¿Y qué hay de todas esas historias de ovnis?

Las encuestas nos dicen que nada menos que cuarenta millones de estadounidenses han visto algo que han descrito como un ovni. Pero ¿qué es un ovni? Son las siglas de objeto volador no identificado, así que literalmente significa que nadie sabe lo que es. Pero la prensa ha transformado una negación (no sabemos) en una afirmación (sabemos que es… alguna otra cosa). En la imaginación popular, esa otra cosa es una nave espacial de otro mundo. Así que si alguien ve algo en el cielo que no puede identificar, es, según el razonamiento popular, una posible nave espacial extraterrestre.

Huelga decir que nada de esto impresiona a los científicos. Para empezar, la lógica es errónea. No ser capaz de identificar algo como X no significa que deba ser Y. Podría ser Z. Los ovnis se avistan a millares, y en su mayoría se explican fácilmente como extraños fenómenos meteorológicos, aviones observados en condiciones inusuales, planetas brillantes, etc. Cabe admitir que hay un puñado de casos difíciles, pero no hay ninguna línea divisoria clara que separe los casos que se resuelven de los que no. Así que es tentador concluir que si el 95 por ciento de los avistamientos puede explicarse sin demasiado esfuerzo, también podría explicarse el 5 por ciento restante si tuviéramos suficiente información a nuestro alcance, pues no hay nada que eleve ese residuo por encima del resto, aparte del hecho de que son más problemáticos.

Ésta es ciertamente la posición de muchos gobiernos que han establecido investigaciones sobre los ovnis. El gobierno británico ha registrado 11.000 casos desde 1950. Tras años restándole importancia a este estudio, recientemente hizo público un buen fajo de archivos de ovnis a instancias de la Ley de Libertad de Información. Pero a pesar de algunos casos enigmáticos, la conclusión del gobierno fue que, sea lo que sea ese residuo, no se trata de la obra de alienígenas. «El Ministerio de Defensa no niega que se vean cosas extrañas en el cielo», concedió un portavoz. Pero por otro lado… «ciertamente carece de pruebas de que hayan aterrizado en nuestro planeta naves espaciales extraterrestres».[1.16]

Por su parte, Estados Unidos estableció el proyecto Blue Book en 1950 a fin de evaluar si los ovnis suponían una amenaza para la seguridad nacional. A lo largo de más de veinte años, se examinaron miles de informes y cientos de ellos se revisaron a fondo. Al final de este mastodóntico análisis, Edward Condon, un físico atómico bien conocido, fue requerido para emitir una evaluación. El Informe Condon concluía que alrededor del 90 por ciento de los avistamientos podía explicarse como fenómenos naturales, mientras que el 10 por ciento restante no contenía suficiente valor científico o significado para la defensa como para justificar que el proyecto Blue Book continuase.[1.17] En consecuencia, se le puso fin. Blue Book tenía contratado a un astrónomo como asesor científico, Allen Hynek, de la Universidad Northwestern de Illinois. Coincidí con este amable fumador de pipa en varias ocasiones mientras realizaba mis estudios postdoctorales, e incluso lo visité en su casa en Illinois, donde tenía una estancia llena de polvorientos archivos de ovnis. Eso fue en 1970. Fue Hynek quien ordenó los informes en varias categorías y acuñó el familiar término «encuentros en la tercera fase», que habría de convertirse en frase hecha después de que Spielberg la adoptara para su famosa película (a cambio de lo cual ofreció a Hynek, con pipa y todo, un cameo en la película). Tras varios años de arduas investigaciones, Hynek estaba convencido de que «ahí hay algo», aunque admitía que sólo una pequeñísima fracción de los casos constituía evidencia de algo verdaderamente extraño. Durante algún tiempo casi me convenció, o al menos me mostré dispuesto a abrir mi mente a la posibilidad. Pero con los años, a medida que fui pensando más en estos avistamientos inexplicables, comprendí hasta qué punto eran antropocéntricos: llevan todas las señales de las mentes humanas, no de las alienígenas. Así era, en especial, para los casos más difíciles, en los que los testigos afirmaban haberse encontrado con seres extraterrestres de carne y hueso. Casi siempre estos «ovninautas» tenían forma humanoide (a veces enanos y otras gigantes), y a menudo las descripciones sugerían algo salido directamente de un cásting de Hollywood. Más adelante discutiremos hasta qué punto es plausible que los viajeros del espacio se parezcan tanto a los humanos en su forma física. Otra característica reveladora era la banalidad de las supuestas intenciones de los alienígenas, que parecían consistir en revolverse en campos y cultivos, perseguir vacas o aviones o coches cual aburridos adolescentes, y abducir a seres humanos para realizar con ellos experimentos al estilo nazi. No es precisamente lo que uno esperaría de unas supermentes cósmicas.

