1965
TALLIN
República Socialista Soviética de Estonia
«Roland Simson, conocido como Mark, se había convertido en Roland Kask y vivía modestamente y sin llamar la atención en Tooru. Su hija, Evelin Kask, estudiaba en Tallin. ¿Quién habría creído que ese hombre, que representaba el papel de un buen padre de familia, hacía poco tiempo había disparado sin piedad a bebés ante los ojos de sus madres? ¿Quién habría creído que las personas con esas inclinaciones contagian su peligrosa enfermedad a las generaciones posteriores? Evelin Kask siguió las huellas de su padre, se convirtió en una fervorosa anticomunista y partidaria del imperialismo nacionalista».
El camarada Parts apoyó las muñecas en las rodillas. Los últimos capítulos comenzaban a estar listos, había avanzado sin dificultad desde que podía emplear también las mañanas. Ya había elegido asimismo las fotografías. Entre las tomadas en los días del fascismo seleccionó una para utilizar como retrato del escritor. Nada más llegar, el Ejército Rojo había fotografiado profusamente el campo de Klooga. Parts eligió la suya entre las que mostraban a quienes les habían disparado por la espalda; por suerte para él, los seres de delgadez cadavérica a punto de morir y los muertos se asemejaban entre sí. «El camarada Parts sobrevivió a Klooga porque se fingió muerto. Pertenecía al grupo de prisioneros formado por valerosos soviéticos que fueron conducidos de Patarei a Klooga para ser ejecutados. Fue testigo de espantosos horrores, pero trató de escapar cuando intentaron obligarlo a quemar en la hoguera a otros ciudadanos soviéticos. Le dispararon por la espalda y resultó gravemente herido. Si el Ejército Rojo hubiese liberado el campo de Klooga un día más tarde, él no se habría salvado. Gracias a su presencia de ánimo, hoy ofrece su testimonio de primera mano contando toda la verdad sobre el cáncer fascista». ¿Sería un pie de foto apropiado, no resultaría exagerado lo del disparo? ¿Y si alguien quería pruebas? Todavía tenía tiempo de pensarlo; de la Oficina ya no le harían llegar comentarios, pero había que pulir algunos detalles, añadir unas pinceladas de vivacidad, y entonces la obra estaría lista para darse a conocer al mundo. El último toque a la historia se lo había dado a su regreso de Tooru, adonde había ido en busca del colorido local; estimando las distancias y calibrando los puntos de referencia, había avanzado con dificultad hasta un montículo de piedras situado en el centro de los sembrados desde el que se divisaba nítidamente la casa de los Kask. Se había puesto chanclos y dos pares de calcetines de lana para protegerse de las serpientes. Con la ayuda de unos prismáticos, había observado la vida de la granja en busca de detalles y seguido a dos mujeres con pañuelos en la cabeza que se ocupaban de las labores agrícolas.
No se sentía cansado, aunque la noche anterior había sido muy agitada. El encuentro en la Oficina se había prolongado con un largo almuerzo y después en diversos bares. No estaba acostumbrado a ese ritmo de vida, pero por una vez no pasaba nada. Había logrado sugerir el nuevo tema que quería investigar y sacado a colación su experiencia juvenil en Finlandia; allí no levantaría sospechas, como prestigioso escritor y experto en historia contaría ya con unos antecedentes sólidos, el mundo académico no sería un problema. Era hora de empezar a planificar su futuro. ¿Qué tal la embajada de la Unión Soviética en Helsinki? El cargo de agregado cultural no estaría mal. La reapertura del tráfico marítimo entre Finlandia y Estonia suponía que los recursos de la Oficina estaban exprimidos al máximo, los diferentes órganos tenían prisa por conseguir más trabajadores operativos, personas de confianza. El peligro radicaba en que la Oficina le asignara la vigilancia de los turistas occidentales en Tallin, para crear una red epistolar más amplia con Finlandia, no como agente emplazado en el lado finlandés. Parts creía que cuando se publicara su libro dicha posibilidad se disiparía. No deseaba tener que observar los barcos desde la costa. Él mismo iría en uno, de viaje.
