Aunque en la actualidad la comunidad científica se siente, en su mayoría, bastante cómoda con el SETI, al público en general le cuesta situar el proyecto en el paisaje científico. La gente quiere saber por qué buscar extraterrestres está bien pero buscar fantasmas no, por qué los mensajes de las estrellas son científicamente respetables pero no los de los muertos. ¿Dónde trazamos la línea entre la ciencia y la pseudociencia? Es una cuestión importante pero sutil que nos lleva directamente al corazón del método científico, y es imposible entender cómo funciona el SETI sin una explicación de esta distinción. Así que ahí va.
Carl Sagan declaró en una ocasión que «las afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias».[1.7] Se refería entonces a las historias sobre ovnis (véase la sección final de este capítulo), pero la sentencia es de aplicación general. Sagan expresaba de una forma coloquial lo que de manera formal se conoce como regla de Bayes para la inferencia basada en la evaluación estadística de la evidencia. Thomas Bayes fue un clérigo inglés del siglo XVIII que comprendió que el peso atribuido a las pruebas dependerá de lo plausible que se juzgue la hipótesis a la que se refieren de antemano (lo que se conoce como probabilidad a priori o inicial). Veámoslo con un ejemplo cotidiano. Me levanto a las seis de la mañana y encuentro una botella de leche en la puerta de mi casa. ¿A qué conclusión llego? Hay dos hipótesis. La primera es que la leche la ha traído el lechero, tal como hace todos los días de la semana, salvo el domingo, porque tengo un contrato con una compañía local, Express Dairy. El lechero suele llegar a las siete de la mañana, pero tal vez hoy ha pasado más temprano. La segunda hipótesis es que la leche la ha dejado ahí una vecina altruista, la señora Jones, que tal vez tuviera una botella de más. La segunda hipótesis es una posibilidad muy remota, así que debemos asignarle una probabilidad a priori menor que a la primera. Para llegar a creerla, necesitamos «pruebas extraordinarias». ¿En qué podrían consistir éstas? Bueno, la señora Jones está apuntada a la compañía rival, United Dairy. Sus botellas de leche llevan grabada la marca «United» en un lado, mientras que las de Dairy Express llevan grabado «Express». Si la botella de hoy lleva la marca «United», volvería a evaluar la probabilidad de la explicación basada en la señora Jones. Pero ¿y si veo «Express»? ¿Elimino la hipótesis 2? No del todo. Tal vez el día anterior Express Dairy le hubiera entregado una botella a la señora Jones por error. Pero cuanto más forzada y extravagante sea la hipótesis, mayor tendrá que ser el peso de la evidencia antes de que pueda tomarla en serio. De hecho, la probabilidad de que cualquiera de las dos hipótesis sea correcta es cero, porque ya nadie entrega la leche en la puerta de casa como solía hacerse, al menos no en los países donde he vivido. Así que este ejemplo es un poco nostálgico. (Pero cierto para Londres hasta la década de 1960. Mi mejor amigo, Brian, era el hijo del lechero, y a veces ayudaba a su padre a hacer el reparto. Recuerda incluso haberlo ayudado en el día de Navidad, tal era la calidad del servicio en los buenos viejos tiempos. Las botellas de leche se transportaban al principio en un carro tirado por un caballo, que solía recibir una zanahoria de regalo por Navidad. Luego los carros se sustituyeron por vehículos eléctricos, sin alma. Más tarde se retiró del servicio a los lecheros, junto con las botellas y el vehículo, que fueron sustituidos por los horribles cartones de los supermercados. Así es el progreso).
Aplicado a la ciencia y la pseudociencia, la regla de Bayes nos ayuda a asignar factores de credibilidad a afirmaciones contrapuestas. En un caso célebre, Thomas Jefferson dijo: «Antes creería que dos profesores yanquis mienten a que del cielo caen piedras», tras recibir el informe de unos testigos presenciales de la caída de unos meteoritos.[1.8] Como muchos intelectuales del siglo XIX, Jefferson desdeñaba cualquier noticia sobre meteoritos basándose en que la probabilidad a priori que entonces se asignaba a la posibilidad de que hubiera piedras en el cielo era minúscula, mientras que la probabilidad a priori de que un profesor calumnioso se inventase una historia por avidez de fama no era tan pequeña. Hoy sabemos que el sistema solar está repleto de escombros de su formación, así que la probabilidad a priori que hoy asignaríamos a la historia de la caída de un meteorito sería mucho mayor. En consecuencia, nos sentiríamos inclinados a tomar en serio los informes al respecto. (Aunque no sin cautela: un amigo geólogo ha investigado varios informes de testigos presenciales de caídas de meteoritos, y todos resultaron ser interpretaciones erróneas).
