1965

TALLIN

República Socialista Soviética de Estonia

En su carta a Karl Andrusson, Parts había enviado saludos de la señora Vaik, con quien su mujer mantenía «una relación continua». Mencionó además que a la señora Vaik la había alegrado saber que gracias a sus cuidados Karl se había convertido en piloto. Teniendo en cuenta el control de correos, la respuesta llegó muy rápida, en un par de semanas. Con la excitación, al abrir el sobre Parts rompió dos sellos canadienses, pero no lo lamentó. Karl se había alegrado mucho de recibir noticias de la señora Vaik y le pedía que le enviara su dirección; cuando ésta se mudó a casa de su hermana, la madre de Andrusson había perdido el contacto con ella, pero había oído rumores de que su nieta estaba estudiando en Tallin para trabajar en la banca.

Parts obtuvo la confirmación que deseaba: sí, había estado siguiendo a la nieta de la señora Vaik. Pero la carta de Karl no contenía nada relevante, apenas conjeturas sobre si la señora Vaik echaría tanto de menos su región natal como él, aunque a él lo separaba de su hogar el mar, y ella al fin y al cabo vivía en su país. Parts soltó una imprecación. Si hubiese mantenido algún tipo de relación con su mujer, ya se habría enterado, no habría tenido que remar hasta Canadá en busca de la información. Tal vez Karl Andrusson tuviese también datos sobre Roland, pero no se había atrevido a preguntarlo, aún no quería que la Oficina se fijara en su primo. En cuanto al uso de un pseudónimo, podría despertar sospechas en Karl, que comenzaría a hacer preguntas. Parts se metió un Pastilaa en la boca y se limpió los dedos en el pañuelo, olvidó el tren a cuyo paso vibraban las ventanas y cerró los ojos para ver mejor la situación, sin lamentarse por no haberle preguntado antes a Karl sobre el asunto. Ya había logrado cegarse con la investigación: deformación profesional. Cuanto más reflexionaba, más improbable le parecía que la Oficina lo hubiese entrenado y transferido a una misión de seguimiento sólo por casualidad. Su auténtico objetivo entonces era Kask o la familia de ésta, tal vez el objetivo fundamental era que Parts probara los métodos de prevención con Evelin Kask o con sus padres o incluso que consiguiera que la chica se sincerara. ¿Acaso era la joven un objetivo tan importante? ¿Todas aquellas molestias por una muchachita? ¿Por qué? ¿Por qué era la chica tan primordial? Ya contaba con suficiente material comprometedor, así que le bastaría con una pequeña alusión sobre lo fácil que sería que la expulsaran de la universidad y metieran a la abuela en un tren rumbo a regiones frías. ¿O no? Sembrar la confusión formaba parte de los métodos de la Oficina, y sí, habían conseguido confundirlo, tenía que admitirlo. Si deseaba dar caza a Cabeza de Col por medio de aquella muchacha, tendría que cuidarse de que la Oficina no se percatara de ello. Se sintió tentado de aceptar el riesgo y centrar la atención en la chica en lugar de sobre el Objetivo. Por un tiempo al menos… ¿Se darían cuenta?

Como empezaba a vislumbrarse el final de la operación Moskova, Parts estaba más animado cuando siguió con sigilo a Evelin Kask hasta Toompea al acabar las clases. La observaba con nuevos ojos, ávido. Tuvo el presentimiento de que estaba tras una pista. Una buena pista como las de antes, aunque la chica se comportara igual que siempre. Los pasos de Parts se adaptaban al pavimento, su abrigo se fundía con los muros, era consciente de su propia invisibilidad. El largo de la falda de la chica era más moderado que el de las demás, y llevaba unos guantes de primavera blancos marca Marat, con los que se tocaba y estiraba el pelo cada dos por tres. Sus tacones de metal resbalaban en el empedrado; fatigada, subió al autobús y bajó tambaleante en la parada cercana a las residencias. Parts, que se mantenía a una distancia prudencial, dejó que se pusiera en la cola de un local donde recargaban estilográficas antes de seguirla, luego sacó del monedero un puñado de cartuchos vacíos, esperó a que la cola aumentara un poco y se dispuso a esperar su turno. La mujer sentada tras el mostrador acoplaba con atención los cartuchos en la máquina, giraba la manivela, devolvía los cartuchos llenos y cogía los kopeks. La cola murmuraba, susurraba, se movía; de los estudiantes de la cafetería no había ni rastro. De repente el rostro de la chica se tensó. Alejó del cuerpo la mano con que sostenía una bolsa justo cuando se acercó a saludarla brevemente un alumno de ingeniería desconocido. Parts miró alrededor y entonces vio al chico salir por la puerta con la bolsa de la muchacha. De inmediato abandonó la cola y fue tras el chico. Le concedió ventaja, dejando que caminara tranquilamente entre los edificios, que pasara junto a una enorme paloma de la paz pintada en la pared de una casa y que esperara el autobús en la parada. En el último momento se unió a los que aguardaban bajo la marquesina; subió el último y bajó también el último. Cuando el chico avanzó un trecho por la avenida y luego torció para internarse entre unos arbustos, Parts estuvo a punto de tropezar y comprendió su error cuando había perdido al Objetivo varias veces en ese mismo trayecto, achacándolo a su propio cansancio y a su precaución exagerada. Ahora se dio cuenta de que no había sido casualidad: las hábiles desapariciones eran señal de que el Objetivo era consciente de que lo seguían. Sabía despistar con más ingenio que ese chico, que no prestaba atención, caminaba ruidosamente, soltaba tacos al tropezar y maldecía los cardos. Parts lo vio entrar por la puerta trasera de una casa gris y anotó la hora. Intuyó entonces que desde la casa del hombre con gafas, adonde acababa de entrar aquel chico, se dirigían actividades ilegales.

En la vivienda cercana, junto a una caja de arena con excrementos de gato, un muchacho lanzaba una peonza. El chico aceptó con gusto un rublo a cambio de decirle el nombre del poeta que vivía en aquella casa.

Parts se dirigió a la biblioteca a familiarizarse con el arte poético. Y resultó que aquel hombre había publicado encendidos ditirambos celebrando la llegada al poder de los trabajadores, justo en los años en que Roland maldecía a Cabeza de Col. Claro, podía tratarse de una coincidencia, pero ¿cuántos poetas involucrados en actividades ilegales podía haber que utilizaran el mismo pseudónimo?