Tampoco le disgustaría trabajar en el comité soviético para las relaciones culturales con los compatriotas en el extranjero. ¿En la RDA? Su alemán era impecable. Quién sabía, tal vez pudiera acceder a los archivos alemanes, donde podría encontrar, por ejemplo, el rastro de un tal Fürst. Hasta ese momento el nombre no había salido a la luz, pero podía aparecer de un día para otro, allí o en el extranjero. Incluso podía resultar divertido. Decidió buscar a alguien de la Oficina de quien dependiera ese comité. Alguien a quien pudiera sugerirle la idea. Siempre era mejor que se le ocurriera a un tercero que Parts era la persona adecuada para un destino en Finlandia o Berlín. Tener demasiada iniciativa nunca era muy bueno. Sospecharían que quería desertar. Sólo unas páginas más y llegaría al punto culminante. El impaciente teclado de la Optima brincaba sin esfuerzo.
«A los oficiales nazis les entró prisa, en 1944 el Ejército Rojo se acercaba con gran ímpetu. Por la mañana, se ordenó a todos los prisioneros del campo de Klooga que formaran para pasar lista. A fin de mantener la situación bajo control, el SS-Untersturmführer Werle mintió: dijo que los presos serían evacuados a Alemania. Dos horas más tarde, el SS-Unterscharführer Schwarze hacía la selección: entre los prisioneros escogió los trescientos hombres más fuertes, a los que se les ordenó ayudar con la evacuación. Tampoco eso era cierto; en realidad, iban a transportar troncos a un claro situado fuera del campo, a un kilómetro. Por la tarde hicieron una nueva selección, y escogieron a seis fuertes ciudadanos soviéticos, que debían cargar en un camión dos bidones de gasolina. Los bidones estaban destinados a unas hogueras. Mark dirigía la construcción de las piras.
»En el campo de concentración, Mark carecía de escrúpulos, como correspondía a su naturaleza. Justo antes de que el ejército soviético liberara Estonia de la esclavitud fascista, fue un esbirro de los alemanes en el campo de Klooga. Los fascistas no sabían qué hacer con los prisioneros. Ya no había tiempo para trasladarlos, pues el victorioso ejército soviético se hallaba de camino; además, la mayoría de ellos habían sido sometidos a tales torturas que ni siquiera tenían fuerzas para viajar. Los barcos esperaban a los soldados y los oficiales, pero ¿qué hacer con aquellos prisioneros?
»La solución la sugirió Mark: hogueras.
»Colocaron los troncos en la tierra y sobre ellos los tablones. Los troncos eran de pino y abeto, las tablas medían unos 75 centímetros de largo. En mitad de la pira colocaron cuatro tablones en cuatro ángulos distintos, afianzados con algún que otro tocón. Probablemente su objetivo era servir como una especie de chimenea. La hoguera ocupaba un área de 6 por 6,5 metros. En un radio de cinco a doscientos metros de las piras se encontraron diseminados dieciocho cadáveres con disparos de bala. Más tarde serían identificados por el número de prisionero.
»A las cinco de la tarde se inició la sádica carnicería de los valientes ciudadanos soviéticos. Se les ordenó tumbarse boca abajo sobre los troncos y luego les dispararon en la nuca. Los cuerpos formaban una larga y apretada fila. Cuando una hilera de cadáveres estaba completa, colocaban encima otra capa de troncos. Las hogueras llegaron a tener tres o cuatro pisos. Desde el emplazamiento hasta el sendero del bosque había 27 metros, las piras se hallaban a tres o cuatro metros entre sí.
»Cuando una comisión especial de la Unión Soviética investigó esta barbarie, halló en las cercanías una casa calcinada de la cual sólo quedaban las chimeneas. En sus cimientos se encontraron 133 cuerpos carbonizados, algunos casi reducidos a cenizas. Su identificación resultó imposible. Todos los presentes el 19 de septiembre de 1944 en Klooga han de ser acusados del asesinato en masa de ciudadanos soviéticos y juzgados con la mayor severidad».