Hoy podemos asegurar que las posibilidades de encontrar vida inteligente en otro planeta del sistema solar son nulas. El SETI, sin embargo, se centra en planetas extrasolares. Cuando Drake inició el proyecto Ozma, esto suponía en cierto modo un acto de fe, pues por aquel entonces los astrónomos no estaban seguros de que hubiera planetas más allá del sistema solar. Sólo se ha podido identificar algunos en el pasado reciente. Hasta la fecha, se han descubierto cerca de 400 en órbita alrededor de estrellas próximas de nuestra galaxia. En la mayoría de los casos, los hallazgos se han debido a dos métodos. El primero de éstos se basa en el hecho de que un planeta ejerce una fuerza sobre su estrella madre, haciendo que ésta se tambalee muy levemente. El análisis meticuloso de la luz de una estrella puede detectar este movimiento en forma de un desplazamiento periódico en su longitud de onda (lo que se conoce como efecto Doppler). Otra técnica busca ligeros cambios en el brillo de una estrella causados por el paso de un planeta por delante (lo que se conoce como método del tránsito). A día de hoy únicamente se ha podido fotografiar un solo planeta extrasolar como un objeto claramente distinguible de su estrella madre. La razón de que sea tan difícil captar una imagen es que el relumbre de la estrella madre ahoga por completo la débil luz del planeta; es como intentar detectar una luciérnaga contra la luz de un faro. Dado que tanto el método Doppler como el método del tránsito funcionan mejor con los objetos más masivos que describen una órbita cercana a la estrella (bautizados por la prensa como «júpiteres calientes»), pocos de los planetas identificados hasta el momento se asemejan a la Tierra. Recientemente se han catalogado varias «supertierras», unos planetas densos relativamente pequeños, pero todavía con una masa varias veces superior a la de la Tierra. No obstante, en su mayoría, los astrónomos están de acuerdo en que deben existir abundantes planetas del tamaño de la Tierra, y esperan ansiosos el desarrollo de mejores sistemas ópticos que algún día servirán para captar buenas imágenes de esas «otras Tierras». Entretanto, un satélite llamado Kepler, lanzado en marzo de 2009, está realizando un seguimiento en continuo de unas 100.000 estrellas durante tres años en busca de tránsitos. Kepler posee la sensibilidad suficiente para detectar planetas lo bastante pequeños, que se parezcan a la Tierra, aunque no para fotografiarlos.
Desde el punto de vista de si albergan o no vida, no basta con que un planeta tenga aproximadamente el radio de la Tierra. Para ser verdaderamente parecido al planeta azul tienen que darse otras características que se consideran esenciales para la biología. Por ejemplo, el planeta debe poseer una atmósfera relativamente gruesa. Probablemente también necesite un interior caliente, tanto para generar un campo magnético que desvíe las radiaciones cósmicas letales como para impulsar una tectónica de placas (el movimiento de la corteza terrestre), importante para el reciclado de las sustancias químicas de la superficie. Sin duda, el requisito más crucial para la vida tal como la conocemos es que haya agua líquida: ninguna vida conocida puede funcionar sin ella. Estas condiciones han sugerido el concepto de «zona habitable», aquella región del espacio alrededor de una estrella donde la superficie de un planeta podría permitir la existencia de agua en estado líquido. En el caso del sistema solar, la zona habitable se extiende desde algún punto entre Venus y la Tierra (Venus es demasiado caliente para que haya agua líquida), hasta más o menos la distancia de Marte (que en su mayor parte, pero no siempre, es demasiado frío).
Estar «en la zona» requiere, idealmente, un planeta parecido a la Tierra en una órbita parecida a la de nuestro planeta alrededor de una estrella parecida al Sol. No obstante, hoy se reconoce que la visión tradicional de las zonas habitables es demasiado restrictiva y que conviene ampliarla para que incluya algunas otras posibilidades interesantes. Por ejemplo, una estrella fría, como las enanas rojas, podría poseer una estrecha zona habitable con un radio pequeño. En 2007, un planeta que podría albergar la vida fue descubierto alrededor de una enana roja llamada Gliese 581. El planeta es una supertierra que orbita apenas a 11 millones de kilómetros de su estrella madre (la Tierra, en comparación, orbita a 150 millones de kilómetros del Sol). Eso es lo bastante cerca para que el agua sea líquida aunque la estrella sea débil. Por desgracia para la vida avanzada, un planeta tan cercano a una estrella casi con certeza está bloqueado en una fase, con una de sus caras mirando siempre a la estrella, del mismo modo que la Luna siempre enseña la misma cara a la Tierra. Este tipo de bloqueo implica que la mitad del planeta siempre se está asfixiando de calor mientras la otra mitad está congelada, lo cual no es una situación ideal para la biología. No obstante, debería haber en los márgenes una zona de condiciones moderadas, donde podría darse al menos una vida primitiva.
Otra variación de la zona habitable sería el interior de planetas o satélites pequeños y helados. En los propios suburbios frígidos de nuestro sistema solar, Europa, una luna de Júpiter, posee un océano líquido bajo una corteza de hielo, calentado gracias a la fricción de las mareas provocada por la gravedad de Júpiter (véase la lámina 3). Más lejos aún, el planeta enano Plutón se reconoce hoy como un miembro más de una gran clase de cuerpos helados, algunos de los cuales son ricos en varias sustancias químicas propicias para la vida. Los más grandes de entre ellos tienen el suficiente calor interior procedente de su formación, o por el efecto de calentamiento de procesos químicos y radiactivos, para permanecer líquidos durante miles de millones de años. Otros sistemas planetarios casi con certeza contienen cuerpos parecidos con superficies heladas pero interiores líquidos. Si la vida apareciese en el interior de estos cuerpos de superficie helada, lo más seguro es que no pasara del nivel microbiano. Pero aunque en ellos evolucionasen entidades biológicas más complejas, no podemos más que especular sobre cómo sería la vida en tales condiciones. ¿Cuánto tiempo necesitarían unos seres sintientes, confinados en un hábitat líquido y absolutamente oscuro por un cielo sólido de cientos de kilómetros de grosor, para descubrir que más allá de su techo aparentemente impenetrable se extiende un vasto universo? Es difícil imaginar de qué modo podrían nunca «escaparse» de su gélida prisión y emitir mensajes de radio a través del espacio.
LÁMINA 3. Europa, un satélite natural de Júpiter, muestra una superficie cubierta de hielo desgarrado por estrías que, según se cree, están causadas por el deslizamiento del hielo contra un océano subsuperficial de agua líquida.