24 de abril
El insistente pitido de su radio despertador lo sacó de un sueño inquieto. Erdmann estaba cansado y decaído. Se levantó de la cama con cierto esfuerzo. Media hora más tarde, al salir a la calle y contemplar el despejado cielo azul, se detuvo un instante para disfrutar del fresco aire primaveral y comenzó a sentirse un poco mejor.
Faltaban tres minutos para las ocho cuando llamó a la puerta de Matthiessen. Apostó consigo mismo que le aguardaría con la chaqueta puesta para poder alejarlo de allí inmediatamente, por lo que se sorprendió cuando le abrió la puerta en calcetines.
—Buenos días —saludó ella, examinándole de arriba abajo—. Vaqueros negros, camisa blanca, chaqueta gris, informal pero elegante, como siempre. —Se apartó a un lado—. Entra, te sirvo un café.
—Eso suena muy bien. Me he despertado algo tarde y aún no he tenido tiempo de tomarme ninguno.
Aguardó en el descansillo hasta que ella cerró la puerta y comenzó a avanzar por el pasillo. La siguió cruzando el salón, que le sorprendió por su moderno mobiliario, hasta la cocina, bastante amplia, en cuyo centro había dispuesta una isleta para cocinar en torno a la cual halló tres sillas altas. La zona de trabajo anexa a la placa de inducción era evidentemente utilizada también como mesa. Matthiessen le señaló una de las sillas, cerca de la cual descansaba una taza limpia. Erdmann se sentó y miró a su alrededor.
—Qué cocina más bonita.
—Lo dices como si te sorprendiera.
—No, ¿por qué iba a sorprenderme? —mintió, observándola colocar una taza bajo la cafetera automática y pulsar un botón. Esperó a que la ruidosa máquina finalizara su trabajo antes de volver a hablar.
—He estado revisando los informes de Colonia, y cuando me dí cuenta eran las dos de la mañana. Aún así acabé nuestro propio informe y lo envié por correo electrónico. Dime algo agradable, anda.
—Pues no está mal. A mí se me cerraron los ojos en torno a las 12. Pero en el fondo me alegré de no tener fuerzas para seguir leyendo. No me tengo por una persona delicada, pero la manera que tiene Jahn de describir las escenas en las que son torturadas esas mujeres para extraerles la piel de la espalda… No sé qué decirte, pero me da la impresión de que disfruta mientras imagina esos horrores. Dios, si el asesino sigue al pie de la letra la novela y se lo toma como si fueran instrucciones…
—Al parecer, así es.
—Sí. Es terrible. Tenemos que parar a ese perturbado lo antes posible, antes de que acabe con otras mujeres, incluyendo a Heike Kleenkamp.
Guardaron un breve silencio antes de que Matthiessen sintiera curiosidad.
—¿Y qué tal tú? ¿Has descubierto algo que nos pudiera ser de ayuda?
Erdmann tomó con mucho cuidado un pequeño sorbo de café antes de relatarle a Matthiessen lo que había hallado en el informe.
Por supuesto, la policía de Colonia había investigado en su momento al escritor. Aquel asesinato le había conducido repentinamente al éxito, y le había aportado una popularidad que jamás hubiera logrado por otros medios. Sus declaraciones estaban llenas de contradicciones, lo cual había tratado de justificar indicando que aquel asunto le tenía psicológicamente tocado, y que se sentía culpable por haber ofrecido una especie de guía para el asesinato. Inicialmente se había negado a facilitar una posible coartada, y sólo cuando la policía le amenazó con una orden de detención confesó haber pasado la noche con una mujer casada. Aunque era soltero, había estado intentando protegerla a ella, por lo que no había querido revelar dónde se hallaba en el momento del crimen.
—De modo que Jahn logró su coartada, pues esa mujer confirmó que había pasado con él la noche de los hechos. A pesar de que, al estar casada, aquella declaración resultó muy desagradable para ella. A partir de entonces Jahn quedó descartado como sospechoso.
—¿Y si ella mintió? ¿Qué pensarías si su coartada fuese falsa?
—En ese caso sería mi sospechoso principal.
Matthiessen apuró el contenido de su taza, recogió la de él y colocó ambas en el interior del lavavajillas.
