1965

TALLIN

República Socialista Soviética de Estonia

La noche siguiente, el camarada Parts dio una cabezada en el Moskova delante de su café, su platillo de trufas y su ensaladilla rusa. Su vigilancia se resentía por el trabajo hasta altas horas de la noche y porque estaba familiarizándose con la poesía. Cuando la barbilla le resbaló hasta el pecho, se enderezó y miró alrededor. Al grupo del Objetivo se habían unido estudiantes de arte con sus gorras color violeta, aunque no todos la llevaban, y una de las chicas vestía una falda demasiado corta y parecía saberlo, pues al caminar mantenía una mano pegada al muslo, indecisa sobre si tirar de la falda hacia abajo o evitar que se le subiera. Encima de esa falda azul aciano lucía una blusa blanca; en sus informes no debía olvidarse de mencionar esa simpatía por los colores nacionales.

Tras las gorras violeta había llegado un hombre de baja estatura, moreno, con un cabello largo como de mujer descuidada y una barba que ocultaba su expresión. Parts lo reconoció como el autor de unos cuadros antisoviéticos de muy mal gusto; probablemente hacía tiempo que la Oficina estaba al tanto de sus actividades. Ya su aspecto de imitador de las corrientes de moda en los países capitalistas rezumaba imperialismo. El pianista daba lo mejor de sí, el hombre de pelo largo tonteaba con dos chicas. Un murmullo hendió el humo como nítidas rayas que sacaron a Parts del letargo. Abrió los ojos de pronto. ¿Y esas notas? ¿Las había imaginado? ¿Entonado? ¿Había tenido una ensoñación? Los compases a ritmo de jazz continuaban, pero las chicas habían dejado de murmurar y los fumadores de la mesa de al lado de sacudir la ceniza de sus cigarrillos, que ahora caía sobre la mesa. El Objetivo se había puesto en pie. Parts se volvió sigilosamente. El corrillo de estudiantes se había dado la vuelta y contemplaba al pianista de muñecas relajadas, la mujer de la mesa de al lado sonreía radiante, con la mano en el hombro de su acompañante, y su boca se movía en silencio: Saa vabaks Eesti meri, saa vabaks Eesti pind… Parts parpadeó. El compás fluía en la improvisación del pianista, desaparecía y reaparecía, desaparecía y reaparecía, y los labios de la mujer seguían mudamente su melodía; también el barbudo se había puesto en pie, igual que las chicas que gorjeaban junto a él, y pronto todo el grupo de la mesa. Parts se oyó jadear, echó un vistazo a su colega en la mesa de la esquina. También él se había levantado, tenso, preparado para saltar. Con expresión atenta, escudriñó la sala y se encontró con los ojos de Parts, y justo en ese momento la marcha que alternativamente desaparecía y reaparecía se hizo más lenta y el barbudo y el Objetivo entonaron: Jään sull’ truuiks surmani, mul kõige armsam oled sa, «Te seré fiel hasta la muerte, mi más amada eres tú». Entonces el colega de Parts cruzó el local como una gélida exhalación, cerró la tapa del piano de golpe y se detuvo delante del boquiabierto barbudo, agitó las manos y tras decir algo abandonó el café en tromba, tal como se había acercado al grupo. El faldón de su abrigo golpeó a Parts al pasar; su colega tenía el rostro moteado y sus ojos entornados parecían dos rayas. Cuando desapareció escaleras abajo, el pianista alzó la tapa del piano y retomó su repertorio nocturno habitual. Los amigos del barbudo se marcharon tirando de él hacia las escaleras, las cabezas muy juntas, las frentes perladas de sudor, su cuchicheo resonando con frenesí. No miraban alrededor, y nadie los miraba, como si se hubiesen vuelto invisibles, y sin embargo toda la sala se rizó como un mar antes de la tormenta. Parts oyó palabras sueltas que prefería no creer. ¿De verdad su colega se había plantado ante el barbudo diciendo: «¡Por Dios, callaos, que soy del KGB!»?

