En la sección precedente he examinado la idea de que la vida extraña podría estar restringida a bolsas aisladas fuera del alcance de la vida estándar, lo que la haría fácil de detectar. Sería mucho más difícil si la vida extraña y la vida estándar se hallaran mezcladas. Un tema constante en la ciencia ficción es que los alienígenas viven clandestinamente entre nosotros, indistinguibles de los humanos. Uno de los clásicos del género es Quatermass 2, una serie televisiva de terror de la BBC de la década de 1950, en la que unos individuos tienen la mala suerte de ser «ocupados» por los alienígenas. En otros, como en la serie de televisión americana de la década de 1960, The Invaders, que se prolongó durante muchas temporadas, los alienígenas disfrazados de humanos se infiltran en nuestra sociedad. La popularidad de este género tiene raíces en parte económicas: es más barato usar actores humanos con poco o nada de maquillaje que hagan el papel de alienígenas. Durante décadas también sirvió para alimentar el temor a la guerra fría y las neuróticas ideas de muchos occidentales de que «los rojos están por todas partes». Los avances en efectos especiales, diseño de disfraces e imágenes generadas por ordenador acabaron por cambiar la forma en que se nos presentaba a los extraterrestres, y así, para cuando se estrenaron películas como La guerra de las galaxias y Alien, la anatomía de los alienígenas se había tornado mucho más variada y mucho menos humanoide.
Pero basta de ciencia ficción. Ahora parece que una variante liliputiense del tema de la infiltración de los alienígenas podría resultar ser cierta. Si los microbios extraños se parecen a las bacterias estándar y habitan los mismos ambientes que nosotros, tal vez ya los hayamos detectado, pero al carecer de un uniforme visible que proclame su pertenencia a un club alternativo, no habrían suscitado mayor comentario: habrán permanecido ocultos en la muchedumbre microbiana.[3.15] Podría haber organismos alienígenas literalmente delante de nuestras narices (¡incluso dentro de nuestras narices!), a los que todavía no conocemos como tales. El problema espinoso es cómo identificarlos.
Una forma de hacerlo es con la bioquímica. Dos microbios pueden parecer semejantes pero desarrollar una química muy distinta en su interior. Si pudiéramos saber por adelantado cómo puede ser una bioquímica alternativa, podríamos analizar muestras de microorganismos en busca de sus señas. El truco es una buena conjetura. Como no sabemos exactamente qué es lo que buscamos, eso supone un reto considerable. Pero podemos hacer conjeturas basadas en el conocimiento. Un ejemplo obvio es la quiralidad, la selección de azúcares levógiros y aminoácidos dextrógiros en lugar de sus imágenes especulares (véase la página 59). Si la vida hubiera de comenzar de nuevo, existe la posibilidad de que eligiera la quiralidad opuesta (figura 3). Esta vida «especular» podría asemejarse a la vida estándar en todo lo demás (por ejemplo, por usar los mismos ácidos nucleicos y proteínas); sin embargo, destacaría, aunque no visualmente, sino por su bioquímica. Lo que necesitamos es un filtro químico dirigido a la vida estándar al que no responda la vida extraña. Discutía este problema con mi esposa Pauline hace pocos años, cuando se le ocurrió la brillante idea de cómo hacerlo. Sin duda, sugirió, la vida especular apartaría su proverbial nariz de un medio de cultivo sabroso para la vida estándar, mientras que se atracaría con una «sopa especular», un medio en el que los azúcares y aminoácidos estándar estuvieran sustituidos por sus imágenes especulares. Para la vida estándar, ocurriría lo contrario. Así podríamos separar las churras de las merinas. Convencimos a Richard Hoover y Elena Pikuta para que realizaran un experimento piloto de sopa especular en el Marshall Spaceflight Center que tiene la NASA en Huntsville (Alabama). Los resultados fueron muy curiosos, Hoover y Pikuta descubrieron un nuevo extremófilo de un lago muy alcalino de California que consumía de buen grado la sopa especular. Lo llamaron Aerovirgula multivorans (que, más o menos, significa que come de todo).[3.16] Lamentablemente, éste no era el microbio especular que nos hubiera gustado descubrir, sino un microbio estándar que se las había arreglado para adaptarse a consumir comida especular. Resulta que la vida estándar a veces utiliza moléculas especulares (por ejemplo, en las membranas celulares), y que algunos microbios estándar están cargados de enzimas que pueden romper moléculas con la quiralidad «incorrecta» y convertirlas en productos útiles. Según Hoover, Aerovirgula multivorans podía crecer digiriendo una versión especular del azúcar arabinosa, pero no podía crecer con la arabinosa estándar, lo cual es sorprendente. Así que la historia de la quiralidad es un poco enigmática y desde luego más compleja de lo que habíamos pensado. No obstante, el uso de la quiralidad como signo de la vida extraña sigue siendo una técnica obvia y fácil.
Otra pista podría estar en las piezas de construcción que podría utilizar la vida extraña. Como ya he mencionado, la vida estándar usa veintiún tipos de aminoácidos para sintetizar las proteínas, pero existen muchas otras variedades. En 1969 cayó cerca de Murchinson, en Australia, un inusual meteorito que pertenecía a la rara clase conocida como condritos carbonáceos (véase la lámina 7).