—Vamos a olvidar aquella coartada de entonces para nuestro propio caso. ¿Qué opinas de él?
Erdmann se puso en pie.
—Creo que hoy deberíamos volver a hablar con él.
—De acuerdo, aunque primero vayamos a Jefatura para comprobar si hay alguna novedad. Además es posible que ya haya llegado el resultado de los análisis de ADN de la piel del marco. No tengo ninguna duda de que coincidirá con el de Heike Kleenkamp, pero nunca se sabe…
Había poco tráfico en la ciudad a aquella hora de la mañana de un domingo, por lo que alcanzaron la Bruno-Georges-Platz en un tiempo sin precedentes. Cuando entraron en la sala de reuniones de la Unidad Especial apenas habían dado las nueve. Encontraron allí a un par de agentes de refuerzo y a una inspectora.
—¿Ha llegado ya Stohrmann? —le preguntó Erdmann a la joven inspectora, a la que sólo conocía de vista. Ella sacudió la cabeza en señal de negativa.
—No, sólo estamos nosotros.
—¿Alguna novedad? —preguntó Matthiessen, sin dirigirse a nadie en particular—. ¿Tenemos ya los análisis de la piel?
Uno de los agentes le tendió dos hojas de papel grapadas por la esquina superior derecha sin mediar palabra y Matthiessen apenas necesitó unos segundos para repasarlas. Asintió.
—Tal como esperábamos, se trata de Heike Kleenkamp. ¿Algo más?
Silencio. Los agentes negaron con la cabeza.
—Mierda —se le escapó a Erdmann, y Matthiessen asintió.
—Tenemos que suponer que Dieter Kleenkamp ejercerá aún más presión. Es propietario de un importante periódico, lo cual significa que si no podemos ofrecerle resultados de forma rápida, lo que publicará no nos favorecerá.
Y, tras una pausa, añadió:
—Y no podemos reprochárselo.
Se abrió la puerta y entró Jens Diederich acompañado de un hombre que le resultó desconocido a Erdmann. Era de baja estatura, con una poblada barba negra y llevaba un portátil como si se tratase de una bandeja.
—Buenos días a todos —saludó Diederich. Hizo un gesto de reconocimiento con la cabeza hacia Erdmann y se dirigió a Matthiessen.
—Me alegro de que ya hayan llegado. ¿Conoce al agente Hunsinger?
—El especialista informático, ¿no es así? —Matthiessen miró el ordenador—. ¿Es el portátil de Heike Kleenkamp? ¿Ha encontrado algo?
Hunsinger depositó el ordenador sobre la mesa, lo abrió y pulsó el botón de encendido.
—No he detectado nada extraordinario en los archivos guardados en el disco duro. Cartas de diversas instituciones, un par de documentos Excel con diferentes cálculos, cosas relacionadas con sus estudios…
En la pantalla aparecieron y desaparecieron los diferentes logotipos propios del sistema.
—De modo que he revisado su cuenta de correo.
Hunsinger abrió el programa con el que Heike Kleenkamp administraba su cuenta de correo. A la izquierda de la pantalla aparecieron diversas carpetas, al parecer la chica ordenaba sus mensajes por temas.
Hunsinger abrió una carpeta titulada Unidad Especial.
—Ésta la he creado yo, para no andar buscando.
La carpeta contenía dos mensajes, Hunsinger abrió el primero de ellos y retrocedió un par de pasos para que los demás pudieran leerlo cómodamente.
—Miren esto.
Erdmann se inclinó un poco hacia delante, hasta que distinguió el contenido del mensaje.
De: m.hansen@kleine-buecherecke.info
A: heike-kleenkamp@t-online.de
Asunto: Reseña
Enviado el: 16.12.2010. 9.17h
Señora Kleenkamp,
Me he quedado anonadada cuando he leído esta mañana la reseña publicada en el periódico de su padre de la novela El manuscrito, de Christoph Jahn, y he de decirle que ha despertado mi ira. Soy una gran admiradora de este escritor, al que tengo con diferencia por el mejor autor alemán contemporáneo de novela negra. Y mi opinión se haya fundamentada por mi formación —soy librera—, lo cual estoy segura de que no podrá decir quien haya elaborado la reseña en su periódico.
