¿Está el SETI estancado?

He estado asociado con el SETI de un modo u otro durante casi toda mi vida profesional, y siento una enorme admiración por los astrónomos que controlan los radiotelescopios y analizan los datos, así como por el personal técnico que diseña y construye los equipos. Albergo la esperanza de que el inquietante silencio se deba realmente al hecho de que la búsqueda ha sido limitada, y soy un firme defensor de la matriz de telescopios de Allen. Pero también pienso, por razones que discutiré más adelante, que en este momento la probabilidad de recibir un mensaje de las estrellas es muy pequeña, de manera que creo en la necesidad de que, además del programa «tradicional» del SETI del tipo iniciado por Frank Drake, establezcamos un programa de investigación mucho más amplio, una búsqueda de marcas generales de la inteligencia, dondequiera que estén impresas en el universo físico. Eso requiere la participación de todas las ciencias, no sólo de la radioastronomía. Existe, no obstante, otro factor que debemos tomar en consideración. Al centrarse en una posibilidad muy específica (una civilización alienígena que envía hacia la Tierra mensajes de radio de banda estrecha, de frecuencia aguda), el SETI tradicional se ha quedado estancado en una suerte de atolladero conceptual. Cincuenta años de silencio es motivo más que suficiente para que pensemos en ampliar los horizontes de nuestros pensamientos sobre estas cuestiones. Lo crucial es que liberemos al SETI de los grilletes del antropocentrismo, que desde el principio ha limitado su libertad de movimientos. Para ayudar a iniciar este proceso, en febrero de 2008 organicé un taller de trabajo especial en el Beyond Center for Fundamental Concepts in Science de la Universidad de Arizona, con el objetivo de fomentar un animado intercambio de ideas entre los investigadores tradicionales del SETI y un puñado de pensadores originales y heterodoxos, entre los que se incluían filósofos, escritores de ciencia ficción y cosmólogos. El resultado fue una hoja de ruta para un «nuevo SETI», con algunas fantásticas ideas que describiré en los capítulos que siguen.

¿Cómo es posible que algo tan audaz y visionario como el SETI pueda convertirse en una institución conservadora? En buena parte, se debe a la tendencia de los seres humanos a extrapolar a partir de su propia experiencia. A fin de cuentas, los fundamentos del SETI descansan sobre la suposición de que nuestra civilización es en algunos aspectos típica, y que deben existir en el espacio otras Tierras con seres sintientes de carne y hueso no muy distintos de nosotros, e igualmente ansiosos por comunicarse. Ante esta premisa, es lógico tomar la naturaleza y la sociedad humanas como modelo de una sociedad alienígena; al fin y al cabo, no tenemos mucho más en lo que apoyarnos. En los primeros tiempos del SETI, cuando se planificaba la estrategia básica, se plantearon muchas preguntas del tipo «¿Qué deberíamos hacer en esas circunstancias?». El resultado, inevitablemente, es un sesgo innato hacia el antropocentrismo.

He aquí un ejemplo clásico. El proyecto SETI se inició cuando se vio que los radiotelescopios tenían la capacidad de emitir y enviar señales hacia el espacio exterior y que, en consecuencia, también era posible que nos llegaran señales alienígenas. La imagen popularizada por Carl Sagan es la de una civilización alienígena que dirige un mensaje a la Tierra en forma de señales de radio de banda estrecha. No tardaron en añadirse los detalles: el mensaje se enviaría modulando una onda portadora y se transmitiría desde una antena a una frecuencia fija y con la potencia suficiente para destacarse por encima del ruido de radio de origen natural. Así es como lo hacen las estaciones de radio terrestres. Es fácil detectar las señales de banda estrecha una vez que la antena receptora ha sintonizado la frecuencia correcta (y, en el caso de los radiotelescopios, que apunten en la dirección correcta). Hay muchas otras maneras de codificar y transmitir mensajes de radio que requieren procedimientos más sofisticados, pero los astrónomos del SETI suponen que una civilización alienígena ansiosa por atraer nuestra atención adoptaría el método más simple apropiado para la tecnología de radio más básica.

