En busca de una segunda génesis en Marte

Todo el mundo está de acuerdo en que Marte ofrece en la actualidad las mayores esperanzas de hallar vida fuera de la Tierra.[2.23] En 1977, la NASA envió a Marte dos naves espaciales llamadas Viking con el propósito expreso de buscar vida microbiana en el polvo de la superficie. Pocas personas se percatan de que la misión Viking sigue siendo la única misión completada por cualquier agencia espacial que se ha dedicado a la búsqueda de vida extraterrestre. La única. Los medios de comunicación tienden a presentar toda la exploración de Marte como parte de la búsqueda de vida, pero eso es una información falsa y maliciosa. Es cierto que una parte de la exploración de Marte (por ejemplo, la búsqueda de agua) tiene una relevancia indirecta sobre la cuestión de la vida, pero durante los últimos treinta años los experimentos explícitamente biológicos se han eliminado de manera sistemática de las misiones de la NASA. La Agencia Espacial Europea se muestra igualmente poco entusiasmada con la búsqueda de vida en Marte. Su misión Mars Express, lanzada en 2003, incluyó sólo in extremis el diminuto módulo británico Beagle 2. Construido con un presupuesto irrisorio, y probado poco y mal a causa de las prisas, el Beagle 2 fue diseñado para olfatear la vida en la superficie de Marte. Por desgracia, desapareció sin dejar rastro. Todo lo que tenemos en la actualidad siguen siendo los resultados obtenidos por la Viking.

Las dos naves de la misión Viking estaban equipadas con un brazo robotizado armado con una pala para recoger muestras del fino polvo marciano y llevarlas hasta unos pequeños laboratorios a bordo de la nave donde se llevaban a cabo cuatro experimentos para la detección de vida (véase la lámina 4). Los experimentos se diseñaron para ser lo más generales posible dentro del marco de la vida basada en el carbono, pues no había razón para suponer que la vida en Marte y en la Tierra fueran iguales. Un instrumento con el farragoso nombre de cromatógrafo de gases y espectrómetro de masas, estaba diseñado para detectar moléculas orgánicas, por ejemplo el detrito descompuesto de células en otro tiempo vivas. Otro de los experimentos buscaba gases específicos emitidos o absorbidos por cualquier organismo en presencia de un medio nutritivo. Un tercer experimento buscaba indicios de la fotosíntesis. El último experimento, diseñado para detectar la captación de carbono, se basaba en la adición de un caldo rico en nutrientes al polvo de Marte para ver si algo lo metabolizaba. Una señal positiva de que el caldo estaba siendo consumido por microbios sería la emisión de un gas de carbono, como el dióxido de carbono o el metano. A fin de monitorear la producción de gas, los átomos de carbono utilizados para confeccionar el caldo incluían un isótopo radiactivo, 14C, que servía de marcador. Por esta razón, el procedimiento recibió el nombre de experimento de liberación de marcador, o experimento LR (del inglés labelled release).

LÁMINA 4. Nave espacial Viking. Se puede observar el brazo robotizado que se utilizó para recoger muestras para análisis biológicos.

La misión Viking fue un éxito rotundo, y se mantiene como un inmenso tributo a la NASA. Ambas naves descendieron hasta la superficie sin problemas en dos lugares distintos y muy alejados. Los brazos robotizados se desplegaron según lo previsto, las cámaras funcionaron y los experimentos a bordo de las naves se iniciaron casi sin errores, y todo ello con tecnología de la década de 1960. Científicos y el público en general esperaban los resultados con ansiedad. Recuerdo que estaba de vacaciones en la antigua Yugoslavia cuando la nave descendió y vi las portadas a página completa en inglés en los quioscos de Dubrovnik. Tras siglos de especulaciones sobre la vida en Marte, había llegado el momento de someter la idea a pruebas científicas.