¿Cómo pueden publicar tales desatinos, con palabras que difaman la obra de un autor de tanto talento como Christoph Jahn con el único objetivo de lograr publicidad barata?
La mujer que firma la reseña acusa al texto de abusar de los clichés, ser artificial, lingüísticamente muy pobre, etc… ¿No se avergüenzan de haber autorizado la publicación de algo así? ¿No sabe el daño que le están causando a ese hombre?
La autora de la reseña es una persona insignificante, pero sus vergonzosas palabras jamás hubieran podido ser difundidas públicamente si usted y su padre no las hubieran incluido entre las páginas de su periódico. Ambos han convertido esa basura en algo aparentemente digno de crédito y han perjudicado seriamente a ese maravilloso escritor, causándole un daño muy importante.
Le exijo insistentemente que publique en la edición de mañana unas palabras en las que se retracta de tan indescriptible crimen.
Miriam Hansen
—Me estoy quedando perplejo —se le escapó a Erdmann—. Esa librera tan anodina, quién lo hubiera pensado, defendiendo a Christoph Jahn con tanta virulencia. Pero ¿por qué no se dirige directamente al mismo Kleenkamp, al propietario y editor, o tal vez al redactor jefe de la sección de Cultura? No lo entiendo.
Matthiessen se encogió de hombros.
—Existe un segundo mensaje —los interrumpió Hunsinger.
Movió el ratón un par de veces y a continuación volvió a desplazar el portátil sobre la mesa de modo que todos pudieran leer el archivo abierto. En comparación con el primer mensaje, este segundo era más bien breve.
De: m.hansen@kleine-buecherecke.info
A: heike-kleenkamp@t-online.de
Asunto: Re: Re: Reseña
Enviado el: 16.12.2010. 13.34h
Señora Kleenkamp,
Lamento que su padre y usted hayan decidido no rectificar e insistan en destruir la obra artística de un maravilloso autor, demostrando con ello su ignorancia literaria. Serán los únicos responsables de las consecuencias que se derivarán de su acción.
M. Hansen
El: 16.12.2010. 13.03h heike-kleenkamp@t-online.de escribió:
Estimada Señora Hansen,
Lamento mucho comunicarle que ni yo misma ni mi padre como propietario y editor del periódico Hamburger Allgemeine Tageszeitung podemos influir sobre la opinión vertida por una de nuestras colaboradoras en una reseña literaria. Como librera, sin duda sabrá usted que las reseñas de libros siempre son subjetivas y reflejan únicamente la opinión personal de quien las ha elaborado, y no del periódico en su conjunto. Le propongo, sin embargo, que redacte usted misma una nueva reseña de la misma novela y nos la envíe a la sección de Cultura de nuestro diario. Es posible que la responsable de la sección se decida a publicarla.
Espero que nos comprenda.
Un afectuoso saludo,
Heike Kleenkamp
—¿Serán los únicos responsables de las consecuencias? Suena a amenaza.
—¿Qué le suena a usted a amenaza, señor Erdmann?
Erdmann se sobresaltó, y también Matthiessen hizo un gesto involuntario de sorpresa. Ninguno de los dos había advertido que Stohrmann había entrado en la sala.
—Buenos días —saludó Erdmann con frialdad. Le desagradaba profundamente cuando alguien se presentaba de repente y omitía el saludo, aunque ese alguien fuese un superior.
—Hunsinger ha encontrado dos mensajes de correo de lo más interesante en el ordenador portátil de Heike Kleenkamp —se decidió Matthiessen a responder—. Fueron enviados por Miriam Hansen, la librera de la que…
—Muéstremelos —la interrumpió Stohrmann bruscamente, y desplazó a ambos al aproximarse al ordenador. Erdmann intentó intercambiar una mirada de complicidad con Matthiessen, pero ésta bajó la suya al suelo. El hombre sintió nacer en él la ira pues, fuese o no su superior, Stohrmann mostraba unas capacidades sociales muy deficientes.
—¿De qué reseña se habla en este mensaje?
—Aún no lo sabemos —dijo Matthiessen con frialdad—. Pero no creo que sea difícil de encontrar con ayuda de las fechas que se indican en los mensajes.
