1944
VAIVARA
Comisariado General de Estland, Comisariado del Reich para Ostland
Primero evacuaron el campo de Narva, un par de días más tarde el de Auvere y el de Putki, seguidos por los hombres de la Organización Todt de Viivikonna. Todos con destino a Vaivara. Ante la falta de espacio, los niños de Vaivara y el barracón de enfermos se trasladaron a Ereda, y el centro de mando de Viivikonna a Saka. Edgar corría de un lado a otro, maldecía la escasez de transporte y alimentos y el clima, recibía a evacuados tambaleantes por el largo viaje a pie, guiaba a los vehículos de la Wehrmacht que traían prisioneros extenuados, enviaba a más hombres de la OT para que se ocuparan de los caballos que transportaban enfermos, enviaba una parte de los que se encontraban débiles al hospital civil y se negaba a detenerse, volver a sumirse en la desesperación que había sentido cuando a su compañía le habían ordenado que se preparara para recibir al campo evacuado de Narva. Los alemanes habían reiterado con obstinación que se trataba sólo de una solución temporal, pero ¡quién los creía! Los preparativos para destruir el centro de producción probablemente ya estuvieran en marcha. Sólo era cuestión de tiempo que cayera el frente.
Cuando el repartidor de tabaco de Edgar había aparecido con su carga mensual de Manon directamente de la fábrica de Laferme, Bodman se había acercado a recoger su parte. Negando con la cabeza, había dicho que los planes de evacuación no eran realistas, los prisioneros nunca podrían caminar hasta Riga. Le habían preguntado su opinión, pero luego no le habían hecho caso. Edgar pasaba las noches en vela pensando en sus opciones. Las posibilidades que le ofrecía el campo para sus negocios de cigarrillos pronto pasarían a la historia, y no había ido a Tallin en meses. La operación para eliminar el grupo de evacuación de refugiados había salido bien, pero ni siquiera sabía a quiénes habían detenido. El sencillo plan inicial se había complicado, y Edgar había cometido un error al imaginar que conocía la forma de actuar y pensar de su esposa. No volvería a cometerlo. Mamá y Leonida habían hecho lo que estaba en su mano y no habían revelado los auténticos fines de un plan ultrasecreto. Pero Juudit había reaccionado al revés de lo que esperaba: se había enfadado y había huido, cortando la relación por completo. Al final, Edgar había dado con la solución: envió a un par de mujeres haciéndose pasar por refugiadas con sus hijos a la calle Roosikrantsi, a llamar a la puerta de Juudit cuando ésta se encontraba en casa. A ella no le quedó más remedio que dejarlos pasar y luego llevarlos al piso franco de contacto. Entretanto, Edgar mandó a sus hombres a informar de la dirección de aquel piso franco a Hertz. No pronunció el nombre de Juudit. Hertz prometió encargarse del asunto, pero después no volvió a ponerse en contacto con Edgar ni regresó a Vaivara. Había sido trasladado. Así, haber acabado con el grupo que pasaba refugiados no había reportado a Edgar el mérito deseado y los malos augurios habían hecho presa en él: además de haber trabajado en vano en Vaivara, sus esfuerzos por lo visto también habían sido inútiles en relación con otras acciones. Ahora se encontraba con las manos atadas, no podría hacer nada provechoso.
En mayo, el Führer ordenó interrumpir todos los planes de evacuación: el frente se había estabilizado. Al mismo tiempo llegó la orden de comenzar la construcción de nuevos centros de producción. La noticia podría haber resultado estimulante de no ser porque el repartidor de tabaco de Edgar sabía algo más: los habitantes de Tarto que luchaban en medio de la confusión estaban convencidos de que los alemanes obligarían a evacuar mujeres y niños y se llevarían a los hombres a los campos. Tallin era presa del caos. Los caminos hacia las zonas rurales estaban colapsados por gente que escapaba de la ciudad y gente que trataba de llegar a ella para alcanzar el puerto. En cambio, los alemanes ofrecían una huida legal: partir a Alemania. Pero esa dirección no parecía interesar a nadie. El Reichsführer había amnistiado a los estonios desertores del ejército del Reich y a quienes habían luchado en las tropas de Finlandia; algunos, al verse libres de los cargos de traición a la patria, regresaban para combatir contra los bolcheviques. Entretanto, Edgar se había quedado atrapado en el cieno de Vaivara, pero tuvo una oportunidad de irse cuando los hombres del Grupo B se presentaron para efectuar unos controles y le explicaron los problemas que había en el campo de Klooga. Ya habían evacuado la mano de obra y, como los trenes iban llenos, no podían llevarse las pertenencias, así que el campo estaba repleto de objetos sobre los que los hombres de la OT se habían lanzado como cuervos. Los lugareños habían visto los montones de ropa abandonada y a los codiciosos vigilantes, y ahora corría el rumor de que hundirían los barcos de los evacuados, así que del Departamento B4 se habían enviado hombres a controlar la situación en otros campos. A Edgar le ordenaron que les presentara el informe de Vaivara y demostrara que allí no tenían ese tipo de problemas. Entonces se le ocurrió un nuevo plan. Bodman había mencionado que las condiciones de vida en Klooga eran las mejores de todos los campos de Estonia y que el resultado era palpable: la mano de obra se alojaba en casas de piedra y las raciones de comida eran razonables, pues la distribución de alimentos se hacía por medio del Truppenwirtschaftslager, las tropas de apoyo al campo, pertenecientes a las Waffen-SS. El trabajo era también más limpio: minas para submarinos y madera aserrada. Lo mejor de Klooga era, sin embargo, su situación próxima a los puntos de evacuación, Tallin y Saaremaa, y más lejana a Narva. Edgar decidió ir allí. Durante la visita, repartió gustoso cigarrillos Manon mientras hablaba sobre su propia carrera en el B4, dejando entrever también que por él continuaría en la Organización Todt, pero… E hizo un gesto señalando alrededor. Obtuvo un asentimiento de comprensión. Prometieron estudiar el tema. Una orden de evacuación interrumpió el proceso, orden que fue revocada dos horas más tarde. Las semanas siguientes transcurrirían igual de caóticas: el comandante, colgado al teléfono día y noche; las instrucciones del día anterior, anuladas por la mañana; la mano de obra, enviada al puerto, o a jornadas de trabajo normales en la producción de petróleo, o incluso evacuada. Al final, Edgar fue enviado a Klooga. De puro alivio, le dejó todas sus reservas de Manon a Bodman.