Una queja persistente entre mis amigos que no son científicos es que la física moderna pretende vendernos todo tipo de ideas inconcebibles sobre dimensiones adicionales, materia oscura nunca vista, cuerdas invisibles, universos paralelos, agujeros negros que se evaporan, agujeros de gusano, etc., a pesar de que, en la mayoría de los casos, disponemos de poca o ninguna prueba experimental u observación que las respalde. En cambio, fenómenos como la telepatía y la precognición, que experimentan de primera mano miles de personas, son rechazados de inmediato por los científicos, que los califican de tonterías. ¿No es éste un caso flagrante de doble vara de medir? Hubo incluso quien retó de este modo a los científicos: «¿Cómo podéis negar la existencia de los fantasmas cuando aceptáis la existencia de los neutrinos, que son mucho más fantasmagóricos y nunca nadie los ha visto directamente?». (Los neutrinos son unas esquivas partículas subatómicas que en su gran mayoría atraviesan la materia sólida, lo que las hace extraordinariamente difíciles de detectar).
La réplica rápida a esta queja es la «regla de Bayes». Lo que hay que destacar de la física moderna es que las entidades extrañas como la materia oscura o los neutrinos no se proponen a raíz de especulaciones aisladas, sino que forman parte de un gran cuerpo de teoría muy detallado que las predice. Están vinculadas a la física familiar y bien contrastada a través de razonamientos matemáticos coherentes y de gran generalidad. En otras palabras, ocupan un lugar en una teoría sólida. En consecuencia, su probabilidad a priori es elevada. La tarea del experimentador es contrastar la teoría. Si uno diseña y ejecuta un experimento para realizar una medición precisa de tal o cual cantidad, el valor exacto de la cual se ha predicho con antelación, el peso de las pruebas requeridas para creer que aquella entidad es real es mucho menor que si alguien simplemente tropezara con ella al azar, sin ninguna teoría que sostenga su existencia.[1.9] Por lo que respecta a lo paranormal, la telepatía no es una idea totalmente absurda, pero yo necesitaría muchas pruebas antes de creer en ella porque no disponemos de ninguna teoría sólida que la respalde ni, desde luego, de modelos matemáticos que predigan cómo funciona o lo fuerte que es en distintas circunstancias. Así que le asigno una probabilidad a priori muy baja (aunque no cero). Si alguien concibiera un mecanismo plausible para la telepatía, respaldado por un modelo matemático adecuado que la relacionara con el resto de la física, y si la teoría predijese fenómenos específicos (por ejemplo, que la «potencia telepática» disminuye de un modo bien definido al aumentar la distancia, o que es el doble de fuerte entre personas del mismo sexo que entre personas de sexos opuestos), estaría dispuesto a pensar en ella seriamente. No sería difícil convencerme del todo si los resultados de experimentos confirmasen las predicciones. Por desgracia, no se vislumbra en el horizonte ninguna teoría con estas características, de modo que sigo siendo bastante escéptico sobre la telepatía pese a las muchas historias sorprendentes que he leído al respecto.[1.10]
Pero volvamos al caso del SETI. ¿Cómo se sitúa respecto a la línea que separa la ciencia de la pseudociencia? Con esta pregunta abordamos de inmediato el problema fundamental de todo este proyecto. ¿Qué probabilidad a priori deberíamos asignar a la existencia de una civilización extraterrestre que se comunica? Nadie lo sabe. Si uno dispone de buenas razones para creer que ahí fuera hay algún ET y de una idea bien definida sobre la naturaleza de las señales, se hallará, por así decirlo, «preparado» para la evidencia y será fácil de ganar para la causa. Si uno cree que la sola idea de una civilización alienígena es increíble, necesitará muchas pruebas. En el capítulo 4 argumento que o bien las civilizaciones extraterrestres son muy comunes, o son extremadamente raras: la posición intermedia de que hay alguna que otra aquí y allá es intrínsecamente improbable.[1.11] Así que quienes piensan que la idea de las civilizaciones extraterrestres es una especulación disparatada e injustificada ponen al SETI en el dominio de la pseudociencia, mientras que otros que creen que la ciencia es plausible lo consideran ciencia real. Usted tendrá que llegar a sus propias conclusiones. Lo que, en cualquier caso, resulta incuestionable es que la metodología del SETI es ciencia real. La investigación se lleva a cabo con la tecnología más avanzada en manos de científicos con una sólida formación y utilizando técnicas de investigación y análisis rigurosas; además, los resultados se someten a crítica, como es común a todas las ciencias, mediante el sistema de evaluación externa. No hay duda de que los grupos de investigación realizan ciencia de calidad. Pero ¿intentan cazar una quimera? Mejor leamos un poco más…