—Debería ser más rápida, Matthiessen. Vaya a ver otra vez a esa señora.
—Nos ponemos en camino de inmediato. Y también volveremos a hablar con Nina Hartmann.
—Quiero ver un informe sobre mi mesa a la mayor brevedad.
Stohrmann se apartó y abandonó la sala sin decir adiós.
Erdmann dudó unos instantes antes de disculparse.
—Ahora mismo vuelvo —dijo, y siguió a su superior, al que alcanzó sólo unos pocos metros más allá—. ¿Puedo hablar con usted un momento? —preguntó.
Stohrmann se detuvo ante los ascensores y pulsó el botón de llamada.
—¿Qué ocurre? ¿Ha recordado algo importante?
Erdmann comprobó que estuvieran a solas en el pasillo.
—Se trata de Matthiessen —dijo, y notó cómo Stohrmann se envaraba imperceptiblemente.
—¿Sí? ¿Tiene alguna queja sobre ella?
Erdmann volvió a comprobar el pasillo en el momento en que se abrió la puerta del ascensor, y cuando Stohrmann entró en él, le siguió.
—No, ninguna queja, antes al contrario. He podido comprobar que mantiene con ella un comportamiento… ¿cómo lo diría? Un tanto ofensivo.
—Ha podido comprobar usted eso, bien.
El ascensor se detuvo y se abrieron las puertas. Abandonaron la cabina y caminaron el uno al lado del otro por el pasillo en dirección al despacho de Stohrmann.
—Erdmann, no es asunto suyo cómo me dirijo a mis subordinados, pero dado que estamos colaborando en un caso muy delicado, considero extremadamente importante que este equipo funcione…
Habían alcanzado su despacho y Stohrmann le hizo una seña con la mano para invitarlo a entrar. Erdmann tomó asiento en una silla situada ante el escritorio y observó al coordinador de la Unidad Especial mientras se acomodaba y apoyaba los codos sobre la mesa, uniendo las manos como para un rezo.
—¿Se ha quejado Matthiessen en su presencia?
—No. Si le saco el tema se debe a que yo mismo he advertido que la comunicación entre ustedes no es la mejor. Aunque conozco el asunto de su hermano.
—De modo que se comentan historias a mis espaldas.
Erdmann se obligó a mantener la calma y no reaccionar negativamente ante las palabras de Stohrmann.
—Soy el compañero de la inspectora jefe Matthiessen. Creo que es comprensible que le pregunte si veo que hay algo que no va bien. Y me parece igual de comprensible hablar de un tema que me preocupa con mi superior.
Stohrmann asintió. Se le notaba enfadado.
—Ya me imagino lo que le habrá relatado la buena señora. Presentándole su versión.
—¿Me explicaría usted la suya?
—Creo que ahora mismo tenemos cosas más importantes que hacer.
Erdmann no quiso conformarse con aquella evasiva.
—Hay algo que no comprendo: si existen diferencias personales entre ambos, ¿por qué pidió que fuera ella su segunda al mando?
Stohrmann se sintió visiblemente sorprendido.
—¿Le ha dicho ella eso? ¿Qué fui yo quien facilitó su nombre?
—Sí —respondió titubeante un Erdmann desconcertado.
Stohrmann sacudió la cabeza en señal de negativa.
—No sé de qué me sorprendo a estas alturas.
Dejó caer las manos sobre la mesa con un ruido sordo.
—Erdmann, creo que es mejor que ambos olvidemos las posibles sensibilidades de la inspectora jefe. Tenemos que encontrar a una joven que ha sido secuestrada y que puede ser asesinada en cualquier momento, si no ha ocurrido ya. Márchese ahora, por favor.
Erdmann quiso preguntar si la afirmación de Matthiessen no era cierta, pero tras dirigir una breve mirada al rostro pétreo del coordinador de la Unidad Especial comprobó que no tenía sentido insistir en aquella cuestión, por lo que se puso en pie y abandonó aquel despacho.
La conversación con Stohrmann no le había llevado a aclarar las cosas. Más bien todo lo contrario.
Le había suscitado todas las dudas del mundo.