La vida en un tubo de ensayo

Muchos científicos creen que pronto seremos capaces de fabricar la vida nosotros mismos, en un laboratorio. En un sentido limitado, ya se ha hecho. En 2002, un equipo de la Universidad Estatal de Nueva York, Stony Brook, logró ensamblar un virus de la polio a partir de cero, usando para ello piezas de construcción moleculares disponibles comercialmente. Pero un virus no es un organismo plenamente autónomo (no puede reproducirse por sí solo). Las bacterias sí lo son, y Hamilton Smith y sus colaboradores del Instituto J. Craig Venter de California han conseguido ensamblar un genoma bacteriano sintético entero de 582.970 pares de bases. Lograron insertarlo después en una bacteria hospedadora, pero en el momento de escribir esto todavía tenían que convencer a su genoma sintético para que se «pusiera en marcha» e hiciera algo. El propio Craig Venter ha estado modificando el material genético de pequeñas bacterias para crear la célula autónoma más simple posible. Por significativos que sean estos progresos, se impone la cautela. Los dos últimos experimentos no pueden calificarse de intentos de «hacer vida». Se trata más bien de adaptar organismos existentes, en toda su fenomenal complejidad, para hacer nuevos tipos de organismos.

Aun en el caso de que se llegue a construir un microbio entero y autónomo ab initio, sin usar para ello ninguna forma de vida preexistente, no quedaría resuelta la cuestión del imperativo cósmico. La vida comenzó en la naturaleza sin la ayuda de laboratorios de alta tecnología y delicados procedimientos implementados paso a paso en unas condiciones meticulosamente controladas. Por encima de todo, comenzó sin la ayuda de un diseñador inteligente como Craig Venter, que parte con un fin específico en mente. La Madre Naturaleza creó la vida en las mugrientas condiciones de un planeta recién formado (o en algún otro lugar; no lo sabemos), aprovechando para ello reacciones químicas naturales y azarosas, sin ningún «destino» preconcebido que guíe y conforme las reacciones. Lo que ocurrió simplemente ocurrió. Como es obvio, es posible hacer la vida en un laboratorio; basta con unir las moléculas adecuadas del modo adecuado. Pero no hay nada milagroso en ello; las dificultades son técnicas, sólo cuestión de generar los recursos suficientes; con el tiempo, el dinero y el esfuerzo suficientes, puede hacerse. Pero no arrojará mucha luz sobre si la vida es común en el universo. Si resultase que hay muchas maneras distintas de fabricar la vida en el laboratorio, y si no se necesitasen muchos pasos cuidadosamente controlados para «ponerla en marcha», aumentarían las probabilidades del imperativo cósmico. Pero crear un organismo totalmente sintético no prueba, por sí solo, que la vida sea ubicua.

Resumiendo, la probabilidad de que la vida emerja a partir de la materia inerte puede situarse en un espectro que varía desde lo infinitesimal (la posición de Monod) a lo casi inevitable (la posición de De Duve), o en cualquier posición intermedia. Es frustrante constatar que una cuestión tan básica y crucial siga siendo imponderable. ¿Podemos avanzar en algún sentido? Desde luego que sí. De hecho, existe una forma obvia y directa de confirmar el imperativo cósmico: descubrir un segundo ejemplo de vida.