Por desgracia, los datos enviados por las naves conformaron una imagen confusa. El espectrómetro de masas no halló trazas de materia orgánica, lo cual era extraño, pues aunque no haya vida en el suelo marciano, los cometas habrían traído del espacio pequeñas cantidades de porquería orgánica que deberían haber aparecido en los análisis. Otros dos experimentos también dieron resultados ambiguos. En cambio, el experimento LR dio un resultado fuertemente positivo. El caldo era consumido vorazmente y se detectó, como se esperaba, dióxido de carbono radiactivo, y ello en las dos naves. Cuando la mezcla se calentaba hasta 160 ºC, la fuerte reacción cesaba, como debía ocurrir si estuviera causada por microbios que el calor habría matado. A primera vista, se diría que el experimento LR había hallado vida. Pero no fue así como lo interpretó la NASA. A la vista de los resultados cuestionables de los otros tres experimentos, la conclusión general fue «no se detecta vida en Marte». Sigue siendo la posición oficial aun en la actualidad, y así se manifiesta claramente en la placa situada frente a la réplica de la Viking en el Museo del Aire y el Espacio de Washington, D.C. La mayoría de los científicos atribuye los resultados positivos del LR a suelos altamente reactivos creados por las duras condiciones de la superficie de Marte, y especialmente al efecto de la radiación ultravioleta.

El diseñador del experimento LR, Gilbert Levin, discute la conclusión de la NASA. Sigue sosteniendo que ha hallado vida en Marte. En la actualidad, Gil es uno de mis colegas en el Beyond Center de la Universidad Estatal de Arizona, donde tiene una plaza de catedrático adjunto. Ya en la década de 1970 había anticipado la posibilidad de obtener un resultado ambiguo en el experimento LR, pero tenía un plan para evitarlo. Prácticamente todas las moléculas orgánicas poseen una lateralidad bien definida. Por ejemplo, el ADN es una espiral que gira a la derecha; visto en un espejo, su lateralidad se invierte. El término técnico para la lateralidad es «quiralidad», y la mayoría de los científicos la consideran una característica universal de la vida. La vida conocida usa casi siempre azúcares dextrógiros y aminoácidos levógiros. Las leyes de la química son, sin embargo, simétricas respecto a la quiralidad: no favorecen a una en contra de la otra. Así que una buena manera de distinguir entre la actividad biológica y la química simple consiste en mirar si hay discriminación quiral, es decir, una reacción que prefiera una forma quiral respecto a la otra. Gil quería ejecutar el experimento LR con dos caldos, uno con aminoácidos levógiros y azúcares dextrógiros, y el otro con sus formas especulares. Si el suelo de Marte hubiera reaccionado de igual modo con los dos, la explicación más probable hubiera sido una simple reacción química, que es lo que la mayoría de los científicos respalda en la actualidad. Pero si la biología hubiera sido la responsable, se habría observado una marcada diferencia en la respuesta a las dos formas del caldo.[2.24] Lamentablemente, esta mejora fue eliminada por razones de coste. En consecuencia, los experimentos de la misión Viking siguen siendo un exasperante misterio.

A pesar de la conclusión final de la misión Viking, «no se detecta vida», durante los últimos años muchos científicos se han ido acercando a la idea de que al final podría haber vida en Marte. O, al menos, que podría haber habido vida hace miles de millones de años. Este cambio de actitud se debe sobre todo a la acumulación de pruebas que indican que en otro tiempo Marte tuvo agua líquida con una abundancia razonable. Las fotografías muestran antiguos valles fluviales y lechos de lagos, y los experimentos realizados in situ confirman que sobre las rocas había corrido el agua. En la actualidad el agua está confinada en el hielo polar y el permafrost, pero todavía pueden producirse episodios ocasionales de calentamiento, por ejemplo a consecuencia de cambios climáticos o impactos de cometas, que permitan la existencia de agua líquida en la superficie durante breves períodos. También debe haber agua a gran profundidad bajo el suelo, donde el calor interno del planeta mantiene temperaturas por encima de la congelación. Marte también tiene volcanes que pueden provocar un calentamiento local, y existen indicios incluso de sistemas hidrotermales, que aparecen allí donde puntos calientes geotérmicos provocan el reciclado de agua sostenido durante largos períodos de tiempo. En la Tierra, los antiguos sistemas hidrotermales se asocian a las trazas más antiguas de la vida (en las colinas de Pilbara, por ejemplo). De hecho, muchos astrobiólogos creen que la vida terrestre se originó en uno de estos ambientes. Como ya he mencionado, todos los indicios sugieren que, hace tres o cuatro mil millones de años, Marte era bastante más cálido y rico en agua, presumiblemente a consecuencia de una atmósfera más gruesa que habría producido un intenso efecto invernadero. Por aquel entonces, el medio hubiera sido adecuado para la vida microbiana; de hecho, algunas de las bacterias terrestres más resistentes probablemente podrían sobrevivir en las actuales condiciones de Marte.