Al día siguiente estaba el mismo pianista, y también al otro. Parts comenzó a dudar de que su colega hubiese informado de lo ocurrido. De todas formas, éste no había vuelto por el café y al tercer día ya tenía un sustituto. El barbudo no volvió a aparecer. Ya había más material comprometedor del necesario. El grupo claramente planeaba algo relacionado con el desfile de antorchas que organizaban las uniones estudiantiles, y si era así, la tarea de Parts en la operación Moskova concluiría antes del desfile o justo después. Comprendió que el tiempo apremiaba. Tenía que cerciorarse de que el grupo, con todos sus tentáculos, aún se encontraba en libertad y era fácil de localizar.

Abrió la puerta el poeta en persona. La casa seguía tan gris como antes, la ropa del hombre se fundía con las paredes. Se ajustó las gafas, los ojos apenas se distinguían tras los gruesos cristales.

—Cabeza de Col —dijo Parts, sonriendo cortésmente.

Sin duda, era un momento emocionante. Parts sabía que aquel hombre no comprendía que en ese instante probablemente ambos experimentaban una sensación idéntica. El poeta tenía una oportunidad, unas buenas dotes de actor podrían haberlo salvado, o una buena defensa. A lo largo de su vida, Parts había conocido a muchos mentirosos capaces de una excelente maniobra evasiva, pero quien estaba frente a él no era uno de ellos. El rostro del poeta se resquebrajó como la esquina de una casa carcomida desde los cimientos, fácil de aplastar con un golpe de hacha.

—Deberíamos charlar un rato. No debería usted permitir que asuntos del pasado interfieran en su actual carrera de escritor. —Parts hizo una pequeña pausa antes de continuar—. También tendríamos que reflexionar un poco sobre sus jóvenes seguidores. Sus actuales escritos no levantan lo bastante la moral de la juventud.

—Mi mujer llegará pronto a casa.

—Con mucho gusto la saludaré. ¿Continuamos la conversación dentro?

El poeta reculó.

—Bien, intentaremos que la prohibición de publicar que recaiga sobre usted sea lo más breve posible, ¿le parece?

Fue un caso fácil. Mucho más de lo que el camarada Parts imaginaba. Al abandonar la casa, se preguntó cómo aquel hombre había conseguido obrar ilegalmente tanto tiempo ante las narices del Partido. Llevaba décadas como distinguido poeta soviético y aparentemente el departamento de propaganda —la Glavlit— y todas las oficinas competentes estaban satisfechos con él, mientras él continuaba su actividad clandestina. ¡A la vez que escribía odas al Partido! Parts se apresuró hacia la parada. Allí notó de golpe el cansancio y tuvo que acuclillarse un momento. Aquel poeta resultaba un caso fácil porque él tenía en su poder información apropiada para chantajearlo, aunque no disponía de nada con que chantajear a su mujer. Es cierto que el poeta había dejado caer la identidad de Corazón en el regazo de Parts como un Junkers sin combustible, pero todavía no tenía la seguridad de que Roland lo hubiese compartido todo con ella, absolutamente todo. ¿Sería por eso por lo que una muralla infranqueable lo separaba de su mujer? ¿De verdad ésta había sabido siempre el motivo por el cual él tenía que librarse de Roland? Pero ¿tenía aquello algún sentido ya? Al mismo tiempo se asombró de lo poco que le había importado confirmar el asunto. Se asombró y tal vez también se admiró de su serenidad. Quizá en lo más profundo de su ser siempre lo había presentido, pero no era importante. Y a la vez experimentó una gran satisfacción después de mucho tiempo: sintió que controlaba la situación, una sensación que casi había olvidado. Como si en la palma de la mano hubiese atrapado una bandada de pájaros en pleno vuelo y a su contacto ésta se hubiese petrificado formando un conjunto que él podía dirigir. En casa aguardaban el impaciente teclado de la Optima y su mujer; la Oficina se ocuparía de los trámites finales.