U na mañana fría y neblinosa de abril de 1960, un joven astrónomo llamado Frank Drake tomó tranquilamente el control del disco 26m del Observatorio Nacional de Radioastronomía de EE. UU. en Green Bank, en el estado de Virginia Occidental. Pocos comprendieron que ese momento era un punto de inflexión en la ciencia. De forma lenta y metódica, Drake guió el gigantesco instrumento hacia una estrella parecida al Sol conocida como Tau Ceti, situada a once años luz de distancia, ajustó la frecuencia a 1.420 MHz y se dispuso a esperar.[1.1] Su más fervoroso deseo era que, desde un planeta en órbita alrededor de Tau Ceti, unos seres alienígenas estuvieran enviando señales de radio en nuestra dirección, y que su potente antena pudiera detectarlas.
Drake miró con suma atención el puntero y el gráfico de tinta que registraba la recepción de la antena, cuyos irregulares espasmos iban acompañados de un siseo en los altavoces. Al cabo de media hora llegó a la conclusión de que nada importante venía de Tau Ceti, tan sólo el ruido blanco de la radio y el ruido natural de fondo del espacio. Respiró hondamente y reorientó con cuidado el gran disco hacia una segunda estrella, Épsilon Eridani. De repente, en los altavoces retumbó una serie de estruendos mientras el puntero registrador comenzaba a volar frenéticamente de un lado a otro. Drake casi se cayó de la silla. La antena había captado sin ninguna duda una fuerte señal artificial. El astrónomo se quedó tan pasmado que permaneció clavado en su sitio durante un largo rato. Por fin puso otra vez en marcha su cerebro y movió el telescopio ligeramente, apartándolo de su objetivo. La señal se desvaneció. Pero cuando devolvió la antena a su posición original, ¡la señal había desaparecido! ¿De verdad había captado una fugaz emisión de ET? Drake se dio cuenta enseguida de que captar una señal de una civilización alienígena en el segundo intento era demasiado bueno para ser cierto. La explicación debía estar en una fuente de origen humano, y, en efecto, resultó que la señal había sido producida por una base de radar militar secreta.
Con tan humildes comienzos (un proyecto caprichosamente llamado Ozma en honor a la mítica Tierra de Oz), Frank Drake se convirtió en el pionero del proyecto de investigación más ambicioso, y potencialmente más importante, de toda la historia. El programa SETI persigue dar respuesta a una de las preguntas más grandes de la existencia: ¿estamos solos en el universo? La mayor parte del SETI es una elaboración del concepto original de Drake de barrer el espacio con radiotelescopios en busca de alguna indicación de un mensaje procedente de las estrellas. No cabe duda de que se trata de una apuesta muy arriesgada. Las consecuencias de su éxito serían realmente trascendentes, y conmocionarían a la humanidad más aún que los descubrimientos de Copérnico, Darwin y Einstein juntos. Pero es como buscar una aguja en un pajar, con el agravante de que ni siquiera sabemos con certeza que la aguja se encuentre allí. Aparte de uno o dos misteriosos incidentes (de los que hablaremos más adelante), a día de hoy todos nuestros intentos se han saldado con un inquietante silencio. ¿Qué nos dice eso? ¿Que no hay alienígenas? ¿O que no estábamos buscando lo que debíamos en el lugar adecuado y en el momento adecuado?
Los astrónomos del SETI alegan que el silencio no es ninguna sorpresa: simplemente, todavía no hemos buscado con el suficiente ahínco durante el tiempo suficiente. Hasta el momento, las búsquedas sólo han escudriñado unos pocos miles de estrellas situadas a menos de unos cien años luz. Basta comparar eso con la escala de nuestra galaxia: cuatrocientos mil millones de estrellas distribuidas por más de cien mil años luz de espacio. Pero la potencia de búsqueda aumenta de manera continua, siguiendo su propia versión de la Ley de Moore de los procesadores: se duplica cada uno o dos años gracias a una eficiencia cada vez mayor de los instrumentos, y una creciente velocidad de proceso de los datos. Pronto la capacidad aumentará de manera drástica con la construcción de 350 antenas de radio interconectadas en Hat Creek, en el norte de California. Bautizada en honor del benefactor Paul Allen, la Matriz de Telescopios de Allen permitirá a los investigadores explorar una fracción mucho mayor de la galaxia en busca de señales alienígenas (véase la lámina 1). El complejo será dirigido por la Universidad de California en Berkeley y por el Instituto SETI, donde trabaja Frank Drake en la actualidad. El Instituto sigue siendo optimista acerca de las perspectivas de éxito, y siempre tiene champán fresco a la espera de una detección confirmada.
LÁMINA 1. Parte de la Matriz de Allen del Instituto SETI, en el norte de California. Se muestran dos de la multitud de antenas conectadas.