LÁMINA 7. Fragmento del meteorito Murchison, que contiene aminoácidos, el material de construcción de las proteínas.
El meteorito de Murchinson contiene abundante material orgánico (tanto que huele a petróleo), entre el que se incluyen muchos aminoácidos que la vida estándar no utiliza. Unas pocas personas se abalanzaron entonces sobre la conclusión de que el meteorito había estado habitado en otro tiempo por microbios alienígenas que se habían descompuesto, dejando los exóticos aminoácidos que contenían y que nosotros descubrimos entre sus restos. Pero esta conclusión es forzada; es más probable que estas moléculas orgánicas se hayan formado en algún lugar del espacio. Como ya he mencionado en el capítulo 2, no es difícil sintetizar aminoácidos en el laboratorio, así que cabe suponer que pueden formarse de muchas maneras naturales. La Tierra primitiva estaba cubierta de material carbonáceo proveniente de meteoritos y granos interplanetarios que caían como maná del cielo, proporcionando las materias primas de las que quizá emergiera la vida primera. Si esto es correcto, las células originales podrían haber escogido a su antojo en aquel cóctel orgánico. Por lo que sabemos, los veintiún aminoácidos escogidos por la vida conocida no constituyen un conjunto único; la elección podría haber sido otra, y quizá haya sido otra si la vida ha tenido muchos comienzos.
FIGURA 3. Vida estándar y vida especular. Si todas las moléculas que utiliza la vida estándar, como este aminoácido, se reemplazasen con sus imágenes especulares, el resultado sería un organismo que requeriría alimento «especular».
Steve Benner es un bioquímico y experto mundial en biología sintética. Sabe mucho sobre cómo hacer células que incorporen componentes «no naturales» que él mismo inserta.[3.17] Un componente que rechaza la vida estándar, pero que Benner cree que es bueno para la vida sintética, es una clase de moléculas conocidas como 2-metilaminoácidos. Si encontrásemos organismos que utilizan estos aminoácidos, sería una fuerte indicación de que estamos ante algo nuevo y extraño. De hecho, no tendríamos que detectar los propios microbios: bastaría con hallar detritos orgánicos que contuviesen 2-metilaminoácidos, sobre todo si presentasen una quiralidad preferente. La sugerencia de Benner para los aminoácidos forma parte de una estrategia general: elaborar una lista de moléculas orgánicas que la vida conocida no sintetiza, que no son productos de la descomposición de la vida conocida, y que no se forman de manera natural por procesos no biológicos. Luego, sólo hay que salir a buscarlos. Hasta ahora nadie lo ha intentado: hasta el momento no se ha llevado a cabo una exploración sistemática de sustancias orgánicas extrañas en nuestro entorno.
Una cuestión relacionada con la de los aminoácidos es la del código genético, que, como ya he dicho, es universal para la vida estándar. Podemos imaginar un tipo alternativo de vida compuesto por ADN y el mismo conjunto de veintiún aminoácidos, pero que utilice un código genético distinto. Sería fácil pasar por alto organismos con esta bioquímica «casi normal», pero se delatarían tan pronto los estudiasen en detalle biólogos moleculares. Más probable aún es que, si la vida extraña se originó de cero con independencia de la vida estándar, utilice un conjunto distinto de aminoácidos, por lo que también habría de utilizar un código genético distinto. Podemos incluso imaginar vida en la que falten dos de los cuatro nucleótidos, G, C, A y T, o estén sustituidos por un nucleótido distinto, o que haya más nucleótidos (por ejemplo, seis en lugar de cuatro). Todos éstos son candidatos para la vida sintética y, por tanto, son también posibilidades para formas alternativas de vida natural. Dado que es muy baja la probabilidad de que unos microorganismos que utilicen una bioquímica fundamentalmente distinta respondan de una manera interpretable a las técnicas bioquímicas estándares, los microbios extraños de este tipo podrían estar a nuestro alrededor sin que hayamos podido identificarlos.
Una forma más radical de vida extraña sería unos organismos que usaran elementos químicos distintos. La vida tal como la conocemos se basa en las propiedades únicas de la química del carbono, pero también utiliza otros elementos esenciales: hidrógeno (H), nitrógeno (N), oxígeno (O), fósforo (P) y azufre (S). Se ha especulado con la posibilidad de que el silicio sustituya al carbono, una conjetura que llegó incluso a aparecer en un capítulo de Star Trek, pero que los bioquímicos no han tomado muy en serio porque el silicio no puede formar la extraordinaria gama de complejas moléculas que puede formar el carbono. Un candidato más plausible se debe a mi colaboradora Felisa Wolfe-Simon, quien propuso que el fósforo podría estar sustituido por el arsénico.[3.18] El arsénico puede hacer el mismo trabajo estructural y de almacenamiento de energía que el fósforo, y además puede proporcionar una fuente de energía (es decir, de alimento).[3.19] De hecho, existen microbios que viven del arsénico, pero que no lo inhalan, por así decirlo: extraen del compuesto de arsénico la energía y eliminan enseguida el arsénico como desecho. Este elemento es un veneno precisamente porque nuestro cuerpo tiene dificultades para distinguirlo del fósforo. Felisa espera encontrar microbios extraños que incorporen arsénico a sus compuestos vitales y para los cuales el fósforo sería un veneno.