En alguna que otra ocasión he podido resolver yo mismo algunos casos. Algunos fueron fáciles. Uno de ellos consistía en una película que mostraba una luz brillante que se alzaba desde el suelo por el este justo antes del amanecer, y que de manera gradual desaparecía de la vista en una media hora. Como bien sabe todo astrónomo aficionado, esa luz era Venus, presentándose como «lucero del alba» justo antes de la salida del Sol, como siempre ha hecho. Otra de las películas mostraba una serie de luces contra un cielo nublado, que descendían perezosamente con un ligero movimiento de vaivén antes de desaparecer. La película la había filmado una pareja que estaba acampada cerca de Stonehenge, en el sur de Inglaterra, un lugar preñado de historias de la antigüedad y de ambiente místico. Puestos a ver un ovni, no hay mejor lugar. La película resultaba tan sorprendente que Granada Television, en el Reino Unido, decidió emitirla en las noticias de las seis de la tarde, seguida de una tertulia en directo en la cual me pidieron que participara. Llegué al estudio con tiempo y, naturalmente, pedí que me mostraran la película. En cuanto vi la secuencia supe lo que eran las luces: bengalas militares. Tuve suerte, pues poco tiempo antes había presenciado algo muy parecido. Le pedí al operador del estudio que ampliara las imágenes y, tal como esperaba, podían verse las estelas de humo. Las bengalas se habían encendido por encima de las nubes, bajo las cuales emergían después sostenidas por pequeños paracaídas, balanceándose con el viento, de modo que iban apareciendo una a una de las nubes mientras descendían lentamente hasta que se consumían. Una vez conocida la explicación, las luces dejaron de ser misteriosas. A nadie se le había ocurrido pensar que el hecho de que Stonehenge se encuentre cerca de una base de entrenamiento del ejército británico tuviera la menor relevancia. Granada TV intentó sin éxito vender la historia cuando ya estaba clara la explicación, incluidas las entrevistas en directo. Así que pedí a los campistas que describieran la escena. Al parecer habían observado las extrañas luces en la misma área de cielo durante varios días seguidos antes de filmarlas. Quise saber por qué no se habían acercado más si el fenómeno era tan predecible. «Lo intentamos», replicaron, «pero nos lo impidió el ejército, que estaba realizando maniobras en la zona». A la vista de todo esto, cabría pensar que mi explicación de las bengalas militares se admitiría de inmediato, pero no fue así. A los ojos de la pareja, y seguramente también de la mayor parte de los televidentes, los objetos que aparecían en la película eran realmente ovnis, sólo que tenían el aspecto de bengalas militares. Contra razonamientos como éstos no se puede ganar.

Lo mismo puede decirse de todas las teorías de la conspiración. Muchas personas están convencidas de que «el gobierno» conoce «la verdad» sobre los ovnis, pero la oculta por razones nefarias. Esto es superficialmente plausible, porque los gobiernos tienen, en efecto, la costumbre de ocultar cosas. Le pregunté a Seth Shostak, del Instituto SETI de California, que ha estudiado a fondo la cuestión de los ovnis, qué pensaba de todo ello. «¿Realmente podrían ocultar tan bien algo tan grande como esto?», me respondió, revelando su escepticismo. «Recuerda que éste es el mismo gobierno que gestiona el servicio de correos». También me hizo notar que los ovnis no son exclusivos de Estados Unidos: se avistan por todo el mundo. No es suficiente con que el gobierno de EE. UU. esconda la verdad durante décadas. ¿Qué pasa con los gobiernos, por ejemplo, de Bélgica y de Botsuana? Cabría esperar que cualquiera de ellos dejara filtrar alguna cosa de vez en cuando.

Nada de esto constituye un «solución» definitiva al «enigma» de los ovnis. No me sorprendería descubrir que una pequeña fracción de los casos correspondan a fenómenos atmosféricos o fenómenos psicológicos poco conocidos. Pero sea lo que sea lo que está detrás de ese terco residuo de casos difíciles de explicar, no veo razón alguna para atribuirlos a las actividades de extraterrestres que visitan nuestro planeta en platillos volantes. Las historias de ovnis, como las de fantasmas, son entretenidas, pero no pueden tomarse en serio como prueba de que hay seres extraterrestres. No obstante, nos sirven como ventana para entender cómo imagina la mente humana a los alienígenas y su tecnología. Lo más sorprendente de todas estas historias no es lo que tienen de extraño y ajeno a nuestro mundo, sino su calidad claramente humana y mundana. De unos extraterrestres deberíamos esperar algo más extraordinario que unos seres humanoides que pilotan el equivalente de un avión militar invisible al radar con tecnología mejorada.

Como enseguida mostraré, el SETI nos obliga a esfuerzos de imaginación mucho mayores. Una cita célebre del biólogo británico J. B. S. Haldane dice que «el universo no sólo es más extraño de lo que suponemos, sino más extraño de lo que podemos suponer».[1.18] Pensar en una verdadera inteligencia extraterrestre y en las marcas de una tecnología de varios millones de años significa que debemos despojarnos de tantos prejuicios mentales como nos sea posible. Olvidémonos de los pequeños seres verdes, de los enanos grises, de los platillos volantes con portillas, de los círculos en los cultivos, de las bolas brillantes y las aterradoras abducciones nocturnas. Aceptar el SETI implica ir más allá de los ovnis, más allá de los estereotipos de la mitología humana, más allá del folclore, las fábulas y la ciencia ficción. Incluso Oz, la tierra de fantasía que usó Drake para bautizar su proyecto Ozma, no es, parafraseando a Haldane, «lo bastante extraña». Para entender plenamente el significado del silencio inquietante tenemos que embarcarnos en un viaje hacia lo realmente desconocido.