Es fácil imaginar la escena si se mantiene el optimismo y se descubre algo pronto. Un astrónomo aguarda sentado estoicamente frente a los controles del instrumento, con los pies encima de una mesa repleta de papeles. Hojea distraídamente un libro de matemáticas. Así ha sido el trabajo, para él y para varias docenas de personas del SETI, durante décadas. Pero hoy es diferente. De repente, el aburrido astrónomo despierta de su diurna ensoñación a causa del ruido estridente e inconfundible de una alarma. El alarido lo genera un algoritmo informático diseñado para detectar señales de radio «extrañas» y separarlas del ruido sin orden que continuamente se recibe del espacio exterior. Al principio, el astrónomo da por hecho que se trata de una más de tantas falsas alarmas, por lo general transmisiones generadas por nuestra civilización que se cuelan a través de la red diseñada para filtrar las señales artificiales más obvias, como las procedentes de teléfonos móviles, radares y satélites. Siguiendo un protocolo consagrado por el tiempo, el astrónomo teclea unas simples instrucciones y desplaza el telescopio ligeramente a un lado de la estrella observada. La señal muere de inmediato. Ahora desplaza el instrumento de nuevo al objetivo; la señal sigue ahí. Tras estudiar con suma atención la forma de las ondas de radio y determinar que la fuente se mantiene en una posición fija en relación con las estrellas, el astrónomo se apresura a llamar por teléfono a otro de los observatorios del proyecto, al tiempo que envía por correo electrónico las coordenadas de la misteriosa señal.
A ocho mil kilómetros de distancia, una astrónoma abandona su lecho para investigar. Soñolienta, camina hasta la sala de control y se sirve un café. Se sacude el sueño y, con la mente alerta, lee su correo e introduce las coordenadas que le han enviado. En menos de un minuto, el segundo radiotelescopio se ha centrado en el objetivo e inmediatamente recoge la misma señal, alta y clara. A la astrónoma se le acelera el pulso. ¿Será posible que esta vez la alarma vaya en serio? Tras décadas de búsquedas sin ninguna recompensa, ¿será ella la primera persona de la Tierra que confirme que de verdad existe una civilización alienígena que transmite señales de radio? Sabe que harán falta muchas otras comprobaciones antes de llegar a esa conclusión, pero los dos astrónomos, enzarzados ahora en excitadas conversaciones de un continente a otro, eliminan de manera sistemática, una tras otra, todas las posibilidades mundanas hasta que, con un 90 por ciento de certeza, infieren que la señal es realmente artificial, no es humana y tiene su origen en un lugar muy distante en el espacio. Mientras los radiotelescopios siguen rastreando la señal de forma sincrónica, registrando cada minuto con sumo detalle, el aturdido par de astrónomos se comporta como en un sueño: atónitos, maravillados, eufóricos, todo a la vez. ¿Y ahora qué? ¿A quién se lo decimos? ¿Qué podemos descubrir con los datos que hemos recogido? ¿Cambiará el mundo para siempre?
Hasta aquí, la historia (que debo admitir que incurre en ciertas licencias literarias) no exige un gran esfuerzo de la imaginación.[1.2] La escena básica ya se ha representado adecuadamente en la película de Hollywood Contact, en la que Jodie Foster encarna a una afortunada y sobrecogida astrónoma. Lo que no está tan claro es el siguiente paso. ¿Qué seguirá a la detección confirmada de una señal de radio alienígena? La mayoría de los científicos concuerda en que un descubrimiento como éste perturbaría y transformaría el orden de las cosas de múltiples maneras. Basta con imaginar la recepción de una señal recibida de quién sabe dónde para que se planteen muchas preguntas: ¿quién la evaluará?, y ¿cómo? ¿De qué manera se enterará de la noticia el público en general? ¿Se producirán disturbios sociales, o incluso cundirá el pánico? ¿Qué harán los gobiernos? ¿Cómo reaccionarán los líderes mundiales? ¿Se recibirá la noticia con temor o con asombro? Y, a largo plazo, ¿qué efecto tendrá sobre nuestra sociedad, nuestro sentido de la identidad, nuestra ciencia, tecnología y religiones? Además de estos imponderables, está la espinosa cuestión de si deberíamos responder a la señal enviando nuestro propio mensaje a los alienígenas. ¿Estaríamos buscando una catástrofe, como ser invadidos por una flota de naves espaciales bien armadas? ¿O significaría la liberación para una especie que tal vez se encuentre en una situación angustiosa?
No hay consenso sobre cómo responder a estas preguntas. El argumento de Contacto se aparta de la ciencia establecida en el momento en que se recibe la señal; entonces se zambulle en conjeturas como los viajes a través de agujeros de gusano y cosas espectaculares por el estilo. Eso es ciencia ficción nacida de la fértil imaginación del desaparecido Carl Sagan, el astrónomo de la Universidad de Cornell que escribió el libro en el que se basa la película. En el mundo real, no está nada claro qué ocurriría después de descubrir que no estamos solos en el universo. En 2001, la Academia Internacional de Astronáutica estableció un comité para que se ocupara de las cuestiones de qué hacer tras la detección. Conocido como «Grupo de Trabajo de Postdetección del SETI», su misión consiste en preparar el terreno ante la eventualidad de que el proyecto SETI alcance su objetivo. La idea es que una vez confirmada la recepción de una señal de una fuente alienígena, los acontecimientos se sucederían demasiado deprisa como para que la comunidad científica pudiera deliberar sobre qué hacer. El caso es que en la actualidad soy yo quien preside este grupo de trabajo, y esta posición especial me ha llevado a pensar con bastante detenimiento sobre el SETI en general, y en particular sobre la postdetección.