Durante la década de 1960, una de las principales preocupaciones de los investigadores del SETI era decidir qué frecuencia concreta podría utilizar ET entre los miles de millones de posibilidades. No todas las frecuencias de radio penetran en la atmósfera terrestre de una manera eficaz, y se esperaba que los alienígenas hubieran adecuado sus señales a los planetas parecidos a la Tierra, usando una frecuencia que no resulte muy atenuada durante su tránsito desde el espacio exterior. Pero eso todavía dejaba un número enorme de canales de radio posibles. Sería una suprema ironía que un radiotelescopio se dirigiera a la estrella adecuada, pero no sintonizara la frecuencia correcta y por tanto, no detectara el mensaje. Los investigadores argumentaron que los alienígenas se anticiparían a nuestro dilema y escogerían una frecuencia «natural», una frecuencia que probablemente conocieran todos los radioastrónomos. Una conjetura popular era 1.420 MHz, la frecuencia de emisión del gas hidrógeno frío. Todos los astrónomos están familiarizados con la ubicua «canción del hidrógeno», y en cierto sentido es una buena elección. En cualquier caso, ésa fue la frecuencia que Frank Drake escogió para el Proyecto Ozma en 1960. Otros astrónomos propusieron que se multiplicara la frecuencia del hidrógeno por π, un número que los humanos consideraríamos una «signatura de la inteligencia» porque interviene tanto en la geometría como en las ecuaciones fundamentales de la física, y por ello mismo debería resultar familiar para cualquier científico extraterrestre. Pero hay otros números especiales, como la base exponencial e o la raíz cuadrada de 2. Además, estaba la cuestión de si los alienígenas introducirían una corrección para compensar el movimiento de su planeta y/o de nuestro planeta.[1.3] Enseguida la lista de frecuencias «naturales» adquirió una dimensión preocupante. No obstante, esta batalla de las bandas de emisión se desvaneció a medida que se desarrollaron tecnologías que permitían a los radioastrónomos examinar millones o incluso miles de millones de canales de radio (por lo general, de una anchura de 1 a 10 Hz) simultáneamente. En consecuencia, en la actualidad son pocos los investigadores del SETI que se preocupan por intentar adivinar la frecuencia elegida por los extraterrestres. Lo que intento resaltar es que progresos moderados de la tecnología humana han conseguido que, en el plazo de unas pocas décadas, hayamos cambiado nuestro modo de pensar sobre las posibles frecuencias de comunicación de los alienígenas. De este ejemplo se extrae una importante lección: lo inteligente es contemplar la situación a través de los ojos de la civilización que intenta comunicarse con nosotros, y suponer que ésta existe desde hace mucho tiempo, al menos un millón de años, quizá cien millones o más. Aunque los extraterrestres podrían decantarse por la radio como medio de comunicación (tal vez en beneficio nuestro), no podemos esperar que sepan distinguir entre los niveles de tecnología humana de las décadas de 1950 y 1980: ¿qué son unas pocas décadas en un millón de años?

Otro ejemplo: en la década de 1960, el láser comenzó a verse como un potente medio alternativo de comunicación entre los seres humanos, y muy pronto algunos investigadores del SETI comenzaron a defender que a buen seguro ET, al ser mucho más avanzado, preferiría utilizar esta nueva herramienta en lugar de la anticuada radio. La consecuencia de ello fue el nacimiento del SETI óptico (todavía en marcha): los astrónomos comenzaron a buscar una señal en forma de pulsos de luz de muy corta duración y gran intensidad que, con el instrumental adecuado, pueden distinguirse de la luz de la estrella madre, en conjunto más brillante pero invariable. La comunicación con láser llegó menos de un siglo después de la invención de la comunicación por radio, así que podemos preguntarnos de nuevo, ¿qué importa un siglo para una civilización de un millón de años?

Más provinciano aún resulta el SETI cuando se ve influido por la política humana, e incluso por la economía. Una de las principales incógnitas es la longevidad de una civilización que busca la comunicación. El desafío consiste en conjeturar si ET estará emitiendo durante siglos, milenios o aún más tiempo. Durante la guerra fría, muchos de los defensores del SETI argumentaron que el desarrollo de la comunicación avanzada por radio conllevaría desarrollos tecnológicos de un nivel similar, como el armamento nuclear. Como nuestra sociedad se hallaba entonces bajo un grave peligro de aniquilación nuclear, estuvo en boga defender que, de modo parecido, las civilizaciones extraterrestres no podían durar demasiado. Tendrían su propia guerra fría, que al cabo de algunas décadas se volvería caliente y haría que dejaran de emitir. Cuando la guerra fría (de la Tierra) acabó, las preocupaciones políticas humanas viraron hacia el medio ambiente, y hacia ahí se dirigió la forma de pensar en el SETI. En la actualidad, el tema más candente, para muchos, ya no es la guerra nuclear, sino la conservación. Transmitir potentes ondas de radio a través de la galaxia requeriría un proyecto de ingeniería a gran escala que tragaría enormes cantidades de energía. ¿No deberíamos pensar que una civilización extraterrestre avanzada ajustaría su tecnología para minimizar su impacto ambiental? Tal vez sí, pero esta línea argumental se hubiera recibido con escepticismo en la atmósfera política de la década de 1960, y cabe la posibilidad de que se considere irrelevante de aquí a un siglo, cuando los problemas ambientales sean sustituidos por otro tipo de preocupaciones. No hay razón alguna para suponer que una supercivilización de un millón de años tenga un «problema de conservación». Podría tener otros problemas, desde luego, quizá algunos que ni siquiera podemos concebir, ni podríamos entender si nos los contaran. SETI es el proyecto a largo plazo por antonomasia, y sería necio fundamentar en exceso nuestra estrategia de búsqueda en la moda política del mes. Intentar adivinar las prioridades políticas de una civilización extraterrestre es un juego fútil.

