galaxia unas 10.000 civilizaciones capaces de comunicarse entre sí (y con nosotros) mediante radiotecnología. Eso está muy bien. ¡Diez mil civilizaciones extraterrestres que emiten en este momento! Si lo supiéramos con certeza, el SETI sería una prioridad urgente. «¡Encontrémoslos!», diría todo el mundo. Pero, como ya he explicado, aunque muchos de los términos de la ecuación de Frank se conocen bastante bien, y al menos uno de ellos (L), desde mi punto de vista, está muy subestimado, la ecuación está del todo dominada por dos factores sobre los cuales apenas sabemos nada: fl, la fracción de planetas parecidos a la Tierra en los que surge la vida, y fi, la fracción de ellos en los que emerge la inteligencia. En mi opinión, el primero es más problemático que el segundo. Si surge la vida, la inteligencia al menos tiene una oportunidad. A lo mejor la inteligencia es, después de todo, más como las alas que como las trompas; al menos, eso no es demasiado increíble. Pero es perfectamente posible que el origen de la vida sea un accidente tan monstruoso que sólo se haya producido una vez, y esa vez sea la nuestra. En estos momentos no tenemos ninguna base científica para refutar esa posición. Hasta la fecha no hay el más mínimo indicio de que «la naturaleza favorece la vida», que hay un «principio de la vida» que dirige los turbios caldos químicos hacia la grandiosidad de la vida. Y como no tenemos la más mínima idea de cómo apareció la vida, a no ser que hallemos, y hasta que hallemos, una biosfera en la sombra o indicios fuertes de la existencia de vida en un planeta extrasolar, no podremos siquiera acotar fl inventando estimaciones numéricas optimistas y pesimistas. Por lo que ahora sabemos, esa fracción podría ser cualquier número entre 0 y 1.