Si Marte fue, o en un sentido limitado todavía es, «parecido a la Tierra», deberíamos poder hallar en él indicio de vida, si es que existe (o existió). La confirmación podría provenir de una sonda parecida a la de la misión Viking, pero más sofisticada, de una misión diseñada para traer a la Tierra muestras de rocas o de una expedición tripulada. Mientras que la vida en la inhóspita superficie de Marte parece muy improbable, es posible que vivan microbios bajo la superficie, en acuíferos a cientos de metros de profundidad. Podrían revelar su presencia a través de productos de su metabolismo en forma de gases, por ejemplo metano exudado hasta la superficie. Durante los próximos treinta años, es posible que los científicos encuentren indicios claros de que existieron microbios en Marte en algún momento de la historia de este planeta.

Mucha gente concluye erróneamente que el descubrimiento de vida en Marte implicaría que el universo está repleto de vida. Pero las cosas no son tan simples. Como ya he explicado al principio de este capítulo, Marte y la Tierra no están aislados en cuarentena. Intercambian materiales de manera regular en forma de rocas expulsadas por impactos, y aunque el tráfico de Marte a la Tierra supera con mucho el que va en sentido inverso, a lo largo de la historia astronómica deben haber acabado en Marte grandes cantidades de materiales terrestres, en buena parte infestados de microbios. La mayor parte de los pasajeros habrán perecido durante el viaje, pero no todos. Si hace mucho tiempo Marte se parecía a la Tierra mucho más que en la actualidad, al menos algunos de esos polizones terrestres podrían haber prosperado en su nuevo hogar. Y a la inversa, es del todo posible que la vida terrestre no se haya originado en la Tierra, sino que provenga de Marte. En cualquier caso, el simple hecho de hallar vida en Marte no bastará por sí solo para establecer el imperativo cósmico. Sería necesario demostrar que la vida comenzó de cero tanto en Marte como en la Tierra, es decir, que se originó en los dos lugares de manera independiente. La continua mezcla de la vida de Marte y la Tierra mediante el intercambio de rocas como mínimo complicaría enormemente el caso, haciendo que sea difícil desenmarañar el cuándo y el dónde del origen de la vida, y si hubo una sola génesis o dos.

¿Y la vida más allá del sistema solar? Existe sólo una probabilidad infinitesimal de que una roca expulsada por un impacto de la superficie de nuestro planeta llegue en algún momento a otro planeta parecido a la Tierra, en otro sistema estelar, y aunque así fuera, sería improbable que algún microbio sobreviviera durante el inmenso período de tiempo necesario para llegar hasta allí. Así que el problema de la contaminación es irrelevante, y la detección de signos de vida en un planeta extrasolar sería un indicio firme de una segunda génesis, independiente de la nuestra. Los astrónomos tienen planes ambiciosos para construir sistemas ópticos en el espacio que podrían detectar la presencia de oxígeno, tal vez incluso de fotosíntesis, en planetas extrasolares, pero las dificultades técnicas que esto conlleva son formidables y es poco probable que se resuelvan en el futuro cercano.

Si tenemos que limitarnos a los satélites y las sondas espaciales para decidir si la vida es o no es un hecho fortuito, mejor que nos preparemos para una espera muy larga. Por suerte, existe otra manera de poner a prueba el imperativo cósmico, una manera que elude el problema de las costosas misiones espaciales y que hasta hace poco hemos pasado por alto. Tal vez podamos dirimir el problema sin tener que dejar la Tierra. Ningún planeta es más parecido a la Tierra que la propia Tierra, así que si la vida realmente se origina con facilidad en las condiciones de nuestro planeta, como exige el imperativo cósmico, debería haberse originado muchas veces aquí mismo, en nuestro hogar.

Quizá lo hizo.