Igualmente fútil es jugar a hacer conjeturas sobre la economía alienígena. Fijémonos si no en la novela La guerra de los mundos, de H. G. Wells, en la que los marcianos, hartos de habitar en un planeta inferior, deciden mudarse a la Tierra. Wells dibuja una imagen aterradora de unos alienígenas codiciosos, con una tecnología mucho más avanzada que la humana, que miran nuestro planeta con malicia, «… a través del abismo del espacio, unas mentes que son a nuestras mentes lo que las nuestras son a las de las bestias que cazamos, unos intelectos vastos y fríos y poco compasivos, acechan a nuestra Tierra con los ojos de la envidia, y despacio, pero con mano firme, diseñan sus planes contra nosotros».[1.4] Wells escribió su relato en la década de 1890, en el punto más álgido del Imperio británico, cuando el poder y el dinero se medían en acres de tierra, toneladas de carbón y hierro, y cabezas de ganado. Los ricos construían ferrocarriles, poseían grandes barcos, minas de carbón, cobre u oro, y compraban grandes extensiones de pastos. En suma, en la época victoriana la riqueza consistía en cosas físicas. Así que lo natural era pensar que las civilizaciones alienígenas valoraban del mismo modo las tierras y los recursos minerales, y elaboraban planes para dispersarse por el espacio en busca de más, una vez agotadas las minas en su propio planeta. Eso era lo que más motivaba a los marcianos de Wells. Sin embargo, apenas un siglo más tarde, la economía global se había transformado completamente. En la década de 1990, Bill Gates era el nuevo Rockefeller, pero no conseguía el dinero comerciando con «cosas físicas» sino con bits de información. Microsoft tenía más peso financiero que la mayoría de los países. Con la economía de la era de la información vino el SETI de la era de la información. Se concluyó entonces que, sin duda, los extraterrestres no podían ser tan primitivos y codiciosos como para recorrer la galaxia en busca de mineral de hierro, menos aún de oro o diamantes. Una comunidad extraterrestre avanzada debía valorar la información; ésa sería su moneda, su fuente de riqueza. La información y el conocimiento, unos incentivos más nobles, pasaron a dominar las motivaciones de los alienígenas. La codicia por la información podría impulsarlos a enviar sondas no para obtener materias, sino para explorar y observar y medir, para compilar una base de datos, una verdadera Enciclopedia Galáctica.[1.5] A día de hoy eso parece razonable, pero cabe preguntarse qué peso tendrá el argumento de la información en 2090, cuando la economía tal vez gire alrededor de algo que todavía no podemos ni imaginar, y mucho menos inventar. Si las prioridades humanas pueden cambiar de forma tan drástica en un solo siglo, ¿qué esperanzas podemos albergar de adivinar las prioridades de una civilización que quizá haya pasado por un millón o más de años de desarrollo económico?

Las mismas críticas generales pueden plantearse respecto a la mayoría de los intentos teóricos por imaginar cómo es una civilización extraterrestre y cómo se comportan sus miembros. Es cierto que la historia de la civilización humana nos da pistas, y que ciertos principios generales podrían aplicarse a toda la vida inteligente. El problema es que sólo disponemos de una muestra de vida, una muestra de inteligencia y una muestra de alta tecnología. Se hace muy difícil discriminar entre las características que pueden ser específicas de nuestro planeta y los principios generales, si los hay, sobre la emergencia de la vida y la inteligencia en el universo. En estas condiciones, puede cederse a la tentación inevitable de buscar analogías con la humanidad al tratar de imaginar cómo es ET. Pero esa vía es casi con certeza falaz. Preguntarnos qué haríamos nosotros es prácticamente irrelevante. El enfoque estrecho y el provincialismo inherente al SETI tradicional no han escapado a la atención de Frank Drake. «Nuestras señales actuales son muy distintas de las de hace veinte años, las que entonces considerábamos modelos perfectos de lo que podrían emitir otros mundos en cualquier estado de desarrollo», escribe. «Estábamos equivocados. Si la tecnología puede cambiar tanto en sólo cuarenta años, ¿cuánto podría llegar a cambiar en miles o millones de años?»[1.6] Ésa es, en pocas palabras, la cuestión. Sin embargo, este claro reconocimiento por parte del fundador del SETI tradicional todavía tiene que traducirse en aproximaciones nuevas y radicales en el frente de la búsqueda. En mi opinión, el camino que nos permitirá avanzar exige que dejemos de ver las motivaciones y actividades de los extraterrestres a través de ojos humanos. Pensar en SETI requiere que abandonemos todas nuestras presunciones sobre la naturaleza de la vida, la mente, la civilización, la tecnología y el destino de las comunidades. En suma, requiere que pensemos en lo impensable.